10

Malory acababa de salir de la ducha cuando oyó que llamaban a la puerta. Se anudó el albornoz, cogió una toalla y se la enrolló en la cabeza mientras corría a abrir.

—Tod, te has levantado temprano.

—Iba de camino a la cafetería para comerme con los ojos a los oficinistas antes de entrar a trabajar. —Miró por encima del hombro derecho de Malory y después por el izquierdo, y le lanzó una sonrisa lasciva—. ¿Estás acompañada?

Malory lo invitó a pasar abriendo más la puerta.

—No. Estoy sola del todo.

—Ah, qué pena.

—Y que lo digas. —Se remetió los extremos de la toalla para que no se le cayera—. ¿Quieres tomar un café aquí? Ya he puesto la cafetera.

—No, a menos que puedas ofrecerme un café moka con leche desnatada y un bollito de avellanas.

—Lo siento, se me han terminado.

—Bien, tal vez debería limitarme a darte las buenas nuevas y luego seguir mi camino.

A pesar de sus palabras, se sentó en una silla.

—¡Oh! ¿Botas nuevas?

—Son fabulosas, ¿verdad? —Tod estiró las piernas y movió los pies de un lado a otro para admirarlas—. Me están matando, por supuesto, pero no pude resistirme a ellas. Di una vueltecita por Nordstrom’s el sábado. Querida, tienes que ir. —Se irguió y agarró la mano de Malory mientras ella se ovillaba en un rincón del sofá—. ¡Qué cachemira! Hay un jersey de cuello vuelto en vincapervinca que te está llamando a gritos.

—¿Vincapervinca? —Soltó un largo y hondo suspiro, como una mujer bajo las manos de un amante diestro—. No digas «cachemira vincapervinca» cuando estoy en medio de una moratoria consumista.

—Mal, si tú no te haces algún regalo, ¿quién te lo hará?

—Eso es verdad, eso es una gran verdad. —Se mordió un labio—. ¿Nordstrom’s?

—Y hay un conjunto de suéter y chaqueta de punto color rosa melocotón que está hecho para ti.

—Sabes que estoy totalmente indefensa ante esos conjuntos, Tod. Vas a arruinarme.

—Pararé, pararé. —Alzó las manos—. Pero para transmitirte el boletín informativo matinal, te diré que Pamela ha pisado a fondo una apestosa caca.

—Oh, vaya. —Malory se rebulló entre los cojines—. Cuéntamelo todo. No ahorres detalles.

—Como si pensara hacerlo… Allá vamos. Recibimos una escultura art déco de bronce, una figura femenina con un vestido a la moda de los años veinte: cinta con plumas en el pelo, perlas, magníficos zapatos sin puntera y un largo fular arrastrando. Con detalles ingeniosos y geniales, y una sonrisita pícara y astuta que parecía decir: «Vamos a bailar un charlestón, muchacho». Caí enamorado.

—¿Llamaste a la señora Karterfield de Pittsburgh?

—Ah, ¿lo ves? —Tod clavó un dedo en el aire, como si estuviera demostrando algo—. Naturalmente a ti se te habría ocurrido, o lo habrías hecho personalmente si siguieras al frente, que es lo que debería ser.

—Dejemos eso.

—Sí, por supuesto que llamé a la señora Karterfield, la cual, como era de esperar, me pidió que le reservásemos la escultura hasta que pudiese pasar a verla la semana siguiente. ¿Y qué es lo que ocurre siempre que la señora Karterfield aparece en La Galería para ver una figura art déco?

—Que la compra. Y a menudo al menos otra pieza más. Y si la acompaña alguna amiga, como suele ocurrir, ella misma la arenga hasta que también adquiere algo. Cuando la señora Karterfield viene al pueblo es un día de fiesta.

—Pamela vendió la pieza a sus espaldas.

A Malory le costó diez segundos recuperar la voz.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? La señora K. es una de nuestras mejores clientas, y siempre es la primera en ver los bronces art déco.

Los labios de Tod se plegaron en una sonrisa desdeñosa.

—«Más vale pájaro en mano». Eso es lo que la muy gilipollas me soltó cuando lo descubrí. ¿Y cómo lo descubrí? Te lo cuento —anunció con un timbre triunfante en la voz—: Lo descubrí ayer, cuando la señora K. se presentó inesperadamente para ver la figura. Me explicó que no había podido esperar, y llegó con dos amigas. ¡Dos, Mal! Podría echarme a llorar.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué es lo que dijo?

—La llevé a donde estaba la pieza y vi que tenía un cartel de «vendida» pegado a la base. Di por hecho que se trataba de un error, pero quise comprobarlo. Pamela la había vendido por la mañana. Al parecer, fue cuando yo estaba intentando calmar por teléfono a Alfred, porque Pamela «la Pútrida» lo había acusado de cobrar de más por el embalaje de los desnudos de mármol.

—¿Alfred? ¿Cobrar de más? —Malory se presionó con fuerza las manos contra las sienes—. No puedo resistirlo.

—Fue horrible, absolutamente horrible. Tardé veinte minutos en tranquilizarlo, e incluso después de eso no estaba seguro de que Alfred no irrumpiera en la tienda y la emprendiese a martillazos con Pamela. Quizá debiera haber dejado que lo hiciese. —Tod reflexionó, y después ahuyentó ese pensamiento agitando las manos—. De cualquier modo, mientras yo estaba ocupado con Alfred, Pamela vendió la figura de la señora K. a un desconocido. ¡A algún pirata, algún trotamundos proveniente de la calle! —Se echó hacia atrás, poniéndose una mano abierta sobre el pecho—. Todavía no puedo creerlo. Evidentemente, la señora K. estaba muy disgustada y pidió verte. Entonces tuve que explicarle que ya no estabas con nosotros. Y la caca se puso delante del ventilador. ¡Qué momento!

—¿La señora Karterfield quiso verme? Eso es muy agradable.

—Pues se vuelve más agradable. Pamela se quedó tocada, y las dos se metieron en harina. Y de qué manera. La señora K. quiso saber cómo podían haber vendido un objeto que ella tenía reservado. Pamela se puso insolente y afirmó que no era costumbre de La Galería reservar artículos sin un depósito en efectivo. ¿Te lo imaginas?

—¿Un depósito en efectivo? —Horrorizada, a Malory se le salían los ojos de las órbitas—. ¿Le dijo eso a una de nuestras clientas más antiguas y fiables?

—¡Exactamente! Entonces la señora K. contestó: «Bien, soy clienta de La Galería desde hace quince años, y siempre se ha dado por buena mi palabra. ¿Dónde está James?». Y Pamela: «Le ruego que me disculpe, pero la responsable soy yo». Y la señora K. replicó que si James había colocado a una imbécil al frente, era obvio que estaba senil.

—¡Oh, vaya con la señora K.!

—Mientras tanto, Julia fue corriendo a la trastienda para llamar a James y comunicarle que había un problema de lo más gordo. Pamela y la señora K. estaban a punto de llegar a las manos cuando James entró escopetado. Intentó calmar a las dos, pero estaban demasiado acaloradas. La señora K. aseguraba que no trataría con «esa mujer». Me encanta el modo en que lo pronunció: «Esa mujer». Era como música celestial. Y Pamela decía que La Galería era un negocio y que difícilmente podría funcionar al antojo de una clienta.

—Oh, Dios mío.

—James, frenético, prometía a la señora K. que iba a solucionar el problema, pero ella estaba furiosa. Tenía la cara de color morado. Le soltó a James que no volvería a poner un pie allí mientras «esa mujer» estuviera asociada a La Galería. Y… (esto te va a encantar) que si había permitido que una joya como Malory Price se le escapara de entre los dedos, entonces merecía estar fuera del negocio. Dicho eso, salió con aire majestuoso.

—¿Me llamó «joya»? —Encantada, Malory se abrazó a sí misma—. La adoro. Es una muy buena noticia, Tod. Esta sí que es una manera de empezar el día por todo lo alto.

—Aún hay más. James está cabreado. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste cabreado?

—Hum… Nunca.

—Bingo. —Tod golpeó el aire con un dedo—. James estaba blanco como una sábana y tenía la boca tensa. Con gesto severo y los dientes apretados, le dijo a Pamela… —Tod apretó sus mandíbulas como demostración—: «Necesito hablar contigo. Arriba».

—¿Qué respondió ella?

—Bueno, subió las escaleras despotricando. James la siguió y luego cerró la puerta, lo que resultó muy decepcionante. No pude oír mucho de lo que le decía, aunque subí y estuve merodeando con la esperanza de enterarme. Pero a ella se la oyó perfectamente cuando empezó a dar bramidos. «Estoy haciendo algo de este sitio —aulló—. Tú dijiste que yo era la responsable. Estoy harta de que me restrieguen por la cara el nombre de Malory Price a la primera ocasión. ¿Por qué cojones no te casaste con ella en vez de conmigo?».

—Oh. —Malory pensó en ese panorama durante un par de segundos—. Puaj.

—Luego se echó a llorar y dijo que estaba trabajando muy duro y que nadie lo apreciaba. Y salió corriendo. Yo apenas tuve tiempo de alejarme. Todo aquello era muy agotador, aunque también extrañamente estimulante.

—¿Lloró? Mierda. —Un gusanito de lástima comenzó a reptar por el pecho de Malory—. ¿Eran lágrimas de «estoy muy dolida y muy triste» o de «estoy muy encabronada»?

—Lágrimas de encabronada.

—Ah, vale. —Aplastó al gusanito sin ninguna compasión—. Probablemente me vaya al infierno por esto, ¿verdad?, por sacar tanto placer de toda esta historia.

—Nos agenciaremos juntos un bonito apartamento allí. Pero mientras continuemos vagando por el mundo con nuestra envoltura mortal creo que James va a pedirte que vuelvas. De hecho, Mal, estoy seguro.

—¿En serio? —El corazón le dio un brinco—. ¿Qué dijo?

—No es tanto lo que dijo como lo que no dijo. No salió corriendo en pos de la llorosa Pamela para secar sus brillantes ojos. Lo que hizo fue quedarse en La Galería el resto del día revisando la contabilidad.

Estaba muy serio cuando se marchó. De lo más serio. Yo diría que el Reino del Terror de Pamela está llegando a su fin.

—Este es un buen día. —Malory soltó un larguísimo suspiro—. Un día muy, pero que muy bueno.

—Y yo he de empezar con él. No te preocupes —añadió mientras se ponía en pie—. Te mantendré al día con boletines informativos. Mientras tanto, ¿recuerdas la pintura sobre la que estabas indagando? ¿El retrato?

—¿El qué? Oh, sí. ¿Qué ocurre?

—Te acordarás de que los dos pensábamos que había algo familiar en el cuadro. Ya sé qué es. ¿Recuerdas hace unos cinco años aquel lienzo al óleo sin firma? Aparecía el joven Arturo de Bretaña a punto de extraer Excalibur de un altar de piedra.

Malory sintió que unos dedos fríos le rozaban la nuca mientras rememoraba el cuadro.

—¡Dios mío! Me acuerdo, claro que me acuerdo. El color, la intensidad, el modo en que la luz latía alrededor de la espada.

—Resulta innegable que es del mismo estilo y la misma escuela que el que me enseñaste. Hasta podría ser del mismo pintor.

—Sí, sí, podría ser. ¿Cómo lo conseguimos? En el extranjero, ¿verdad? En Irlanda. James pasó varias semanas en Europa adquiriendo obras. Aquella fue la mejor pieza que se trajo consigo. ¿Quién la compró?

—Incluso mi agudísima memoria tiene sus límites, pero lo he buscado. Julia se la vendió a Jordan Hawke. Es escritor, ¿no? Un chico de esta región. Ahora vive en Nueva York, creo.

El estómago de Malory dio una vuelta, despacio.

—Jordan Hawke.

—Tal vez puedas contactar con Hawke a través de su editor, si quieres hablar con él sobre el cuadro. Bueno, tengo que irme, perita en dulce. —Se inclinó para darle un beso—. Comunícamelo en cuanto James te llame para arrastrarse a tus pies. Quiero todos los detalles.

Cuando Malory llegó al tercer piso de El Correo —donde Flynn tenía su despacho— había media docena de personas escribiendo ante el ordenador o hablando por teléfono. Ella vio inmediatamente a Flynn a través de las paredes de cristal.

Caminaba por delante de su escritorio de un lado a otro, pasando de la mano derecha a la izquierda un reluciente muelle Slinky plateado. Parecía estar manteniendo una conversación consigo mismo.

Malory se preguntó cómo podía soportar la falta de intimidad mientras trabajaba, aquella sensación de estar expuesto constantemente a la mirada. «Y además el ruido», pensó. Con todo el tecleo, los timbrazos, las conversaciones y los pitidos, ella se volvería loca intentando formular un solo pensamiento productivo.

No estaba segura de con quién debía hablar. Nadie en especial tenía aspecto de ser un ayudante o un secretario. A pesar del juguete retro con el que Flynn se entretenía en aquel momento, Malory cayó de pronto en la cuenta de que era un hombre ocupado. Un hombre importante. No uno al que ella pudiese ir a visitar sin previo aviso.

Mientras ella seguía allí, indecisa, Flynn se sentó en una esquina del escritorio sin dejar de pasarse el Slinky de la derecha a la izquierda, y vuelta otra vez. Tenía el pelo alborotado, como si hubiese estado jugueteando con él un rato antes de echar mano del muelle.

Llevaba una camisa verde oscuro metida en unos pantalones de sport color caqui y, muy posiblemente, las zapatillas de deporte más viejas que hubiera visto jamás.

Malory notó un rápido cosquilleo en el estómago, seguido por un impotente golpe sordo justo debajo del corazón. Se dijo que no había ningún problema en sentirse atraída por Flynn. Eso era aceptable. Lo que no podía consentir era que aquello llegara al punto al que se estaba dirigiendo a velocidad de vértigo. Eso no era juicioso, ni seguro. Ni siquiera…

Entonces él miró a través de la pared de cristal, sus ojos se encontraron con los de ella durante un ardiente segundo y luego sonrió. El cosquilleo y el golpe sordo se intensificaron.

Flynn giró la muñeca y el Slinky se replegó sobre sí mismo. Luego le hizo un gesto a Malory con la mano libre para que se acercara.

Ella serpenteó entre los escritorios y el barullo. Cuando atravesó la puerta abierta del despacho vio con alivio que Flynn no estaba hablando solo, sino a través de un teléfono de manos libres.

Por la fuerza de la costumbre, cerró la puerta a sus espaldas.

Después dirigió la mirada hacia el lugar de donde provenía un ronquido heroico, y vio a Moe despatarrado panza arriba entre dos archivadores.

¿Qué haces con un hombre que se lleva a su enorme y estúpido perro a trabajar con él? O para ser más precisos: ¿cómo puedes resistirte a un hombre así?

Flynn alzó un dedo para indicar que tardaría un minuto más, de modo que Malory se tomó ese tiempo para examinar su área de trabajo. Había un tablero de corcho grandísimo en una de las paredes saturado de notas, artículos, fotografías y números de teléfono. Los dedos de Malory se morían de ganas por ponerse a organizar el tablero, al igual que el laberinto de papeles de la mesa.

Los estantes estaban repletos de libros, muchos de los cuales parecían publicaciones de derecho y medicina.

Había guías telefónicas de varios condados de Pensilvania, libros de citas fangosas, de cine y de música.

Aparte del Slinky, vio un yoyó y unas cuantas figuritas bélicas de acción. Había bastantes placas y premios —para el periódico y para Flynn personalmente— amontonados juntos, como si no hubiese tenido tiempo de colgarlos. Aunque Malory tampoco sabía dónde los habría colgado ella, pues la poca pared que quedaba libre estaba ocupada por el tablero de corcho y un calendario casi igual de grande que mostraba el mes de septiembre.

Se giró cuando Flynn concluyó la llamada. Y cuando avanzó hacia ella, retrocedió. Él se detuvo.

—¿Problemas?

—No. Quizá. Sí.

—Elige una de las tres cosas —sugirió.

—He sentido un cosquilleo en el estómago al verte aquí dentro.

La sonrisa de Flynn se ensanchó.

—Gracias.

—No, no. No sé si estoy preparada para eso. Tengo muchas cosas en la cabeza. No he venido hasta aquí para hablar de eso, pero… ¿Ves?, ya me he distraído.

—Espera un poco —dijo él cuando el teléfono sonó de nuevo—. Hennessy. Ajá, ajá. ¿Cuándo? No, no hay problema —continuó, y garabateó algo en un bloc que desenterró de en medio del desastre de la mesa—. Me encargaré de eso. —Colgó y después desconectó el teléfono—. Esta es la única manera de acabar con la bestia. Cuéntame más cosas de ese cosquilleo.

—No. Para empezar, no sé por qué te he hablado de eso. Estoy aquí por Jordan Hawke.

—¿Qué pasa con él?

—Compró un cuadro en La Galería hará unos cinco años.

—¿Un cuadro? ¿Estamos hablando del mismo Jordan Hawke?

—Sí. Es una pintura del joven Arturo a punto de sacar la espada de la roca. Creo…, estoy casi segura de que es obra del mismo autor del cuadro del Risco del Guerrero y del de tu amigo. Necesito verlo otra vez. Fue hace años, y quiero asegurarme de que recuerdo los detalles correctamente y de que no los estoy añadiendo porque me conviene.

—Si tienes razón, es una grandísima coincidencia.

—Si tengo razón, no es una coincidencia en absoluto. Hay una intención en esto, en todo esto. ¿Puedes ponerte en contacto con él?

Como su cerebro estaba funcionando a toda prisa entre los detalles y las posibilidades, Flynn se ocupó otra vez las manos con el Slinky.

—Sí. Si está trabajando, puede costar un poco; pero lo localizaré. No sabía que Jordan hubiese estado en La Galería.

—Su nombre no aparece en nuestra lista de clientes, así que debió de tratarse de un hecho excepcional. En mi opinión, eso solo lo vuelve más importante. —La emoción le ascendió por la garganta y se plasmó en su voz—. Flynn, yo estuve a punto de comprar ese cuadro. En aquel momento no estaba al alcance de mi presupuesto, pero me puse a hacer cálculos de lo más creativos para justificarme la adquisición. Lo vendieron en mi mañana libre, justo antes de que hubiese decidido ir a hablar con James y preguntarle si podría quedármelo con algún plan de financiación. Tengo que creer que todo esto significa algo.

—Conseguiré localizar a Jordan. Apostaría que lo compró para alguien. Al contrario que Brad, él no está muy metido en el mundo del arte. Tiene tendencia a viajar ligero de equipaje y limita sus compras al mínimo.

—Necesito ver el cuadro otra vez.

—Entendido. Estoy en ello. Averiguaré lo que pueda hoy y te pondré al día durante la cena.

—No. Eso no es una buena idea. En realidad es una idea malísima.

—¿Cenar es una mala idea? La gente ha abrazado con fervor el concepto de comer por la noche a lo largo de la historia. Hay documentación al respecto.

—La parte mala es la de nosotros dos cenando juntos. Necesito reducir la velocidad.

Flynn dejó el juguete. Desplazó el cuerpo y cuando ella reaccionó para mantener la distancia la agarró de la mano y la atrajo hacia sí.

—¿Alguien te está metiendo prisa?

—Más bien algo. —Su pulso empezó a dar brincos en las muñecas, en la garganta, incluso en la parte interna de las rodillas, repentinamente temblorosas. En los ojos de Flynn brillaba cierta calma calculadora que le recordó que él siempre solía pensar en uno o dos pasos más adelante—. Mira, este es mi problema, no el tuyo, y… Detente —ordenó cuando él le puso la mano en la nuca con firmeza—. Este no es el mejor lugar para…

—Son periodistas. —Inclinó la cabeza hacia la pared de cristal que había entre su despacho y la sala de redacción—. Y como tales están al corriente de que yo beso a las mujeres.

—Creo que estoy enamorada de ti.

Malory notó que la mano de Flynn daba una sacudida y luego se aflojaba. Vio cómo la alegría y la determinación de su rostro se transformaban en una confusa conmoción. Entonces sintió que los demonios gemelos del dolor y la rabia le apuñalaban el corazón.

—Mira —dijo herida—, ahora lo he convertido también en tu problema.

Se apartó de Flynn, lo que resultó muy sencillo, pues él ya no la tocaba.

—Malory…

—No quiero oírlo. No necesito oírte decir que es demasiado pronto, que va demasiado rápido, que no buscas una relación de ese tipo. No soy idiota, me conozco todas las frases que se usan para dar calabazas. Y yo no me encontraría ahora en esta situación si desde el principio tú hubieras aceptado un no como respuesta.

—Espera un minuto. —El pánico se reflejaba en su rostro y en su voz—. Tomémonos un segundo.

—Tómate un segundo. —La vergüenza iba sobrepasando con rapidez al daño y la rabia—. Tómate una semana, tómate el resto de tu vida. Pero tómatelo en algún lugar donde no esté yo.

Y salió hecha una furia del despacho. Como Flynn seguía atenazado por un miedo aterrador, ni siquiera se planteó ir detrás de ella.

¿Enamorada de él? No estaba previsto que fuera a enamorarse de él. Lo que se suponía es que se dejaría seducir por él y acabaría en su cama, y que sería lo bastante sensata como para mantener las cosas en el plano más sencillo. Se suponía que iba a ser lo bastante cuidadosa, práctica e inteligente para impedir que él se enamorase de ella.

Flynn había elaborado todo un plan, y ahora Malory estaba echándolo a perder. Cuando su compromiso con Lily se fue a pique, se hizo a sí mismo unas promesas muy específicas. La primera de ellas fue asegurarse que no se vería de nuevo en la misma situación, una situación en la que fuese vulnerable a los deseos y caprichos de otra persona; hasta el punto de que los suyos propios habían acabado hechos añicos a su alrededor.

Su vida no era para nada como él había pensado que sería. Las mujeres —su madre, Lily— le habían cambiado el guión. Pero, maldita sea, ahora le gustaba esa vida.

—Mujeres —disgustado, se dejó caer sobre la silla de detrás del escritorio—, no hay forma de entenderlas.

—Hombres, quieren que todas las cosas se hagan a su manera.

Dana levantó su vaso de vino en dirección a Malory:

—Conviértelo en tu canción, hermana.

Horas después de que hubiese salido indignada del despacho de Flynn, Malory estaba aliviando su orgullo herido con una deliciosa botella de Pinot Grigio, compañía femenina y tratamientos de belleza en el confort de su propia casa.

Había unas cuantas cosas de las que hablar, pero no podía pensar en cuadros, llaves y destinos hasta que no hubiese desahogado su cólera.

—No me importa que sea tu hermano. Sigue siendo un hombre.

—Lo es. —Dana miró su copa tristemente—. Lamento decirlo, pero lo es. Toma más patatas fritas.

—Sí. —Con el pelo recogido hacia atrás y la cara cubierta por una mascarilla purificante de arcilla verde, Malory bebió y comió. Observó las tiras de papel de aluminio que Zoe estaba poniendo en el cabello de Dana—. Tal vez yo también debería hacerme reflejos.

—No los necesitas —respondió Zoe, y aplicó tinte a otro mechón de la melena de Dana—. Lo que necesitas es darte forma.

—Pero dar forma implica tijeras.

—Ni siquiera notarás que te he cortado el pelo; solo parecerá y estará mucho mejor.

—Déjame que antes beba un poco más, y que vea cómo queda cuando hayas finiquitado el de Dana.

—No digas «finiquitar» en una frase sobre mi cabello —advirtió Dana—. ¿Vas a contarnos por qué habéis discutido Flynn y tú?

—Él solo quiere sexo —respondió con desdén—. Típico.

—Cerdo. —Dana metió la mano en el cuenco de patatas—. Echo muchísimo de menos el sexo.

—Yo también. —Zoe le enrolló otra tira de papel de aluminio—. No solo la parte del sexo, sino también la parte que lo precede y la de cuando caes en él. Previamente, la ilusión, la anticipación y los nervios. Toda esa piel, los movimientos y los hallazgos. Y esa sensación de estar colmada y flotando después. Eso lo añoro mucho.

—Necesito otra copa. —Malory cogió la botella—. Llevo cuatro meses sin sexo.

—Pues yo te gano. —Dana levantó la mano—. Siete y medio, y seguimos contando.

—¡Qué par de guarrillas! —exclamó Zoe con una carcajada—. Intentadlo un año y medio.

—¡Oh, uf! —Dana alcanzó la botella y llenó hasta arriba su vaso y el de Zoe—. No, muchísimas gracias, pero no creo que quiera probar un año y medio de abstinencia.

—No es tan malo si te mantienes ocupada. —Zoe le dio unas palmaditas en el hombro—. Ahora has de quedarte así un rato. Relájate mientras le retiro la mascarilla a Malory.

—Hagas lo que hagas, asegúrate de dejarme fantástica. Quiero que Flynn sufra la próxima vez que me vea.

—Te lo garantizo.

—La verdad es que es muy amable por tu parte hacernos todo esto.

—Me gusta. Es una buena práctica.

—No digas «práctica» cuando tengo la cabeza repleta de papel de aluminio —protestó Dana con la boca llena de patatas fritas.

—Será estupendo —la tranquilizó Zoe—. Quiero tener un salón que dé un servicio integral, y he de estar segura de que puedo encargarme de todos los tratamientos que deseo ofrecer. Hoy he visto un edificio magnífico. —En su rostro apareció una expresión soñadora mientras aclaraba y secaba la piel de Malory—. Era demasiado grande para lo que necesito, pero estupendo de todos modos. Dos plantas y un enorme desván. Una casa de madera justo en el límite de la zona residencial y comercial de Oak Leaf Drive. Tiene un maravilloso porche cubierto, incluso un jardín en la parte trasera donde podrían ponerse mesas y bancos. Techos altos, sólidos suelos de madera que necesitan pulirse. En la planta baja, las habitaciones parecen volcarse unas en otras, como si el espacio fluyera en una especie de agradable corriente que conserva su intimidad.

—No sabía que ya hubieses empezado a buscar locales —dijo Malory.

—Solo estoy mirando. De los sitios que he visto, ese es el primero que me ha cautivado, ¿sabes?

—Sí, lo entiendo; pero si resulta demasiado grande y de verdad es el que te gusta, podrías compartirlo con alguien que abriera otro negocio.

Zoe se puso a humedecer con un pulverizador el rostro limpio de Malory.

—He pensado en eso. En realidad, tengo una idea descabellada. No me digáis que estoy loca hasta que haya acabado. Las tres dijimos que lo que querríamos sería tener nuestro propio negocio.

—Oh, pero…

—No hasta que haya acabado —interrumpió Zoe a Malory mientras le aplicaba crema en el contorno de los ojos a toquecitos—. La planta baja tiene dos preciosos miradores, perfectos como escaparates. Hay un vestíbulo central, y a ambos lados están esas agradables habitaciones. Si alguien estuviese interesado en abrir una exquisita galería de arte y artesanía local, no podría encontrar un sitio mejor. Al mismo tiempo, al otro extremo del vestíbulo hay un magnífico conjunto de salas que serían una librería genial, con espacio para una cafetería a la última.

—No he oído nada de un salón de belleza ahí —apuntó Dana, que estaba escuchando con atención.

—Arriba. Cuando alguien vaya a arreglarse el pelo o las uñas, o a disfrutar de cualquiera de nuestros numerosos y extraordinarios tratamientos y servicios, tendrá que pasar por delante de la galería y la librería; al subir y al bajar. Será un momento perfecto para escoger un regalo encantador para la tía Mary, o para elegir un libro que leer mientras la peinan; quizá incluso para tomar una buena copa de vino o una taza de té antes de regresar a casa. Todo está allí, en un escenario fabuloso.

—Sí que has estado pensando —murmuró Malory.

—Desde luego que sí. Incluso tengo un nombre: ConSentidos. La gente necesita regalarse los sentidos de vez en cuando, consentirse un capricho. Podríamos hacer envoltorios y promociones conjuntas. Sé que es una idea loca, especialmente porque no nos conocemos desde hace demasiado tiempo. Pero creo que podría funcionar. Creo que podría ser genial. Solo quiero que veáis la casa antes de decirme que no.

—A mí me gustaría verla —dijo Dana—. Me siento desgraciada en el trabajo. ¿Y de qué sirve ser desgraciada?

Malory casi podía ver la energía y el entusiasmo que irradiaba Zoe en oleadas. Había una docena de comentarios racionales con los que podía señalar por qué no solo era una idea loca, sino también problemática. Aunque no tenía corazón para exponerlos, se sintió obligada a rebajar con cuidado aquel excesivo optimismo.

—No quiero fastidiar nada, pero estoy bastante segura de que van a pedirme que vuelva a La Galería. De hecho, mi exjefe me ha llamado a primera hora de la tarde para preguntarme si mañana podría ir a hablar con él.

—¡Oh! Bien. Eso es estupendo. —Zoe se colocó detrás de la silla de Malory y empezó a pasarle los dedos por el pelo para comprobar su peso y caída—. Sé que te encanta trabajar allí.

—Era como mi hogar, —Malory levantó su mano y la puso sobre la de Zoe—. Lo lamento. Sonaba como una buena idea. Una idea divertida, pero…

—No te preocupes por eso.

—¡Eh! —Dana agitó una mano—. ¿Os acordáis de mí? Yo sigo interesada. Puedo echar una ojeada a ese lugar mañana. Quizá podamos lograr ponerlo en marcha entre las dos.

—Genial. Mal, vamos a mojarte el pelo.

Malory se sentía demasiado culpable para protestar, y con el cabello húmedo permaneció sentada estoicamente mientras Zoe daba tijeretazos.

—Será mejor que os cuente por qué he ido esta mañana al periódico para ver a Flynn, a quien no pienso volver a dirigir la palabra.

Zoe continuó cortando mientras Malory les explicaba lo del cuadro en La Galería y su convicción de que era obra del mismo artista que el del Risco del Guerrero.

—Nunca adivinaríais quién lo compró —prosiguió—: Jordan Hawke.

—¡Jordan Hawke! —chilló Dana—. Mierda, ahora quiero chocolate. Debes de tener algo.

—Provisión de emergencia: cajón del fiambre del frigorífico. ¿Cuál es el problema?

—Estuvimos medio liados hace un millón de años. Joder, joder, joder —repitió Dana mientras abría de un tirón el cajón y encontraba dos tabletas de Godiva—. ¿Tu chocolate de emergencia es Godiva?

—¿Por qué no tener de lo mejor para cuando te sientes de lo peor?

—Buena idea.

—¿Estuviste liada con Jordan Hawke? —quiso saber Zoe—. ¿De un modo romántico?

—Fue hace años, cuando yo era joven y tonta. —Dana desenvolvió la tableta y mordió con ganas—. Una mala ruptura: él se largó. Fin de la historia. Cabrón, gusano, gilipollas. —Dio otro mordisco—. Vale, estoy bien.

—Lo siento, Dana. Si hubiese sabido… Bueno, la verdad es que no sé qué habría hecho. Necesito ver el cuadro.

—No importa. Yo estoy por encima de él, muy por encima.

Pero volvió a coger la tableta de chocolate y le dio un nuevo mordisco.

—He de decir algo, y quizá después de oírlo quieras la segunda tableta de emergencia, Dana. Yo no veo una coincidencia en esto. No puedo racionalizarlo. Nosotras tres… y Flynn, tu hermano. Ahora sus dos mejores amigos. Y uno de esos amigos es un antiguo amante tuyo. Eso conforma un círculo muy estrecho y cerrado.

Dana la miró sin pestañear.

—Déjame dejar constancia de que odio absolutamente esa parte. ¿Tienes otra botella de este vino?

—Sí, en el estante de encima de la nevera.

—Me iré andando a casa o llamaré a Flynn para que venga a recogerme; pero estoy planeando irme de aquí borracha.

—Yo te llevaré a casa —se ofreció Zoe—. Adelante, emborráchate, pero habrás de estar lista para irnos a las diez.

—¡Tu pelo tiene un aspecto fabuloso!

Balanceándose un poco por haber acompañado a Dana en el consumo de vino, Malory agitó los dedos ante el nuevo peinado de su amiga. Los sutiles reflejos dorados acentuaban el tono moreno de la piel de Dana y sus ojos oscuros. Como resultado de lo que habían hecho los dedos mágicos de Zoe, la larga y lacia melena parecía aún más lisa y brillante.

—Confiaré en tu palabra, porque yo estoy bastante ciega.

—El mío también ha quedado magnífico. Zoe, eres un genio.

—Sí, lo soy. —Ruborizada por el éxito, Zoe asintió con la cabeza—. Usa por la noche, durante un par de días, la muestra de crema nutritiva que te he dado —le dijo a Malory—. Ya me dirás qué te parece. Vamos, Dana, veamos si puedo meterte en el coche.

—Hum, vale. Me caéis muy bien, chicas. —Con una sonrisa ebria y sentimental, Dana las rodeó con ambos brazos—. No se me ocurre nadie con quien prefiriera estar metida en este embrollo. Cuando esto haya terminado, deberíamos disfrutar de una velada de peluquería y alcohol una vez al mes. Como un club de lectura.

—Buena idea. Buenas noches, Mal —se despidió Zoe.

—¿Quieres que te ayude con Dana?

—No. —Sujetó a Dana pasándole un brazo por la cintura—. Puedo con ella. Soy más fuerte de lo que parece. Te llamaré mañana.

—¡Yo también! ¿Os he dicho que Jordan Hawke es un capullo?

—Solo unas quinientas veces. —Zoe salió para conducirla hasta el coche—. Puedes decírmelo otra vez de camino a casa.

Malory cerró la puerta, echó el pestillo lentamente y luego se dirigió a su habitación haciendo eses. Incapaz de resistirse, se plantó delante del espejo e hizo pruebas con su nuevo corte de pelo, colocándoselo de distintas formas y ladeando la cabeza en diferentes ángulos.

No podía decir con exactitud qué le había hecho Zoe, pero, fuera lo que fuese, estaba bien. Tras reflexionar, se dijo que quizá valiese la pena mantener la boca cerrada en vez de estar controlando cada tijeretazo de la peluquera.

Tal vez debería sentirse culpable y beber vino siempre que fuese a la peluquería. Y podía probar esa combinación en otras áreas de su vida: en el dentista, al pedir en un restaurante, con los hombres. No, no, con los hombres no. Se puso mala cara en el espejo. Si no controlas a los hombres, ellos te controlan a ti. Además, no iba a pensar en hombres. No los necesitaba. En ese preciso momento ni siquiera le gustaban.

Por la mañana pasaría una hora trabajando en el enigma de la llave. Después se vestiría, con mucho esmero, muy profesionalmente. Decidió que se pondría un traje: el gris tórtola con una blusa blanco nácar. No, no: el rojo. Sí, el traje rojo. Impactante y profesional.

Fue corriendo al vestidor y buscó en el guardarropa, que estaba organizado minuciosamente según la función y el color. Regresó bailando ante el espejo con el traje en la mano y lo sujetó delante de ella.

—James —empezó a decir mientras intentaba exhibir una expresión comprensiva y distante a la vez—, lamento mucho oír que La Galería está hecha unos zorros sin mí. ¿Que vuelva? Bueno, no sé si eso es posible. Tengo muchas otras ofertas. Oh, por favor, por favor, no me supliques de rodillas. Es muy embarazoso. —Se ahuecó el pelo—. Sí, ya sé que Pamela es de lo peor. Todos lo sabemos. Bien, supongo que si las cosas están tan, pero que tan mal, tendré que echarte una mano. Vamos, vamos, no llores. Todo irá bien. Todo será perfecto de nuevo. Como debería ser.

Soltó una risa burlona y, contenta porque pronto todo su mundo volvería a estar en orden, se dispuso a prepararse para meterse en la cama.

Se desvistió y se obligó a dejar la ropa ordenada en vez tirarla de cualquier manera por el dormitorio. Cuando oyó que llamaban a la puerta principal, solo llevaba puesto un camisón blanco de seda. Suponiendo que era alguna de sus amigas que se había olvidado algo, descorrió el pestillo y abrió la puerta. Y parpadeó al encontrarse con un Flynn de semblante serio.

—Quiero hablar contigo.

—Pues a lo mejor yo no quiero hablar contigo —replicó ella procurando pronunciar las palabras por separado en vez de arrastrarlas.

—Necesitamos solucionar esto si vamos a… —Se quedó mirándola: el cabello deliciosamente alborotado, el rostro encendido, las esbeltas curvas debajo de la ajustada seda blanca… y la mirada ausente y vidriosa—. ¿Qué? ¿Estás borracha?

—Solo estoy medio borracha, lo cual es, ni más ni menos, asunto mío y mi derecho. Tu hermana está borracha del todo, pero no tienes por qué preocuparte de ella porque Zoe, que no está borracha en absoluto, la ha llevado a casa.

—Hacen falta incontables cervezas o una botella entera de vino para emborrachar a Dana.

—Eso parece, y en este caso ha sido vino. Ahora que ya hemos dejado claro todo eso, te recordaré que yo solo estoy medio ebria. Entra y aprovéchate de mí.

Flynn soltó lo que podría haber sido una carcajada y decidió que el mejor sitio para sus manos —bueno, si no el mejor al menos el más sensato— estaba dentro de sus bolsillos.

—Es una invitación encantadora, preciosa, pero…

Ella resolvió la cuestión agarrándolo con firmeza de la camisa y atrayéndolo de un buen tirón.

—Entra —repitió, y luego pegó su boca a la de él.