Los italianos volvieron a entrar en la ciudad. La carretera se llenó una mañana de mulas, caravanas de soldados y cañones. Arriaron en la torre de la prisión la bandera con la cruz de Grecia y pusieron otra vez la tricolor de Italia.

Era fácil concluir que no se trataba de una entrada provisional. Inmediatamente detrás del ejército llegaron, unos tras otros, la sirena de alarma, el proyector, la batería antiaérea, las monjas y las chicas de la casa de prostitución. Tan sólo el campo del aeropuerto no volvió a ocuparse. En lugar de los aviones militares, vino un solo y sorprendente aeroplano de color naranja con el tronco largo, las alas cortas y tremendamente feo, al que la gente bautizó como el «bulldog». Erraba solitario por las pistas del aeropuerto, como un huérfano.