CAPÍTULO IX

DESPUÉS de dejar un mensaje en la comisaría, el jefe de policía anunció su intención de visitar a miss Marple.

—Será preferible que venga usted conmigo, vicario —dijo—. No quiero poner nerviosa a una de sus devotas feligresas. Su presencia lo evitará.

Sonreí. A pesar de su frágil aspecto, miss Marple es capaz de contender con cualquier agente o jefe de policía, sin ayuda de nadie.

—¿Cómo es? —preguntó el coronel al pulsar el timbre—. ¿Puede creerse lo que diga o debemos dudar de ello?

Medité un momento.

—Creo que puede hacérsele caso —dije cautelosamente—. Es decir, cuando hable de lo que ella haya visto. Después, cuando se refiera a lo que piense… Eso es ya otro asunto. Tiene una gran imaginación y sistemáticamente piensa mal de todo el mundo.

—El tipo clásico de la solterona —dijo Melchett, soltando una carcajada—. Las conozco sobradamente, después de haber asistido tantas veces a sus tés.

Una pequeña criada abrió la puerta y nos acompañó a un reducido salón.

—Demasiados muebles —observó el coronel Melchett, mirando a su alrededor—. Algunos de ellos son muy buenos.

En aquel momento se abrió la puerta y miss Marple hizo su aparición.

—Siento mucho tener que molestarla, miss Marple —dijo el coronel, después que hube hecho su presentación, adoptando unas absurdas maneras militares que creía atraían a las viejas señoras—. No tengo más remedio que cumplir con mi deber.

—Desde luego, desde luego —repuso miss Marple—. Comprendo perfectamente. ¿No quieren ustedes sentarse? ¿Puedo ofrecerles una copita de licor con cerezas? Lo hago yo misma con una receta que me dejó mi abuela.

—Muchísimas gracias, miss Marple. Es usted muy amable, pero no acostumbro a tomar nada antes de comer. Ahora quisiera hablarle de ese desgraciado asunto, muy desgraciado, por cierto. Estoy seguro de que todos lo deploramos. Parece que, debido a la situación de su casa y jardín, quizá puede usted decirnos algo que nos convenga saber de lo sucedido ayer por la tarde.

—En realidad, ayer estuve en el jardín desde las cinco de la tarde y, naturalmente, desde allí es imposible dejar de ver lo que sucede en la casa vecina.

—Creo, miss Marple, que mistress Protheroe pasó por aquí ayer por la tarde.

—Sí, señor. Hablé con ella y admiró mis rosas.

—¿Puede usted decirnos a qué hora fue?

—Creo que era un minuto o dos después de las seis y cuarto. Sí, eso es. El reloj de la iglesia acababa de dar las seis y cuarto.

—¿Qué sucedió después?

—Mistress Protheroe dijo que iba a buscar a su esposo para regresar juntos a su casa. Vino por el sendero y se dirigió a la vicaría por la puerta trasera, cruzando el jardín.

—¿Por el sendero?

—Sí. Véalo usted mismo.

Llena de energía, miss Marple salió con nosotros y señaló el sendero que pasaba a lo largo del fondo de su jardín.