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Dance, Boling y el chico estaban en el despacho de la agente en el CBI. Stryker no era en realidad Travis Brigham, sino Jason Kepler, un alumno de diecisiete años del instituto Carmel South.

Travis había creado el avatar años antes, pero se lo había vendido a Jason por Internet, junto con «mogollón de Reputación, Vida y Recursos».

Fuera eso lo que fuera.

Dance recordó que Boling le había dicho que los jugadores podían vender sus avatares y otros pertrechos del juego.

El profesor le explicó que había encontrado una referencia al horario de apertura del salón de juegos Lighthouse en los datos del ordenador de Travis.

Dance le agradecía su brillante trabajo detectivesco, aunque más tarde pensaba echarle una buena bronca por no haber llamado a emergencias nada más saber que el chico estaba en el salón de juegos y por haber salido en su persecución. Detrás de ellos, en su mesa, metido en un sobre de pruebas, estaba el cuchillo de cocina con el que le había amenazado Jason. Era un arma mortífera y, técnicamente, el joven era culpable de asalto y agresión. Pero, dado que Boling no había resultado herido y el chico le había entregado voluntariamente el cuchillo, Dance se conformaría, casi con toda probabilidad, con hacerle una seria advertencia.

Boling le explicó lo que había pasado: él mismo había caído víctima de una estratagema ideada por el joven que tenían sentado ante ellos.

—Cuéntale lo que me has dicho.

—Lo que pasa es que estaba preocupado por Travis —les dijo Jason con los ojos muy abiertos—. Ustedes no saben lo que es ver a un miembro de tu familia siendo atacado así, como en ese blog.

—¿De tu familia?

—Sí, en DQ, en el juego, somos hermanos. Bueno, nunca nos hemos visto en persona ni nada, pero conozco muy bien a Travis.

—¿Nunca os habéis visto?

—Bueno, sí, claro, pero no en la realidad, sólo en Etheria. Yo quería ayudarlo, pero primero tenía que encontrarlo. Intenté llamarlo y le mandé varios mensajes, pero no pude hablar con él. Lo único que se me ocurrió fue quedarme por el salón de juegos. A lo mejor así conseguía convencerlo de que se entregara.

—¿Usando un cuchillo? —preguntó Dance.

El chico levantó los hombros y los dejó caer.

—Pensé que no me vendría mal.

Jason era una chico flaco y de una palidez enfermiza. Estaba de vacaciones de verano, pero seguramente, por irónico que pareciera, salía menos ahora que en otoño o invierno, cuando tenía que ir a clase.

Boling retomó el relato.

—Jason estaba en el salón de juegos cuando llegué. El encargado es amigo suyo y, cuando le pregunté por Stryker, fingió que iba a hacer una comprobación y le avisó.

—Oye, lo siento, tío. No iba a apuñalarte ni nada de eso. Sólo quería saber quién eras y si tenías idea de dónde estaba Travis. No sabía que eras de la Oficina de Investigación esta.

Aquella mención a su presunta pertenencia a las fuerzas de la ley hizo esbozar a Boling una sonrisa avergonzada. El profesor añadió que sabía que Dance querría hablar con Jason, pero que le había parecido preferible llevarlo directamente a verla, en vez de esperar a que apareciera la policía local.

—Así que montamos en el coche y llamé a TJ. Fue él quien nos dijo dónde estabas.

Había sido una decisión acertada, y sólo ligeramente ilegal.

—Jason —dijo Dance—, nosotros tampoco queremos que Travis sufra ningún daño. Y no queremos que agreda a nadie más. ¿Qué puedes decirnos sobre dónde puede estar?

—Podría estar en cualquier parte. Es muy listo, ¿sabe? Sabe cómo sobrevivir a la intemperie, en el bosque. Es un experto. —El chico pareció advertir su desconcierto y añadió—: Verán, DQ es un juego, pero también es real. Porque si estás en las Montañas del Sur, hay como cincuenta grados bajo cero, y tienes que aprender a mantenerte caliente, porque si no mueres congelado. Y tienes que conseguir comida, y agua, y de todo. Hay que aprender qué plantas son buenas y qué animales puedes comer. Y a cocinar y conservar la comida. Hay hasta recetas. Tienes que hacerlas de verdad en el juego, porque, si no, no funcionan. —Se rio—. Ha habido novatos que han intentado jugar y que piensan: «Nosotros lo único que queremos es luchar contra los troles y los demonios», y acaban muriéndose de hambre porque no saben sobrevivir.

—Juegas con otras personas, ¿verdad? ¿Alguna de esas personas podría saber dónde está Travis?

—A ver, he preguntado a todos los de la familia y nadie sabe dónde está.

—¿Cuántos sois en vuestra familia?

—Unos doce. Pero él y yo somos los únicos que vivimos en California.

Dance estaba fascinada.

—¿Y vivís todos juntos? ¿En Etheria?

—Sí. Los conozco mejor que a mis hermanos de verdad. —Soltó una risa amarga—. Y en Etheria no me pegan, ni me roban el dinero.

La agente sentía curiosidad.

—¿Tenéis padres?

—¿En la realidad?

Se encogió de hombros, un gesto que Dance interpretó como un «algo parecido».

—No, en el juego —contestó.

—Algunas familias sí los tienen. Nosotros, no. —Puso una mirada melancólica—. Estamos mejor así.

Dance sonrió.

—¿Sabes que tú y yo ya nos conocíamos, Jason?

El chico bajó la mirada.

—Sí, lo sé. Me lo ha dicho el señor Boling. La maté. Lo siento. Pensaba que era sólo una novata que estaba dando la paliza por lo de Travis. Porque a nuestra familia, bueno, a toda nuestra hermandad, no han parado de fastidiarnos por lo de Travis y por todos los posts de ese blog. Hasta vino una partida de castigo desde la Isla de Cristal para borrarnos del mapa. Hicimos una alianza y conseguimos pararlos. Pero mataron a Morina, una hermana nuestra. Ha vuelto, pero ha perdido todos sus Recursos.

El delgaducho muchacho se encogió de hombros.

—A mí me tratan muy mal, ¿saben? En el instituto. Por eso elegí un avatar que es un Fulminador, un guerrero. Hace que me sienta mejor. Allí nadie me toca las narices.

—Jason, una cosa que podría servirnos de ayuda sería que nos contaras las estrategias que utiliza Travis para atacar a la gente. Cómo les vigila, qué armas emplea… Cualquier cosa que nos ayude a descubrir cómo podemos anticiparnos a sus movimientos.

Pero el chico parecía preocupado.

—La verdad es que no saben mucho de Travis, ¿verdad?

Dance estuvo a punto de decir que sabían demasiado. Pero los interrogadores saben cuándo dejar que el sujeto lleve la voz cantante. Mirando a Boling, contestó:

—No, supongo que no.

—Quiero enseñarles una cosa.

Jason se levantó.

—¿Dónde?

—En Etheria.

Kathryn Dance volvió a asumir la identidad de su avatar, Greenleaf, ya resucitado por completo.

Mientras Jason tecleaba, el personaje apareció en la pantalla, en un claro del bosque. Como en la ocasión anterior, el escenario era muy hermoso y los gráficos asombrosamente nítidos. Decenas de personas vagaban por el claro, algunas armadas, otras cargadas con bolsas o paquetes, y unas cuantas guiando a animales.

—Esto es Otovius. Travis y yo venimos mucho por aquí. Es un sitio bonito… ¿Le importa?

El chico se inclinó hacia las teclas.

—No —le dijo Dance—. Adelante.

Jason tecleó algo y un momento después recibió un mensaje: Kiaruya no está conectada.

—Qué rollo.

—¿Quién es Kiaruya? —preguntó Boling.

—Mi mujer.

—¿Tu qué? —preguntó Dance al chico de diecisiete años.

Jason se sonrojó.

—Nos casamos hace un par de meses.

Ella se rio, asombrada.

—La conocí el año pasado, en el juego. Mola un montón. Ha cruzado las Montañas del Sur, ¡ella sola! No se ha muerto ni una sola vez. Y enseguida nos llevamos bien. Salimos juntos en varias aventuras. Y le pedí que se casara conmigo. Bueno, más bien me lo pidió ella. Pero yo también quería. Así que nos casamos.

—¿Quién es, en realidad?

—Una chica coreana. Pero ha sacado malas notas en un par de asignaturas…

—¿En la realidad? —preguntó Boling.

—Sí. Así que sus padres no le dejan conectarse.

—¿Os habéis divorciado?

—No, sólo estamos pasando una temporada separados. Hasta que vuelva a sacar notable en matemáticas. Tiene gracia —añadió Jason—, la mayoría de la gente que se casa en DQ, sigue casada. En el mundo real se divorcian un montón de padres. Espero que Kiaruya vuelva a conectarse pronto. La echo de menos. —Señaló la pantalla con un dedo—. Bueno, vamos a la casa.

Siguiendo las indicaciones de Jason, el avatar de Dance avanzó por el paisaje, pasando junto a decenas de personas y seres diversos.

El chico los condujo hasta un barranco.

—Podríamos ir andando, pero tardaríamos mucho, ¿saben? No puede pagar un viaje en pegaso porque todavía no ha ganado nada de oro, pero puedo darle puntos de transporte. —Comenzó a teclear—. Son como los puntos que acumula mi padre cada vez que viaja en avión.

Introdujo varios códigos más y a continuación hizo que el avatar montara en un caballo alado que un instante después echó a volar. El vuelo fue sobrecogedor. Se elevaron sobre el paisaje, volando entre densas nubes. Dos soles ardían en el cielo azul y de vez en cuando pasaban a su lado otras criaturas aladas, además de dirigibles y extrañas máquinas voladoras. Dance vio bajo ella ciudades y aldeas. Y fuegos en varios sitios.

—Son batallas —explicó Jason—. Tienen muy buena pinta —añadió como si lamentara perderse la ocasión de cortar unas cuantas cabezas.

Un minuto después llegaron a la costa y aterrizaron suavemente sobre una colina redondeada, frente a las aguas turbulentas de un océano de color verde brillante.

Dance recordó que Caitlin le había dicho que a Travis le gustaba la costa porque le recordaba a un sitio del juego al que jugaba.

Jason le enseñó a desmontar del caballo y, manejando ella misma los mandos, dirigió a Greenleaf hacia la casa de campo que les señalaba el chico.

—Esa es la casa. La construimos todos juntos.

Como la construcción de un granero en el siglo XIX, pensó Dance.

—Pero todo el dinero y los materiales los consiguió Travis. Los pagó él. Contrató a troles para que hicieran el trabajo pesado —añadió con una pizca de ironía.

Cuando el avatar de Dance estuvo en la puerta, Jason le dio una contraseña verbal. Ella la pronunció ante el micrófono del ordenador y se abrió la puerta. Entraron.

Dance se llevó una sorpresa. La casa era bonita y espaciosa, llena de muebles de extrañas formas, pero acogedores, como salidos de un álbum ilustrado del doctor Seuss. Había pasarelas y escaleras que conducían a diversas habitaciones, ventanas de formas caprichosas, una enorme chimenea con el fuego encendido, una fuente y un gran estanque.

Un par de mascotas, mezcla de cabra y salamandra, con cara de bobaliconas, se paseaban croando por la casa.

—Es muy bonito, Jason. Muy bonito.

—Sí, bueno, en Etheria nos hacemos casas chulas porque las casas donde vivimos, las del mundo real, quiero decir, no son tan bonitas, ¿sabe? Vale, pues esto es lo que quería enseñarles. Vaya por ahí.

La condujo más allá de un pequeño estanque poblado por rutilantes peces verdes.

El avatar se detuvo delante de una gran puerta metálica, cerrada con varios cerrojos. Jason le dio otra contraseña y la puerta se abrió despacio, acompañada por diversos efectos de sonido imitando crujidos y chirridos. Dance hizo que Greenleaf cruzara la puerta, bajara un tramo de escaleras y entrara en lo que parecía ser una mezcla de botica y sala de curas.

Jason la miró y notó que ella había fruncido el ceño.

—¿Entiende? —preguntó.

—No exactamente.

—Eso es lo que quería decirles sobre Travis. Que no le gustan las armas, ni las batallas, ni nada de eso. A él lo que le mola es esto. Este es su cuarto de sanación.

—¿Su cuarto de sanación? —preguntó Dance.

—Travis odiaba luchar —explicó el chico—. Creó a Stryker como guerrero cuando empezó a jugar, pero no le gustaba. Por eso me lo vendió a mí. Él es un sanador, no un guerrero. Y me refiero a un sanador de nivel cuarenta y nueve. ¿Saben lo que significa eso? Que es el mejor. Es alucinante.

—¿Un sanador?

—Su avatar se llama así por eso: Medicus, que significa «doctor» en no sé qué idioma extranjero.

—En latín —terció Boling.

—¿De la antigua Roma? —preguntó Jason.

—Exacto.

—Qué guay. El caso es que Travis tiene también otros oficios: cultiva hierbas y fabrica pociones. Aquí es donde viene la gente a que la cure. Es como la consulta de un médico.

—¿Un médico? —preguntó Dance pensativa. Se levantó, buscó el montón de papeles que se habían llevado de la habitación de Travis y les echó un vistazo.

Rey Carraneo estaba en lo cierto: los dibujos eran de cuerpos diseccionados. Pero no se trataba de víctimas de crímenes, sino de operaciones quirúrgicas. Estaban muy bien hechos, eran técnicamente muy precisos.

Jason prosiguió diciendo:

—Vienen personajes de toda Etheria a verlo. Hasta los diseñadores del juego lo conocen. Le pidieron asesoramiento para crear PNJ. Es una leyenda total. Ha ganado miles de dólares creando pociones curativas y ventajas, como regeneradores y hechizos de energía.

—¿Dinero de verdad?

—Sí, claro. Vende las pociones en eBay, donde compré yo a Stryker.

Dance recordó la pequeña caja de seguridad que habían encontrado bajo la cama del chico. De modo que así era como ganaba el dinero.

Jason tocó la pantalla.

—¿Ven eso de ahí?

Señalaba una vitrina en la que descansaba una bola de cristal unida al extremo de un bastón de oro.

—Es el cetro de sanación. Le costó como cincuenta pruebas conseguirlo. Fue el primero que lo consiguió en toda la historia de DQ.

Hizo una mueca.

—Una vez estuvo a punto de perderlo… —Una expresión perpleja bañó su rostro—. Fue una noche horrorosa.

El chico hablaba como si se tratara de una tragedia en la vida real.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que Medicus y yo, y algunos más de la familia, salimos a hacer una prueba en las Montañas del Sur, que tienen como cinco mil metros de altura y son superpeligrosas. Estábamos buscando un árbol mágico. El Árbol de la Visión, se llama. Y fue genial, porque encontramos la casa de Ianna, la reina de los elfos, de la que todo el mundo había oído hablar, pero que no había visto nadie hasta ese momento. Es superfamosa.

—Es un PNJ, ¿no? —preguntó Boling.

—Sí.

—Un personaje no jugador —le recordó Boling a Dance—. Creado por el propio juego.

Jason se mostró ofendido por aquella descripción.

—¡Pero el algoritmo es alucinante! Mejor que cualquier robot que hayas visto.

El profesor se disculpó con una inclinación de cabeza.

—Así que estábamos allí, charlando y pasando el rato, y mientras Ianna nos estaba hablando del Árbol de la Visión y de cómo podíamos encontrarlo, de repente nos atacó una banda de las Fuerzas del Norte. Nos pusimos todos a luchar, y un gilipollas disparó a la reina con una flecha especial. Ianna iba a morirse y Trav intentó salvarla, pero sus pociones no funcionaban. Así que decidió transferirse. Nosotros le dijimos «que no, tío, no lo hagas». Pero lo hizo de todos modos.

El chico hablaba con tal fervor que Dance se descubrió inclinándose hacia delante y moviendo la pierna en un gesto de tensión. Boling también lo miraba fijamente.

—¿Qué es transferirse, Jason? Sigue contando.

—Pues es que a veces, si alguien se está muriendo, puedes entregar tu vida a los Entes de la Esfera Superior. Y los Entes empiezan a quitarte tu fuerza vital y a dársela a la persona que se está muriendo. Puede que la persona resucite antes de que se te acabe la fuerza vital, pero también puede ser que se quede con toda tu fuerza vital y que tú mueras, y que la persona a la que intentas salvar también muera. Sólo que, cuando mueres porque te transfieres, lo pierdes todo. O sea, todo lo que has hecho y todo lo que has ganado, todos tus puntos, todos tus recursos, toda tu reputación desde que empezaste a jugar. A ver, desaparecen así, sin más. Si Travis hubiera muerto, habría perdido el cetro, la casa, su oro, sus caballos voladores… Tendría que haber empezado de cero, como un newbie.

—¿Eso hizo?

Jason asintió.

—A ver, estuvo a puntito. Se quedó casi sin vida, pero la reina resucitó. Le dio un beso. ¡Fue mítico! Y luego nos juntamos con los elfos y les dimos una buena lección a los de las Fuerzas del Norte. Tío, esa noche fue la bomba. Fue mítica. Toda la gente que juega a DQ todavía habla de ella.

Dance asintió con la cabeza.

—Muy bien, Jason, gracias. Ya puedes desconectarte.

—¿No quieren seguir jugando? Ya empezaba a cogerle el tranquillo a cómo moverse.

—Puede que luego.

El chico pulsó algunas teclas y el juego se cerró.

La agente consultó su reloj.

—Jon, ¿puedes llevar a Jason a casa? Yo tengo que ir a hablar con una persona.

De A a B, y de B a X…