Cruzó el jardín para acercarse a Donald y Lily Hawken, y sus zapatos Aldo se mancharon de polvo y briznas de plantas. Recios saltamontes huían a su paso.
La pareja estaba sentada en los escalones del porche delantero de la casa de vacaciones del bloguero. Daba pena ver la cara de Hawken. Saltaba a la vista que la traición de Chilton le había llegado al alma.
—¿Ha sido Jim quien ha hecho esto? —susurró.
—Me temo que sí.
Otra idea pareció sacudirlo.
—Dios mío, ¿y si hubiéramos traído a los niños? ¿Los habría…?
No pudo acabar la frase.
Su mujer se quedó mirando el jardín polvoriento mientras se enjugaba el sudor de la frente. Hollister está muy lejos del mar, y el aire de verano, atrapado por las abruptas colinas, se calentaba ferozmente a mediodía.
—La verdad —dijo Dance— es que es la segunda vez que intenta matarlos.
—¿La segunda? —susurró Lily—. ¿Se refiere a lo de nuestra casa? ¿El otro día, cuando estábamos abriendo las cajas de la mudanza?
—Sí. También era Chilton, sólo que vestido con una sudadera de Travis.
—Pero… ¿está loco? —preguntó Hawken, estupefacto—. ¿Por qué quería matarnos?
Dance sabía por experiencia que, en su oficio, no se ganaba nada poniendo paños calientes.
—No puedo afirmarlo con toda seguridad, pero creo que James Chilton asesinó a su primera esposa.
Un gemido desgarrador. Ojos desorbitados por el estupor.
—¿Qué?
Lily levantó la cabeza y se volvió hacia Dance.
—Pero murió en un accidente. Nadando cerca de La Jolla.
—He pedido algunos datos a San Diego y a la Guardia Costera para asegurarme, pero es muy probable que esté en lo cierto.
—No es posible. Sarah y Jim estaban muy…
La voz de Hawken se apagó.
—¿Unidos? —preguntó Dance.
Él sacudió la cabeza.
—No, no es posible. —Pero luego balbució furioso—: ¿Me está diciendo que estaban liados?
Un silencio. Luego Dance contestó:
—Sí, eso creo. Tendré pruebas dentro de unos días. Registros de viajes, llamadas de teléfono…
Lily rodeó con el brazo los hombros de su marido.
—Cariño… —susurró.
Hawken dijo:
—Recuerdo que les gustaba estar juntos cuando salíamos. Y Sarah se enfadaba conmigo porque siempre estaba viajando. Dos o tres días a la semana, quizá. No tanto, pero a veces decía que la tenía abandonada. Medio en broma. Yo no me lo tomaba en serio, pero es posible que lo dijera de verdad, y que Jim aprovechara la ocasión para meterse por medio. Sarah siempre fue muy exigente.
«En la cama», pensó Dance, que podría haber terminado la frase, por el tono en que lo dijo Hawken.
Añadió:
—Imagino que Sarah quería que Chilton dejara a Patrizia y se casara con ella.
Una risa amarga.
—¿Y él le dijo que no?
Dance se encogió de hombros.
—Es lo que se me ocurre.
Hawken se quedó pensando. Añadió en tono apático:
—No convenía decirle que no a Sarah.
—He pensado en las circunstancias de aquel momento. Ustedes se mudaron a San Diego hace unos tres años. Fue más o menos entonces cuando murió el padre de Patrizia y ella heredó un montón de dinero. Lo que significaba que Chilton podría seguir escribiendo su blog. En aquella época comenzó a dedicarse a él a tiempo completo. Creo que empezó a sentir que tenía el deber de salvar al mundo, y el dinero de Patrizia podía permitírselo. Así que rompió con su mujer.
—¿Y Sarah amenazó con airear el asunto si no dejaba a Pat? —preguntó Hawken.
—Creo que tenía intención de hacer público que James Chilton, el guardián moral de la nación, tenía una aventura extramatrimonial con la esposa de su mejor amigo.
Dance creía que Chilton había mentido a Sarah, accediendo a divorciarse, y que se había reunido con ella en San Diego. Se lo imaginaba proponiéndole un picnic romántico en una cala desierta cerca de La Jolla. Un baño en aquella hermosa reserva natural. Y luego, el accidente: un golpe en la cabeza. O quizá se hubiera limitado a mantenerla sumergida.
—Pero ¿por qué iba a matarnos a nosotros? —preguntó Lily, y miró angustiada la casa.
Dance le dijo a Donald Hawken:
—¿Perdieron el contacto durante un tiempo?
—Después de la muerte de Sarah, estaba tan deprimido que me olvidé de todo, dejé de ver a todos mis amigos de entonces. Me volqué en los niños. Me convertí en un ermitaño… hasta que conocí a Lily. Entonces empecé a levantar cabeza.
—Y decidió volver aquí.
—Exacto. Vender la empresa y regresar.
Hawken empezaba a comprender.
—Claro, claro. Lily y yo nos reuniríamos con Jim y con Patrizia, y con otros amigos de esta zona. En algún momento hablaríamos del pasado. Jim solía venir al sur de California de vez en cuando, antes de que muriera Sarah. Seguro que había mentido a Pat al respecto y sólo era cuestión de tiempo que le pillaran.
Volvió la cabeza hacia la casa, con los ojos desorbitados.
El cisne azul… ¡Sí!
Dance levantó una ceja.
—Le dije a Jim que quería regalarle uno de los cuadros preferidos de mi difunta esposa. Me acordaba de que lo había visto mirándolo cuando pasó unos días en mi casa, después de la muerte de Sarah. —Una risa burlona—. Apuesto a que fue Jim. Seguramente lo compró años antes y un día, estando en su casa, Sarah le dijo que lo quería. Puede que Jim le dijera a Patrizia que se lo había vendido a alguien. Si ella veía el cuadro, se preguntaría de dónde lo había sacado Sarah.
Aquello explicaba la desesperación de Chilton: por qué se había arriesgado a matar. El riguroso bloguero que sermoneaba al mundo sobre cuestiones morales, a punto de ser denunciado públicamente por haber mantenido una relación extramatrimonial con una mujer que había muerto. Surgirían dudas, se iniciaría una investigación. Y lo que más le importaba, su blog, quedaría destruido. Tenía que eliminar esa amenaza.
El Report es demasiado importante para ponerlo en peligro…
—Pero ¿y ese hombre de su casa, Schaeffer? —preguntó Lily—. En la declaración que tenía que leer James se mencionaba a Travis.
—Estoy segura de que los planes de Schaeffer no incluían a Travis en un principio. Hacía tiempo que quería matar a Chilton, seguramente desde la muerte de su hermano. Pero cuando se enteró del caso de las cruces de carretera, rescribió la declaración para incluir en ella el nombre de Travis. De ese modo, nadie sospecharía de él.
—¿Cómo ha descubierto que el culpable era Jim y no Schaeffer? —quiso saber Hawken.
—Principalmente, —explicó Dance—, por lo que no figuraba en los informes del laboratorio.
Los que le había entregado TJ poco antes.
—¿Por lo que no figuraba? —preguntó Hawken.
—En primer lugar —explicó ella—, no había ninguna cruz que anunciara el asesinato de Chilton. El asesino había dejado cruces en sitios públicos antes de las otras agresiones. Pero nadie encontraba la última cruz. En segundo lugar, el asesino había utilizado la bicicleta de Travis, o la suya propia, para dejar marcas de ruedas e implicar de ese modo al chico. Pero Schaeffer no tenía ninguna bicicleta, en ninguna parte. Y luego, la pistola con la que amenazó a Chilton… No era el Colt que le habían robado al padre de Travis. Era una Smith & Wesson. Por último, no había flores, ni alambre de florista en su coche, ni en su habitación de hotel.
»De modo que consideré la posibilidad de que Greg Schaeffer no fuera el Asesino de las Cruces de Carretera. Que, sencillamente, se había topado por casualidad con el caso y había decidido aprovecharlo. Pero, si no era él quien dejaba las cruces, ¿quién podía ser?
Dance había repasado el listado de sospechosos. Había pensando en el párroco, el reverendo Fisk, y en su guardaespaldas, que posiblemente usaba el apodo de Púrpura en Cristo. Eran unos fanáticos, de eso no había duda, y habían amenazado directamente a Chilton a través de sus comentarios en el blog. Pero TJ había ido a ver a Fisk, al guardaespaldas y a algunos otros miembros clave del grupo. Todos tenían coartada para el momento de los ataques.
Había pensado también en Hamilton Royce, el mediador de Sacramento al que pagaban por intentar cerrar el blog por lo que estaba publicando Chilton sobre la Comisión de Planificación de Instalaciones Nucleares. Era una buena hipótesis, pero cuanto más lo pensaba, menos probable le parecía. Royce era un sospechoso demasiado evidente, puesto que ya había intentado cerrar el blog, y de manera pública y notoria, sirviéndose de la policía del estado.
Clint Avery, el constructor, también era una posibilidad. Pero Dance había descubierto que las misteriosas reuniones que había mantenido después de su conversación habían sido con un abogado especializado en igualdad de oportunidades y con dos hombres que dirigían una empresa de trabajo temporal. En aquella región, donde a la mayoría de los empresarios les preocupaba contratar a demasiados extranjeros sin papeles, a Avery le preocupaba, en cambio, que lo denunciaran por no tener suficientes trabajadores pertenecientes a minorías. Al parecer, su nerviosismo al hablar con Dance se debía al temor de que la agente estuviera allí para investigar alguna denuncia por incumplimiento de los derechos civiles y discriminación contra la población latina.
Dance también había sospechado fugazmente del padre de Travis como posible culpable, y se había preguntado si existía algún vínculo psicológico entre las ramas y las rosas y el trabajo de Bob Brigham como jardinero. Incluso había sopesado la posibilidad de que el culpable fuera Sammy, un chico trastornado pero tal vez inteligente, astuto y posiblemente lleno de rencor hacia su hermano mayor.
Pero aunque la familia tenía sus problemas, estos no eran muy distintos a los que tenían casi todas las familias. Y tanto el padre como el hijo tenían coartada para algunos de los ataques.
Encogiéndose de hombros, Dance le dijo a Hawken:
—Al final, me quedé sin sospechosos. Y llegué al propio James Chilton.
—¿Por qué? —preguntó él.
De A a B, y de B a X…
—Estuve pensando en algo que me dijo uno de nuestros asesores acerca de los blogs: sobre lo peligrosos que son. Y me pregunté, ¿y si Chilton quisiera matar a alguien? Qué gran arma sería el blog. Lanza un rumor, y luego deja que el ciberpopulacho se encargue de él. A nadie le sorprendería que la víctima del acoso enloqueciera. Y ahí tienes a un asesino.
—Pero Jim no dijo nada sobre Travis en el blog —señaló Hawken.
—Y eso es lo más brillante de todo, lo que hizo que Chilton pareciera del todo inocente. Pero en realidad no necesitaba mencionar a Travis. Sabía cómo funciona Internet. Bastaba con la más ligera insinuación de que había hecho algo malo para que los Ángeles Vengadores tomaran cartas en el asunto.
»Suponiendo que Chilton fuera el culpable, tuve que preguntarme quién era su verdadero objetivo. No había nada que indicara que quería matar a las dos chicas, Tammy y Kelley. Ni a Lyndon Strickland o a Mark Watson. Ustedes eran las otras víctimas potenciales, claro. Repasé todo lo que había descubierto sobre el caso, y me acordé de algo extraño. Usted me dijo que Chilton se había presentado en su casa de San Diego para hacerles compañía a usted y a sus hijos el mismo día en que murió su mujer. Que llegó en menos de una hora.
—Exacto. Estaba en Los Ángeles, en una reunión. Cogió el primer vuelo del puente aéreo.
Dance añadió:
—Pero a su mujer le había dicho que estaba en Seattle cuando se enteró de la muerte de Sarah.
—¿En Seattle?
Hawken pareció confuso.
—En una reunión en la sede de Microsoft. Pero, no, lo cierto es que estaba en San Diego. Había estado allí desde el principio. No se marchó de la ciudad después de ahogar a Sarah. Estuvo esperando a tener noticias suyas para presentarse en su casa. Tenía que hacerlo.
—¿Que tenía que hacerlo? ¿Por qué?
—¿Dijo usted que se quedó con ustedes unos días, que incluso les ayudó con la limpieza?
—Sí, así es.
—Creo que su intención era registrar la casa y destruir cualquier cosa de Sarah que pudiera sugerir que habían sido amantes.
—Dios mío —masculló Hawken.
Dance les habló de otros vínculos entre Chilton y los crímenes: que practicaba el triatlón y que incluso había participado en competiciones, lo que significaba que montaba bien en bicicleta. Dance recordaba haber visto gran cantidad de equipación deportiva en su garaje, incluidas varias bicicletas.
—Y luego está el suelo.
Les habló del hallazgo de un tipo de tierra peculiar cerca de una de las cruces de carretera.
—El laboratorio encontró restos idénticos en los zapatos de Greg Schaeffer. Pero procedían de los arriates del jardín delantero de Chilton. Allí fue donde los cogió Schaeffer.
Dance se dijo que había mirado directamente el lugar de origen de aquella tierra la primera vez que había visitado la casa del bloguero, al observar el jardín.
—Y luego estaba su monovolumen, el Nissan Quest.
Les habló del vehículo de un organismo estatal que había visto Ken Pfister cerca de una de las cruces. Esbozó una sonrisa irónica.
—En realidad, era Chilton quien lo conducía, después de colocar la segunda cruz.
Señaló la furgoneta del bloguero, aparcada allí cerca. Llevaba aún en el parachoques la pegatina que Dance recordaba de su primera visita a casa de los Chilton:
DESALINIZAR es DESTROZAR tu estado.
Había sido la última palabra de la pegatina la que había visto Ken Pfister al pasar la furgoneta: estado.
—Fui al juez con lo que había descubierto y conseguí una orden de detención. Mandé registrar la casa de Chilton en Carmel. Se había desecho de casi todas las pruebas materiales, pero encontraron unos cuantos pétalos de rosa rojos y un trozo de cartón parecido al que había usado para las cruces. Me acordé de que había dicho que iba a venir aquí con ustedes, así que llamé al condado de San Benito y les dije que enviaran un equipo táctico a la casa. Lo único que no adiviné fue que Chilton iba a obligar a Travis a dispararles.
Interrumpió las efusivas muestras de agradecimiento de Hawken, que parecía a punto de ponerse a llorar, echando una ojeada a su reloj.
—Ahora tengo que marcharme. Váyanse a casa y descansen un poco.
Lily le dio un abrazo. Hawken le estrechó la mano entre las suyas.
—No sé qué decir.
Dance se despidió y se acercó al coche patrulla de la oficina del Sheriff de Monterrey donde estaba sentado James Chilton. Tenía el cabello ralo pegado a un lado de la cabeza. Al verla acercarse, su semblante adquirió una expresión dolida. Casi un mohín.
La agente abrió la puerta trasera y se inclinó.
—No necesito que me pongan grilletes en los pies —siseó él—. Fíjese. Es degradante.
Ella se fijó en las cadenas. Se fijó en ellas con agrado.
—Me las han puesto unos ayudantes del Sheriff —prosiguió Chilton—, ¡y se sonreían! Porque decían que yo había tenido encadenado al chico. Todo esto es un disparate. Es un error. Me han tendido una trampa.
Dance estuvo a punto de echarse a reír. Aparte de las demás pruebas, había tres testigos materiales de sus crímenes: Hawken, su esposa y Travis.
Le recitó sus derechos.
—Ya me han informado de mis derechos.
—Sólo quería asegurarme de que de verdad los entiende. ¿Los entiende?
—¿Mis derechos? Sí. Escúcheme, ahí dentro tenía una pistola, sí. Pero había gente empeñada en matarme. Estoy dispuesto a defenderme, como es lógico. Alguien me ha tendido una trampa. Alguien de quien he hablado en mi blog, como usted decía. Vi a Travis entrar en el cuarto de estar y saqué la pistola. Empecé a llevarla encima cuando usted me dijo que estaba en peligro.
Haciendo caso omiso de su cháchara, Dance dijo:
—Vamos a llevarle a la cárcel del condado de Monterrey para ficharlo, James. Entonces podrá llamar a su esposa o a su abogado.
—¿Está oyendo lo que le digo? Me han tendido una trampa. No sé qué habrá contado ese chico, pero está desequilibrado. Le estuve siguiendo la corriente, haciendo como que me creía sus delirios. Iba a dispararle si intentaba hacerles daño a Don y a Lily. Faltaría más.
Dance se inclinó hacia él y procuró controlar sus emociones lo mejor que pudo. No le resultó fácil.
—¿Por qué atacó a Tammy y a Kelley, James? Dos adolescentes que no le habían hecho nada.
—Soy inocente —masculló Chilton.
Ella añadió como si no le hubiera oído:
—¿Por qué a ellas? ¿Porque le desagrada la actitud de las adolescentes? ¿No le gustaba que mancillaran su preciado blog con sus obscenidades? ¿Le molestaban sus errores gramaticales?
Chilton no dijo nada, pero Dance creyó ver un destello de asentimiento en sus ojos. Añadió:
—¿Y por qué Lyndon Strickland? ¿Y Mark Watson? Los mató únicamente porque habían publicado comentarios usando sus nombres auténticos y por tanto era fácil encontrarlos, ¿verdad?
Chilton desvió la mirada, como si supiera que estaba telegrafiando la verdad con sus ojos.
—James, esos dibujos que colgó en el blog fingiendo que era Travis… Los hizo usted mismo, ¿verdad? Recuerdo de la biografía de su blog que trabajó como diseñador gráfico y director de arte en sus tiempos de estudiante.
Él no dijo nada.
La ira de Dance siguió inflamándose.
—¿Disfrutó dibujando ese en el que aparecía yo siendo apuñalada?
De nuevo, silencio.
Dance se incorporó.
—Me pasaré por allí en algún momento para interrogarlo. Su abogado puede estar presente si lo desea.
Chilton se volvió entonces hacia ella con expresión implorante.
—Una cosa, agente Dance, por favor…
Ella levantó una ceja.
—Hay algo que necesito. Es importante.
—¿Qué, James?
—Un ordenador.
—¿Qué?
—Necesito acceso a un ordenador. Cuanto antes. Hoy mismo.
—Puede llamar por teléfono desde el centro de detención. Nada de ordenadores.
—Pero el Report… Tengo que seguir subiendo mis artículos.
Dance no pudo contener la risa. A Chilton no le preocupaban su mujer ni sus hijos, sólo le preocupaba su amado blog.
—No, James, eso no va a ser posible.
—Pero yo lo necesito. ¡Lo necesito!
Al oír aquellas palabras y ver su mirada frenética, Kathryn Dance comprendió por fin a James Chilton. Los lectores no eran nada para él. Había matado a dos de ellos con toda tranquilidad y estaba dispuesto a matar a más.
La verdad no le importaba lo más mínimo. Había mentido una y otra vez.
No, la respuesta era muy sencilla: al igual que los jugadores de Dimension Quest y como otra mucha gente extraviada en el mundo sintético, James Chilton era un adicto. Un adicto a su propio mesianismo. Un adicto al poder tentador de hacer llegar la palabra, su palabra, a la mente y el corazón de personas de todo el mundo. Cuantos más leyeran sus reflexiones, sus diatribas, sus elogios, más exquisito era el «viaje».
Dance se inclinó para acercarse a su cara.
—James, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que, vaya a la prisión que vaya, no vuelva a conectarse a Internet nunca más. En toda su vida.
Se puso pálido y comenzó a gritar:
—¡No puede hacer eso! ¡No puede quitarme mi blog! ¡Mis lectores me necesitan! ¡El país me necesita! ¡No puede hacerlo!
Dance cerró la puerta del coche e hizo un gesto afirmativo al ayudante del Sheriff sentado tras el volante.