A las ocho y veinte de la mañana, Dance entró con su Ford Crown Victoria en el aparcamiento de los juzgados del condado de Monterrey.
Estaba ansiosa por conocer los informes del laboratorio sobre Schaeffer y cualquier otra información que pudieran darle TJ y la oficina del Sheriff sobre el posible paradero de Travis. Pero, en realidad, pensaba sobre todo en otra cosa: se preguntaba por la extraña llamada que había recibido a primera hora del día, una llamada de Robert Harper pidiéndole que se pasara por su despacho.
El fiscal especial, que al parecer estaba ya en su puesto a las siete de la mañana, se había mostrado sorprendentemente cordial, y Dance había llegado a la conclusión de que tal vez había tenido noticias de Sheedy respecto a la situación de Juan Millar. Pensaba incluso en que se sobreseyera el caso contra su madre y se imputara al hermano de Juan. Tenía el presentimiento de que Harper quería llegar a algún tipo de acuerdo para salvar la cara. Tal vez retirara los cargos contra su madre por completo y de inmediato si ella accedía a no criticar públicamente su instrucción del caso.
Aparcó detrás de los juzgados, frente a las obras que bordeaban el aparcamiento. Había sido allí donde la cómplice de Daniel Pell, el líder sectario, había hecho posible su fuga al provocar el incendio que había causado las terribles quemaduras de Juan Millar.
Saludó a varias personas a las que conocía de los juzgados y de la oficina del Sheriff. Hablando con un guardia, se enteró de dónde estaba el despacho de Robert Harper. En la segunda planta, cerca de la biblioteca jurídica.
Llegó unos minutos después, y le sorprendió lo austero de las oficinas. No había antesala con secretaria y la puerta del fiscal especial daba directamente al pasillo, frente al aseo de caballeros. Harper estaba solo, sentado ante un gran escritorio, la sala desprovista de decoración. Había dos ordenadores, varias filas de libros de leyes y docenas de pulcros montones de papeles repartidos entre una mesa gris metálica y otra redonda, cerca de la única ventana. Las persianas estaban bajadas, a pesar de que la vista sobre los campos de lechugas y las montañas del Este debía de ser impresionante.
Harper llevaba una camisa blanca bien planchada y una estrecha corbata roja. Sus pantalones eran oscuros, y su americana colgaba impoluta de una percha, en el perchero del rincón del despacho.
—Agente Dance, gracias por venir.
Dio sutilmente la vuelta a la hoja de papel que estaba leyendo y cerró la tapa de su maletín. Ella había vislumbrado un viejo libro de leyes en su interior.
O una Biblia, quizás.
Harper se levantó brevemente para estrecharle la mano, manteniendo de nuevo las distancias.
Cuando ella se sentó, los ojos del fiscal, muy juntos, examinaron la mesa que había junto a ella para ver si había algo encima que no debiera observar. Pareció satisfecho de que todos sus secretos estuvieran a salvo. Se fijó muy brevemente en el traje azul marino de Dance: chaqueta sastre, falda plisada y camisa blanca. Ese día se había puesto la ropa que usaba para los interrogatorios. Llevaba puestas las gafas negras.
Sus gafas de depredadora.
Estaba dispuesta a llegar a un acuerdo si con ello conseguía liberar a su madre, pero no pensaba dejarse intimidar.
—¿Ha hablado con Julio Millar? —preguntó.
—¿Con quién?
—Con el hermano de Juan.
—Ah. Bueno, sí, hace tiempo. ¿Por qué lo pregunta?
Dance sintió que su corazón comenzaba a latir más deprisa. Observó en sí misma una reacción de estrés: movió la pierna ligeramente. Harper, en cambio, permaneció inmóvil.
—Creo que Juan suplicó a su hermano que lo matara. Julio firmó con un nombre falso en la hoja de registro de entrada del hospital, e hizo lo que quería su hermano. Creía que era de eso de lo que quería hablarme.
—Ah —dijo Harper, asintiendo con la cabeza—. George Sheedy me llamó para hablarme de ello, hace un rato. Imagino que no le ha dado tiempo a llamarla para decírselo.
—¿Para decirme qué?
Con su mano de uñas perfectamente limadas, Harper levantó una carpeta de la esquina de su mesa y la abrió.
—La noche en que falleció su hermano, Julio Millar estuvo, en efecto, en el hospital. Pero he constatado que se reunió allí con dos miembros del personal de seguridad, en relación con una posible demanda por negligencia contra el CBI por haber enviado a su hermano a vigilar a un paciente del que sabían, o debían saber, que era demasiado peligroso para que se encargara de él un hombre con la escasa experiencia de Juan. También estaba considerando la posibilidad de demandarla a usted en particular por discriminación, por haber destinado a un agente perteneciente a una minoría étnica a una misión tan peligrosa. En el momento exacto de la muerte de Juan, Julio estaba en presencia de esos guardias. Puso un nombre falso en la hoja de registro porque temía que averiguara usted lo de la demanda e intentara intimidarlos a él y a su familia.
A Dance se le encogió el corazón al oír aquellas palabras, pronunciadas con tanta frialdad. Se le aceleró la respiración. Harper seguía tan tranquilo como si estuviera leyendo un libro de poesía.
—Julio Millar no es sospechoso, agente Dance. —Un ligerísimo fruncimiento de ceño—. Fue uno de mis primeros sospechosos. ¿Cree que no lo había tenido en cuenta?
Se quedó callada y se recostó en la silla. Todas sus esperanzas se habían venido abajo en un instante.
Para Harper, el asunto estaba zanjado.
—No, si le he pedido que viniera es por… —Buscó otro documento—. ¿Puede confirmar que escribió usted este correo electrónico? Las direcciones coinciden, pero no figura ningún nombre. Puedo seguir el rastro hasta llegar a usted, pero tardaría algún tiempo. ¿Tendría la amabilidad de decirme si es suyo?
Dance miró la hoja. Era una fotocopia de un correo que había escrito unos años antes a su marido cuando él estaba de viaje de trabajo, en un seminario del FBI en Los Ángeles.
¿Cómo va todo por ahí? ¿Has ido al Barrio Chino, como pensabas?
Wes ha sacado un diez en el examen de lengua. Ha llevado la estrella dorada en la frente hasta que se le ha caído y ha tenido que comprarse más. Mags ha decidido donar todas sus cosas de Hello Kitty a la beneficencia: sí, todas (¡¡¡sí!!!).
Noticias tristes de mi madre. Han tenido que sacrificar a Willy, su gato. Un fallo renal. Mi madre no quiso ni oír hablar de que se encargara el veterinario. Lo hizo ella misma, una inyección. Después pareció más contenta. Detesta el sufrimiento, prefiere perder a un animal a verlo sufrir. Me contó lo duro que había sido ver al tío Joe al final, con el cáncer. Dijo que nadie debería pasar por eso. Que era una pena que no hubiera una ley de suicidio asistido.
Bueno, hablando de cosas más alegres: la página web está activa otra vez y Martine y yo hemos subido una docena de canciones de ese grupo nativo americano de Ynez. Conéctate si puedes. ¡Son geniales!
Ah, y he ido de compras a Victoria’s Secret. Creo que te gustará lo que me he comprado. ¡Te haré un pase de modelos! ¡Vuelve pronto a casa!
Le ardió la cara, de estupor y de rabia.
—¿De dónde ha sacado esto? —le espetó a Harper.
—De un ordenador que estaba en casa de su madre. Con una orden judicial.
Dance se acordó.
—Era mi ordenador viejo. Se lo regalé yo.
—Estaba en su posesión. Quedaba dentro del alcance de la orden judicial.
—No puede presentar esto como prueba.
Señaló la hoja del correo electrónico.
—¿Por qué no?
Harper frunció el entrecejo.
—Porque es irrelevante. —Su mente se agitaba, saltando de un sitio a otro—. Y es una comunicación privada entre dos cónyuges.
—Por supuesto que es relevante. Demuestra el estado de ánimo de su madre al matar por compasión. Y en cuanto a la privacidad, dado que ni su marido ni usted están imputados, cualquier comunicación entre ustedes es del todo admisible. En cualquier caso, eso lo decidirá el juez.
Parecía sorprendido de que no se hubiera dado cuenta de ello.
—¿Es suyo?
—Tendrá que citarme a declarar para que responda a cualquiera de sus preguntas.
—Muy bien.
Sólo mostró una ligera decepción porque se negara a cooperar.
—Que conste que entiendo que hay un conflicto de intereses por el hecho de que esté usted implicada en esta investigación, y servirse de la agente especial Consuelo Ramírez para que le haga los recados no invalida dicho conflicto.
¿Cómo se había enterado de eso?
—Quiero recalcar que este caso no entra dentro de la jurisdicción del CBI y que, si continúa interviniendo, presentaré una queja por mala praxis contra usted en la oficina del fiscal general.
—Es mi madre.
—No me cabe duda de que está usted muy afectada por esta situación, pero la instrucción todavía está en marcha y pronto pasará a ser un proceso judicial abierto. Cualquier interferencia suya es inaceptable.
Temblando de rabia, Dance se levantó y se dirigió a la puerta.
Harper pareció acordarse de algo en el último momento.
—Una cosa más, agente Dance. Antes de proceder a admitir ese correo electrónico como prueba, quiero que sepa que prescindiré de la información acerca de su compra de lencería, o de lo que fuera, en Victoria’s Secret. Eso sí lo considero irrelevante.
El fiscal se acercó el documento que estaba revisando al llegar Dance, le dio la vuelta y siguió leyendo.
En su despacho, Kathryn Dance, furiosa todavía con Harper, miraba los troncos enlazados de los árboles del otro lado de su ventana. Estaba pensando otra vez en lo que ocurriría si se veía obligada a testificar contra su madre. Si se negaba, la acusarían de desacato. Un delito que podía significar la cárcel y el final de su carrera policial.
La aparición de TJ la sacó de sus cavilaciones.
Parecía agotado. Le contó que había pasado casi toda la noche trabajando con la unidad de criminología para examinar la habitación de Greg Schaeffer en el Cyprus Grove, su coche y la casa de Chilton. Tenía el informe de la oficina del Sheriff.
—Estupendo, TJ. —Miró sus ojos enrojecidos y soñolientos—. ¿Has podido dormir algo?
—¿Dormir? ¿Qué es eso, jefa?
—Ja.
TJ le pasó el informe del laboratorio.
—Y por fin tengo noticias de nuestro amigo.
—¿De cuál?
—Hamilton Royce.
Poco importaba ya, supuso Dance, con el caso cerrado y después de que Royce se disculpara, o algo parecido. Pero tenía curiosidad.
—Cuenta.
—Su último trabajo fue para la Comisión de Planificación de Instalaciones Nucleares. Hasta que llegó aquí, estuvo trabajando sesenta horas por semana para esos tipos. Y no es nada barato, dicho sea de paso. Creo que necesito un aumento, jefa. ¿Como agente, me merezco seis cifras?
Dance sonrió. Se alegraba de que pareciera estar recuperando su sentido del humor.
—Para mí te mereces siete, TJ.
—Yo también te quiero, jefa.
De pronto comprendió lo que significaba aquella información. Rebuscó entre las copias del Chilton Report.
—Ese hijo de puta.
—¿Qué?
—Royce intentó cerrar el blog en beneficio de sus clientes. Mira.
Señaló una hoja impresa.
PODER PARA EL PUEBLO
Publicado por Chilton
El diputado Brandon Klevinger… ¿Les suena su nombre? Seguramente no.
Porque este representante del estado que tanto vela por ciertos amigos suyos del norte de California prefiere mantener un perfil bajo.
Pues no ha habido suerte, amigo.
El diputado Klevinger encabeza la Comisión Estatal de Planificación de Instalaciones Nucleares, lo que significa que es el encargado de escurrir la bomba (uy, perdón, el bulto) respecto a esos cacharritos llamados «reactores nucleares».
¿Quieren saber algo interesante sobre él?
Pues no, verderones, id a lamentaros a otra parte. Yo no tengo ningún problema con la energía nuclear. La necesitamos para conseguir la independencia energética (respecto a ciertos intereses extranjeros sobre los que he escrito largo y tendido en otra parte). Con una salvedad: la energía nuclear pierde sus ventajas si el coste de las plantas y la energía invertida en su construcción excede sus beneficios.
Me he enterado de que el diputado Klevinger ha hecho un par de lujosos viajes a Hawai y México para jugar al golf con su flamante «amigo» Stephen Ralston. Pues ¿saben qué, señoras y señores? Da la casualidad de que Ralston ha presentado un proyecto para la construcción de una central nuclear al norte de Mendocino.
Mendocino, un sitio precioso. Y muy caro para construir. Eso por no hablar de que, al parecer, el coste de llevar la energía allá donde se necesite será enorme. (Otro promotor ha propuesto una ubicación mucho más barata y eficiente, a unos ochenta kilómetros al sur de Sacramento). Pero una fuente me ha pasado el informe preliminar de la Comisión Nuclear, y da la impresión de que Ralston va a conseguir el visto bueno para construir en Mendocino.
¿Ha hecho Klevinger algo ilícito, algo condenable?
No digo ni que sí ni que no. Sólo planteo la pregunta.
—Estaba mintiendo desde el principio —comentó TJ.
—Ya lo creo.
Aun así, no podía detenerse a pensar en la hipocresía de Royce. A fin de cuentas, iba a marcharse a casa dentro de un día o dos: ya no hacía falta chantajearlo.
—Buen trabajo.
—Me he limitado a poner los puntos sobre las íes.
Cuando se marchó TJ, Dance se concentró en el informe de la oficina del Sheriff. Le sorprendió un poco que David Reinhold, aquel chico tan bien dispuesto con el que la víspera había jugado al gato y al ratón no se lo hubiera llevado en persona.
De: Ayudante Peter Bennington, Unidad de Investigación Forense de la OSCM.
Para: Kathryn Dance, agente especial, Oficina de Investigación de California. División Oeste.
Ref: Homicidio del 28 de junio en el domicilio de James Chilton, 2939 de Pacific Heights Court, Carmel, California.
Kathryn, he aquí el inventario:
Dance leyó la lista dos veces. No podía molestarse por el trabajo que había hecho la unidad de criminología. Era perfectamente aceptable. Y, sin embargo, no brindaba ninguna pista acerca del paradero de Travis Brigham. O de dónde podía estar enterrado su cuerpo.
Sus ojos se deslizaron hacia la ventana y fueron a posarse en el grueso y áspero nudo, el punto en el que dos árboles independientes se volvían uno. Luego siguieron viaje hacia el cielo.
Ah, Travis, pensó, incapaz de sustraerse a la idea de que le había fallado.
Incapaz, al fin, de sustraerse a las lágrimas.