—Toma Francia y Canadá y dame Luxemburgo.
—¡No, hombre! Te gusta Luxemburgo ¿eh?
—Bueno, si quieres.
—Si me das Abisinia por dos Polonias, podemos discutirlo.
—Abisinia no te la doy. Llévate Francia y Canadá por dos Polonias.
—No.
—Entonces, devuélveme la India, que te di ayer a cambio de Venezuela.
—¿La India? Toma, quédatela. ¿Para qué quiero la India? Si quieres que te diga la verdad, anoche me arrepentí.
—No te habrás arrepentido también con respecto a Turquía…
—Porque la he vendido; si no, te la devolvería.
—Muy bien, entonces tampoco te entrego Alemania, como te dije ayer. La partiré en pedazos y te quedarás sin nada.
—¡Oh!, ¡si crees que Alemania me importa algo!
Llevábamos una hora peleándonos y regateando con los sellos de correos en mitad de la calle. Discutíamos aún cuando pasó Javer y nos dijo riendo:
—¿Qué, os estáis repartiendo el mundo?