Proyecto de placa conmemorativa

Tras una larga ausencia volví a la ciudad gris e inmortal. Mis pies se posaron con timidez sobre el lomo de su empedrado. Me sostuvo. ¡Me habéis reconocido, piedras! En ciudades extranjeras, caminando por los amplios bulevares, mis pies tropezaron con frecuencia donde no tropieza nadie. Los transeúntes volvían la cabeza sorprendidos; pero yo lo sabía: erais vosotras. Surgíais de pronto del asfalto y volvíais después a hundiros en sus profundidades.

La calle. El aljibe. La vieja casona. Sus vigas, sus suelos, sus pretiles gemían quedamente, muy quedamente, con un crujido constante, monótono. ¿Qué tienes? ¿Qué te duele? Parecía quejarse de que le dolieran sus huesos y sus miembros seculares.

La abuela Selfixe, Xexo, la tía Xemo, la abuela mayor, doña Pino… Ya no están aquí. Pero entre las encrucijadas, por los rincones de los muros, me ha parecido ver unos contornos conocidos, algo semejante a rasgos humanos, a sombras de mejillas y de ojos. Están allí, perdurables, petrificados en los muros, junto con las huellas que han dejado sobre ellos los terremotos, los inviernos y las tempestades humanas.