Mientras la Guía volvía a plegarse en un disco liso y negro, Ford comprendió algo verdaderamente tremendo. O al menos trató de comprenderlo, pues era demasiado tremendo para digerirlo de un solo golpe. La cabeza le martilleaba, el tobillo le dolía. Y aunque no quería mostrarse blando consigo mismo por lo del tobillo, siempre le había parecido que donde mejor entendía la lógica multidimensional intensa era en la bañera. Necesitaba tiempo para pensarlo. Tiempo, una buena copa y algún suntuoso aceite de baño que hiciese mucha espuma.
Tenía que salir de allí. Tenía que sacar la Guía de allí. No podría lograr las dos cosas a la vez.
Lanzó una mirada frenética por la habitación.
Piensa, piensa, piensa. Debía ser algo sencillo y evidente. Si se confirmaba su oscura y desagradable sospecha de que tenía que vérselas con oscuros y desagradables vogones, cuanto más sencillo y evidente mejor.
De pronto vio lo que necesitaba.
No intentaría vencer al sistema, sino utilizarlo. Lo más pavoroso de los vogones era su determinación absolutamente insensata de realizar cualquier insensatez que estuvieran decididos a llevar a cabo. No tenía sentido tratar de que entraran en razón porque carecían de ella. Si uno no perdía los nervios, sin embargo, a veces podía explotarse su ciega e intimidante insistencia en ser ciegos e intimidantes. No era sólo que su mano izquierda no siempre supiese lo que hacía su derecha, por decirlo así; sino que muy a menudo su mano derecha sólo tenía una idea bastante vaga de sus propias actividades.
¿Se atrevería simplemente a enviárselo a si mismo por correo?
¿Osaría introducirlo en el sistema y dejar que los vogones se las ingeniaran para relacionarlo con él mientras se dedicaban al mismo tiempo, tal como probablemente harían, a desmantelar el edificio para descubrir dónde lo había escondido?
Sí.
Febrilmente, lo guardó en una caja, lo envolvió y le puso una etiqueta. Tras detenerse un momento a pensar si estaba haciendo lo más acertado, lanzó el paquete por el conducto del correo interno del edificio.
—Colin— dijo, volviéndose hacia la pequeña bola flotante— , voy a abandonarte a tu destino.
—Soy tan feliz— repuso Colin.
—Aprovecha mientras puedas. Porque quiero que te ocupes de que ese paquete salga del edificio. Lo más probable es que te incineren cuando te encuentren, y yo no estaré aquí para ayudarte. Será muy, pero que muy desagradable para ti, y es una verdadera lástima. ¿Entiendes?
—Hago gorgoritos de placer— contestó Colin.
—¡Vamos!— ordenó Ford.
Obedientemente, Colin se lanzó por el conducto del correo en pos de su objetivo. Ahora Ford sólo tenía que preocuparse de sí mismo, pero eso seguía siendo una preocupación de lo más esencial. Se oía un estrépito de pasos frente a la puerta, que había tenido la precaución de cerrar con llave y atrancar con un gran archivador.
Le preocupaba que todo hubiera marchado tan a pedir de boca. Todo había salido de maravilla. Llevaba todo el día comportándose con inconsciencia y temeridad, y sin embargo todo le había salido increíblemente bien. Salvo por el zapato. Le daba rabia lo del zapato. Ésa era una cuenta que habría que ajustar.
La puerta se abrió con un estruendo ensordecedor. Entre el humo y el polvo de la explosión, Ford vio grandes criaturas semejantes a babosas que entraban precipitadamente.
Así que todo iba bien, ¿eh? ¿Todo marchaba como si le acompañara la suerte más extraordinaria? Bueno, ya se ocuparía de eso.
Con espíritu de investigación científica, volvió a arrojarse por la ventana.