¿Qué era aquella nostalgia dispersa de un extremo a otro del espacio repleto de lluvia? El campo desértico estaba allí lleno de pequeños charcos. A veces creía oír su ruido. Corría hacia la ventana, pero en el horizonte no había más que nubes inútiles.
¿No lo habrán derribado y agoniza ahora en alguna ladera con el esqueleto de las alas encogido bajo la panza? Había visto una vez en el campo las largas extremidades de un pájaro muerto. Los huesos eran finos, lavados por la lluvia. Una parte estaba cubierta de barro.
¿Dónde estaría?
Sobre el campo, que antes mantenía vínculos con el cielo, erraba ahora algún girón de niebla.
Un día volvieron a soltar las vacas. Se movían lentamente, como manchas calladas de color café, rebuscando las últimas briznas de hierba en los márgenes de la pista de asfalto. Por primera vez sentí odio contra las vacas.
La ciudad cansada y sombría había pasado varias veces de las manos de los italianos a las de los griegos, y viceversa. Bajo la indiferencia general se cambiaban las banderas y el dinero. Nada más.