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La página de inicio de Dimension Quest se cargó casi instantáneamente, a unos golpes de tecla de Boling.

La pantalla se disolvió y apareció una ventana de bienvenida. Debajo aparecía la calificación del juego por parte de un organismo llamado ERSB.

Después, con su tecleo firme, Jon Boling los llevó a Etheria.

Fue una experiencia extraña. Los avatares, algunos seres fantásticos, otros humanos, vagaban en torno a un calvero, en medio de un bosque de árboles inmensos. Sus nombres aparecían en globos, encima de los personajes. La mayoría luchaba entre sí, pero algunos simplemente caminaban, corrían o montaban a caballo o sobre otras criaturas. Algunos volaban por sí solos. A Dance le sorprendió ver que se movían con agilidad y que sus expresiones faciales eran muy realistas. Los gráficos eran asombrosos, de calidad semejante a la de una película.

De ahí que las escenas de combate y el derramamiento de sangre, excesivo y brutal, resultara tanto más espeluznante.

Dance se descubrió echándose hacia delante y moviendo las rodillas: una señal típica de estrés. Sofocó un gemido de sorpresa cuando un guerrero decapitó a otro justo delante de ellos.

—¿Los dirigen personas reales?

—Uno o dos son PNJ, «personajes no jugadores», que genera el propio juego, pero casi todos los demás son avatares de personas que pueden estar en cualquier parte. En Ciudad del Cabo, en México, en Nueva York, en Rusia… Los jugadores son hombres en su mayoría, pero también hay mujeres en cantidad. Y la media de edad no es tan baja como cabría pensar. La mayoría tienen entre quince y veintitantos años, pero hay muchos jugadores mayores. Pueden ser chicos o chicas, o señores de mediana edad, blancos, negros, discapacitados, atletas, abogados, lavaplatos… En el mundo sintético, uno puede ser quien quiera.

Delante de ellos, otro guerrero mató con facilidad a su oponente. Brotó un géiser de sangre. Boling gruñó.

—Pero no están todos en igualdad de condiciones. La supervivencia depende de quién practique más y quién tenga más energía, y la energía se consigue luchando y matando. Es un círculo vicioso, literalmente.

Dance tocó la pantalla para señalar la espalda de una mujer que se veía al fondo.

—¿Esa eres tú?

—Es el avatar de una alumna mía. Me he conectado a través de su cuenta.

El nombre que se leía encima del personaje era «Greenleaf».

Stryker era un hombre tosco y musculoso. Dance advirtió que, mientras que muchos de los personajes tenían barba o la tez rojiza y correosa, el avatar de Travis tenía un cutis impecable y terso como el de un bebé. Pensó en su preocupación por el acné.

Puedes ser quien quieras…

Stryker, un «Fulminador», recordó Dance, era, evidentemente, el guerrero dominante en aquella escena. Al verlo, la gente daba media vuelta y se marchaba. Varios personajes se enfrentaron a él; una vez, dos al mismo tiempo. Él los mató tranquilamente. En una ocasión, fulminó a un avatar gigantesco, un trol o una criatura parecida, con un rayo. Después, mientras yacía temblando en el suelo, le hundió un cuchillo en el pecho.

Dance gimió.

Stryker se agachó y pareció hurgar dentro del cuerpo.

—¿Qué está haciendo?

—Desvalijar el cadáver. —Al ver que Dance fruncía el ceño, añadió—: Todo el mundo lo hace. Hay que hacerlo. Los cadáveres pueden tener algo de valor. Y si los has derrotado, te has ganado ese derecho.

Si aquellos eran los valores que había aprendido Travis en el mundo sintético, era asombroso que no hubiera perdido antes la cabeza.

No pudo evitar preguntarse dónde estaría el chico en ese instante, en el mundo real. ¿En un Starbucks con conexión wifi, con la capucha puesta y gafas de sol para que no lo reconocieran? ¿A veinte kilómetros de allí? ¿A dos?

No estaba en el Game Shed, de eso estaba segura. Tras comprobar que solía pasar mucho tiempo allí, había ordenado que vigilaran constantemente el local.

Mientras veía al avatar de Travis luchar y matar con toda facilidad a decenas de seres, hombres, mujeres y animales, se descubrió recurriendo instintivamente a su conocimiento del lenguaje corporal.

Sabía, naturalmente, que era un programa informático el que controlaba los movimientos y la postura del chico. Y, sin embargo, se dio cuenta de que su avatar se movía con más agilidad y elegancia que la mayoría. Cuando luchaba, no lanzaba golpes al azar, sin ton ni son, como algunos de los personajes. Esperaba, se retiraba un poco y luego atacaba cuando sus oponentes estaban desorientados. Después le bastaba con un par de golpes rápidos o estocadas para matarlos. Se mantenía alerta, mirando constantemente a su alrededor.

Quizá fuera una pista acerca de la estrategia vital del chico. Planear los ataques cuidadosamente, descubrir todo lo posible sobre sus víctimas, atacar deprisa.

Analizar el lenguaje corporal de un avatar informático, se dijo. Qué caso tan extraño este.

—Quiero hablar con él.

—¿Con Travis? Digo, ¿con Stryker?

—Sí. Acércate.

Boling vaciló.

—No conozco muy bien los comandos de navegación, pero creo que sé caminar.

—Adelante.

Usando el ratón táctil, dirigió a Greenleaf hacia el lugar donde Stryker estaba inclinado, desvalijando el cadáver de un ser al que acababa de masacrar.

En cuanto estuvo a su alcance, Stryker sintió que su avatar se acercaba y se incorporó de un salto, con la espada en una mano y un recargado escudo en la otra. Sus ojos parecieron asomarse a la pantalla, tan oscuros como los de Qetzal, el demonio.

—¿Cómo le mando un mensaje?

Boling clicó en un botón, en la parte baja de la pantalla, y se abrió una ventana.

—Como cualquier mensaje instantáneo. Teclea el mensaje y dale a «Responder». Recuerda, usa abreviaturas y jerga de chat, si puedes. Lo más fácil es sustituir la letra «e» por el número tres y la «a» por el cuatro.

Dance respiró hondo. Le temblaban las manos cuando miró la cara animada del asesino.

3r3s muy bu3no, stryker.

Las palabras aparecieron en un globo, encima de la cabeza de Greenleaf, mientras el avatar se aproximaba.

qi3n 3r3s?

Stryker se mantuvo apartado, empuñando la espada.

un4 nov4t4, n4d4 m4s.

—No está mal —le dijo Boling—, pero olvida la gramática y la puntuación. Ni mayúsculas, ni comas. Signos de interrogación sí puedes poner.

Dance continuó:

t3 h3 visto luch4r 3r3s un h4ch4.

Respiraba agitadamente. Dentro de ella iba creciendo la tensión.

—Estupendo —susurró Boling.

de q reino eres?

—¿Qué quiere decir? —preguntó Dance, sintiendo un hormigueo de pánico.

—Creo que pregunta por tu país o por el gremio al que perteneces. Debe de haberlos a cientos. No sé nada de este juego. Dile que eres una newbie. —Se lo deletreó—. Alguien nuevo en el juego, pero que quiere aprender.

soy una newbie, juego x diversion, he pensado que podias 3ns3ñarm3.

Hubo una pausa.

o sea que eres una pardilla.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Dance.

—Un newbie es solamente un principiante. Un pardillo es un fracasado, alguien que, además de egocéntrico, es un incompetente. Es un insulto. A él le han llamado «pardillo» muchas veces en Internet. Dile que te partes de risa, pero que no. Que de verdad quieres aprender de él.

ja, ja, pero no, chaval, qu13r0 aprender

estas bu3na?

—¿Intenta ligar conmigo? —le preguntó Dance a Boling.

—No lo sé. Es una pregunta extraña, dadas las circunstancias.

dicen que sí

chateas raro

—Mierda, se ha dado cuenta de que tardas en contestar. Sospecha algo. Cambia de tema, vuelve a hablar de él.

a ver, de verdad qui3ro aprender, q pu3d3s enseñarme?

Una pausa. Luego

cosa

Dance tecleó:

cual?

Otra vacilación.

Después las palabras aparecieron en el globo del avatar de Travis:

a mor1r.

Y aunque Dance sintió el impulso de pulsar una tecla o tocar el ratón para levantar un brazo y defenderse, no tuvo tiempo.

El avatar de Travis se movió como un rayo: la golpeó con la espada una y otra vez. En la esquina superior izquierda de la pantalla apareció un recuadro mostrando dos figuras de un blanco opaco: sobre la de la izquierda se leía «Stryker» y sobre la de la derecha «Greenleaf».

—¡No! —musitó Dance mientras Travis seguía golpeando.

El blanco que llenaba la silueta de Greenleaf comenzó a borrarse.

—Es tu fuerza vital, que va a agotándose —explicó Boling—. Defiéndete. Tienes una espada. ¡Ahí! —Tocó la pantalla—. Pon el cursor encima y haz clic en el lado izquierdo del ratón.

Llena de un pánico febril e irracional, Dance comenzó a cliquear.

Pero Stryker rechazaba fácilmente las estocadas frenéticas de su avatar.

Cuando en el marcador se borró casi del todo la vida de Greenleaf, el avatar cayó de rodillas. Un instante después, su espada cayó al suelo. Estaba tumbada de espaldas, con los brazos y las piernas abiertos. Indefensa.

Dance se sintió tan vulnerable como en la vida real.

—Casi no te queda vida —dijo Boling—. No puedes hacer nada.

El marcador se había vaciado casi por completo.

Stryker dejó de asestar golpes al cuerpo de Greenleaf. Se acercó y miró hacia la pantalla.

qi3n 3r3s?

Se leyó en el recuadro de mensaje instantáneo.

soy greenleaf. xq me has m4t4d0?

QI3N 3RES?

—Todo en mayúsculas. Está gritando. Se ha cabreado.

Por favor… A Dance le temblaban las manos y sentía una opresión en el pecho. Era como si aquello no fueran bits, datos electrónicos, sino personas reales. Se había zambullido por completo en el mundo sintético.

Entonces Stryker dio un paso y hundió la espada en el vientre de Greenleaf. Brotó la sangre a borbotones, y el marcador de la esquina superior izquierda desapareció, sustituido por otro mensaje:

ESTÁS MUERTO.

—¡Oh! —exclamó Dance.

Tenía las manos húmedas y temblorosas y respiraba agitadamente, con los labios resecos.

El avatar de Travis clavó una mirada gélida en la pantalla. Luego dio media vuelta y se adentró corriendo en el bosque. Sin detenerse, lanzó un mandoble al cuello de un avatar que estaba de espaldas y le cortó la cabeza limpiamente.

Luego desapareció.

—No se ha quedado a desvalijar el cuerpo. Ha huido. Quiere alejarse a toda prisa. Sospecha algo.

Boling se acercó más a Dance: sus piernas se rozaron.

—Quiero ver una cosa.

Comenzó a teclear. Apareció otra ventana. Decía: Stryker no está conectado.

Dance sintió que un escalofrío doloroso la sacudía, como hielo deslizándose por su espina dorsal.

Recostándose en el asiento, con el hombro pegado al de Boling, pensó: Si Travis se ha desconectado, tal vez se haya marchado del sitio donde se había conectado a Internet.

Pero ¿adónde había ido?

¿A esconderse?

¿O pensaba continuar la caza en el mundo real?

Era casi media noche y estaba tendida en la cama.

Dos sonidos se confundían: el del viento sacudiendo los árboles más allá de la ventana de su dormitorio y el fragor de las olas sobre las rocas, a un kilómetro y medio de distancia, en Asilomar y en la carretera que llevaba a Lovers Point.

Sentía calor a su lado, junto a la pierna, y un aliento suave y soñoliento le hacía cosquillas en el cuello.

Pero era incapaz de deslizarse en la dicha de la inconsciencia. Kathryn Dance estaba tan despierta como si fuera mediodía.

Una serie de ideas giraban dentro de su cabeza. Alguna de ellas ocupaba de pronto el lugar más alto y allí se mantenía durante un rato para luego volver a girar, como en La rueda de la fortuna. El tema que marcaba el puntero con más frecuencia era, cómo no, Travis Brigham. Durante sus años como periodista de sucesos, y más tarde como consultora en la elección de jurados y agente de policía, había llegado al convencimiento de que la tendencia a la maldad podía ser genética, como en el caso de Daniel Pell, el líder sectario y asesino al que había perseguido hacía poco tiempo, o adquirida: tal era el caso de Juan Nadie, de Los Ángeles, al que la inclinación al asesinato le había sobrevenido en la madurez.

Dance se preguntaba en qué lado del espectro encajaba Travis.

Era un joven peligroso y perturbado, pero también era otra cosa: un adolescente que ansiaba ser normal, tener la piel tersa, salir con una chica guapa. ¿Había sido inevitable desde su nacimiento que acabara cayendo en la locura? ¿O había comenzado siendo como cualquier otro chico y las circunstancias, un padre violento, un hermano con problemas mentales, un físico poco agraciado, un carácter solitario, su cutis, lo habían vapuleado de tal modo que su ira no se había disipado como la niebla de media mañana, como nos sucedía a la mayoría?

Durante un rato, corto pero intenso, la piedad y la repulsión se mantuvieron en equilibrio dentro de ella.

Después vio el avatar de Travis mirándola con desdén y levantando su espada.

a ver, de verdad qui3ro aprender, q pu3d3s enseñarme?

a mor1r…

A su lado, aquel cuerpo cálido se movió ligeramente, y Dance se preguntó si estaría turbando su sueño con la tensión infinitesimal que irradiaba. Intentaba mantenerse inmóvil, pero, como experta en kinesia, sabía que era imposible. Despierto o dormido, si el cerebro funcionaba, el cuerpo se movía.

La rueda giró de nuevo.

Su madre y el caso de eutanasia se pararon en la parte de arriba. Aunque le había pedido a Edie que llamara cuando llegaran al hotel, su madre no la había llamado. Le dolía, pero no le sorprendía.

Luego la rueda volvió a girar y en su cima se detuvo el caso de Juan Nadie, en Los Ángeles. ¿Qué ocurriría en la vista para decidir sobre su inmunidad? ¿Volverían a posponerla? ¿Y cuál sería el resultado final? Ernie Seybold era un buen fiscal. Pero ¿era lo bastante bueno?

Sinceramente, no lo sabía.

Aquello la hizo pensar en Michael O’Neil. Entendía que tenía razones para no haber ido aquella noche. Pero ¿por qué no había llamado? Era muy extraño.

El Otro Caso…

Dance se rio de sus propios celos.

De vez en cuando intentaba imaginarse con O’Neil, si él no estuviera casado con la esbelta y exótica Anne. Por un lado le resultaba muy fácil. Habían pasado días juntos, trabajando en distintos casos, y las horas habían transcurrido como la seda. La conversación fluía, igual que el humor. Y sin embargo también disentían, a veces hasta el punto de enfadarse. Pero Dance creía que sus apasionadas discusiones sólo mejoraban lo que había entre ellos.

Fuera lo que fuese.

Sus pensamientos siguieron girando, imparables.

Clic, clic, clic…

Al menos, hasta que se detuvieron en el profesor Jonathan Boling, y a su lado aquella respiración suave se convirtió en un suave estertor.

—Ya está, se acabó —dijo, poniéndose de lado—. ¡Patsy!

La golden de pelo liso dejó de roncar al despertarse y levantó la cabeza de la almohada.

—Al suelo —ordenó Dance.

La perra se levantó y, tras asegurarse de que no había comida ni lanzamiento de pelota de por medio, se bajó de un salto para reunirse con su compañero, Dylan, sobre la alfombra vieja que les servía de colchón, dejando a Dance de nuevo sola en la cama.

Jon Boling, se dijo la agente. Luego resolvió que tal vez no le conviniera gastar mucho tiempo pensando en él.

Todavía no.

En cualquier caso, sus reflexiones se disolvieron en aquel instante, cuando sonó suavemente el teléfono móvil que tenía junto a la cama, al lado de su pistola.

Encendió la luz enseguida, se puso las gafas y se rio al ver quién llamaba.

—Jon —dijo.

—Kathryn —dijo Boling—, siento llamarte tan tarde.

—No pasa nada. No estaba dormida. ¿Qué ocurre? ¿Se trata de Stryker?

—No. Pero hay algo que tienes que ver. El blog, el Chilton Report. Conviene que te conectes ahora mismo.

Se sentó en el cuarto de estar, en chándal y con los perros cerca. Todas las luces estaban apagadas, pero la luna y un rayo de luz de una farola pintaban parches iridiscentes, blancos y azules, sobre el suelo de pino. Llevaba la Glock pegada a la espalda, y la pesada pistola tiraba hacia abajo de la floja cinturilla de su pantalón.

El ordenador acabó por fin de cargar el software, después de un rato interminable.

—Ya está.

—Echa un vistazo a la última entrada del blog.

Boling le dio la dirección web.

http://www.thechiltonreport.com/html/junio27actualización.html

Dance pestañeó sorprendida.

—¿Qué…?

—Travis ha hackeado el blog —explicó Boling.

—¿Cómo?

El profesor se rio con frialdad.

—Pues siendo un adolescente, así.

Dance se estremeció mientras leía. Travis había colgado un mensaje encima de la entrada del 27 de junio, al principio del texto. A la izquierda se veía un tosco dibujo de Qetzal, el personaje de Dimension Quest. Alrededor de su horrenda cara, de labios cosidos y ensangrentados, había una serie de números y palabras de significado misterioso. Al lado había un texto escrito con letras grandes, en negrita. Era aún más turbador que el dibujo. Escrito a medias en jerga de chat, decía:

me las vais a PAGAR todos!

yo gano, vosotros perdeis!!

3stais mu3rtos

t0d0s v0s0tr0s

Publicado por TravisDQ

Dance no necesitó traductor para entenderlo.

Debajo del texto había otro dibujo. Torpe y pintado en colores, mostraba a una joven o a una mujer tumbada de espaldas, gritando con la boca abierta mientras una mano le hundía una espada en el pecho. La sangre manaba a borbotones hacia el cielo.

—Ese dibujo… Es repugnante, Jon.

Después de un silencio, Boling contestó en voz baja:

—¿No notas nada raro en él?

Tras estudiar el desmañado dibujo, Dance dejó escapar un gemido. La víctima tenía el pelo castaño, recogido en una coleta y llevaba una blusa blanca y una falda negra. En el cinturón, a la altura de la cadera, tenía una zona sombreada que podía representar la funda de un arma. Su ropa era parecida a la que había llevado ella el día anterior, al ver por primera vez a Travis Brigham.

—¿Soy yo? —preguntó en voz baja.

El profesor no dijo nada.

¿Era un dibujo antiguo? ¿Una fantasía acerca de la muerte de una chica o de una mujer que había desairado a Travis en el pasado, quizá?

¿O lo había dibujado ese mismo día, a pesar de estar huyendo de la policía?

Dance se estremeció al imaginarse al chico inclinado sobre el papel, provisto de lápiz y ceras, dibujando aquella tosca escena de una muerte del mundo sintético que confiaba en hacer realidad.

El viento es un rasgo persistente de la península de Monterrey.

Vigorizante casi siempre, nunca falta, aunque a veces sea flojo y otras indeciso. Bate día y noche el océano azul grisáceo, que, contradiciendo su nombre, nunca está en calma.

Uno de los lugares más ventosos en kilómetros a la redonda es China Cove, una cala en el extremo sur del parque estatal de Point Lobos. El aliento gélido y constante del océano entumece la piel de los excursionistas, y hacer un picnic resulta peliagudo si se llevan platos y vasos de papel como vajilla. Allí, hasta las aves marinas tienen que esforzarse por mantenerse en el sitio si miran de cara a la brisa.

Ahora, casi a medianoche, el viento es inconstante, se alza y se disipa y, cuando sopla con mayor fuerza, levanta hasta muy alto grises espumarajos de agua marina.

Sacude los chaparros.

Dobla los pinos.

Alisa la hierba.

Pero esta noche hay una cosa inmune al viento: un pequeño artefacto en la cuneta de la carretera 1, del lado del mar.

Es una cruz de unos sesenta centímetros de alto, hecha con ramas negras. En medio lleva un redondel de cartón rasgado, con la fecha del día siguiente escrita en azul. En la base, sujeto con unas piedras, hay un ramo de rosas rojas. El viento arranca a veces pétalos que se deslizan por la carretera. Pero la cruz no se zarandea, ni se dobla. Está claro que su autor la ha hincado bien hondo en la tierra, junto al arcén, con golpes poderosos para asegurarse de que se mantiene erguida y visible a ojos de todos.