EL coronel Melchett y yo la miramos sorprendidos.
—¿Una trampa? ¿De qué clase?
Miss Marple se mostraba algo esquiva, pero se comprendía que tenía un plan cuidadosamente ideado. Dirigiéndose a Melchett, sugirió:
—Supongamos que míster Redding fuese llamado por teléfono y avisado.
El coronel Melchett sonrió.
—«¡Todo está descubierto! ¡Huya!» Esto es muy viejo, miss Marple, aunque no he de negar que sigue teniendo éxito. Pero creo que Redding es demasiado listo para dejarse coger de esta manera.
—Debiera ser algo específico, desde luego —murmuró miss Marple—. Yo sugeriría que el aviso le llegara de quien se sepa que posee puntos de vista algo fuera de lo corriente en estos asuntos. La conversación con el doctor Haydock llevaría a algunos a creer que acaso él considere el asesinato desde un ángulo especial. Si él insinuara que alguien, mistress Sadler o alguno de sus hijos, observó el cambio de sellos medicinales, esto no significaría nada para Redding de ser inocente; pero si no lo es…
—¿Qué?
—Acaso cometa alguna tontería.
—Y se ponga en nuestras manos. Es posible, miss Marple. Su idea es muy ingeniosa. ¿Se prestará Haydock a ello? Como usted dice, sus puntos de vista…
Miss Marple le interrumpió con aire decidido.
—¡Eso es simple teoría! La práctica es siempre muy distinta, ¿no cree usted? Pero mire, aquí viene. Se lo podemos preguntar ahora mismo.
Me pareció que Haydock se sorprendió al ver a miss Marple con nosotros. Tenía aspecto cansado.
—Ha sido un caso difícil —dijo—. Pero se salvará. Cumplí con mi obligación al volverle a la vida, pero me hubiera alegrado haber fracasado.
—Acaso piense usted de distinta manera cuando oiga lo que tenemos que comunicarle —observó Melchett.
Breve y sucintamente, Melchett le expuso la teoría de miss Marple acerca del asesinato, finalizando el relato con su sugerencia.
Entonces pudimos ver lo que miss Marple llamaba diferencia entre la teoría y la práctica. Los puntos de vista de Haydock parecieron haber sufrido una transformación radical. Demostró querer ver a Redding en manos del verdugo. No fue tanto el asesinato de Protheroe como el intento contra el pobre Hawes lo que, en mi opinión, excitó hasta tal punto su ira.
—¡Ese condenado pillo! —exclamo Haydock—. ¡Hacer esto al pobre Hawes! Tiene madre y hermana, y el estigma de ser la madre y hermana de un asesino les hubiera manchado de por vida. ¡Pobres mujeres! ¡Es el gesto más cobarde y ruin que conozco!
Hizo una pausa para recobrar el aliento.
—Si lo que me han relatado es verdad —prosiguió—, cuenten conmigo para cualquier cosa. Ese individuo no merece vivir. ¡Pobre Hawes, que es el ser más indefenso que conozco!
Estaba animadamente ultimando detalles con Melchett cuando miss Marple se levantó para marcharse. Yo insistí en acompañarla.
—Es usted muy amable, míster Clement —dijo miss Marple mientras caminábamos por la desierta calle—. Ya han dado las doce. Espero que Raymond se haya acostado.
—Debiera haberle acompañado —dije.
—No le comuniqué adónde me dirigía —repuso.
Sonreí al recordar el sutil análisis que Raymond West había hecho del caso.
—Si su teoría resulta ser cierta, lo que no dudo ni por un solo momento —dije—, se habrá usted apuntado un buen tanto sobre su sobrino.
Miss Marple sonrió indulgente.
—Recuerdo lo que decía mi tía abuela Fanny. Yo no tenía sino dieciséis años entonces y pensé que sus palabras eran muy tontas.
—¿Sí? —dije animándola.
—Acostumbraba decir: «La gente joven cree que los viejos son tontos, pero los viejos saben que los jóvenes lo son».