Ni en casa ni en el barrio había cambiado nada, pero en la llanura, al otro lado del río, estaba ocurriendo algo. Lo primero que saltaba a la vista era la desaparición de las vacas que habitualmente pastaban en aquel lugar. Además, estaban retirando los almiares de hierba. Unos cuantos camiones iban y venían por el llano. Por fin, poco a poco, alcanzaba a vislumbrarse algo. Una palabra nueva, completamente desconocida, creada a partir de las palabras «aire» y «puerto», se escuchaba aquí y allá. Por fin, todo se aclaró: en la llanura, del otro lado del río, a los pies de la ciudad, se estaba construyendo un aeropuerto.
Los transeúntes se detenían a menudo en las calles y callejas, se volvían hacia el río y observaban pensativos durante largo rato.
Había hecho su aparición un nuevo invitado. Era un invitado extraordinario, tendido en el llano, casi invisible. Si no hubieran quitado las vacas y los montones de hierba, quizá no se hubiera percibido siquiera su llegada. Sentía nostalgia de las vacas.
—¿Y por qué se llama aeropuerto?
Los ojos grises de Javer quedaron pensativos.
—Porque es para los aeroplanos como un puerto, a través del cual entran en la ciudad.
Un invitado, ¿para bien o para mal? Había llegado boca abajo, sin ruido. Miles de ojos perplejos lo observaban sin acabar de entender su aparición. Tendido sobre la explanada en toda su longitud, incomprensible y peligroso, desde ese momento iba a perturbamos a todos.
—Preparativos de guerra.
—Quizá. También es posible que sea para defender la ciudad.
—No lo creo. Es un signo de guerra.
—Quizá. No obstante, mucha gente ha encontrado trabajo allí y gana dinero.
—Ese dinero es una deuda con la muerte.
Era una conversación entre dos desconocidos.
Entretanto se hablaba cada vez más del aeropuerto. Y sólo cuando se utilizó por primera vez la expresión «el campo del aeropuerto», la gente se apercibió de que hasta entonces aquel llano no había tenido nombre. Como si durante largo tiempo hubiese estado esperando los aviones para ser bautizado.