No estaba segura de cómo se sentía. No estaba segura de lo que hacía. Pero ese tipo de pequeños inconvenientes nunca había detenido a Dana.
En cuanto pudo, se dedicó a buscar a Flynn. No lo encontró en su oficina. Siguió su rastro hasta el veterinario, donde le dijeron que hacía solo quince minutos que él y Moe se habían marchado. Eso le produjo tal irritación que acabó decidiendo que estaba enfadada con su hermano, aunque no tenía ninguna razón concreta para estarlo.
Pero para cuando llegó a casa de Flynn ya estaba disfrutando de su mal humor.
Entró, cerró de un portazo y se dirigió a grandes zancadas al salón, donde Flynn y su perro estaban tirados de cualquier manera como dos muertos.
—Necesito hablar contigo, Casanova.
—No grites. —Flynn no se movió del sofá. En el suelo, a su lado, Moe gimoteó—. A Moe han tenido que ponerle sus inyecciones. Los dos estamos traumatizados. Vete. Vuelve mañana.
—Sí, enseguida, en cuanto haya encontrado un instrumento afilado para clavártelo en el culo. ¿Cómo se te ocurre tirarte a Malory cuando sabes perfectamente bien que ha de mantener la cabeza centrada en su misión?
—No lo sé. Quizá tenga algo que ver con el hecho de que me di de bruces con su cuerpo desnudo. Y no me la tiré. Me opongo a usar el término «tirármela». Aparte de que todo esto no es asunto tuyo.
—Es asunto mío porque Malory acaba de convertirse en mi socia empresarial. Y porque antes de eso ya estábamos juntas en el asunto de las llaves, y también porque esa chica me cae muy bien y se ha enamorado de ti. Eso revela una sorprendente falta de gusto, pero, sin embargo, así es.
En el estómago de Flynn se instaló maliciosamente un sentimiento de culpabilidad.
—Yo no tengo la culpa de que crea que se ha enamorado de mí.
—Yo no he dicho «cree». Malory no es idiota, a pesar de su pésimo gusto en hombres. Conoce bien su mente y su corazón. Y si tú no vas a tener en consideración sus sentimientos después de haberte bajado la bragueta…
—Por el amor de Dios, dame un respiro. —Se incorporó y enterró la cara entre las manos—. Ella no quiere escucharme. Y fue ella quien me bajó la bragueta.
—Sí, y tú no eras más que un inocente transeúnte.
—No sirve de nada que me machaques con esta historia. He pasado un tiempo considerable machacándome yo mismo por todo lo que ha ocurrido. No sé qué cojones hacer.
Dana se sentó en el cajón de embalaje y se inclinó hacia su hermano.
—¿Qué quieres hacer?
—No lo sé. Me ha enviado flores.
—¿Cómo?
—Malory me ha enviado una docena de rosas esta mañana. La tarjeta decía: «Piensa en mí». ¿Cómo diablos podría no pensar en ella?
—¿Rosas? —La idea le hizo gracia—. ¿Dónde están?
Flynn se retorció.
—Hum. Las he puesto en mi dormitorio. ¡Qué bobo! Esta inversión de papeles no está bien. No es algo natural. Creo que contradice abiertamente innumerables reglas de orden científico. Necesito que las cosas vuelvan a su curso normal. De algún modo a su curso. Deja de mirarme con esa sonrisa.
—Estás colgado.
—No estoy colgado. Y ese es otro término que me niego a usar. Alguien con un título en Biblioteconomía debería ser capaz de encontrar palabras más apropiadas.
—Malory es perfecta para ti. —Lo besó en la mejilla—. Felicidades. Ya no estoy enfadada contigo.
—No me importa con quién te enfades. Y no se trata de quién es perfecto para mí. Yo no soy perfecto para nadie. Soy un holgazán. Soy desconsiderado y egoísta. Me gusta tener una vida libre, flexible y poco estructurada.
—Eres un holgazán, no te lo discuto; pero no eres desconsiderado ni egoísta. Es esa desconsiderada y egoísta zorra de Lily la que te metió esa idea en la cabeza. Si te lo crees, lo que eres entonces es idiota.
—Y en ese caso, ¿deseas un holgazán idiota para tu nueva amiga?
—Quizá. Te quiero, Flynn.
—Bueno, últimamente lo estoy oyendo mucho. —Le dio unos golpecitos en la nariz con un dedo—. Yo también.
—No. Di: «Te quiero».
—Venga.
—Las dos palabras, Flynn. Suéltalas.
—Te quiero. Ahora vete.
—Aún no he acabado.
Flynn gimió y se derrumbó de nuevo en el sofá.
—Moe y yo estamos intentando dormir una siestecita, por nuestra salud mental.
—Ella nunca te quiso, Flynn. A Lily le gustaba lo que tú eras en el valle. Le gustaba que la vieran contigo, y también sacar provecho de tus ideas. Quizá seas idiota, pero eres bastante listo en algunos temas. Lily te utilizó.
—¿Y se supone que eso sirve para que me sienta mejor? ¿El hecho de saber que permití que me utilizara?
—Se supone que sirve para que dejes de culparte por lo que sucedió con Lily.
—No me culpo a mí mismo. Odio a las mujeres. —Le enseñó los dientes con una sonrisa despiadada—. Lo único que quiero es golpearlas. ¿Ahora te marcharás de una vez?
—Tienes rosas rojas en el dormitorio.
—Oh, vamos.
—Colgado —repitió, y le hundió un dedo en el estómago.
Él aguantó aquel gesto fraternal como un hombre.
—Déjame preguntarte algo: ¿a alguien le gustaba Lily?
—No.
Flynn soltó un suspiro y miró al techo.
—Solo quería asegurarme.
Cuando oyeron que llamaban a la puerta, Flynn se puso a lanzar improperios y Dana se levantó de un salto.
—Yo abriré. —Después añadió canturreando—: Quizá sean más flores.
Divertida, abrió la puerta principal. Entonces fue su turno de soltar improperios mucho más imaginativos y brutales que los de su hermano.
—Eh, Larga, qué boquita tienes.
Jordan Hawke, tan atractivo como el diablo —y según Dana el doble de maligno—, le guiñó un ojo y entró de nuevo en su vida.
Dana consideró durante un breve momento la idea de ponerle la zancadilla. En vez de eso lo agarró del brazo e imaginó que se lo retorcía como si fuera de caramelo masticable.
—Eh, nadie te ha pedido que pases.
—¿Ahora vives aquí?
Desplazó el cuerpo con un movimiento lento y reposado. Siempre había sabido moverse. Con su más de metro noventa, le sacaba más de doce centímetros a Dana. Tiempo atrás ella había encontrado eso excitante, pero en ese momento se le antojó simplemente fastidioso.
No se había puesto gordo ni feo, ni había sido víctima de la habitual calvicie masculina. Por desgracia. En vez de eso, aún estaba esbelto y guapísimo, y su espeso pelo negro seguía revuelto de una forma muy sexy alrededor de su rostro moreno y huesudo, con sus chispeantes ojos azules. Sus labios estaban bien dibujados y eran gruesos, y, como Dana sabía bien, muy ingeniosos.
En ese momento se curvaron en una leve sonrisa burlona que Dana deseó reventar.
—Tienes buen aspecto, Larga.
Fue a pasarle una mano por el pelo y, sin poder evitarlo, ella reaccionó apartando la cabeza rápidamente.
—Quietas las manos. Y no, no vivo aquí. ¿Qué quieres?
—Una cita con Julia Roberts, una oportunidad para tocar con Bruce Springsteen y la E Street Band y una cerveza muy, pero que muy fría. ¿Y tú?
—Leer los detalles de tu lenta y dolorosa muerte. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Molestarte, por lo que veo. Pero eso es un efecto secundario irremediable. ¿Está Flynn en casa?
No esperó una respuesta; se separó de ella y se encaminó al salón. Moe despertó y le dedicó un gruñido poco entusiasta.
—Eso es, Moe —dijo Dana alegre—, dale un mordisco.
Sin preocuparse en absoluto por la posibilidad de que lo atacara una mole en forma de perro, Jordan se puso en cuclillas.
—Así que este es el famoso Moe.
Olvidado ya el trauma de haber ido al veterinario, Moe se levantó de golpe, se abalanzó sobre Jordan, le puso las patas delanteras sobre los hombros y le dio un beso de bienvenida.
Al oír la risa de Jordan mezclada con los ladridos jubilosos de Moe, Dana solo pudo apretar los dientes.
—Eres un tío enorme, ¿eh, chaval? Mira qué cara. —Revolvió el pelo de Moe, le rascó las orejas y luego se giró hacia Flynn—. ¿Cómo va eso?
—Bien. No sabía que ibas a venir tan pronto.
—Tenía algo de tiempo. ¿Hay cerveza?
—Claro.
—Odio interrumpir esta emotiva y sentida reunión —la voz de Dana era como un punzón dirigido a la nuca de Jordan—, pero ¿qué coño hace este aquí?
—Pasar un tiempo con mis amigos, en mi pueblo natal. —Jordan se puso en pie—. ¿Aún puedo dormir aquí?
—Por supuesto. —Flynn se despegó del sofá—. Tío, es estupendo verte.
—Lo mismo digo. Una gran casa. Un perro genial. Un sofá horrible.
Con una carcajada, Flynn rodeó con los brazos a su viejo amigo.
—En serio que es fantástico verte.
Durante un momento, solo un breve momento, mientras contemplaba a aquellos dos hombres adultos fundidos en un abrazo, el corazón de Dana se ablandó. Fuera lo que fuese lo que podría decir sobre Jordan Hawke —y la lista era muy extensa—, este era y siempre había sido amigo de Flynn. Un hermano, suponía, tanto como un amigo.
Después aquellos ojos azules se encontraron con los suyos, y el corazón se le endureció de nuevo.
—¿Qué te parece una cerveza, Larga? Podríais ponerme al día y contarme cómo os habéis comprometido a buscar unas llaves imaginarias.
Dana lanzó a su hermano una mirada acusatoria y después levantó la barbilla.
—Al contrario que vosotros dos, yo tengo cosas que hacer.
—¿No quieres ver el cuadro?
Eso casi la detuvo, pero ceder a la curiosidad habría arruinado su salida. Continuó caminando hacia la puerta y se marchó sin volver la vista atrás.
Tenía cosas que hacer, cierto. Y la primera era modelar un muñeco de cera con la forma de Jordan y clavarle alfileres en las zonas más sensibles.
—¿Por qué has tenido que cabrearla? —preguntó Flynn.
—Solo con respirar ya la cabreo. —Y saberlo le perforaba el estómago—. ¿Cómo es que no vive aquí? Esta casa es lo bastante grande para los dos.
—No para Dana. —Se encogió de hombros—. Ella quiere su propio espacio y bla, bla, bla. Ya la conoces. Una vez que se le mete una idea en la cabeza, no se la sacarías ni con una palanca.
—Dímelo a mí.
Como Moe estaba dando vueltas a su alrededor, Flynn cogió una galleta para perros y se la lanzó antes de sacar las cervezas.
—Entonces, ¿has traído el cuadro?
—Sí. No sé qué podrá decirte.
—Yo tampoco; pero espero que le diga algo a Malory.
—¿Y cuándo voy a conocer a esa tal Malory?
Jordan se apoyó en la encimera.
—No lo sé. Pronto.
—Pensaba que había un plazo para resolver el asunto de la llave.
—Sí, sí. Aún nos quedan dos semanas.
—¿Hay algún problema, colega?
—No, Quizá. Nos hemos acostado, y está convirtiéndose en algo serio muy rápidamente. No puedo pensar.
—¿Cómo es ella?
—Inteligente, divertida, sexy.
—Has puesto «sexy» en tercer lugar. —Lo señaló con la cerveza—. Sí que es serio. ¿Qué más?
—Yo diría que es resuelta. —Comenzó a pasearse—. Con una especie de naturaleza ordenada. Sincera. No le van los jueguecitos. Con los pies en la tierra. Sí, con los pies en la tierra, y por eso el que se haya involucrado en esta historia de las llaves hace que todo parezca posible. Tiene los ojos azules, unos grandes ojos azules.
Flynn suspiró.
—De nuevo, el físico ha aparecido al final de la lista. Estás loco por ella.
Incómodo, Flynn alzó su cerveza.
—Hay distintos grados de locura.
—Eso es verdad, pero si ella ha logrado tenerte tan inquieto, me temo que ya estás metido en la charca, y que el agua te llega a las rodillas. ¿Por qué no la llamas? Podría venir a echarle un vistazo al cuadro y yo podría echarle un vistazo a ella.
—Dejémoslo para mañana.
—Te da miedo. Me parece que el agua te llega a la cintura, y sigue subiendo.
—Cierra el pico. Solo pensaba que estaría bien que Brad trajese también su pintura para que pudiésemos examinarlas a conciencia los tres juntos. A ver qué se nos ocurre sin el elemento femenino.
—Apruebo la moción. ¿Tienes algo de comer aquí?
—La verdad es que no, pero tengo memorizados todos los números de locales de comida a domicilio. Elige lo que prefieras.
—Sorpréndeme. Yo voy a buscar mi cuadro.
No era tan diferente de su adolescencia, a menos que se tuviese en consideración que el salón en el que estaban despatarrados pertenecía a uno de ellos y no a uno de sus padres.
Como Flynn se había encargado de escoger, estaban tomando comida italiana, pero la cerveza había sido reemplazada por una botella de Johnnie Walker Blue que Brad había llevado consigo.
Los cuadros estaban apoyados contra la pared, uno al lado del otro, mientras que ellos tres estaban sentados en el suelo. Moe había ocupado el sofá.
—Yo no sé mucho de arte… —empezó Flynn.
—… pero sabes lo que te gusta —terminó Brad.
—No iba a caer tan bajo con un tópico tan manido.
—En realidad, es una declaración válida —coincidió Jordan—. El arte, por su propia naturaleza, es subjetivo. La lata de sopa Campbell de Andy Warhol, La persistencia de la memoria de Dalí, la Mona Lisa de Da Vinci… Todo depende del cristal con que lo mires.
—Tan imposible es comparar los Nenúfares de Monet con La mujer de azul de Picasso como comparar a Dashiell Hammett con Steinbeck —añadió Brad—. Todo está en el estilo, el propósito y la percepción.
Flynn puso los ojos en blanco y se volvió hacia Brad.
—Lo que iba a decir antes de que vosotros dos empezarais esta pequeña escaramuza intelectual era que a mí me parece que los dos cuadros los pintó la misma persona. O que, si fueron dos personas distintas, una estaba imitando el estilo de la otra.
—¡Oh! —Brad dio vueltas al licor de su copa y sonrió—. Vale. Coincido con esa opinión. ¿Y qué nos dice eso?
—Nos diría mucho si someten a examen el cuadro de Jordan. Ya sabemos que el del Risco del Guerrero y el de Brad fueron realizados con más de quinientos años de diferencia. Necesitamos saber dónde encaja el de Jordan.
—En el siglo XV.
Flynn giró la cabeza y se quedó mirando a Jordan.
—¿Ya te lo han fechado?
—Encargué el examen dos años después de comprarlo. Tenía que asegurar unas cuantas cosas. Y resultó que valía varias veces más de lo que había pagado por él. Si te paras a pensarlo, es bastante raro, pues La Galería tiene fama de ser cara.
—¿Por qué lo compraste? —preguntó Brad.
—No sé cuántas veces me he preguntado eso mismo. Ni siquiera sé por qué entre en La Galería aquella mañana. No era una de mis paradas habituales. Entonces lo vi, y me atrapó sin más. Ese instante en que se contiene el aliento justo antes de que se desate el destino, entre la inocencia y el poder. El muchacho sacará la espada. Tú ya lo sabes. Y en ese momento el mundo cambia. Nace Camelot, y el destino de Arturo queda escrito. Él unirá un pueblo, será traicionado por una mujer y un amigo y engendrará al hombre que acabará con su vida. En el momento de la pintura es un chaval. En el siguiente será un rey.
—Algunos argumentarían que nació rey.
Jordan negó con la cabeza ante el comentario de Brad.
—No hasta que pone las manos sobre la empuñadura de la espada. Podría haberse alejado de aquel lugar. Me pregunto si lo habría hecho de haber sabido todo lo que iba a acontecer. Gloria y grandeza, sin duda, y un poco de paz, pero después engaño, falsedad, guerra. Y una muerte temprana.
—Bien, eso es muy alentador. —Flynn empezó a servirse otra copa. De pronto se detuvo y miró de nuevo hacia los cuadros—. Espera un minuto. Quizá vayas por buen camino. En la pintura de Brad se muestra el efecto del destino, el momento posterior del que has hablado. ¿Se habría casado el rey dios con la joven mortal y habría engendrado tres hijas si hubiera conocido su destino? Trata de elecciones, de qué dirección tomar.
—¿Y si es así? —repuso Brad—. Eso no nos dice gran cosa.
—Nos proporciona un tema. Si aceptamos que los cuadros son pistas para localizar las llaves, entonces tenemos que seguir el tema. Quizá la primera llave se encuentre en un lugar donde se tomó una decisión, una que cambió el curso de algunas vidas.
—Flynn… —Jordan vaciló, dio vueltas a su bebida—, ¿de verdad crees en la existencia de esas llaves?
—Desde luego que sí. Y si vosotros hubierais estado aquí desde el principio ahora creeríais tanto como yo. No hay manera de explicarlo, Jordan, al igual que no puedes explicar por qué ese chico es la única persona del mundo que podría sacar a Excalibur de la roca.
—¿Y tú? —le preguntó Jordan a Brad.
—Yo estoy intentando mantener la mente abierta. Debes tener en cuenta las coincidencias, o lo que parecen ser coincidencias. Tú y yo compramos estas pinturas. Hemos vuelto los dos al valle con ellas. Flynn está involucrado personalmente con dos de las mujeres invitadas al Risco del Guerrero. Jordan y Dana fueron pareja. Y yo compré el cuadro porque me cautivó un rostro…, el rostro de Zoe. Es algo que me ha dejado fuera de juego. Y que este pequeño cotilleo quede entre nosotros tres.
—¿Estás interesado en Zoe? —preguntó Flynn.
—Sí, lo que es cojonudo, pues ella parece haberme aborrecido al instante. Cosa que no comprendo —añadió un tanto acalorado—. Las mujeres no me aborrecen de buenas a primeras.
—No, suele llevarles un tiempo —coincidió Jordan—. Y entonces te aborrecen.
—Al contrario. Soy de los que saben conseguir lo que quieren. Normalmente.
—Sí, ya recuerdo cómo conseguiste lo que querías de Marsha Kent.
—Tenía diecisiete años —protestó Brad—. Que te den por ahí.
—¿Aún llevas la marca de su patada en el culo? —continuó Jordan.
—¿Y tú la de Dana en las pelotas?
El rostro de Jordan se crispó.
—Me la has devuelto a base de bien. Pregunta: ¿las otras dos mujeres del cuadro se parecen tanto a las reales como se parece Dana?
—Oh, sí —respondió Flynn—. En una actitud diferente, pero las caras son clavadas.
—¿No hay duda sobre la antigüedad de la pieza, Brad?
—Ninguna.
Jordan permaneció un rato en silencio, acunando su copa, examinando el rostro de Dana. Tan inmóvil, tan pálido, tan vacío…
—De acuerdo. Daré un paso adelante para dejar la lógica atrás y adentrarme en otra zona. Somos seis y hay tres llaves. Y nos quedan dos semanas para encontrar la primera, ¿no? —Volvió a coger la botella—. Esto está chupado.
Dejando a un lado el enigma que debían resolver, Flynn pensó que era estupendo tener de nuevo cerca a sus amigos. Era estupendo saber, mientras se arrastraba hacia la cama a altas horas de la madrugada, que Jordan se arrastraba a su vez hacia el colchón de la habitación libre y que Brad ya estaba dormido como un tronco en el sofá, escoltado por Moe.
Siempre le había dado la impresión de que no había nada que no pudiesen hacer juntos. Ya fuese luchar contra imaginarios extraterrestres invasores, aprender a desabrochar el sujetador de una chica con una sola mano o conducir campo a través en un Buick viejo. Nunca se habían fallado.
Cuando la madre de Jordan murió, él y Brad estaban allí, después de pasar interminables noches en vela con su amigo en el hospital.
Cuando Lily lo dejó, lo único de lo que Flynn había seguido estando seguro era de sus amigos.
«A lo largo de buenos tiempos y tiempos no tan buenos», pensó sentimentalmente. Siempre habían podido contar los unos con los otros. La distancia física nunca había significado nada.
Pero era mejor, muchísimo mejor, tenerlos allí. Con ellos al lado, la primera llave ya estaba prácticamente en la cerradura.
Cerró los ojos y se quedó dormido de inmediato.
La casa estaba oscura y hacía un frío glacial. Flynn podía ver cómo su respiración se condensaba en un vapor blanco mientras deambulaba sin rumbo fijo por negros pasillos que no dejaban de girar. Había estallado una tormenta espantosa, crujidos y explosiones sacudían el aire, relámpagos y rayos veloces y furiosos zigzagueaban en la oscuridad.
En el sueño, él sabía que estaba recorriendo el interior del Risco del Guerrero. Aunque apenas podía ver nada, reconocía el lugar, los recodos de los corredores y el tacto de las paredes por las que deslizaba los dedos. Incluso aunque jamás hubiera pasado por allí.
Pudo ver cómo la lluvia golpeaba con violencia contra una ventana del primer piso, pudo ver cómo destellaba con un reflejo azulado a la luz de los relámpagos. Y vio el espectro borroso de su propio rostro en el cristal.
Gritó y su voz se multiplicó en un eco una y otra vez, como una incesante ola. No hubo respuesta. Aun así, sabía que no estaba solo.
Algo avanzaba por aquellos pasillos junto a él. A su espalda, acechándolo. Fuera de su vista, fuera de su alcance. Algo tenebroso que lo obligó a seguir escaleras arriba.
En su corazón se instaló el miedo.
Había puertas a ambos lados del corredor, pero todas parecían estar cerradas con llave. Flynn probó a abrirlas girando las manijas, tirando de ellas, con los dedos rígidos por el frío.
Lo que lo perseguía, fuera lo que fuese, se aproximó más, sigilosamente. Flynn pudo oír su respiración horrible, como un sonido líquido que se mezclaba con sus propios jadeos angustiados.
Tenía que salir de allí, alejarse. De modo que empezó a correr dando enormes zancadas a través de la oscuridad sacudida por la tormenta, mientras que lo que le iba a la zaga lo seguía con un ruido seco sobre el suelo de madera, como de garras ansiosas.
Salió de golpe a un parapeto en medio de la tormenta, cuyos rayos se abatían como lanzas y dejaban humeando la piedra de los muros. El aire quemaba y helaba, y las gotas de lluvia lo azotaron como si fueran fragmentos de vidrio.
Sin ningún sitio al que huir, con una serpiente de pavor enroscada en el estómago, Flynn se dio la vuelta para luchar.
Pero la sombra era muy grande y estaba muy cerca. Lo cubrió antes siquiera de que pudiese alzar los puños. El frío lo partió en dos y lo obligó a caer arrodillado.
Sintió que estaban arrancándole algo, sintió un dolor salvaje, sordo, horroroso e indescriptible. Y supo que lo que le habían arrebatado era su alma.
Flynn se despertó, temblando de frío, sudoroso, envuelto en los restos del horror y con el sol dándole en toda la cara.
Luchando por respirar, se sentó en la cama. Había tenido su dosis lógica de pesadillas, pero jamás una de tal intensidad. Jamás una en la que hubiese sentido un dolor auténtico.
Aún podía sentirlo, y apretó los dientes por las agudas cuchilladas que le atravesaban el estómago y el pecho.
Trató de decirse que aquello era debido a la combinación de tomar pizza con whisky y trasnochar. Pero no se lo creyó.
Cuando el dolor empezó a remitir, salió cautelosamente de la cama, se dirigió al cuarto de baño con la misma prudencia que un anciano y abrió al máximo el grifo del agua caliente de la ducha. Estaba congelado.
Fue a abrir el botiquín con espejo y vio el reflejo de su rostro. La palidez de la piel, el velo vidrioso de la conmoción en los ojos… ya eran bastante malos. Pero no eran nada comparados con el resto.
Estaba completamente calado. Tenía el pelo empapado, la piel cubierta de gotas de agua. «Como un hombre que hubiese estado bajo una tormenta», pensó, y se sentó en el inodoro porque las piernas habían dejado de sostenerlo.
No se trataba de una simple pesadilla. Había estado dentro del Risco del Guerrero. Había salido a aquel parapeto. Y no había estado solo.
Aquello era algo más que la mera búsqueda de unas llaves mágicas. Algo más que resolver un enigma por la promesa de un cofre de oro al final. Allí había algo más. Algo poderoso. Poderoso y oscuro.
Iba a averiguar qué demonios estaba sucediendo antes de que ninguno de ellos fuese más lejos.
Se metió en la ducha y dejó que el agua caliente lo golpeara hasta que el calor le barrió el frío de los huesos. Al acabar, ya más calmado, se tomó una aspirina y se puso unos pantalones de deporte.
Bajaría a preparar café, y luego sería capaz de pensar. Una vez que tuviese la cabeza despejada, despertaría a sus amigos y les pediría su opinión.
Quizá fuese hora de subir los tres juntos al Risco del Guerrero para sacarles la verdad a Rowena y Pitte.
Estaba a mitad de las escaleras cuando llamaron a la puerta y Moe salió ladrando a toda velocidad, como el cancerbero del infierno.
—Vale, vale. Cállate ya.
El Johnnie Walker no le había provocado resaca, pero la pesadilla lo había dejado muy tocado. Sujetó a Moe por el collar y tiró de él hacia atrás mientras abría con la otra mano.
Ella parecía un rayo de sol. Ese fue su único pensamiento claro mientras se quedaba mirando a Malory. Vestida con un bonito traje azul de falda corta, le sonrió. Luego dio unos pasos adelante y le echó los brazos al cuello.
—Buenos días —lo saludó, y le dejó la mente en blanco al pegar los labios a los suyos.
Los dedos de Flynn que agarraban el collar de Moe se aflojaron, y luego lo soltaron del todo para hundirse en el cabello de Malory. Las angustias y miedos con que había despertado se esfumaron también.
En ese momento sintió como si de nuevo nada pudiese estar fuera de su alcance.
Moe desistió de su intento por colocarse entre los dos y se dedicó a dar saltos y a ladrar para atraer su atención.
—Jesús bendito, Hennessy, ¿no puedes hacer algo para que tu perro…?
Jordan enmudeció en lo alto de la escalera. Ante la puerta estaba su amigo con una mujer, bañados ambos por la luz del sol matutino, sumergidos el uno en el otro.
Incluso cuando Flynn relajó un poco el abrazo y alzó la mirada hacia él, tenía el aspecto de un hombre que está deseando volver a zambullirse con gran felicidad.
—Buenos días. Lamento interrumpir. Tú debes de ser Malory.
—Sí, debo de ser yo. —Tenía el cerebro un poco embotado por el beso, pero estaba casi segura de estar viendo a un hombre muy atractivo que no llevaba más que unos bóxers de color negro—. Lo siento. No sabía que Flynn tuviese compañía… ¡Oh! —el cerebro se le despejó—, tú eres Jordan Hawke. Yo soy una gran admiradora tuya.
—Gracias.
—Espera. —Flynn levantó una mano cuando Jordan empezó a bajar—. ¿Qué tal si te pones unos pantalones?
—Claro.
—Ven conmigo —le dijo a Malory—. Moe necesita salir.
Dándole un tirón, Flynn logró separarla del lugar en que se había quedado embobada mientras contemplaba a Jordan. Pero ella volvió a quedarse sin habla en la puerta del salón.
Brad estaba en el sofá, boca abajo, con un brazo y una pierna colgando. Iba ataviado como Jordan, solo que sus bóxers eran blancos.
Malory pensó que era muy interesante comprobar que el vástago del imperio Vane tenía un trasero magnífico.
—¿Fiesta del pijama? —aventuró.
—Los chicos no hacemos fiestas del pijama. Nos limitamos a estar juntos a nuestro aire. ¡Moe! —llamó al perro, que se había acercado a lamer el pedazo de la cara de Brad que no estaba enterrado en los cojines—. Brad siempre consigue dormir, sean cuales sean las condiciones.
—Eso parece. Es bonito que tengas a tus amigos de nuevo aquí.
—Sí.
La condujo a la cocina. Moe se les adelantó y se puso a bailotear delante de la puerta trasera como si llevara horas esperando. Salió como una centella en cuanto Flynn abrió.
—¿Quieres que prepare café? —se ofreció Malory.
—¿Sí? ¿Lo harías?
—Es parte del servicio. —El tarro del café ya estaba sobre la encimera, así que puso el suficiente para una buena jarra—. Si te casas conmigo, prepararé el café todas las mañanas. Por supuesto, espero que tú te encargues de sacar la basura por las noches. —Le lanzó una sonrisa burlona por encima del hombro—. Soy partidaria del reparto de las tareas domésticas.
—Ajá.
—Y se tiene un acceso ilimitado al sexo.
—Esa es una gran ventaja.
Malory soltó una carcajada mientras medía la cantidad de agua.
—Me gusta ponerte nervioso. Creo que nunca había puesto nervioso a un hombre. Por otro lado… —encendió la cafetera y se dio la vuelta—, nunca había estado enamorada. No de esta manera.
—Malory…
—Soy una mujer muy resuelta, Flynn.
—¡Oh! Sí, eso ha quedado perfectamente claro. —Retrocedió unos pasos cuando ella avanzó hacia él—. Pero creo que deberíamos…
—¿Qué?
Le deslizó los dedos por el pecho.
—¿Ves? Ya ni me acuerdo de lo que quiero decir cuando empiezas a mirarme.
—A mí me parece que esa es una buena señal.
Pasó levemente sus labios por los de Flynn.
—Me temo que estoy convirtiendo en una costumbre el interrumpiros —dijo Jordan entrando en la cocina—. Lo lamento.
—No pasa nada. —Malory se echó el pelo hacia atrás y fue a buscar tazas limpias—. Solo he venido para pedirle a Flynn que se case conmigo. Es agradable conocer a otro de sus amigos. ¿Vas a quedarte mucho tiempo en el pueblo?
—Depende. ¿Qué ha contestado cuando se lo has pedido?
—Oh, le cuesta mucho formar frases completas cuando yo menciono el amor o el matrimonio. Resulta raro teniendo en cuenta que es periodista, ¿no?
—¿Sabéis? Yo sigo aquí, ¿eh? —intervino Flynn.
—¿Eso es café? —Brad entró a trompicones, parpadeó cuando reparó en Malory y se escabulló también a trompicones—. Perdón —añadió mientras huía.
Reprimiendo una risa, ella pasó un trapo por las tazas.
—Esta casa está llena de hombres apuestos, y los he visto a todos sin ropa. Desde luego, mi vida ha cambiado. ¿Cómo tomas el café, Jordan?
—Solo. —Apoyó una cadera en la encimera mientras ella le servía—. Flynn me dijo que eras inteligente, divertida y sexy. Tenía razón.
—Gracias. Debo irme ya. Tengo una cita para firmar unos papeles.
—¿Para qué? —preguntó Flynn.
—Son los documentos de la sociedad con Dana y Zoe. Pensaba que Dana te lo había contado.
—¿Contarme qué?
—Que vamos a comprar la casa para abrir el negocio.
—¿Qué casa? ¿Qué negocio?
—La casa de Oak Leaf. Y nuestro negocio. Negocios, supongo. Mi galería, la librería de Dana y el salón de belleza de Zoe. Vamos a llamarlo ConSentidos.
—Tiene gancho —aprobó Jordan.
—No puedo creer que esté metiéndome en esto. —Se apretó el estómago—. No es muy propio de mí. Estoy aterrorizada. Bueno, no quiero llegar tarde. —Se acercó a Flynn, cogió su desconcertado rostro entre las manos y lo besó de nuevo—. Te llamaré más tarde. Esperamos que escribas un artículo sobre nuestra nueva empresa. Ha sido un placer conocerte, Jordan.
—Ha sido un grandísimo placer conocerte a ti, Malory. —La observó mientras recorría el vestíbulo hacia la puerta—. Bonitas piernas, ojos matadores y un brillo capaz de iluminar una caverna. Tienes una mujer llena de vida, colega.
Los labios de Flynn aún vibraban por el beso.
—Y ahora que la tengo, ¿qué voy a hacer con ella?
—Seguro que encontrarás una respuesta. —Apuró su taza de café—. O ella la encontrará.
—Sí. —Flynn se pasó una mano por el corazón. Había como un revoloteo en su interior—. Necesito más café, y después necesito hablar contigo y con Brad. No vais a creeros lo que he soñado esta noche.