Kathryn Dance estaba en su despacho con TJ Scanlon y Jon Boling. Eran las nueve de la mañana y llevaban casi dos horas allí.
Chilton había borrado el mensaje amenazador de Travis y los dos dibujos.
Pero antes Boling los había descargado y hecho copias del texto.
3stais mu3rtos.
t0d0s v0s0tros.
Y también de los dibujos.
—Quizá podamos localizar el lugar desde donde colgó el mensaje —comentó Boling, e hizo una mueca—. Pero sólo si Chilton coopera.
—¿Hay algo en el dibujo de Qetzal? ¿Esos números, esos códigos y palabras? ¿Algo que nos pueda ayudar?
Boling contestó que se referían al juego y que seguramente Travis los había hecho hacía mucho tiempo. Pero ni siquiera el profesor, el gran aficionado a los rompecabezas, había encontrado pistas en aquellas extrañas anotaciones.
TJ y Boling se abstuvieron escrupulosamente de comentar que el segundo dibujo, el del apuñalamiento, guardaba parecido con la propia Dance.
Estaba a punto de llamar al bloguero cuando recibió una llamada. Se rio ásperamente al mirar la pantalla y contestó:
—¿Sí, señor Chilton?
Boling le lanzó una mirada irónica.
—No sé si ha visto…
—Sí, lo hemos visto. Han entrado en su blog.
—La seguridad de mi servidor es bastante buena. Ese chico tiene que ser muy listo. —Un silencio. Luego añadió—: Quería que supiera que hemos intentado localizarlo. Está utilizando un servidor proxy de algún punto de Escandinavia. He llamado a unos amigos que tengo allí, y creen saber de qué compañía se trata. Tengo el nombre y la dirección. Y también el número de teléfono. Está a las afueras de Estocolmo.
—¿Cooperarán?
Chilton respondió:
—Los servidores proxy rara vez cooperan con la policía, a no ser que medie una orden judicial. Por eso los usa la gente, claro está.
Conseguir una orden internacional sería una pesadilla burocrática, y Dance no sabía de ninguna que se hubiera llevado a efecto en menos de dos o tres semanas desde su fecha de emisión. A veces, las autoridades extranjeras las ignoraban por completo. Pero al menos tenían una pista.
—Deme los datos. Voy a intentarlo.
Chilton le dio la información.
—Se lo agradezco.
—Y hay otra cosa.
—¿Cuál?
—¿Tiene el blog abierto?
—Puedo abrirlo.
—Lea lo que acabo de publicar hace unos minutos.
Dance abrió la página del blog.
http://www.thechiltonreport.com/html/junio28.html
Chilton se disculpaba primero con sus lectores, en términos tan humildes que Dance se llevó una sorpresa. Después decía:
CARTA ABIERTA A TRAVIS BRIGHAM
Esta es una súplica personal, Travis. Ahora que se ha hecho público tu nombre, confío en que no te importe que te llame así.
Mi trabajo consiste en dar noticias, en hacer preguntas, no en involucrarme en los sucesos de los que informo. Pero en este caso tengo que intervenir.
Por favor, Travis, ya ha habido suficientes problemas. No te pongas las cosas más difíciles. No es demasiado tarde para parar esta situación espantosa. Piensa en tu familia, piensa en tu futuro. Por favor, llama a la policía. Entrégate. Hay gente que quiere ayudarte.
—Es brillante, James —comentó Dance—. Puede incluso que Travis se ponga en contacto con usted para entregarse.
—Y he congelado el hilo. Ya no se pueden hacer más comentarios. —Se quedó callado un momento—. Ese dibujo… Era terrible.
Bienvenido al mundo real, Chilton.
Dance le dio las gracias y colgaron. Se desplazó hasta el final del hilo sobre las cruces de carretera y leyó los comentarios más recientes, y al parecer los últimos. Aunque algunos parecían haber sido publicados desde el extranjero, no pudo evitar preguntarse nuevamente si contenían pistas que pudieran ayudarles a encontrar a Travis o a anticiparse a su próximo golpe. No extrajo, sin embargo, ninguna conclusión de los crípticos mensajes.
Salió del blog y les contó a TJ y a Boling lo que había escrito Chilton.
El profesor no estaba convencido de que fuera a surtir mucho efecto: a su modo de ver, ya no se podía razonar con el chico.
—Pero confiemos en que sí.
Dance repartió las tareas: TJ regresó a su silla junto a la mesa baja para ponerse en contacto con el servidor escandinavo, y Boling a su rincón para buscar los nombres de posibles víctimas a partir de una nueva remesa de direcciones de Internet, incluidas las de las personas que habían publicado comentarios en otros hilos. Había identificado a trece más.
Charles Overby entró en el despacho vestido como un político, con traje azul y camisa blanca.
—Kathryn… —dijo a modo de saludo—. Oye, Kathryn, ¿qué es eso de que el chico está publicando amenazas?
—Así es, Charles. Estamos intentando averiguar desde dónde lo ha hecho.
—Ya me han llamado seis periodistas. Y un par de ellos han conseguido el número de mi casa. Les he dado largas, pero ya no puedo esperar más. Dentro de veinte minutos doy una rueda de prensa. ¿Qué puedo decirles?
—Que seguimos investigando. Que contamos con la ayuda de efectivos de San Benito para continuar la búsqueda. Y que hemos recibido avisos de que se había visto a Travis, pero que ninguno ha dado resultados.
—También me ha llamado Hamilton. Está muy disgustado.
Hamilton Royce, de Sacramento, el del traje azulón, los ojos vivos y la tez rojiza.
Al parecer, el agente al mando, Charles Overby, había tenido una mañana muy ajetreada.
—¿Algo más?
—Chilton ha parado los posts del hilo y ha pedido a Travis que se entregue.
—Me refería a algo técnico.
—Bueno, nos está ayudando a encontrar el rastro del mensaje de Travis.
—Bien. Así que estamos haciendo algo.
Algo que los telespectadores de los horarios de máxima audiencia pudieran valorar, quería decir, a diferencia del trabajo policial, esforzado y poco elegante, que les había tenido ocupados esas últimas cuarenta y ocho horas. Dance y Boling se miraron. El profesor también parecía sorprendido por el comentario. Desviaron la mirada inmediatamente, antes de que aflorara una expresión común de perplejidad.
Overby consultó su reloj.
—Está bien. Es mi turno en el barril.
Se marchó a la rueda de prensa.
—¿Sabe Overby lo que significa esa expresión? —preguntó Boling.
—¿La del barril? Yo tampoco lo sé.
TJ soltó una risa ahogada, pero no dijo nada. Sonrió al profesor, que dijo:
—Es un chiste que no voy a repetir, pero que incluye a marineros salidos que llevan mucho tiempo en alta mar.
—Gracias por no contármelo.
Dance se dejó caer en su silla, bebió un sorbo de café y, qué demonio, se comió la mitad del dónut que, al igual que el café, había aparecido de repente en su mesa como un regalo de los dioses.
—Travis, quiero decir Stryker, ¿ha vuelto a conectarse? —le preguntó a Jon Boling.
—No. No he tenido noticias de Irv, pero nos avisará enseguida, descuida. Creo que nunca duerme. Por sus venas circula Red Bull.
Dance levantó el auricular y llamó a Peter Bennington al laboratorio de crimonología de la oficina del Sheriff para que la pusiera al día sobre las pruebas. En resumen, según Bennington había pruebas suficientes para imputar a Travis por asesinato, pero ninguna pista acerca de su paradero, salvo aquellos restos de tierra que habían encontrado, procedentes de un lugar distinto al de la cruz. David Reinhold, el joven y ávido ayudante del Sheriff, había asumido la tarea de recoger muestras de suelo de los alrededores de la casa de Travis, pero ninguna coincidía.
Suelo arenoso… Qué útil, pensó Dance con sorna, en una zona que presumía de tener más de veinte kilómetros de playas y dunas, entre ellas algunas de las más bellas del estado.
A pesar de que pudo informar de que el CBI estaba «llevando a cabo procedimientos técnicos», Charles Overby la pifió en la rueda de prensa.
El televisor del despacho de Dance estaba encendido y pudieron ver el batacazo en directo.
La agente había informado a Overby con precisión, salvo por un pequeño detalle que ella misma desconocía.
—Agente Overby —dijo una periodista—, ¿qué están haciendo para proteger a la población, en vista de que ha aparecido otra cruz?
El policía no pudo disimular su asombro.
—Oh, oh —susurró TJ.
Dance los miró a ambos, perpleja. Luego volvió a fijar la mirada en la pantalla.
La periodista añadió que media hora antes había oído un aviso a través de un escáner de radio. La policía de Carmel había encontrado otra cruz con la fecha de ese mismo día, 28 de junio, cerca de China Cove, en la carretera 1.
Overby balbució:
—La agente a cargo del caso me informó justo antes de venir aquí y al parecer no sabía nada al respecto.
En la oficina del CBI en Monterrey sólo había dos mujeres con el rango de oficiales. Sería fácil averiguar quién era la agente en cuestión.
Charles, hijo de puta.
Oyó preguntar a otro periodista:
—Agente Overby, ¿qué opina del hecho de que haya cundido el pánico en la ciudad y en toda la península? Hay informaciones de que algunas personas han disparado a ciudadanos inocentes que han entrado sin mala intención en sus propiedades.
Un silencio.
—Bien, eso no es bueno.
Ay, señor…
Dance apagó el televisor. Llamó a la oficina del Sheriff y descubrió que, en efecto, habían encontrado otra cruz con la fecha de ese día junto a China Cove. Y también un ramo de rosas. Los técnicos forenses estaban recogiendo pruebas y registrando la zona.
—No hay testigos, agente Dance —añadió el ayudante que la informó.
Después de colgar, se volvió hacia TJ:
—¿Qué dicen los suecos?
TJ había telefoneado al servidor proxy y dejado dos mensajes urgentes. Todavía no le habían devuelto la llamada, a pesar de que en Estocolmo era día laborable y apenas había pasado la hora de comer.
Cinco minutos después Overby entró hecho una furia en el despacho.
—¿Otra cruz? ¿Otra cruz? ¿Qué demonios ha pasado?
—Yo también acabo de enterarme, Charles.
—¿Cómo demonios se han enterado ellos?
—¿La prensa? Escáneres de radio, contactos… Como se enteran siempre de lo que hacemos.
Overby se frotó la frente bronceada. Cayeron copos de piel.
—Bien, ¿cuál es la situación?
—La gente de Michael está inspeccionando el lugar de los hechos. Si hay alguna prueba, nos avisarán.
—Si hay alguna prueba.
—Es un adolescente, Charles, no un profesional. Tiene que dejar alguna pista que nos lleve hasta su escondite. Tarde o temprano.
—Pero si ha dejado una cruz es porque piensa matar a alguien hoy mismo.
—Estamos contactando con todas las personas que pueden estar en peligro a las que hemos podido identificar.
—¿Y el rastreo informático? ¿Hay alguna novedad?
TJ contestó:
—El servidor no nos ha devuelto la llamada. Hemos pedido al departamento jurídico que solicite una orden judicial extraterritorial.
El director de la oficina hizo una mueca.
—Vaya, qué maravilla. ¿Dónde está el servidor?
—En Suecia.
—Mejor que en Bulgaria —comentó Overby—, pero tardarán un mes en dignarse siquiera a responder. Enviad la petición para cubrirnos las espaldas, pero no perdáis el tiempo con eso.
—Sí, señor.
Overby se marchó a toda prisa, sacándose el móvil del bolsillo.
Dance levantó su teléfono y llamó a Rey Carraneo y a Albert Stemple para que se presentaran en su despacho. Cuando llegaron anunció:
—Estoy harta de estar a la defensiva. Quiero que escojamos a las cinco o seis víctimas potenciales más probables, las que publicaron los ataques más violentos contra Travis, y a los comentaristas que hayan mostrado más apoyo a Chilton. Vamos a sacarlos de esta zona y a montar un dispositivo de vigilancia alrededor de sus casas o apartamentos. Travis tiene a una nueva víctima en el punto de mira y, cuando aparezca, quiero que se lleve una sorpresa mayúscula. Manos a la obra.