Los muertos iban sobre ruedas. Los vivos, a pie.
El cadáver de Greg Ashton, que, según había descubierto Dance, era en realidad Greg Schaeffer, bajó las escaleras y cruzó el césped montado sobre la endeble camilla del furgón del forense mientras James y Patricia Chilton caminaban a paso lento hacia la ambulancia.
Otra víctima, descubrieron todos con horror, era Miguel Herrera, el ayudante de la oficina del Sheriff de Monterrey encargado de vigilar la casa de los Chilton.
Haciéndose pasar por Ashton, Schaeffer se había parado junto al coche de Herrera. El guardia había llamado a Patrizia y esta le había dicho que lo estaban esperando. Al parecer, Schaeffer le había apoyado a continuación la pistola en la chaqueta y había disparado dos veces. La cercanía del cuerpo había amortiguado la detonación.
El supervisor de la oficina del Sheriff estaba presente, junto con otra docena de ayudantes, todos ellos conmovidos y furiosos por el asesinato.
En cuanto a los heridos capaces de caminar, los Chilton no parecían tener lesiones graves.
Dance, en cambio, vigilaba atentamente a Rey Carraneo, que había sido el primero en llegar y, al ver a Herrera muerto, había entrado corriendo en la casa tras pedir refuerzos. Había visto a Schaeffer a punto de disparar a Chilton y le había dado el aviso reglamentario, pero cuando Schaeffer había intentado negociar, se había limitado a dispararle limpiamente dos balas a la cabeza. Las discusiones con sospechosos armados sólo se dan en las películas y en las series de televisión, y en las malas, además. Los policías nunca bajan sus armas ni las guardan. Y nunca vacilan en eliminar a un objetivo si se presenta la ocasión.
Disparar, esa es la norma número uno, la dos y la tres.
Y eso había hecho Carraneo. A simple vista, el joven agente parecía encontrarse bien. Su lenguaje corporal no había cambiado: seguía manteniendo la misma actitud erguida y profesional que lucía como un esmoquin alquilado. Pero sus ojos contaban otra historia. Reflejaban las palabras que en esos momentos giraban en su cabeza como un bucle:
Acabo de matar a un hombre. Acabo de matar a un hombre.
Dance se aseguraría de que le dieran unos días de permiso con paga.
Llegó un coche y de él salió Michael O’Neil. Al verla, se acercó a ella. El taciturno ayudante del Sheriff no sonrió.
—Lo siento, Michael.
Dance agarró su brazo. O’Neil conocía a Herrera desde hacía varios años.
—¿Le disparó así, sin más?
—Sí.
Cerró los ojos un momento.
—Dios mío.
—¿Estaba casado?
—No, divorciado, pero tiene un hijo adulto. Ya ha sido informado.
O’Neil, siempre tan sereno, con un semblante que dejaba traslucir tan poco, miró con odio helador la bolsa verde que contenía los restos mortales de Greg Schaeffer.
Se oyó otra voz, débil y trémula:
—Gracias.
Al volverse, se encontraron cara a cara con el hombre que acababa de hablar: James Chilton. Vestido con pantalones negros, camiseta blanca y jersey azul marino de cuello de pico, el bloguero parecía un capellán acongojado por la carnicería de una batalla. Su esposa estaba a su lado.
—¿Se encuentran bien? —les preguntó Dance.
—Sí, estoy bien, gracias. Sólo un poco magullado. Cortes y hematomas.
Patrizia Chilton añadió que ella tampoco tenía nada grave.
O’Neil hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y preguntó a Chilton:
—¿Quién era?
Fue Dance quien contestó:
—El hermano de Anthony Schaeffer.
El bloguero pestañeó, atónito.
—¿Lo ha descubierto?
Ella le explicó a O’Neil cuál era la verdadera identidad de Ashton.
—Eso es lo interesante de Internet: esas páginas de juegos de rol, como Second Life. Puedes crearte una identidad completamente nueva. Schaeffer llevaba unos meses difundiendo el nombre de Greg Ashton por la red, simulando que era un gran experto en blogs y canales RSS. Lo hizo para introducirse en la vida de Chilton.
—Denuncié a su hermano Anthony en el blog hace un par de años —explicó Chilton—. Le hablé de él a la agente Dance el día que nos conocimos. Era una de las cosas que más lamentaba del blog: que se hubiera matado.
—¿Cómo has descubierto quién era? —preguntó O’Neil a Dance.
—TJ y yo estábamos descartando sospechosos. Era poco probable que Arnold Brubaker fuera el asesino. Yo seguía sospechando de Clint Avery, el constructor de la carretera nueva, pero todavía no tenía nada concreto. Así que seguí con la lista de personas que habían amenazado a James.
La lista corta…
—La mujer de Anthony Schaeffer estaba en la lista —dijo Chilton—. Claro. Me amenazó hace un par de años.
Dance agregó:
—Me conecté a Internet para buscar toda la información que pudiera sobre ella. Encontré fotos de su boda. El padrino era Greg, el hermano de Anthony. Lo reconocí del otro día, cuando vine a su casa. Hice averiguaciones sobre él y descubrí que había llegado aquí con un billete con fecha de retorno abierta hará unas dos semanas.
Tan pronto como averigüé aquello, llamé a Miguel Herrera, pero al no poder contactar con él envié a Rey Carraneo a casa de los Chilton. El agente, que estaba siguiendo a Clint Avery, se hallaba cerca de allí.
—¿Schaeffer ha dicho algo de Travis? —inquirió O’Neil.
Dance le mostró el sobre de plástico que contenía la nota manuscrita con referencias a Travis, destinada a hacer creer que era el chico quien había matado a los Chilton.
—¿Creen que está muerto?
O’Neil y Dance se miraron a los ojos. Ella dijo:
—No, mi teoría es otra. Al final, naturalmente, Schaeffer habría tenido que matar al chico. Pero es posible que no lo haya hecho aún. Puede que quisiera simular que se había suicidado tras acabar con Chilton. Habría sido el final más limpio para el caso. Lo que significa que es posible que todavía esté vivo.
O’Neil respondió a una llamada telefónica. Se alejó, fijando la mirada en el coche patrulla en el que Herrera había sido asesinado a sangre fría. Desconectó al cabo de un momento.
—Me marcho. Tengo que interrogar a un testigo.
—¿Tú, interrogar? —bromeó ella.
La técnica de interrogatorio de Michael O’Neil consistía en mirar fijamente al sospechoso, sin sonreír, y pedirle una y otra vez que le dijera lo que sabía. Podría ser efectiva, pero no era eficaz. Y, además, a él no le gustaban los interrogatorios.
Consultó su reloj.
—¿Hay alguna posibilidad de que me hagas un favor?
—El que quieras.
—El vuelo de Anne desde San Francisco se ha retrasado. No puedo faltar a ese interrogatorio. ¿Puedes ir a recoger a los niños a la guardería?
—Claro. De todos modos tengo que ir a recoger a Wes y a Maggy después del campamento.
—¿Nos vemos en Fisherman’s Wharf a las cinco?
—Claro.
O’Neil se marchó, lanzando otra ojeada al coche de Herrera.
Chilton agarró la mano de su esposa. Dance conocía los gestos que evidenciaban un roce con la muerte. Pensó en la actitud de cruzado, soberbia y arrogante, que había mostrado la primera vez que lo había visto. Era muy distinta a la de ahora. Recordó que algo en él parecía haberse ablandado ya antes, al enterarse de que su amigo Don Hawken y la esposa de este habían estado a punto de morir asesinados. Ahora se había producido otra transformación, otro distanciamiento de su pétreo semblante de misionero.
Chilton esbozó una sonrisa amarga.
—Ay, cómo me ha engatusado… Atacó directo a mi puto ego.
—Jim…
—No, cariño. Es así. Todo es culpa mía, ¿sabes? Schaeffer escogió a Travis. Leyó el blog, encontró a un buen candidato a chivo expiatorio y lo organizó todo para que pareciera que me había asesinado un chico de diecisiete años. Si no hubiera publicado ese hilo sobre las cruces, si no hubiera hablado del accidente, Schaeffer no habría tenido ningún incentivo para ir a por el chico.
Tenía razón, pero Kathryn Dance tendía a evitar el juego de las posibilidades hipotéticas. Era muy fácil empantanarse en él.
—Habría escogido a otra persona —señaló—. Estaba decidido a vengarse de usted.
Pero él no pareció oírla.
—Debería cerrar el puto blog para siempre.
Dance vio en su mirada determinación, furia y frustración. Pero también miedo, le pareció. Dirigiéndose a las dos, Chilton añadió con firmeza:
—Voy a hacerlo.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó su mujer.
—Cerrarlo. Se acabó el Report. No voy a destrozarle la vida a nadie más.
—Jim —dijo Patrizia con suavidad, y se sacudió un poco de polvo de la manga—. Cuando nuestro hijo tuvo neumonía, estuviste dos días sentado junto a su cama, sin dormir. Cuando murió la mujer de Don, te fuiste de esa reunión en la sede de Microsoft para acompañarlo. Renunciaste a un contrato de cien mil dólares. Y cuando mi padre se estaba muriendo, estuviste con él más que la gente de la residencia. Haces cosas buenas, Jim. Así eres tú. Y tu blog también hace cosas buenas.
—Yo…
—Espera. Déjame acabar. Donald Hawken te necesitó y allí estuviste. Nuestros hijos te han necesitado, y siempre has estado ahí. Pues el mundo también te necesita, cariño. No puedes darle la espalda.
—Patty, ha muerto gente.
—Prométeme solamente que no vas a tomar decisiones precipitadas. Han sido un par de días espantosos. Nadie piensa con claridad en estos momentos.
Un largo silencio.
—Ya veré. Ya veré. —Abrazó a su esposa—. Lo que tengo claro es que voy a dejarlo en suspenso unos días. Y vamos a irnos de aquí. Mañana nos vamos a Hollister —le dijo—. Podemos pasar un largo fin de semana allí, con Donald y Lily. Todavía no la conoces. Llevaremos a los chicos, cocinaremos al aire libre… Haremos un poco de senderismo.
El rostro de Patrizia se iluminó con una sonrisa. Apoyó la cabeza en el hombro de su marido.
—Me encantaría.
Él fijó la mirada en Dance.
—He estado pensando en una cosa.
Ella levantó una ceja.
—Un montón de gente me habría arrojado a los lobos. Y seguramente me lo merecía. Pero usted no lo hizo. No le caía bien, no aprobaba lo que hacía, pero dio la cara por mí. Eso es honestidad intelectual. Y se ve pocas veces. Gracias.
Dance agradeció el cumplido con una risa tenue y avergonzada, a pesar de que a veces había sentido la tentación de arrojar a Chilton a los lobos.
La pareja regresó a la casa para acabar de hacer las maletas e irse a pasar la noche a un motel. Patrizia no quería quedarse en la casa hasta que el despacho estuviera completamente limpio de sangre de Schaeffer. A Dance no le extrañó.
La agente se acercó al jefe de la unidad de investigación forense de la oficina del Sheriff, un oficial de mediana edad con el que llevaba varios años colaborando. Le explicó que cabía la posibilidad de que Travis siguiera con vida, retenido en algún escondite. Lo que significaba que tendría escasas provisiones de comida y agua. Había que encontrarlo, y pronto.
—¿Schaeffer llevaba encima la llave de alguna habitación?
—Sí, del Hotel Cyprus Grove Inn.
—Quiero que reviséis con lupa la habitación, la ropa de Schaeffer y su coche. Buscad cualquier cosa que pueda darnos una pista sobre el sitio donde tiene retenido al chico.
—Dalo por hecho, Kathryn.
Regresó a su coche y llamó a TJ:
—Lo has pillado, jefa. Ya me he enterado.
—Sí, pero ahora quiero encontrar al chico. Si está vivo, puede que sólo tengamos un día o dos para dar con él antes de que se muera de hambre o de sed. Quiero a todo el mundo buscándolo. La oficina del Sheriff va a encargarse de la inspección forense en casa de Chilton y en el Cyprus Grove, donde se alojaba Schaeffer. Llama a Peter Bennington y pídele que se dé prisa con los informes. Llama también a Michael si es necesario. Ah, y búscame testigos en las habitaciones del Cyprus Grove cercanas a la de Schaeffer.
—Claro, jefa.
—Y ponte en contacto con la Patrulla de Caminos, con la policía del condado y con la local. Quiero encontrar la última cruz, la que ha dejado Schaeffer anunciando la muerte de Chilton. Que la inspeccione Peter con todo el equipo que tenga.
Se le ocurrió otra idea.
—¿Averiguaste algo sobre ese vehículo de un organismo estatal?
—¿El que vio Pfister?
—Sí.
—No ha llamado nadie. Creo que no nos han dado prioridad.
—Inténtalo otra vez. Y que sea prioritario.
—¿Vas a pasarte por aquí, jefa? El tirano quiere verte.
—TJ…
—Perdón.
—Luego me pasaré por allí. Primero tengo que hacer una cosa.
—¿Necesitas ayuda?
Dance contestó que no, aunque lo cierto era que no le apetecía ni por asomo hacer aquello ella sola.