Soldados de honor es una obra de ficción, pero se trata de una ficción basada en hechos reales.
En agosto de 1808, un ejército comandado por Sir Arthur Wellesley desembarcó en Portugal dando comienzo a la participación directa de Gran Bretaña en la que se conocería como Guerra Peninsular. Seis años después, el Ejército británico había echado al francés de España y Portugal y había invadido el sur de Francia, desempeñando un papel fundamental en la caída del imperio de Napoleón. En 1815 Wellington se enfrentó al emperador mismo en Waterloo y lo venció. Fue uno de los grandes logros del Ejército británico y desencadenó una avalancha de relatos e historias individuales. Las memorias que dejaron escritas los veteranos, entre los que se incluían un considerable número de soldados rasos, así como de oficiales, proporcionan abundante material relativo a las vidas y experiencias de los soldados de Wellington, y yo me he sumergido de lleno en él. Una gran cantidad de los episodios que describo en esta historia están basados en hechos reales.
Las actitudes durante la época de la Regencia difieren enormemente de las de hoy en día. Casi nadie ponía en tela de juicio un sistema que permitía la compra de cargos militares pero, en realidad, esta compra era relativamente poco común, excepto entre los regimientos más populares. Se esperaba que los oficiales actuaran como caballeros, pero muchos no eran especialmente ricos y dependían del factor de la antigüedad para ser ascendidos. A menudo se trataba de un proceso lento, sobre todo en los casos de regimientos que no prestaban un servicio activo que ocasionara gran cantidad de bajas. Muchos hombres se hacían viejos en el cargo de subalterno o capitán. Probablemente hubo muy pocos veteranos de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos que continuaran en los batallones en 1808, pero lo cierto es que no es imposible que existiera un hombre como MacAndrews.
Los caballeros voluntarios eran mucho más comunes. Hacia la época de la Guerra Peninsular, casi uno de cada veinte oficiales conseguían su ascenso de este modo. Se trataba de una institución peculiar gracias a la cual un hombre prestaba servicio en las filas de los soldados, pero vivía con los oficiales. Este camino lo seguían hombres que carecían no solo de dinero para comprar el rango, sino también de la influencia para asegurarse una designación directa a un puesto sin tener que comprarlo. No estaba garantizado que un voluntario fuera nombrado oficial y podía pasar un tiempo considerable hasta que demostraba su valía y quedaba alguna vacante.
La amplia mayoría de oficiales del ejército contaba con una situación financiera modesta y poca influencia. Los ascensos eran lentos. Una muestra evidente de valor podría hacer que avanzaran un paso en su ascenso, pero en la mayoría de los casos tenían que esperar su turno y confiar en la antigüedad. Por esto, y por otros motivos, la mayor parte recibían con agrado la perspectiva de un servicio activo y de un número importante de bajas. Los uniformes, el equipamiento y el resto de necesidades básicas eran caros, y el sueldo de los oficiales apenas era suficiente. Eran caballeros pero, para muchos, el derecho a disfrutar de tal estatus residía en una base frágil.
La Inglaterra de la época de la Regencia nos es probablemente más familiar ahora gracias al refinado mundo descrito por Jane Austen. En muchos aspectos, la situación de sus heroínas reflejaba las vidas de jóvenes oficiales del Ejército y de la Marina. Al pertenecer a la alta burguesía por nacimiento y educación, pero en realidad no por su riqueza, esas mujeres tenían que poner sus esperanzas en un buen matrimonio. Las alternativas eran ocupar puestos de damas de compañía o institutrices, vivir en una penuria honorable o, en casos extremos, incluso la prostitución. Tales temores subyacen en el refinamiento y en los rituales del cortejo y el flirteo, y conceden a las historias parte de su encanto, aunque solo se mencionan en ocasiones. El seguro mundo de Austen ocultaba unos riesgos reales.
Para los oficiales, los peligros eran otros, pero no por ello menos reales. Tenían poco control sobre su puesto. La carrera de un hombre en Gran Bretaña podía estancarse o terminar de forma brusca por enfermedad si se enviaba a su batallón a las Antillas, lo cual desgastaba a las unidades a un ritmo asombroso. El hecho de prestar servicio en la guerra daba más oportunidades de ascender por el riesgo de morir o caer gravemente herido. De hecho, aumentaba las posibilidades de sucumbir a las enfermedades. Todo el tiempo la conducta de los hombres estaba regida por normas estrictas. Ningún caballero podía golpear a otro, a menos que fuera en un duelo formal. Al igual que en el resto de la sociedad del periodo de la Regencia, la mayor parte de los oficiales del ejército eran muy aficionados al alcohol y muchos de ellos se daban mucho al juego. Había muchas posibilidades de que cayeran en desgracia y se vieran obligados a dimitir. También existía una frustración constante por el hecho de que los hombres mejor relacionados o los más ricos ascendieran en su carrera mucho más rápido de lo que era posible para la mayoría. Los oficiales que decidían casarse o que tenían que ayudar a sus padres y hermanos se tenían que esforzar aún más para poder arreglárselas, pero de algún modo muchos conseguían hacerlo.
Jane Austen creó un retrato ingenioso e incisivo del mundo real de las jóvenes de su clase. Muchos oficiales del ejército vivían en ese mismo mundo. Las condiciones aún más crudas de los pobres solo quedaron registradas ligeramente. El refinamiento de las historias de Austen da apenas una ligera pista de la guerra con Francia que se estaba desarrollando de fondo. En particular, el contraste con la barbarie de la Guerra Peninsular no podía ser más fuerte. Sin embargo, muchos oficiales del ejército experimentaron las dos cosas y yo he tratado de transmitir algo de ese contraste en esta novela. De ahí el hecho de incluir a Wickham, lo cual ha sido posible gracias a los últimos comentarios de Austen sobre él,[16] bajo la oportuna suposición de que el «restablecimiento de la paz» al que la autora se refiere fue la Paz de Amiens de 1803 más que el final de las guerras napoleónicas en 1815.
Probablemente haya permitido que mis personajes tengan un mayor conocimiento de los motivos de la Guerra Peninsular de lo que en realidad solía ocurrir, aunque he intentado aportar cierta lógica a la imprecisa perspectiva de los oficiales de menor rango. A lo largo de toda la historia, los soldados rara vez participan de las razones por las que eran enviados a la batalla. Las raíces del conflicto están en el llamado «sistema continental» de Napoleón, a través del cual esperaba cerrar todos los puertos europeos a los barcos y al comercio británicos. Como no podía vencer a la Marina Real e invadir Gran Bretaña, su objetivo era arruinar su economía y forzar que aceptara la paz según sus condiciones. Portugal se negó a acceder y así, en noviembre de 1807, las fuerzas francesas al mando del general Junot invadieron el país. Habían atravesado España gracias a la colaboración de los españoles, que eran aliados de Francia —la batalla de Trafalgar había tenido lugar apenas dos años antes—. Portugal fue rápidamente invadido y este éxito alentó a Napoleón para ponerse en contra de su aliado. El Gobierno español estaba corrompido y no gozaba de apoyo popular, de modo que le pareció fácil apartar a los monarcas borbones para nombrar rey de España a su propio hermano José.
Aquel resultó ser uno de los mayores errores de Napoleón, pero es poco probable que nadie hubiera podido imaginárselo por entonces. Hubo alzamientos en contra de las fuerzas francesas por toda España. Los franceses respondieron con una gran brutalidad y la masacre del dos mayo en Madrid con la que comienza la novela solo es el más conocido de muchos otros incidentes. Hoy en día es probablemente más famoso gracias al cuadro de Goya El 2 de mayo y su obra compañera en la que pinta a un batallón de fusilamiento francés. El barbarismo del conflicto se intensificó cuando cada bando fue superando al otro en sus represalias. En la actualidad, en España se conoce a este conflicto como la «Guerra de la Independencia» y se libró tanto por bandas armadas de guerrillas como por ejércitos oficiales. Los desastres de la guerra de Goya presentan inquietantes imágenes de su brutalidad.
Los levantamientos en España proporcionaron a Gran Bretaña una oportunidad que enseguida supo aprovechar. El ejército de Wellesley había sido organizado en principio para preparar otra expedición contra las colonias españolas en América del Sur. El intento en Buenos Aires en 1806 había terminado siendo un desastre humillante para los británicos, pero el atractivo de las lucrativas colonias había sido siempre importante. En lugar de ello, el Gobierno respondió a una petición de ayuda de una embajada española. No se renunció al estado de guerra entre Gran Bretaña y España hasta un tiempo después. Sin embargo, finalmente la Junta de Galicia que dirigía la guerra en el noroeste de España no quiso la ayuda de los soldados británicos. Así pues, Wellesley continuó navegando y fue mejor recibido en Portugal.
La campaña se desarrolló allí de una forma muy parecida a como se describe en la novela. El teniente Bunbury del 95 fue la primera víctima mortal británica en el campo de batalla. A posteriori vemos que aquellos encuentros iniciales fueron las primeras de una serie de batallas que ganó el ejército de Wellesley. Estos últimos sucesos fueron inevitables. El historial de las expediciones británicas —especialmente en la Europa continental— era muy pobre. Y lo mismo ocurría con la reputación del Ejército británico. La de Alejandría en 1801 y la de Maida en 1806 —que da su nombre al distrito de Maida Vale en el oeste de Londres— fueron victorias excepcionales en mitad de una larga serie de derrotas. Fueron muestra de que las reformas del ejército auspiciadas por el duque de York y continuadas por generales ocurrentes como Abercromby y Moore empezaban a dar sus frutos. Pero los casacas rojas tenían aún que demostrar su valía. El Ejército británico era muy inferior en número al de Napoleón y a los de potencias como Austria, Rusia o Prusia. Simplemente, no era lo suficientemente grande como para enfrentarse por sí solo a la principal fuerza del ejército del emperador. La Guerra Peninsular le ofreció la oportunidad de enfrentarse a las fuerzas francesas apenas desplegadas cuando luchaban por hacerse con el control de España y Portugal.
Es comprensible que, al principio, generales franceses como Junot menospreciaran a sus oponentes británicos. En Roliça las fuerzas que participaron eran muy similares en número, aunque en general los británicos superaban a los franceses dos a uno. Por tanto, era inevitable que los últimos se vieran obligados a abandonar su posición y se trataba simplemente de una cuestión de tiempo. En Vimeiro, los franceses atacaron a un Ejército británico algo mayor, aunque de nuevo las cifras de los que en realidad participaron estaban bastante igualadas. Junot atacó de forma temeraria y encontró una resistencia mucho más fuerte de la que esperaba. Más tarde, a los franceses les resultó fácil echar la culpa a los errores de Junot y a la relativa falta de experiencia de buena parte de su ejército. Serían necesarios varios años y más victorias británicas para que los comandantes franceses empezaran a respetar a sus oponentes.
He descrito estas acciones con la mayor precisión que me ha sido posible. El 106 de Infantería no existió tal y como se describe aquí. En las listas del ejército se incluyó brevemente una unidad con ese número, pero es probable que nunca llegara a organizarse en realidad y lo cierto es que nunca prestó un servicio activo. El número del regimiento era mucho más importante que cualquier nombre o adhesión regional hasta finales del siglo XIX. Por tanto, en esta novela se habla del Regimiento 106 en lugar de llamarlo Regimiento de Glamorganshire. Me decanté por ese condado sencillamente porque resulta que es la región donde nací y porque en realidad no existió tal regimiento. En general, Gales estaba poco representada en las listas del ejército, y solo el Regimiento 23 de los Fusileros Reales Galeses tuvo una adhesión oficial a esa región. Los batallones de este regimiento reclutaron a soldados de todo el país y los verdaderos galeses no llegaron a ser nunca más que una importante minoría. Les he puesto a las casacas del 106 unas vueltas rojas como homenaje al 41 de Infantería, uno de los antecesores del Regimiento Real de Gales —que ahora se ha unido a los Fusileros Reales Galeses en el Real Galés—. El 41 no luchó en la península, pero sí tuvo un papel importante en Canadá durante la guerra de 1812.
He descrito la rutina del batallón, su organización e instrucción con tanta precisión como he podido. Se suele olvidar que tras el éxito del ejército de Wellington subyacen largos periodos de entrenamiento. Tanto para los oficiales como para los soldados, la mayor parte de este entrenamiento se desarrollaba por batallones. Se esperaba que los caballeros se comportaran valientemente y dieran ejemplo a sus soldados, pero como oficiales también tenían que aprender las maniobras y cómo controlar a sus hombres, así como destrezas de liderazgo menos tangibles. Buena parte de esto tenía lugar en Gran Bretaña y no suele prestársele atención. Hoy en día, en el Museo del Ejército Nacional de Londres pueden verse muestras de los bloques de madera utilizados para explicar las maniobras de un batallón.
Las condiciones en las que vivían los soldados solo se atisban en la novela para reflejar la perspectiva con respecto a los oficiales de menor rango. La disciplina era severa y podía ser arbitraria, pero la justicia civil para los pobres era aún peor. En algunos aspectos, la suerte de las familias de los casacas rojas era aún más deprimente. La escena en la que las esposas echan a suertes quién va a acompañar al regimiento está estrictamente basada en la realidad. De hecho, sería difícil inventarse algo así. El panorama para las que quedaban atrás era a menudo sombrío y estos sorteos se realizaban a última hora para evitar deserciones. Las mujeres de algunos oficiales sí siguieron a sus maridos a la península, aunque probablemente todavía hubiera pocas allí en agosto de 1808. Y es mucho menos probable que una hija sin casar hubiera ido con su madre, pero me he permitido esta licencia porque quería que Jane estuviera allí en esta trama y en otras posteriores. He tratado de encontrar algún precedente real de un caso así, pero hasta ahora no lo he conseguido.
Para las hazañas del 106 en Roliça y Vimeiro me he basado en gran parte en las del 29 de Infantería —antiguamente Guardias Forestales de Worcestershire y Sherwood, y ahora integrantes del Regimiento de Mercia—. En gran parte, esto se debe a que las hazañas de los verdaderos casacas rojas fueron en realidad más admirables que casi cualquier cosa que un novelista pueda imaginar. Sin embargo, no me he ceñido a ellas en todos los aspectos, puesto que esto sigue siendo una novela. En la batalla real, el teniente coronel Lake dirigió al 29 en un ataque prematuro y murió cuando él y parte del batallón fueron atacados por la infantería francesa que había sido eludida cuando los casacas rojas subieron por uno de los barrancos. Lake había conseguido una gran reputación en la India y parece ser que aquel ataque constituyó un verdadero error. Por un momento, el enemigo se hizo con las banderas del 29. Sin embargo, fueron enseguida recuperadas y el regimiento volvió a formar, repeliendo una serie de contraataques franceses. Wellesley elogió este hecho en su informe. Posteriormente, el 29 combatió con una considerable distinción en Talavera y en otras batallas. No se supone que Moss sea un reflejo del teniente coronel Lake, ni tampoco el ficticio 106, y no he tenido la intención de que las tensiones que hubo entre sus filas representen en modo alguno al 29 de Infantería. En posteriores novelas, el 106 reflejará sin duda la suerte de distintos regimientos.
Es bastante extraño que hubiera una flota rusa en el Tajo en 1808 y nadie estaba del todo seguro de si los rusos estaban del lado de sus aliados franceses. Finalmente, mantuvieron una precaria neutralidad. Muchos rusos se sintieron humillados por los Tratados de Tilsit y la nueva amistad surgida entre el zar Alejandro y Napoleón, pero debió de ser difícil saber si el emperador francés perdió alguna vez su predominio. Sin embargo, Rusia tampoco sentía mucho cariño por Gran Bretaña. He inventado el personaje del conde Denilov aprovechando esta extraña situación. Necesitaba más de un enemigo personal para mis héroes y contar con un ruso me pareció más novedoso que un francés.
Soldados de honor es la primera de una serie de novelas que tratarán de seguir a estos personajes a lo largo de los años que duró la guerra con Francia. Les quedan muchas historias por delante. Habrá más batallas en Portugal y España, alguna en Canadá y, al final, terminarán en el punto álgido de Waterloo. A nuestros personajes les esperan aventuras, romances, muchas batallas y humo de pólvora y —tratándose del ejército de Wellington— sin duda también una buena cantidad de dramatismo amateur.