17

Durante una largo período de tiempo hubo muchas conjeturas y polémicas sobre adónde había ido a parar la «materia perdida» del Universo. En toda la Galaxia, los departamentos científicos de las más importantes universidades adquirían equipos cada vez más elaborados para sondear y escudriñar las entrañas de galaxias lejanas, y luego el centro mismo y hasta los límites de todo el Universo, pero cuando finalmente se descubrió, resultó ser el material en que embalaban los equipos.

En la caja había una gran cantidad de bolitas pequeñas, suaves y blandas, materia perdida que Random desechó para que futuras generaciones de físicos rastreara y volviera a descubrir después de que los hallazgos de la actual generación se hubieran perdido y olvidado.

De entre las bolitas de materia perdida sacó el inocuo disco negro. Lo puso sobre una piedra a su lado y rebuscó entre toda la materia perdida para ver si había algo más, un manual, piezas o algo, pero no había otra cosa. Sólo el disco negro.

Lo enfocó con la linterna.

Y entonces empezaron a surgir grietas a lo largo de su superficie aparentemente lisa. Random retrocedió nerviosamente, pero en seguida vio que aquello, fuera lo que fuese, estaba simplemente desplegándose.

El proceso era de una maravillosa belleza. Sumamente elaborado, pero también sencillo y elegante. Era como una obra de origami que se abriera por sí sola, o un capullo de rosa que floreciese en cuestión de segundos.

Unos momentos antes era un disco negro de espléndida lisura y redondez, ahora se había convertido en pájaro. Suspendido en el aire,

Random siguió retrocediendo, atenta y vigilante.

Se parecía un poco a un pájaro pikka, sólo que bastante más pequeño. Es decir, en realidad era más grande, o para ser más precisos, exactamente del mismo tamaño, o el doble, por lo menos. También era a la vez mucho más azul y bastante más rosado que los pájaros pikka, sin dejar de ser al mismo tiempo completamente negro.

Además tenía algo muy raro que Random no pudo descifrar al momento.

Desde luego, igual que los pájaros pikka, daba la impresión de que contemplaba algo que uno no veía.

De pronto desapareció.

Entonces, tan inesperadamente como antes, todo se volvió negro. Random se puso en cuclillas, tensa, buscando de nuevo en el bolsillo la piedra especialmente afilada. Luego la negrura se contrajo, se hizo una bola y después se convirtió de nuevo en pájaro. Se quedó suspendido en el aire frente a ella, batiendo las alas despacio y mirándola fijamente.

—Disculpa— dijo de pronto—. Es que tengo que calibrarme. ¿Me oyes cuando te digo esto?

-¿Cuando me dices qué?— preguntó Random.

—Bien— repuso el pájaro, que esta vez habló alzando el tono—. ¿Y me oyes cuando digo esto?

—Sí, claro que te oigo.

-¿Y cuando hablo así, me oyes?— preguntó el pájaro, esta vez con una voz profunda y sepulcral.

—SI.

Entonces hubo una pausa.

—No, está claro que no— concluyó el pájaro al cabo de unos momentos—. Bueno, pues el alcance de tu oído está entre veinte y dieciséis kiloherzios. Así. ¿Te resulta agradable?— le preguntó en una encantadora voz de tenor ligero—. ¿No hay armonías molestas que rechinen en el registro más alto? Claro que no. Bien. Ésas las utilizaré como canales de datos. Estupendo. ¿Cuántos ves como yo?

De pronto el aire se llenó de pájaros entrelazados. Random estaba acostumbrada a pasar el tiempo en realidades virtuales, pero aquello era bastante más extraño que nada de lo que había visto hasta entonces. Era como si toda la geometría del espacio se hubiera vuelto a definir en formas de pájaros sin contornos.

Random jadeó y se puso los brazos delante de la cara, agitándolos en el espacio en forma de pájaro.

—Hummm, evidentemente, son demasiados— comentó el pájaro—. ¿Qué tal ahora?

Como un acordeón, se extendió en un túnel de pájaros, como atrapado entre espejos paralelos que lo reflejaran hacia el infinito.

-¿Qué eres?— gritó Random.

—Hablaremos de eso dentro de un momento— aseguró el pájaro—. Sólo dime cuántos, por favor.

—Bueno, eres una especie de…— Random hizo una especie de gesto inútil hacia la lejanía.

—Ya veo, todavía tengo una extensión infinita, pero al menos nos acercamos a la matriz dimensional adecuada. Bien. No, la respuesta es una naranja y dos limones.

—¿Limones?

—Si tengo tres limones y tres naranjas y pierdo dos naranjas y un limón, ¿qué es lo que me queda?

—¿Eh?

—De acuerdo, así que crees que el tiempo fluye de ese modo, ¿no?, Interesante. ¿Sigo siendo infinito? ¿Soy muy amarillo?

El pájaro sufría a cada momento asombrosas transformaciones en forma y extensión.

—No sé…— dijo Random, pasmada.

—No tienes que contestar; mirándote, lo sé. Muy bien. ¿Soy tu madre? ¿Soy una piedra? ¿Te parezco enorme, blando y sinuosamente entrelazado? ¿No? ¿Y ahora? ¿Voy hacia atrás?

Por una vez, el pájaro estaba completamente quieto y en una sola pieza.

—No— contestó Random.

—Pues en realidad, sí, me movía hacia atrás en el tiempo. Humm. Bueno, creo que ya hemos arreglado todo eso. Si quieres saberlo, te diré que en tu universo os movéis libremente en tres dimensiones que llamáis espacio. Os desplazáis en línea recta en una cuarta que llamáis tiempo, y estáis fijos en una quinta, que constituye el primer fundamento de la probabilidad. A partir de ahí todo se complica un poco, y en las dimensiones trece a veintidós ocurren cosas de todo tipo que en realidad no te interesan. De momento, lo único que necesitas saber es que el universo es mucho más complejo de lo que puedas imaginarte, aunque partas de una percepción intelectual que en principio sea puñeteramente elaborada. No me cuesta trabajo no decir palabras como «puñetera», si te molestan.

—Di lo que te venga puñeteramente en gana.

—Lo diré.

—¿Quién coño eres tú?— inquirió Random.

—Soy la Guía. En tu universo soy tu Guía. En general, habito lo que técnicamente se conoce como Toda Clase de Revoltijo General, que significa…, bueno, permíteme que te lo muestre.

Dio la vuelta en el aire, salió de la gruta como una flecha y se posó bajo el saliente de una roca al resguardo de la lluvia, que arreciaba de nuevo.

—Ven— dijo—. Mira esto.

A Random no le gustaba que un pájaro la mandara de acá para allá, pero se dirigió de todos modos a la entrada de la cueva, sin dejar de acariciar la piedra en el bolsillo.

—Lluvia— anunció el pájaro—. ¿Ves? Sólo lluvia.

—Sé lo que es la lluvia.

Cortinas de agua barrían la noche, tamizada de luz de luna.

—Bueno, ¿y qué es?

—¿Qué quieres decir? Oye, ¿quién eres tú? ¿Qué estabas haciendo en esa caja? ¿Es que me he pasado la noche corriendo por el bosque defendiéndome de ardillas enloquecidas, sólo para encontrarme al final con un pájaro que me pregunta qué es la lluvia? No es más que agua que cae del puñetero cielo, eso es todo. ¿Quieres saber alguna otra cosa, o ya podemos marcharnos a casa?

Hubo una larga pausa antes de que el pájaro contestara.

—¿Quieres ir a casa?

—¡Yo no tengo casa!— gritó Random, tan alto que casi se sorprendió.

—Mira entre la lluvia…— dijo el pájaro Guía.

—¡Estoy mirando la lluvia! ¿Qué otra cosa puedo mirar?

—¿Qué ves?

—¿Qué quieres decir, pájaro bobo? Sólo veo un montón de lluvia. Sólo agua, que cae.

—¿Qué formas ves en el agua?

—¿Formas? No hay ninguna forma. No es más que, sólo…

—Sólo un revoltijo— concluyó el pájaro Guía.

—Sí…

—Y ahora, ¿qué ves?

Justo en el límite de la visibilidad, un fino y tenue rayo de luz salió de los ojos del pájaro. En el ambiente seco de debajo del saliente no se veía nada. Cuando el rayo atravesó la lluvia apareció una lisa cortina de luz, tan vívida y brillante que parecía compacta.

—Qué estupendo. Un espectáculo de láser— comentó Random en tono displicente—. Nunca he visto ninguno de ésos, desde luego, salvo en unos cinco millones de conciertos de rock.

—Dime lo que ves.

—¡Sólo una sábana lisa! Pájaro bobo.

—Ahí no hay nada que no hubiese antes. Sólo utilizo la luz para llamar tu atención sobre ciertas gotas en determinados momentos. Y ahora, ¿qué ves?

La luz se apagó.

—Nada.

—Estoy haciendo exactamente lo mismo, pero con rayos ultravioleta. No lo puedes ver.

—¿Y qué sentido tiene enseñarme algo que no puedo ver?

—Para que entiendas que el simple hecho de que veas algo no quiere decir que exista. Y si no ves algo, no quiere decir que no exista; únicamente ves lo que llama la atención de tus sentidos.

—Esto me aburre— dijo Random, pero a continuación se quedó boquiabierta.

Suspendida entre la lluvia había una imagen tridimensional, gigantesca y muy vívida de su padre, con aire de haberse sobresaltado por algo.

A unos tres kilómetros detrás de Random, su padre, que avanzaba penosamente por el bosque, se paró de pronto. Se sobresaltó al ver una imagen de sí mismo con aire de haberse sobresaltado por algo, luminosamente suspendida entre la lluvia a unos tres kilómetros de distancia. A la derecha, en la dirección que él llevaba.

Estaba casi totalmente perdido, convencido de que iba a morir de frío, humedad y agotamiento, y empezaba a desear simplemente poder seguir adelante. Además, una ardilla acababa de traerle una revista de golf y el cerebro le empezaba a dar alaridos y a decir disparates.

Al ver una enorme imagen de sí mismo brillantemente iluminada en el cielo, se dijo que, bien pensado, quizá tuviera razón para aullar y disparatar, pero que probablemente estaba equivocado en cuanto a la dirección que había seguido.

Respiró hondo, dio media vuelta y se dirigió hacia el inexplicable espectáculo luminoso.

—Muy bien, ¿y qué prueba eso?— preguntó Random.

Antes que la aparición de la imagen en sí, lo que la sobresaltó fue el hecho de que representara a su padre. Había visto su primer holograma cuando tenía dos meses de edad y la metieron a jugar en él. El último lo había visto media hora antes, una representación de la Marcha de la Guardia Estelar de Anjaqantine.

—Pues que esa imagen no existe ni deja de existir, igual que la sábana— repuso el pájaro—. No es más que la interacción del agua que cae del cielo en una dirección, con unas frecuencias luminosas que tus sentidos pueden percibir y que se mueven en otra dirección. En tu mente eso forma una imagen de apariencia compacta. Pero sólo son imágenes dispersas en el Revoltijo. Ahí tienes otra.

—¡Mi madre!— exclamó Random.

—No— corrigió el pájaro.

—¡Conozco perfectamente a mi madre!

Era la imagen de una mujer que salía de una nave espacial en el interior de un edificio grande y gris, semejante a un hangar. La acompañaba un grupo de criaturas altas y delgadas, de un color entre púrpura y verde. Era, sin duda alguna, la madre de Random. Bueno, casi sin duda. Trillian no habría caminado con tanta inseguridad en gravedad baja, ni mirado con tal expresión de incredulidad al aburrido y arcaico dispositivo de mantenimiento de las condiciones vitales, ni llevado aquella extraña y anticuada cámara.

—¿Quién es, entonces?— preguntó Random.

—Es parte de la extensión de tu madre en el eje de la probabilidad— explicó el pájaro Guía.

—No tengo la menor idea de lo que estás diciendo.

—El espacio, el tiempo y la probabilidad tienen ejes a lo largo de los cuales es posible desplazarse.

—Sigo sin comprender. Aunque me parece… No. Explícamelo.

—Creí que querías irte a casa.

—¡Explícamelo!

—¿Te gustaría ver tu casa?

—¿Verla? ¡La destruyeron!

—En el eje de la probabilidad todo es discontinuo. ¡Mira! Entre la lluvia apareció vagamente algo muy raro y maravilloso. Era un globo gigantesco, de un color azul verdoso, en vuelto en bruma y cubierto de nubes, que giraba con majestuosa lentitud contra un fondo negro y estrellado.

—Ahora lo ves— dijo el pájaro—. Y ahora no lo ves.

A poco menos de tres kilómetros, Arthur Dent se quedó parado donde estaba. No podía dar crédito a sus ojos: allí colgada, envuelta en lluvia, pero brillante y vívidamente real contra el cielo nocturno, estaba la Tierra. Se quedó boquiabierto al verla. Entonces, en el momento en que abrió la boca, volvió a desaparecer. Luego apareció de nuevo. Después, y eso es lo que le hizo abandonar y le puso los pelos de punta, se convirtió en una salchicha.

Random también se quedó perpleja a la vista de aquella enorme salchicha, verde azulada y cubierta de agua y bruma, que pendía sobre su cabeza. Y ahora era una ristra de salchichas o, mejor dicho, era una sarta de salchichas en la que faltaban muchas piezas. Toda la reluciente sarta dio vueltas en el aire y giró en una pasmosa danza hasta que fue deteniéndose poco a poco, volviéndose insustancial y desapareciendo en la centelleante oscuridad de la noche.

—¿Qué era eso?— preguntó Random con voz débil.

—Una visión fugaz a lo largo del eje de probabilidad de un objeto discontinuamente probable.

—Entiendo.

—La mayoría de los objetos cambian y se transforman a lo largo de su eje de probabilidad, pero en el mundo de donde procedes las cosas son ligeramente distintas. La diferencia está en lo que podría denominarse una línea quebrada en el paisaje de probabilidad, lo que significa que en muchas coordenadas de probabilidad todo el conjunto deja sencillamente de existir. Tiene una inestabilidad propia, lo que es típico de todo lo que se halla en lo que suele denominarse sectores Plurales. ¿Está claro?

—No.

—¿Quieres ir a verlo por ti misma?

—A… ¿la Tierra?

—Sí.

—¿Es posible?

El pájaro Guía no contestó en seguida. Abrió las alas y, con sencilla elegancia, se elevó en el aire y voló entre la lluvia que, una vez más, empezaba a ceder.

Se remontó magníficamente en el cielo nocturno, con luces destellando a su alrededor. Bajó en picado, giró, describió rizos, volvió a girar y finalmente se detuvo a sesenta centímetros de la cara de Random, batiendo las alas despacio y sin ruido.

Le habló de nuevo.

—Tu universo es vasto para ti. Vasto en el tiempo, vasto en el espacio. Ello se debe a los filtros a través de los cuales lo percibes. Pero yo fui concebido sin filtro alguno, lo que significa que percibo el revoltijo que contienen todos los universos posibles, aunque él mismo carece en absoluto de tamaño. Para mí, todo es posible. Soy omnisciente y omnipotente, sumamente vanidoso y, además, vengo en un cómodo paquete que se lleva a sí mismo. Tendrás que averiguar cuánto hay de cierto en lo que acabo de decirte.

Una lenta sonrisa se extendió en el rostro de Random.

—Puñetera criatura. ¡Me has estado tomando el pelo!

—Como he dicho, todo es posible.

—De acuerdo— dijo Random, soltando una carcajada—. Intentemos ir a la Tierra. Vayamos a la Tierra a algún punto de su, humm…

—¿Eje de probabilidad?

—Sí. Donde no haya sido destruida. Tú eres el Guía. Así que ¿cómo conseguimos que nos lleven?

—Ingeniería inversa.

—¿Qué?

—Ingeniería inversa. Para mí, el flujo del tiempo es intrascendente. Tú decides lo que quieres. Luego yo me limito a comprobar que eso haya sucedido ya.

—Estás de broma.

—Todo es posible.

—Estás de broma, ¿verdad?— insistió Random, frunciendo el ceño.

—Deja que te lo explique de otro modo— repuso el pájaro—. La ingeniería inversa nos permite evitar el engorro de esperar a que una de esas horriblemente escasas naves espaciales que pasan por tu sector galáctico una vez al año más o menos, se decida sobre si le apetece o no llevarte. El piloto pensará que tiene una entre un millón de razones para parar y recogerte. La verdadera razón será que yo he determinado su voluntad.

—Ahora estás siendo sumamente vanidoso, ¿verdad, pajarito?

El pájaro guardó silencio.

—Muy bien— concluyó Random—. Quiero una nave que me lleve a la Tierra.

—¿Ésta te parece bien?

La nave era tan silenciosa, que Random no la vio bajar hasta que casi la tuvo sobre la cabeza.

Arthur sí la vio. Ahora estaba a kilómetro y medio, y seguía acercándose. justo después de finalizar la exhibición de la salchicha iluminada había observado los tenues destellos de otras luces que atravesaban las nubes y, al principio, pensó que se trataba de otro llamativo espectáculo de son et lumiére.

Tardó unos momentos en darse cuenta de que se trataba de una verdadera nave espacial, y otros tantos en comprender que bajaba directamente donde suponía que estaba su hija. Entonces fue cuando, de pronto, sin importarle la lluvia, olvidándose de la herida de la pierna, a pesar de la oscuridad, echó verdaderamente a correr.

Se resbaló casi inmediatamente, cayendo al suelo, dándose en la rodilla con una piedra y haciéndose bastante daño. Se puso en pie a duras penas y volvió a intentarlo. Tenía la horrible y desalentadora impresión de que estaba a punto de perder a Random para siempre. Cojeando y maldiciendo, se lanzó a la carrera. Desconocía el contenido de la caja, pero el nombre que había en ella era el de Ford Prefect, y ése era el nombre que maldecía al correr.

La nave era de las más atractivas y bellas que Random había visto nunca.

Era asombrosa. Plateada, reluciente, inefable.

De no haber sabido que era imposible, habría dicho que era una RW6. Mientras aterrizaba sin ruido junto a ella vio que en realidad era una RW6, y la emoción casi le cortó el aliento. Una RW6 era de esas cosas que sólo se ven en la clase de revistas concebidas para provocar desórdenes civiles.

Además se puso muy nerviosa. La forma y el momento de su llegada eran profundamente inquietantes. O se trataba de la más extraña coincidencia, o estaba ocurriendo algo muy peculiar y preocupante. Un tanto tensa, esperó a que se abriera la escotilla de la nave. Su Guía— así lo consideraba ya—revoloteaba por encima de su hombro derecho, casi sin mover las alas.

La escotilla se abrió. Salió un poco de luz tenue. Al cabo de unos instantes surgió una figura. Permaneció inmóvil un momento, al parecer tratando de que sus ojos se habituaran a la oscuridad. Entonces distinguió a Random y pareció sorprenderse un poco. Empezó a caminar hacia ella. De repente dio un grito de sorpresa y echó a correr en su dirección.

Random no era de las personas hacia las que se puede echar a correr en una noche oscura cuando están un poco nerviosas. Desde el momento en que vio descender la nave estuvo acariciando inconscientemente la piedra que llevaba en el bolsillo.

Sin dejar de correr, resbalando, tropezando, chocando contra los árboles, Arthur comprendió al fin que llegaba demasiado tarde. La nave sólo había estado unos tres minutos en el suelo y ahora, en silencio, volvía a elevarse graciosamente sobre los árboles, giraba suavemente entre la fina lluvia a que ya se había reducido el aguacero, alzaba el morro, seguía subiendo y, sin esfuerzo, se perdía de pronto entre las nubes.

Desapareció. Y Random iba en ella. Era imposible que Arthur estuviese tan seguro, pero lo sabía y siguió avanzando de todos modos. Random había desaparecido, él había desempeñado la tarea de padre y no podía creer lo mal que lo había hecho. Trató de seguir corriendo, pero arrastraba los pies, le dolía Curiosamente la rodilla y sabía que era demasiado tarde.

No podía concebir que pudiera sentirse más triste y desdichado que en aquel momento, pero se equivocaba.

Al fin llegó cojeando a la gruta donde Random se había refugiado para abrir la caja. El suelo mostraba las marcas de la nave espacial que había aterrizado allí sólo unos minutos antes, pero de Random no había ni rastro. Deambuló desconsolado por la gruta, encontró la caja vacía y montones de bolitas de embalaje desperdigadas. Eso le molestó un poco. Había intentado enseñarle a ser un poco ordenada. El sentirse un tanto molesto con ella le ayudó a soportar la desolación que le producía su marcha. Era consciente de que carecía de medios para encontrarla.

Tropezó con algo inesperado. Se agachó a recogerlo y se quedó completamente pasmado al descubrir lo que era: su vieja Guía del autoestopista galáctico. ¿Cómo había ido a parar a aquella cueva? No había vuelto a recogerla al lugar del accidente. No tenía deseos de volver a aparecer por allí y no quería recuperar la Guía. Había supuesto que se quedaría para siempre en Lamuella, haciendo bocadillos ¿Cómo había ido a parar allí? Estaba funcionando. En la portada destellaban las palabras NO SE ASUSTE.

Salió de la cueva y volvió a la tenue y húmeda luz de la luna. Se sentó en una piedra a echar un vistazo a su vieja Guía, y entonces descubrió que no era una piedra sino una persona.