32

—Me gustaría hablar con Caitlin, por favor.

—¿Usted es…? —preguntó Virginia Gardner, la madre de la chica que había sobrevivido al accidente del 9 de junio.

Dance se identificó.

—Hablé con su hija el otro día, en la escuela de verano.

—Ah, es usted la policía. La que ordenó que le pusieran un guardia en el hospital y delante de casa.

—Exacto.

—¿Han encontrado a Travis?

—No, yo…

—¿Está cerca? —preguntó la mujer en voz baja, mirando a su alrededor.

—No, no. Sólo quiero hacerle algunas preguntas más a su hija.

La señora Gardner la invitó a pasar al vestíbulo de su casa, un edificio enorme, de estilo contemporáneo, situado en Carmel. Dance recordó que Caitlin tenía previsto ir a varias afamadas facultades y escuelas de medicina. Ignoraba a qué se dedicaban papá y mamá, pero al parecer podían permitirse la matrícula.

Recorrió con la mirada el enorme cuarto de estar. Había coloridos cuadros abstractos en las paredes: dos lienzos espinosos, amarillos y negros, y uno con grandes manchas de color rojo sangre. Su visión le pareció turbadora, y pensó en lo distinto que era aquello de la acogedora casa de Travis y Jason en Dimension Quest.

Sí, bueno, en Etheria nos hacemos casas chulas porque las casas donde vivimos, las del mundo real, quiero decir, no son tan bonitas, ¿sabe?

La madre de la chica desapareció y regresó un momento después con Caitlin, vestida con vaqueros y una camiseta verde lima debajo de un ceñido jersey blanco.

—Hola —dijo la adolescente con nerviosismo.

—Hola, Caitlin. ¿Cómo estás?

—Bien.

—Confiaba en que tuvieras un par de minutos. Tengo que hacerte unas preguntas.

—Claro, no hay problema.

—¿Podemos sentarnos en alguna parte?

—Podemos ir al solario —propuso la señora Gardner.

Pasaron junto a un despacho y Dance vio un diploma de la Universidad de California en la pared. Facultad de Medicina. El padre de Caitlin.

Madre e hija se sentaron en el sofá; Dance, en una silla de respaldo recto. Acercó la silla y dijo:

—Quería ponerte al corriente. Hoy ha habido otro asesinato. ¿Te has enterado?

—Ay, no —murmuró la madre.

La chica no dijo nada. Cerró los ojos. Su cara, enmarcada por el pelo rubio y lacio, pareció palidecer.

—La verdad —susurró la madre, enfadada—, nunca entenderé cómo pudiste salir con alguien así.

—Mamá —se quejó Caitlin—, ¿cómo que «salir»? Dios, yo nunca he salido con Travis. Nunca saldría con él. ¿Con alguien así?

—Sólo quería decir que, evidentemente, es peligroso.

—Caitlin —les interrumpió Dance—, estamos ansiosos por encontrar a Travis, pero de momento no ha habido suerte. Estoy averiguando más cosas de él a través de amigos, pero…

—Esos chicos de Columbine… —terció su madre de nuevo.

—Por favor, señora Gardner.

La madre la miró ofendida, pero se calló.

—Ya le dije el otro día todo lo que se me ocurrió.

—Sólo un par de preguntas más. No tardaremos mucho.

Acercó aún más la silla y sacó un cuaderno. Lo abrió y lo hojeó con cuidado, deteniéndose una o dos veces.

La adolescente, inmóvil, miró fijamente el cuaderno.

Dance sonrió y la miró a los ojos.

—Bueno, Caitlin, quiero que pienses en la noche de la fiesta.

—Ajá.

—Ha surgido algo interesante. Entrevisté a Travis antes de que huyera y tomé algunas notas.

Señaló con un gesto el cuaderno que descansaba en su regazo.

—¿Sí? ¿Habló con él?

—Así es. No presté mucha atención hasta después de hablar contigo y con otras personas, pero ahora confío en poder relacionar algunas pistas para descubrir dónde se esconde.

—¿Cómo es posible que sea tan difícil encontrar a un…? —comenzó a decir la madre de Caitlin como si no pudiera refrenarse.

Pero se calló de nuevo al ver la mirada severa de Dance.

La agente añadió:

—Bueno, Travis y tú hablasteis un poco, ¿verdad? Esa noche, quiero decir.

—Qué va.

Dance frunció ligeramente el ceño y hojeó sus notas.

La chica agregó:

—Bueno, sólo cuando ya íbamos a irnos. Lo que quería decir es que durante la fiesta estuvo solo casi todo el rato.

—Pero en el trayecto a casa sí que hablasteis —afirmó Dance, dando unos golpecitos en el cuaderno.

—Sí, un poco. No lo recuerdo mucho. Lo tengo todo muy borroso, con el accidente y todo eso.

—Seguro que sí, pero voy a leerte un par de frases y me gustaría que rellenaras las lagunas. Que me cuentes si recuerdas algo acerca de lo que te dijo Travis durante el trayecto de vuelta, antes del accidente.

—Vale.

Dance consultó su cuaderno.

—Muy bien, esta es la primera: «La casa molaba mucho, pero la carretera me acojonó». —Levantó la mirada—. He pensado que tal vez Travis se refería a que le daban miedo las alturas.

—Sí, eso quería decir. La entrada a la casa estaba en la ladera de una colina, y estuvimos hablando de eso. Él me dijo que siempre le había dado miedo caerse. Miró la carretera y dijo que por qué no ponían un quitamiedos.

—Bien. Eso es muy útil.

Otra sonrisa.

Caitlin sonrió a su vez. Dance volvió a consultar sus notas.

—¿Y esta?: «Me molan mucho los barcos. Siempre he querido tener uno».

—¿Ah, eso? Sí. Estuvimos hablando de los muelles, de Fisherman’s Wharf. A Travis le apetecía un montón navegar hasta Santa Cruz. —Desvió la mirada—. Creo que quería pedirme que fuera con él, pero le dio vergüenza.

Dance sonrió.

—Entonces puede que esté escondido en un barco, en alguna parte.

—Sí, puede ser. Creo que dijo algo sobre lo chulo que sería marcharse en un barco.

—Bien… Aquí va otra: «Ella tiene más amigos que yo. Yo sólo tengo uno o dos con los que puedo salir».

—Sí, recuerdo que me lo dijo. Me dio pena que no tuviera muchos amigos. Estuvo hablando un rato de eso.

—¿Mencionó algún nombre? ¿Alguien con quien haya podido quedarse? Piensa. Es importante.

La adolescente entornó los párpados y se frotó la rodilla con la mano. Luego suspiró.

—No, ninguno.

—Está bien, Caitlin.

—Lo siento.

Un ligero mohín.

Dance mantuvo la sonrisa. Estaba armándose de valor para lo que vendría a continuación. Sería difícil: para la chica, para su madre y también para ella. Pero no quedaba otro remedio.

Se inclinó hacia delante.

—Caitlin, no estás siendo sincera conmigo.

—No puede decirle eso a mi hija —masculló Virginia Gardner.

—Travis no me dijo ninguna de esas cosas —añadió Dance en tono neutro—. Me las he inventado.

—¡Ha mentido! —exclamó la madre.

No, técnicamente, no. Había escogido cuidadosamente sus palabras, y en ningún momento había afirmado que aquellas frases fueran declaraciones de Travis Brigham.

La chica se había puesto pálida.

La madre refunfuñó:

—¿Qué es esto, una especie de trampa?

Sí, eso era justamente. Dance tenía una teoría y necesitaba comprobar si era verdadera o falsa. Había vidas en juego.

Ignorando a la madre, le dijo a Caitlin:

—Pero me has seguido la corriente como si Travis te hubiera dicho todas esas cosas en el coche.

—Yo… sólo intentaba ser útil. Me sentía mal por no saber más cosas.

—No, Caitlin. Has pensado que muy bien podías haber hablado de esas cosas con Travis en el coche, pero que quizá no te acordabas porque estabas bebida.

—¡No!

—Voy a pedirle que se marche —balbució la madre.

—No he terminado —gruñó Dance, haciéndola callar.

La agente dedujo que, dada su formación en ciencias, y su capacidad para sobrevivir en un hogar como aquel, Caitlin tenía un tipo de personalidad reflexivo-sensorial, según el índice Myers-Briggs. Le parecía más introvertida que extrovertida. Y, aunque su personalidad como mentirosa fluctuaría, en aquel momento era una adaptadora.

Mentía para sobrevivir.

Si hubiera dispuesto de más tiempo, tal vez habría conseguido sonsacarle la verdad poco a poco y con mayor profundidad. Pero, con la tipología Myers-Briggs y su personalidad de adaptadora, Dance calculó que podía presionarla sin tener que recurrir a cumplidos como había hecho con Tammy Foster.

—Estuviste bebiendo en la fiesta.

—Yo…

—Hubo gente que te vio, Caitlin.

—Me tomé un par de copas, claro.

—Antes de venir he hablado con varios alumnos que estuvieron en la fiesta. Afirman que Vanessa, Trish y tú os bebisteis casi una botella de tequila después de que vieras a Mike con Brianna.

—Bueno…, sí, ¿y qué?

—¡Que tienes diecisiete años! —exclamó su madre, indignada.

Dance añadió con calma:

—He llamado al servicio de reconstrucción de accidentes, Caitlin. Van a inspeccionar tu coche en el depósito de la policía. Miden cosas como el ajuste del espejo retrovisor y la posición del asiento. Pueden deducir la altura del conductor.

La chica estaba inmóvil, aunque le temblaba la barbilla.

—Caitlin, es hora de decir la verdad. Muchas cosas dependen de ello. Puede que haya otras vidas en juego.

—¿Qué verdad? —susurró la madre.

Dance mantuvo los ojos fijos en la chica.

—Eras tú quien conducía esa noche, no Travis.

—¡No! —gimió Virginia Gardner.

—¿Verdad, Caitlin?

La adolescente no dijo nada durante un minuto. Luego dejó caer la cabeza y hundió el pecho. Dance advirtió dolor y derrota en sus gestos. El mensaje kinésico era: sí.

Con voz entrecortada, dijo:

—Mike se fue con esa zorrita colgada de él. ¡Le había metido la mano por detrás de los pantalones! Yo sabía que iban a ir a su casa, a follar. Pensaba ir allí y… y…

—Está bien, ya basta —ordenó la madre.

—¡Cállate! —le gritó Caitlin, y comenzó a sollozar. Se volvió hacia Dance—. ¡Sí, conducía yo!

La culpa había estallado por fin dentro de ella.

—Después del accidente —prosiguió Dance—, Travis te puso en el asiento del copiloto y se sentó él en el del conductor. Fingió que conducía él. Lo hizo para salvarte.

Recordó su entrevista con Travis.

¡Yo no he hecho nada malo!

Su afirmación le había parecido engañosa, pero había pensado que se refería a la agresión contra Tammy. En realidad, lo que había hecho mal había sido mentir acerca de quién conducía esa noche.

La idea se le había ocurrido mientras veía la casa de Travis, de Medicus, y su familia en Etheria. El hecho de que el chico pasara todo el tiempo posible en Dimension Quest, actuando como médico y sanador, y no como un asesino al estilo de Stryker, había hecho que empezara a dudar de su propensión a la violencia. Y al descubrir que su avatar había estado dispuesto a sacrificarse para salvar a la reina de los elfos, se había dado cuenta de que era posible que hubiera hecho lo mismo en la vida real: culparse del accidente para que la chica a la que admiraba desde lejos no fuera a la cárcel.

Caitlin, que lloraba con los ojos cerrados, se recostó en el sofá, con el cuerpo convertido en un nudo de tensión.

—Perdí la cabeza. Nos emborrachamos y se me ocurrió ir a buscar a Mike y decirle que era un mierda. Trish y Vanessa estaban todavía más borrachas que yo, así que dije que conducía yo, pero Travis me siguió fuera y se empeñó en intentar pararme. Trató de quitarme las llaves, pero no le dejé. Estaba tan enfadada… Trish y Vanessa se sentaron detrás y Travis se metió de un salto en el asiento del copiloto y empezó a decirme: «Para, Caitlin, vamos, no puedes conducir». Pero yo me porté como una imbécil.

»Seguí, no le hice caso. Y entonces no sé qué pasó, que nos salimos de la carretera. —Su voz se apagó y su expresión fue una de las más tristes y desvalidas que Kathryn Dance había visto nunca—. Y maté a mis amigas.

Su madre, con la cara blanca y atónita, se inclinó hacia delante, indecisa. Rodeó los hombros de su hija con un brazo. La chica se crispó un momento y luego se rindió, comenzó a sollozar y apretó la cabeza contra el pecho de su madre.

Pasados unos minutos, la señora Gardner, que también lloraba, miró a Dance.

—¿Qué va a pasar ahora?

—Deberían ustedes buscar un abogado para Caitlin. Y luego llamar a la policía inmediatamente. Lo mejor es que se entregue voluntariamente. Cuanto antes, mejor.

Caitlin se limpió la cara.

—Es tan horrible mentir… Iba a decir algo. De verdad, de verdad que sí. Pero entonces la gente empezó a atacar a Travis, todas esas cosas que dijeron, y me di cuenta de que, si decía la verdad, me atacarían a mí. —Bajó la cabeza—. No me atreví. Las cosas que dirían de mí… Quedarían ahí, escritas para siempre en Internet.

Más preocupada por su imagen que por la muerte de sus amigas.

Pero Dance no estaba allí para ayudarla a expiar su culpa. Lo único que necesitaba era confirmar su teoría de que Travis se había inculpado para salvarla. Se levantó y las dejó solas tras despedirse escuetamente.

Al salir, mientras corría hacia su coche, marcó la tecla tres de marcación rápida: el número de Michael O’Neil.

Contestó al segundo pitido. Por suerte el Otro Caso no lo mantenía del todo incomunicado.

—Hola.

Parecía cansado.

—Michael…

—¿Qué pasa?

Se había puesto alerta. Al parecer, su tono de voz también desvelaba muchas cosas.

—Sé que estás muy liado, pero ¿hay alguna posibilidad de que pueda pasarme por allí? Necesito hablar contigo, contrastar ideas. He descubierto algo.

—Claro. ¿Qué?

—Que Travis Brigham no es el Asesino de la Cruz de Carretera.

Estaban en el despacho de O’Neil en la Oficina del Sheriff del Condado de Monterrey, en Salinas.

Las ventanas daban al juzgado, enfrente del cual había una veintena de manifestantes de Life First liderados por el reverendo Fisk, con su perilla desflecada. Aburridos, al parecer, de protestar delante de la casa vacía de Stuart y Edie Dance, se habían trasladado allí donde tenían más posibilidades de obtener publicidad. Fisk estaba hablando con su acompañante, el fornido guardaespaldas pelirrojo al que Dance había visto otras veces.

La agente se apartó de la ventana y se sentó junto a O’Neil en la inestable mesa de reuniones. La habitación estaba llena de carpetas colocadas en pulcros montones. Se preguntó cuáles de ellas se referían al caso del contenedor indonesio. Él se balanceó en la silla, apoyada en dos patas.

—Bueno, cuéntame.

Dance le explicó rápidamente cómo la investigación les había conducido hasta Jason, de allí al interior de Dimension Quest y, por último, a Caitlin Gardner y a su confesión de que Travis había asumido la culpa por ella.

—¿Está enamorado? —preguntó O’Neil.

—Claro, se trata de eso en parte —contestó Dance—. Pero también de algo más. Ella quiere ir a la facultad de medicina. Y eso es importante para Travis.

—¿A la facultad de medicina?

—Medicina, sanación… En Dimension Quest, ese juego al que juega, Travis es un famoso sanador. Creo que, si la protegió, fue en parte por eso. Su avatar se llama Medicus. Un doctor. Se siente vinculado a ella.

—Es un poco traído por los pelos, ¿no te parece? A fin de cuentas, sólo es un juego.

—No, Michael, es más que un juego. El mundo real y el sintético están cada vez más cerca, y la gente como Travis habita en ambos. Si en Dimension Quest es un sanador respetado, no va a ser un asesino vengativo en el mundo real.

—Así que se inculpó del accidente por Caitlin y, por más que diga la gente sobre él en el blog, lo último que quiere es llamar la atención cometiendo agresiones.

—Exacto.

—Pero Kelley… Antes de perder el conocimiento le dijo al enfermero que era Travis quien la había atacado.

Dance sacudió la cabeza.

—No estoy segura de que en realidad lo viera. Dio por sentado que era él, quizá porque sabía que había publicado un comentario sobre él y que la máscara de su ventana era de Dimension Quest. Y se rumoreaba que él era el responsable de las agresiones. Pero creo que el verdadero asesino llevaba una máscara o la atacó por la espalda.

—¿Y qué hay de las evidencias materiales? ¿Crees que son falsas?

—Exacto. Sería fácil leer sobre Travis en Internet, seguirlo, averiguar que trabaja en esa bollería, que monta en bici, que juega constantemente a DQ. El asesino pudo fabricarse una de esas máscaras, robar la pistola de la camioneta de Bob Brigham, colocar esos restos materiales en la bollería y robar el cuchillo en un descuido de los empleados. Ah, y otra cosa: los M&M’s, los restos de envoltorio que había en el lugar de los hechos…

—¿Sí?

—Tiene que ser una prueba falsa. Travis no come chocolate. Los paquetes de M&M’s que compraba eran para su hermano. Le preocupa su acné. Tenía libros en su cuarto sobre qué comidas evitar. El verdadero asesino no lo sabía. Debe de haber visto a Travis comprar M&M’s en algún momento y habrá dado por sentado que eran su golosina favorita, por eso dejó restos de envoltorio en la escena del crimen.

—¿Y las fibras de la sudadera?

—En uno de los comentarios del Report se decía que la familia Brigham era tan pobre que no podía permitirse tener una lavadora-secadora. Y mencionaba a qué lavandería iban. Estoy seguro de que el verdadero culpable lo leyó y estuvo vigilando la lavandería.

O’Neil asintió.

—Y robó una sudadera con capucha cuando la madre estaba fuera o no miraba.

—Sí. También colgaron en el blog unos dibujos, fingiendo que eran de Travis.

O’Neil no había visto los dibujos, de modo que Dance se los describió brevemente, omitiendo el hecho de que en uno de ellos aparecía una mujer que guardaba cierto parecido con ella.

—Eran muy toscos —añadió—, la idea que un adulto se hace de los dibujos de un adolescente. Pero yo he visto dibujos hechos por Travis. De operaciones quirúrgicas. Y es un dibujante excepcional. Esos dibujos los hizo otra persona.

—Eso explicaría por qué nadie ha podido encontrar al verdadero asesino, a pesar de la operación de busca y captura. Se pone una sudadera con capucha para atacar, luego mete la sudadera y la bicicleta en el maletero de su coche y se larga como si tal cosa. Dios mío, podría tener cincuenta años. O podría ser una mujer, ahora que lo pienso.

—Exacto.

El ayudante del Sheriff guardó silencio un momento. Al parecer, sus reflexiones habían llegado al lugar exacto en el que le esperaban las de Dance.

—Está muerto, ¿verdad? —preguntó—. Travis, quiero decir.

Ella suspiró al pensar en aquel amargo corolario de su hipótesis.

—Es posible. Pero confío en que no. Quiero pensar que lo tiene retenido en alguna parte.

—El pobre chico estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. —O’Neil siguió columpiándose en la silla—. Así que, para descubrir dónde está el verdadero asesino, tenemos que averiguar quién es su verdadero objetivo. No se trata de nadie que haya criticado a Travis en el blog. Esas agresiones fueron sólo un señuelo para despistarnos.

—¿Mi teoría? —preguntó Dance.

O’Neil la miró con una sonrisa astuta.

—¿Que quienquiera que sea el asesino en realidad va a por Chilton?

—Sí. Estaba preparando el escenario, atacando primero a personas que habían criticado a Travis, luego a quienes apoyaban a Chilton y, finalmente, al propio bloguero.

—Alguien que no quiere que lo investiguen.

Dance contestó:

—O que quiere vengarse por algo que ha publicado Chilton.

—Está bien, entonces lo único que tenemos que averiguar es quién quiere matar a James Chilton —concluyó Michael O’Neil.

Dance soltó una risa amarga.

—Sería más fácil preguntar quién no quiere matarlo.