Entrevista con Viktor E. Frankl

Kreuzer: Profesor Frankl, si nombramos su apellido entre personas medianamente informadas de cualquier rincón de los cinco continentes, obtendremos seguramente por respuesta la palabra «sentido» como fruto de la asociación de ideas. Es una correspondencia más directa que la que se establece entre el apellido Kneipp y la palabra «hidroterapia». ¿Cómo ha logrado extender por todo el planeta con la precisión de un rayo láser la definición de su teoría y cómo llegó usted mismo a la cuestión del sentido? ¿Cómo descubrió usted su propia teoría?

Frankl: Creo que se podría decir que primero descubrí mi teoría para mí mismo. Se suele decir que cuando alguien funda un sistema psicoterapéutico, lo que hace, en resumidas cuentas, es relatar su propio historial patológico, dejar constancia escrita de él en ese sistema. Todos sabemos que Sigmund Freud padeció pequeñas fobias y que Alfred Adler no fue precisamente un niño sano y robusto. De este modo Freud llegó a su teoría del complejo de Edipo y Adler a la del complejo de inferioridad. Debo decir que no soy ninguna excepción a esta regla. Soy consciente de que, cuando empecé a madurar, tuve que luchar mucho contra el sentimiento de que, al fin y al cabo, todo era un completo sinsentido. Aquella lucha acabó convirtiéndose en una determinación, y entonces desarrollé un antídoto contra el nihilismo.

Kreuzer: ¿Cuándo sucedió esto?

Frankl: En la pubertad…

Kreuzer: Es decir, que desde entonces ha llevado latente su teoría consigo.

Frankl: Digamos que estaba preformada. Fue cristalizando paulatinamente, aunque sólo de forma abstracta. Con el tiempo, con el paso de los años, tuve que sistematizarla para que se convirtiera en un método terapéutico susceptible de ser enseñado y aprendido. Pero, interiormente, primero tenía que superar de una vez por todas mi nihilismo. Esto le ocurre a cualquiera que padece algo, pero algo que no sea una enfermedad. El nihilismo, el sentimiento de falta de sentido, lo produce básicamente la propia persona. No es ninguna enfermedad ni ninguna neurosis, pero siempre es algo que hay que intentar superar. Y yo no quería guardarme para mí ninguna idea que me ayudara a hacerlo. Por supuesto, uno se ve impulsado a compartir una cosa así con los demás, a ayudarlos. Así, con el paso de las décadas, este sistema fue desarrollándose lentamente, hasta llegar al punto en que, actualmente, debemos preguntarnos: ¿de qué adolece más la humanidad, el hombre medio actual? ¿Continúa padeciendo como antes las consecuencias de una situación edípica? ¿Continúa padeciendo como antes los efectos de un sentimiento de inferioridad? Y nos damos cuenta de que no es así. Hoy, cada vez con más fuerza, se impone de forma generalizada un sentimiento de falta de sentido en el hombre medio. Entonces surge la pregunta: «¿Qué puede ayudarlo?». En determinadas circunstancias, una terapia orientada o centrada en el sentido como la logoterapia (logos significa «sentido» en este contexto) puede desempeñar aquí un papel primordial. Como acostumbran a decir los norteamericanos, it speaks to the needs of the hour, es decir, le habla a las necesidades del momento.

Kreuzer: Profesor Frankl, volviendo de nuevo al joven Frankl, cuénteme cómo se desarrolló todo esto en usted desde el punto de vista científico. En aquel entonces era estudiante, un médico joven. ¿Cuál fue su relación con Freud y Adler? ¿Era unas veces freudiano y otras adleriano, o bien se saltó interiormente todos esos estadios? ¿Fue usted siempre el mismo Frankl?

Frankl: ¿Recuerda el principio biogenético de Ernst Haeckel (ha perdido toda validez, pero da igual), según el cual la evolución de un individuo es una repetición abreviada de la evolución de toda la especie? Eso mismo me ha sucedido a mí.

Kreuzer: Su ontogénesis como filogénesis de la ciencia…

Frankl: Exacto. Al principio me sentía atraído y fascinado por el psicoanálisis freudiano. Cuando estaba en el instituto mantuve durante años una correspondencia constante con Sigmund Freud. No había carta que él no me respondiera inmediatamente, en menos de 48 horas. Una vez me atreví a adjuntar un breve manuscrito, y cuál fue mi sorpresa cuando me respondió diciendo que lo había recibido y que daba por sentado que no pondría pegas por haberlo enviado ya a la redacción de la Internationalen Zeitschrift für Psychoanalyse. El artículo se publicó dos años después, en 1924, pero entonces ya me había pasado a la psicología individual de Alfred Adler.

Kreuzer: ¿No estudió con Freud?

Frankl: No. Freud me invitó a presentarme al entonces secretario de la Sociedad Psicoanalítica para hacerme miembro de la misma. Este creyó que era preferible que primero acabara la carrera de medicina porque, de lo contrario, tendría más dificultades, y que sólo tras finalizar los estudios podría presentarme al análisis didáctico y, después, a la admisión en la Sociedad. Como ya he dicho, luego coincidí con Freud una vez, por casualidad, en el año 1926; entonces yo ya había fundado una asociación académica de psicología médica con Maximilian Silbermann y Fritz Wittels, que fue el primer biógrafo de Sigmund Freud. Así, a Freud lo conocí primero por la correspondencia mantenida y después en persona. Me presenté y le dije: «Viktor Frankl». Él me contestó: «Czerningasse, 6, puerta 25, distrito 2o, ¿verdad?». «Sí», respondí. Hasta el número de la puerta era correcto. Todavía lo recordaba de las cartas que me envió.

En fin, la cuestión es que me moví entre estas dos orientaciones. Y entonces, en 1927, Alfred Adler me expulsó por falta de ortodoxia. Se empeñó en ello. Yo pensaba que, a pesar de mis ideas, mis ideas críticas, podría hacerme un sitio en el círculo de psicólogos individuales, pero Adler se empeñó en que debía ser expulsado. No actué espontáneamente, sino que esperé adrede a que me echaran.

Kreuzer: ¿Cuál fue el origen del conflicto?

Frankl: Yo, junto con Rudolf Allers y Oswald Schwartz, quienes influyeron en mí de forma determinante, era muy crítico con el psicologismo, que estaba profundamente anclado y asentado, al menos en aquella época, no sólo en el psicoanálisis, sino también dentro, en la psicología individual. Psicologismo significa que algo que es neurótico se toma eo ipso por fingido, o que algo que es fingido se califica simplemente como neurótico, como enfermo. Esta relación conceptual se me acaba de ocurrir provocada por la función catalítica que usted ejerce y llega hasta el mismo corazón de la problemática actual, en la cual debemos preguntarnos, ahora que se habla tanto de neurosis de masas, si la desesperación por la aparente falta de sentido de la existencia es realmente una neurosis colectiva. Y al final se comprueba que no es nada patológico, que es un certificado de madurez intelectual de la persona, y no la manifestación de una enfermedad mental. Esto es muy importante y hay que explicárselo a la gente.

Kreuzer: ¿Tiene algo que ver su antigua postura crítica con el chiste de que el psicoanálisis es la única enfermedad que se cura a sí misma?

Frankl: No directamente. Además, estoy convencido de que, actualmente, Freud vería las cosas de un modo muy distinto. Todos sabemos que los discípulos son mucho más ortodoxos y dogmáticos que los propios maestros, y eso también me ha enseñado algo. Con motivo de la fundación del Instituto de Logoterapia y de la inauguración de la Frankl Memorabilia and Library, que es una especie de centro de documentación, en Berkeley, California, dije lo siguiente: «Señoras y señores, la logoterapia todavía no existe, yo sólo he intentado poner los cimientos. Ahora les toca a ustedes construirla». Acaba de aparecer un libro, Logotherapy in Action, en el que han participado treinta autores, mayoritariamente norteamericanos, que se han especializado en aplicar la logoterapia a todo tipo de ámbitos. En el prólogo digo que cada uno de ellos aporta algo distinto, algo que, en cierto sentido, yo no estaría dispuesto a suscribir, pero tienen todo el derecho y absoluta libertad para hacerlo, porque en la logoterapia no hay ortodoxias.

Kreuzer: Señor Frankl, usted mismo ha introducido la comparación con la ontogénesis y la filogénesis. Ha transportado a su persona el principio de Haeckel, según el cual la evolución de la especie se repite en la evolución del individuo. Ahora se da por sentado que la ontogénesis no es el protocolo de la totalidad de la evolución, sino sólo de sus éxitos, porque de los fracasos no ha quedado nada. ¿Hasta qué punto sería usted el protocolo de los éxitos del psicoanálisis y de la psicología individual? ¿Qué ha quedado en usted del conjunto de éxitos de este último medio siglo o tres cuartos de siglo? ¿Qué cree usted que queda de Freud y Adler que también se confirme en su teoría?

Frankl: No me cansaré de repetir que el psicoanálisis de Freud no sólo es el punto de partida histórico de todas las psicoterapias actuales y futuras, sino que seguirá siéndolo. Pero, al mismo tiempo, también hay que decir que, tal como sucede con los cimientos de una obra, cuando se levanta un edificio sobre ellos, se sustraen cada vez más de las miradas; es decir, se entierran. El psicoanálisis y la psicología individual han sobrevivido y, sea como sea, sobrevivirán. Pero debemos superarlas, hay que ir más allá.

Kreuzer: ¿Podemos todavía perseverar en preguntarnos sobre esta operación esencial? ¿Se trataría de interiorizar la mirada en el inconsciente?

Frankl: Exacto. Yo diría que lo esencial es adquirir conciencia de lo inconsciente. Sobre todo tenemos que ser también conscientes de que, al final, siempre se producirá una vuelta al inconsciente. Para curarse, la persona tiene que traer a la conciencia ciertas cosas para, al final, volverlas a sumergir en el inconsciente y que formen parte natural de todos sus actos. Cuando esto no sucede, se llega a lo que en la logoterapia llamamos hiperreflexión. Es decir, que la persona se observa y se espía continuamente: «¿Cuál será ahora mi motivo real? Seguro que no es lo que pensaba, sino algo distinto y seguramente malo e indigno».

Kreuzer: El psicoanálisis, todos lo sabemos, se adelantó a un gran número de saberes de este siglo: teoría de la evolución, etología comparada, fisiología cerebral. Hoy también sabemos, mucho más de lo que Freud imaginó, lo importante que es el inconsciente en nuestro cerebro y en nuestro destino en conjunto. Este es el verdadero mérito. Pero, como usted ha dicho, esto no se consumó en la fase inicial. La gente estaba demasiado fascinada por el descubrimiento del inconsciente, miraba demasiado al fondo de aquellas profundidades recién descubiertas…

Frankl:… y además se limitó a unas clases de contenidos muy determinadas. La hazaña no sólo de Alfred Adler, sino también de C. G. Jung, consistió en ampliar el ámbito de lo que el hombre neurótico, especialmente, debía hacer consciente. Así, Freud pensó en las experiencias traumatizantes, principalmente infantiles, de una situación edípica. Después, por su parte, Adler amplió esta perspectiva introduciendo el complejo de inferioridad y, con él, también ciertos problemas de valores. C. G. Jung, el tercer gran clásico de la historia de la psicoterapia, fue aún más lejos al sacar a relucir en el inconsciente cosas que no sólo eran sexuales, sino que llegaban al terreno religioso y afectaban al hombre en su integridad: el arquetipo. Tampoco debemos olvidar que C. G. Jung fue la primera persona en este siglo que expuso una tesis tan atrevida y poco ortodoxa como esta: la neurosis es el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido. Es cierto que, psicológicamente, Jung dio un nuevo giro, pero fue una proeza sin igual que se podría colocar con todo derecho en una lista junto a las de Sigmund Freud y las posteriores aportaciones de Alfred Adler.

Kreuzer: ¿Cómo ve usted su escuela y su teoría en esa lista? En los libros de texto siempre aparecen juntos estos tres nombres: Freud, Adler y Jung. Por otro lado, su escuela ha sido bautizada, y creo que con todo derecho, como la tercera escuela psicoanalítica vienesa.

Frankl: La tercera orientación vienesa de la psicoterapia.

Kreuzer: ¿Podríamos hallar una clave, por ejemplo, en ese libro de Hans Küng, traducido actualmente a todos los idiomas por otro motivo, en el que se relaciona su nombre con los de Jung y Fromm como una orientación hacia la superación de las líneas originales de la psicoterapia? Naturalmente, Küng lo relaciona con la religión y dice que la gran diferencia consistiría en que, para Freud, la religión era una neurosis colectiva, es decir, algo negativo que debía ser vencido, mientras que, y esto desemboca en usted, a partir de Jung la religión se valora de un modo distinto al aparecer su pérdida como causa de la neurosis. ¿Aceptaría esta proximidad con Jung y Fromm?

Frankl: Sí, mire usted, mi relación con las otras dos o tres orientaciones… Quizás debería permitirme una observación. En mi primer libro, que redacté ya en 1941, pero que no se publicó hasta 1946, en la primera página —creo que en el primer párrafo— digo algo que no es mío. Es una cita literal de Wilhelm Stekel, el discípulo de Freud, que dice así: «Un enano subido a hombros de un gigante siempre verá un poco más que el propio gigante». El término «tercera orientación vienesa» no lo acuñé yo, sino Soucek, quien lo publicó en los años cuarenta y los demás lo adoptaron a continuación. Sea como fuere, el caso es que otros han hablado después de la logoterapia como tercera orientación vienesa. Eso no significa que excluyera los otros saberes. Estos plantaron los cimientos y fueron desarrollados en la tradición y la línea correctas. Por ejemplo, Adler introdujo ya la dimensión social en lo sexual y Jung incluyó, en un sentido muy ambiguo, la dimensión religiosa. Aunque el propio Jung cayó aquí también en el error del psicologismo… Pero nos apartaríamos demasiado del tema si le presentara ahora las pruebas para demostrarlo. Por otro lado, Fromm —al que usted ha mencionado, y al que Küng también menciona— acentuó todavía más esta dimensión social o, mejor dicho, marxista; y después Wilhelm Reich a su manera particular. Pero en lo que concierne ahora a la problemática de la religión, debo recalcar aquí, delante de usted, que la logoterapia es una terapia y, por lo tanto, una psicoterapia, es decir, un método de tratamiento psiquiátrico, aunque también está indicado para que lo emplee un profano de la psiquiatría en circunstancias determinadas. Y como tal, es un acercamiento secular. Si usted, señor Kreuzer, se dirige a mí como fundador de la logoterapia, entenderá que debo insistir y hacer hincapié en que esta es aplicable a cualquier paciente, tanto al religioso como al no religioso. Más aún. Debo insistir en que su manejo está en las manos de cualquier terapeuta, tanto del agnóstico como del religioso. Naturalmente, desde las tesis de la logoterapia, mejor dicho, de la logoteoría, también nos dedicamos al fenómeno de la religiosidad de la persona, pero considerado como un fenómeno esencialmente humano, terrenal. En ese caso, podrá preguntarme legítimamente: ¿qué lugar ocupa el fenómeno de la religiosidad en la vida humana, en la vida interior de la persona? En cambio, no podrá preguntarme: ¿la logoterapia cree en Dios Nuestro Señor? Esta sería una pregunta ilegítima.

Kreuzer: Volvamos al tema, ahora desde la práctica. Probablemente, habrá algún oyente que desee saber cómo funciona realmente la logoterapia. Quizá tiene una imagen del psicoanálisis, en parte popularizada por las publicaciones de divulgación científica o las revistas de humor, consistente en un tratamiento en el que uno se acuesta en un diván y se somete a preguntas sobre el complejo de Edipo. La gente sabe relativamente poco sobre el funcionamiento de la terapia de Adler. ¿Cómo funciona la suya? ¿Qué tratamiento recibe el paciente cuando se pone en manos de un logoterapeuta?

Frankl: Mire, señor Kreuzer. Hace ya muchos años tuve sentado frente a mí en esta mesa a un médico norteamericano. Me dijo: «Así que usted es psicoanalista, ¿no?». Y yo le respondí: «No exactamente psicoanalista, digamos psicoterapeuta…». «Entonces, ¿a qué orientación representa?», preguntó. «Se llama logoterapia». «¿Cuál es la diferencia que hay entre logoterapia y psicoanálisis? ¿Lo puede resumir en una frase?», Y le dije: «Lo haré encantado, pero primero dígame con una frase qué es para usted el psicoanálisis». Entonces dijo: «Dios mío, en el psicoanálisis —y esto en inglés parecía aún más gracioso—, en el psicoanálisis hay que acostarse en un diván y decir cosas que resultan muy desagradables». Y yo le dije: «Pues mire, en la logoterapia te puedes quedar sentado y, en determinadas circunstancias, tienes que escuchar cosas que resultan desagradables». Desgraciadamente, esta es una definición de la logoterapia que en muchos libros de texto norteamericanos se da por auténtica. Por supuesto, no lo es. Se trata sólo de una visión cómica. Pero, naturalmente, algo hay de eso. Es decir, en la logoterapia el paciente no se enfrenta a contenidos inconscientes reprimidos de su historia sexual, como por ejemplo…

Kreuzer: Pero esta tampoco está excluida.

Frankl: No, por supuesto. La sexualidad es una cosa esencial…

Kreuzer: Tampoco los aspectos adlerianos de la compensación.

Frankl: Tampoco. No sólo publiqué cosas con Freud, sino también con Adler, por invitación suya. Por lo tanto, Adler me reconoció absolutamente como alumno suyo.

Kreuzer: ¿Se puede decir que en su método están incluidos los temas originales, con lo cual abarca tres problemas: la voluntad de placer, como en Freud; la voluntad de poder, como en Adler; y ahora, la voluntad de sentido?

Frankl: Se puede decir, aunque reconocerá que es una simplificación. Pero, como tal, se puede decir.

Kreuzer: ¿Puede acudir un paciente a su consulta con un complejo de Edipo? ¿Qué ocurre entonces?

Frankl: En uno de mis libros, Teoría y terapia de las neurosis, cito in extenso un caso de este tipo como ejemplo. Se trata de una situación edípica real, con todas sus secuelas, con la que topé en el transcurso de un análisis. Pero la cosa no se queda ahí. Esto no es lo esencial. Por lo general, hay muchas otras cosas que resultan esenciales. El paciente no se enfrenta a los contenidos inconscientes procedentes de la esfera libidinosa, del historial de la libido, ni a la rivalidad con sus hermanos procedente de la infancia, sino que, en la logoterapia, en tanto que psicoterapia centrada en el sentido, y bajo ciertas circunstancias, el paciente se enfrenta —en el sentido estricto de un análisis, aunque también en un sentido más amplio— a lo que tiene en deuda con su autorrealización, a las posibilidades de realizar su sentido. De repente, su horizonte empieza a ampliarse y se da cuenta de que hay unas tareas a la espera que él, y quizá sólo él, es capaz de cumplir. Entonces se llega a una toma de conciencia de la responsabilidad que, por supuesto, es inherente a la existencia humana. Se llega a una Aha-Erlebnis, tal como la definió Karl Bühler. En un instante, el paciente lo ve todo claro: «Sí, aquí debe ocurrir algo, esta es una situación que debo aceptar, tengo que cambiar mi situación, tengo que cambiar el mundo». En ciertas circunstancias, esta clase de personas se activan o reactivan políticamente. Dicho con otras palabras, reconocen que un sentido muy concreto les está esperando, como personas muy concretas, en una situación muy concreta.

Kreuzer: Entonces, ¿la logoterapia sustituye a las otras psicoterapias?

Frankl: Toda terapia se basa en un diagnóstico; un diagnóstico diferencial, podríamos decir. El hombre es un ser que participa de tres dimensiones distintas: primero, la corporal, somática u orgánica; segundo, la psíquica o mental en sentido estricto; y tercero, la intelectual, que es la dimensión específicamente humana, la propia de las personas. Tomemos como ejemplo una depresión. Una depresión puede tener, por supuesto, una base orgánica; no entraremos a analizar si esta es bioquímica o si interviene algún componente hereditario. En un caso así, la terapia también deberá encaminarse siempre hacia lo corporal, lo somático, lo físico, y se indicará entonces un tratamiento con fármacos. Y aunque aún hoy, por motivos exclusivamente ideológicos, se demonice la farmacoterapia, cualquier psiquiatra experimentado —e insisto, un especialista, no un psicólogo— le confirmará que privar de los beneficios de la farmacoterapia moderna a un paciente que padece una profunda fase depresiva endógena raya el error médico.

Kreuzer: O sea, que lo que acaba de decir sobre el posible origen orgánico de los trastornos psíquicos y su tratamiento con fármacos, lo suscribiría cualquiera que practique la psicoterapia con sentido común.

Frankl: Sí, pero con independencia de la correspondiente adscripción a una escuela psicoterapéutica y, al revés, dependiendo de si dispone de experiencia clínica personal y de si ha visto o reconocido, aunque sea una sola vez, una depresión endógena. Una depresión endógena se puede diferenciar muy claramente de una depresión psicógena o reactiva a partir del diagnóstico. Sin embargo, las depresiones somatógenas, endógenas, son principalmente psicosis. Una neurosis es, en sentido estricto…

Kreuzer:… una enfermedad psíquica sin diagnóstico orgánico.

Frankl: Las neurosis deben atribuirse a complejos en el sentido psicoanalítico, a conflictos en el sentido de la psicología individual, a experiencias traumatizantes, etcétera. No cabe duda de que las otras escuelas psicoterapéuticas también pueden ser decisivas en este campo; la logoterapia no se erige en monopolio, ni mucho menos. Pero aquí se crean una serie de formaciones cíclicas que desempeñan una función trascendental en la aparición de las neurosis. Aquí es donde la logoterapia tiene la capacidad de actuar, y precisamente con una técnica que ya desarrollé a finales de los años veinte: la intención paradójica.

Kreuzer: De sus palabras deduzco que no excluye prácticamente ninguna escuela psicoanalítica o psicoterapéutica de una concepción general del tratamiento. Entonces sería completamente imaginable un tratamiento combinado en equipo o complementario.

Frankl: Sin duda. He repetido muchas veces que la logoterapia…

Kreuzer:… no es ninguna contraescuela.

Frankl: La logoterapia está abierta a su propia evolución. Si echa un vistazo a los ejemplares de la revista The International Forum for Logotherapy o al informe sobre el primer Congreso Mundial de Logoterapia en el primer volumen de los Analecta Frankliana editados por la profesora Sandra Wawrytko, o si está pendiente del segundo Congreso Mundial que acaba de empezar en la Universidad de Connecticut, verá hasta qué punto mis discípulos han seguido desarrollando la logoterapia. La logoterapia está abierta a su propia evolución y a la cooperación con otras escuelas.

Kreuzer: ¿Es imaginable, por ejemplo, que un logoterapeuta que sea médico general y psiquiatra envíe a un paciente a otro colega porque su terapia se adecúa mejor?

Frankl: En principio, es completamente posible. Por regla general, los logoterapeutas no son seguidores ortodoxos de la logoterapia, afortunadamente, sino que suelen combinar de forma espontánea el tratamiento logoterapéutico con otros tratamientos. Mire, durante el cuarto de siglo que estuve al frente del departamento de neurología de la Poliklinik, sólo una pequeña parte de los episodios neuróticos, por no hablar de los neurológicos orgánicos, recibía tratamiento logoterapéutico. Dos de mis médicos jefes eran miembros de la Asociación Psicoanalítica freudiana, o sea, psicoanalistas ortodoxos, y yo les di plena libertad de actuación. Las técnicas de tratamiento basadas en la terapia de la conducta se aplican continuamente simultaneando, completando o sustituyendo las técnicas logoterapéuticas.

Kreuzer: Entonces, la logoterapia no se considera una panacea que quiera tratar todo el síntoma con sus propias técnicas, sino que hace hincapié únicamente en el aspecto logoterapéutico.

Frankl: En tanto que psicoterapia centrada en el sentido, la logoterapia hace hincapié en la orientación humana hacia el sentido. Su competencia sólo será plena en los casos en que, precisamente más allá de lo psíquico, se discuta lo no ético o, digamos, lo específicamente humano, y en los que la persona vea frustrada su búsqueda en la demanda del sentido de la vida. En realidad, hace mucho que esto ha dejado de tener algo que ver con el hecho de estar enfermo. Una persona que lucha por conseguir dar un sentido a su vida no es neurótica, no está enferma. Por eso, cuando aplicamos la logoterapia en un caso de este tipo, no hablamos de «análisis existencial», pues es un término equívoco, sino que debemos hablar de «logoterapia». Pero en realidad no se trata en modo alguno de una terapia, porque el estado en el que debemos atender al llamado «enfermo» no es ninguna enfermedad. No hay enfermedad cuando un adolescente se pregunta si su vida tiene sentido. Si la hubiera, si hubiera algún tipo de neurosis, esta sería sociógena, porque la frustración en su búsqueda del sentido de la vida residiría en la estructura social actual, en la sociedad industrial y de consumo.

Kreuzer: Es decir, que la logoterapia sólo se considera directamente competente para un sector reducido de neurosis, aparte de para un gran sector de problemas vitales de origen no neurótico. En el campo del problema neurótico general, su terapia no es específicamente logoterapéutica. Sin embargo, ha hablado de la «intención paradójica». ¿Hasta qué punto tiene esto que ver con la cuestión del sentido en el momento en que aquí entra en juego un mecanismo que me permite interiorizar en mí mismo?

Frankl: En los últimos años han aparecido diversos libros, obras de referencia de autores norteamericanos muy destacados que dicen conocer todo lo relacionado con la logoterapia, pero que no comprenden qué tiene que ver la intención paradójica con la cuestión del sentido. Uno de ellos dice literalmente que la intención paradójica y la logoterapia sólo tienen en común que las ha creado Frankl. Mire usted, no estoy de acuerdo, porque la intención paradójica se basa en una capacidad específicamente humana. Estamos hablando de la autotrascendencia, de que el hombre vaya siempre más allá de sí mismo. Pero, aparte de esta autotrascendencia, hay aquí una segunda capacidad específicamente humana: la capacidad de autodistanciamiento. El hombre puede apartarse de sí mismo, oponerse a sí mismo, incluso puede enfrentarse a sí mismo si es necesario, y este autoenfrentamiento no tiene por qué ser siempre un ejercicio heroico, sino que también puede producirse de forma irónica. El humor es, por lo tanto, una capacidad específicamente humana, porque presupone que el hombre puede reír, es más, puede reírse de sí mismo, de sus propios temores.

Kreuzer: Quizá podría ilustrar esto con un ejemplo práctico.

Frankl: Hace algunas décadas se sentó frente a esta mesa un médico de un hospital de la Baja Austria, horrorizado porque cada vez que se encontraba con su jefe o con cualquier persona de grado superior empezaba a sudar terriblemente. Y si encima tenía que darle la mano era catastrófico, porque entonces el sudor frío le empezaba a salir por los poros. Entraba en juego un mecanismo de ansiedad, uno de esos mecanismos cíclicos: el miedo a sudar le hacía expulsar el sudor frío por los poros. Entonces le dije: «Le propongo una cosa. La próxima vez que vea acercarse a su jefe —y ya sabe que tendrá que darle la mano— dígase: “¡Dios mío, ahora empezaré a sudar! ¿Y qué es empezar a sudar, cuando ya llevo expulsado un litro de sudor? ¡Ahora voy a sacar diez litros! Le voy a enseñar yo a ese lo que es que te suden las manos de verdad. ¡Verá lo que puedo llegar a sudar!”». Así lo hizo, y a la semana siguiente volvió a mi consulta. Aquel hombre —no recuerdo exactamente cuánto tiempo hacía que padecía esa fobia—, aquel hombre estaba curado. Se había curado a sí mismo invirtiendo su posición con respecto a la situación. Intención paradójica significa que el paciente desee o realice aquello que hasta entonces había temido tanto. Aquí cabe destacar una diferencia esencial con respecto al método llamado symptom prescription en la terapia de la conducta. Cuando el paciente llega con el miedo al sudor, yo no le digo que tenga más miedo, esto sería symptom prescription, es decir, prescripción del síntoma, agravamiento del síntoma. Al neurótico obsesivo que tiene que lavarse las manos veinte veces tampoco le digo que se las lave doscientas. Esto sería agravar el síntoma, y los logoterapeutas no lo hacemos. Con la intención paradójica no aumento la ansiedad, no aumento la obsesión, sino que invito al paciente a que, a partir de un momento, desee o realice para él mismo aquello que tanto le había aterrado. Por ejemplo, yo no le digo al paciente «tenga más agorafobia», sino que le digo: «Qué tal si en lugar del miedo que tiene al infarto y que ha trasladado a la agorafobia, se propusiera pensar lo siguiente: “Hoy saldré y haré que me dé un infarto, uno de miocardio y otro cerebral; saldré y mostraré a la gente de la calle cómo se pueden sufrir diez colapsos seguidos”». Verá usted como el paciente empezará a reír interiormente en ese momento. Con ello se ha ganado un distanciamiento. El paciente ya no es su síntoma, sino que tiene un síntoma; ya no es un neurótico, sino que tiene una neurosis, y puede manipularla.

Kreuzer: Se escabulle de su cuerpo afectado por el síntoma y se contempla desde fuera…

Frankl: Así es.

Kreuzer: Es decir, se distancia de sí mismo…

Frankl: Y aquí ve también, señor Kreuzer, el arraigo, que muy pocos apuntan, de la técnica de la intención paradójica con la imagen del hombre, con la base antropológica de la logoterapia. Más aún en tanto que interviene la capacidad humana de autodistanciamiento. El hombre es hombre gracias a la autotrascendencia que supone buscar un sentido; la autotrascendencia tiene como finalidad esta búsqueda. Un animal no se pregunta cuál es el sentido de su existencia. Y gracias a la capacidad de autodistanciamiento —el segundo fenómeno específicamente humano— el hombre puede reírse de sí mismo, distanciarse de sí mismo, hasta el punto de autoparodiarse y, sobre todo, de parodiar a su propia neurosis. La capacidad humana de reír —un animal no puede reír—, la capacidad de reírse además de uno mismo, esta capacidad humana de reírse en la propia cara, en la cara de la neurosis, interviene en la intención paradójica de la misma manera que la autotrascendencia, es decir, la búsqueda de un sentido y el efecto saludable y curativo del sentido encontrado. Finalmente, me gustaría hacer constar un hecho. Resulta harto interesante ver cómo los terapeutas conductistas, quienes a tenor de su imagen del hombre deberían ser los mayores detractores de la logoterapia, se han adueñado de mi intención paradójica. Prueba de ello es el profesor Josef Wolpe, fundador de la terapia de la conducta, de la desensibilización sistemática y demás, quien me invitó junto con tres ponentes más a Filadelfia, en cuya universidad se celebró un congreso de psicoterapia. Su asistente, el profesor Michael Ascher, ha dedicado exclusivamente su último trabajo no sólo a la intención paradójica, sino también a la comprobación experimental de que la intención paradójica no sólo es la mejor terapia conductista, sino que, en determinados cuadros como la alteración del sueño, se muestra superior a las técnicas habituales del conductismo. Esta comprobación la realizó sometiendo cientos de casos a un tratamiento paralelo. Estas personas necesitaban una media de 48 minutos para conciliar el sueño. Tras diez semanas de tratamiento con la terapia clásica de la conducta, los pacientes pasaron a necesitar 39 minutos. Entonces, a los casos en los que no consiguió ejercer ninguna influencia les aplicó la intención paradójica durante dos semanas. Estos llegaron a un tiempo de conciliación del sueño de 10 minutos de promedio.

Kreuzer: ¿Cuál es la diferencia característica en el método de tratamiento? La terapia de la conducta sería una especie de adiestramiento…

Frankl: En cambio, la intención paradójica consiste en lo siguiente: primero tenemos que desadoctrinar a la gente. La gente está adoctrinada por los medios de comunicación que le dicen que el insomnio es lo más malo que hay, que si no duermes te mueres o sufres alucinaciones. Entonces tengo que decirle al paciente: «Lo crea o no lo crea, lo note o no, el sueño, que es completamente necesario para el organismo, lo buscará el mismo sueño por sus propios medios. Por lo tanto, usted puede arriesgarse con toda tranquilidad a hacer lo que ahora le diré: en lugar de intentar irse a dormir con convulsiones —la excitación ahuyenta el sueño—, limítese a proponerse lo siguiente: “Hoy no dormiré nada, hoy simplemente quiero relajarme y pensar en esto o aquello; en mis últimas vacaciones o en las próximas, etcétera. Hoy, mi problema con el dormir no me importa nada. Al contrario: hoy quiero permanecer despierto”». Y la gente se duerme. El caso más gracioso fue el que le ocurrió al profesor Michael Ascher, que habló al respecto en una conferencia realizada en Viena. Ascher tenía una paciente que se había sometido durante años a tratamiento psicoanalítico, psicoanálisis freudiano, sin éxito. El profesor probó con ella la intención paradójica para tratar sus alteraciones del sueño. Cuando lo hizo, la paciente le dijo: «¡Menuda tontería, pero si esto no se puede hacer! Usted no me puede tratar sin antes averiguar y hacer conscientes mis complejos, mis traumas y mis conflictos inconscientes. Y esto es un trabajo que lleva muchos años, doctor». Entonces Ascher vio que tenía que vencer esta resistencia con astucia. ¿Sabe lo que hizo? Le dijo: «En cierto modo tiene usted razón, pero para poder extraer este material inconsciente, usted deberá observarse con detalle y anotar con pelos y señales qué tipo de cosas se le ocurren y qué pensamientos le afloran desde el subconsciente antes de quedarse dormida. O sea que durante las noches siguientes deberá intentar retardar el sueño cuanto pueda, porque necesitaré el material; y por favor, apúntelo todo con pelos y señales». La paciente terminó durmiéndose. Esta clase de saberes son por sí solos muy antiguos, pero sólo la logoterapia los ha erigido como método y los ha incorporado en un sistema.

Kreuzer: Profesor Frankl, volviendo a la logoterapia propiamente dicha, a la logoteoría, ¿cómo tiene lugar la logoterapia? El sentido, el sentido perdido en la persona que es el paciente, ¿se busca o se inserta en esa persona? ¿El sentido se encuentra o más bien se inventa para ella?

Frankl: Volveré a la primera pregunta que me ha formulado, señor Kreuzer: ¿hay algún denominador común entre el psicoanálisis, la psicología individual y la logoterapia? Aquí tiene la respuesta. Se trata de un proceso de toma de conciencia. Por ejemplo, un empresario que se da cuenta de que ganar dinero no le importa tanto como se imaginaba. O bien otra persona que se da cuenta de que su papel de playboy no le interesa nada. O bien otro que se da cuenta de que ir a la discoteca no es nada interesante, que detrás de toda esa búsqueda de placer y de delirio por el trabajo hay un vacío interior, una búsqueda de sentido frustrada. Y entonces toma conciencia de ello, es consciente desde el punto de vista analítico. Por tanto, tiende la mano a un sentido, a un compañero o compañera al que poder amar y al que no utiliza sólo como herramienta sexual o como medio para conseguir la abreacción y descargar así sus necesidades y pulsiones sexuales. Y es consciente de que le aguardan una serie de obligaciones, de que debe ponerse al servicio de algo en lo que él pueda servir de verdad. Y en el servicio a ese algo podrá realizarse. La persona toma conciencia de todo esto. Entonces hay que poner en juego una función catalizadora, del mismo modo que usted ha practicado en mí una función catalizadora hace un momento y ha hecho que me dé cuenta de que existen ciertas conexiones transversales. Aquí, el paciente reacciona espontáneamente. Los logoterapeutas sólo podemos contribuir a ampliar el campo de visión del paciente. A su pregunta de si el sentido se encuentra o se inventa, le responderé sin ambigüedades que el logoterapeuta no es pintor, sino oculista. El pintor pinta la realidad tal como él la ve, mientras que el oculista ayuda al paciente para que pueda ver la realidad tal como es, tal como es para el paciente. Es decir, amplía su horizonte, su campo de visión para un sentido y unos valores. Sin embargo, me gustaría recordar que sólo un 20% de las neurosis están relacionadas con la pérdida de sentido; el 80% restante no tiene nada que ver con la cuestión del sentido de la vida. Y viceversa, la mayoría de las personas que buscan un sentido tampoco son neuróticas. El hecho de que hoy la gente identifique de forma tan general la logoterapia con una psicoterapia orientada hacia el sentido es, sin duda, un síntoma de nuestro tiempo, del estado de «enfermedad» del espíritu de la época. Las personas nunca están enfermas porque estén ávidas de sentido. Como es normal, mucha gente se sentirá aludida por una psicoterapia que, si bien trata en un 80% las neurosis obsesivas y de ansiedad tradicionales, también trata en un 20% algo que les corre mucha prisa.

Kreuzer: Otra crítica más a la logoterapia: se ha dicho también en tono de burla que ya no es un psicoanálisis sino más bien una psicosíntesis. ¿Puede significar esto que, si bien hay una necesidad que lo motiva, se introduce, sin embargo, una interpretación en el paciente? ¿Se hace creer algo al paciente, aunque sea por su bien?

Frankl: Yo diría más bien lo contrario, no existe tal psicosíntesis, aunque sí se integran distintas facultades interiores. Por decirlo de un modo poco ortodoxo: es como cuando ponemos un imán debajo de un montón de limaduras de hierro y estas se ordenan instantáneamente. La integración de la vida interior y su consecuencia, la autorrealización, y la consecuencia de esta, ser feliz, todo esto son consecuencias secundarias de la orientación hacia un objetivo. No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta en la que se encuentra. Esto ya lo hemos visto en los campos de prisioneros de guerra. En mi Universidad de California tuve entre los alumnos a algunos oficiales norteamericanos. Se dio la coincidencia de que entre ellos estaban los tres oficiales que más tiempo pasaron en cárceles norvietnamitas, en celdas de aislamiento, etcétera… una experiencia inimaginable. Uno de ellos estuvo recluido hasta siete años, ¡siete años! Celebramos un debate abierto cuya conclusión fue que si hubo algo que los mantuvo vivos —y lo mismo oirá de los deportados de Stalingrado y los prisioneros de los campos de concentración— fue el tener conocimiento de algo que los esperaba en el futuro. Algo o alguien.

Kreuzer: Este es un aspecto biográfico importante, profesor. La principal experiencia de su vida, así como la confirmación de su teoría, las vivió en el dolor de un campo de concentración. También ha escrito y dicho mucho al respecto.

Frankl: He tenido que redactar los capítulos sobre psiquiatría de campos de concentración que hay actualmente en los dos libros de texto psiquiátricos más importantes.

Kreuzer: Usted confirmó la validez de su convicción principal en el campo de concentración…

Frankl: Puede decirse que así fue. Los que tuvieron las mayores posibilidades de supervivencia fueron justamente aquellos que se proyectaban hacia el futuro, hacia un deber concreto en el futuro, para ser precisos. Esto es lo que en la psicología norteamericana denominan survival valué (término que designa el incremento de las posibilidades de supervivencia). Hace poco he desarrollado en el marco de la logoterapia este concepto de la teoría de la motivación, la «voluntad de sentido». Significa que una persona que se proyecta hacia un sentido, que ha adoptado un compromiso por él, que lo percibe desde una posición de responsabilidad, tendrá una posibilidad de supervivencia incomparablemente mayor en situaciones límite que la del resto de la gente normal. Naturalmente, esta no es una condición suficiente para sobrevivir, pero sí necesaria. De la misma manera, es cierto que mucha gente que ha adoptado un compromiso, también en sentido religioso, por un ser supremo, ha perecido irremediablemente. Pero, sometidas a otras circunstancias iguales, las personas que están orientadas hacia un sentido tienen una posibilidad de supervivencia incomparablemente mayor.

Me gustaría decir que esto se puede extender sin reparos al conjunto de la humanidad. Se dice que la humanidad no sobrevivirá nunca a estas décadas tan difíciles; pues bien, sólo podrá hacerlo si, antes o después, se pone de acuerdo a través de una voluntad por un sentido compartido. Si se trata o no de obligaciones ecológicas u obligaciones con las que se enfrenta la ONU, esto ya es otra cuestión.

Kreuzer: Con esto llegamos a la gran neurosis colectiva mundial. ¿Cómo se ha originado? Según su tesis, empezó primero con la evolución, debido a la pérdida de los instintos por nuestros antepasados, y continuó después con la llegada de la Edad Moderna, el progreso y la Ilustración. Así, el estado actual se ha originado principalmente por la pérdida de un recogimiento primigenio. ¿Significa esto que sería mejor volver atrás y huir hacia aquel recogimiento original, o bien dejar en su sitio a aquellos que están todavía dentro? En este sentido, ¿es su teoría conservadora, al menos en un principio?

Frankl: Todo lo contrario. No hay ninguna vuelta atrás. Las tradiciones desaparecen, se hacen pedazos, y con ellas, los valores transmitidos. La gente, sobre todo los jóvenes, se preguntan: «¿Para qué tengo que alcanzar unos valores? ¿Para qué?». Es decir, la problemática del sentido es primordial. Al final, siempre preguntan: «Todo esto está muy bien, es muy bonito, pero ¿para qué? No comprendo por qué tengo que alcanzar esos valores, esos ideales». La cuestión del sentido de la vida es justamente primordial, y esto significa que en una época en que los valores e ideales transmitidos ya no aparecen como obligatorios, al menos para los jóvenes, habrá que encontrar el sentido contrapuesto a los valores. De hecho, los valores son universales del sentido que han cristalizado en el transcurso de la historia de la humanidad. Se trata, en general, de valores como «no robarás». Pero pueden darse situaciones en las que lo único razonable sea robar. Estoy pensando en situaciones muy concretas en los campos de concentración, donde el hecho de organizarse, tal como se decía durante la guerra, no sólo ayudó a la supervivencia, sino que también, en un nivel más individual, dañó al régimen. O sea que hay situaciones en que los valores generales han dejado de servir desde hace tiempo. El sentido debe buscarse, y se puede buscar. El proceso de búsqueda del sentido es una especie de proceso de percepción de la forma. Esto es un hecho demostrable. A este respecto existen trabajos empíricos realizados por alumnos míos, principalmente de Estados Unidos, aunque también de Japón y Polonia. Lo que quiero decir con esto es que el sentido no se puede transmitir, como tampoco se puede tomar de las manos de la tradición. Es algo único e irrepetible. ¿Cómo pueden la tradición o nuestros padres saber qué clase de deberes o situaciones concretas deben imponernos o proponernos? Por eso creo que el descubrimiento del sentido es esencialmente independiente de la tradición. Simplemente, no hay vuelta atrás. Creo que fue Novalis quien dijo que la escalera por la que ha ido subiendo la humanidad se ha derrumbado. No podemos dar la vuelta y bajar, porque no hay escalera.

Kreuzer: Sí, pero ¿cómo se hace? Este tema que ha puesto hoy sobre el tapete por todo el mundo fue hace poco, y no por casualidad, el objeto de una conversación entre la condesa Dönhof, editora del semanario hamburgués Die Zeit, y el canciller Kreisky. Dönhof aborda este tema en relación con los años ochenta preguntando si no estamos plantando cara a una década con una problemática irracional, aludiendo, por ejemplo, a los fenómenos acaecidos en Irán, causados por falta de control de todas las reformas, entre comillas, que introdujo el sha; o a los acontecimientos sucedidos en la mezquita de La Meca, de los cuales sabemos ahora con exactitud que fueron un levantamiento causado por la falta de control del flujo de oro que entraba en el país. Aquí se manifiesta un enorme problema mundial de diferencias entre Norte y Sur. ¿Quiere decir esto que si aplacamos el hambre del Tercer y Cuarto Mundo, es decir, si les llevamos nuestro progreso y nuestras tecnologías, les arrebataremos el sentido, les arrojaremos a una gran neurosis colectiva? ¿Podemos elegir entre dar pan o dar sentido?

Frankl: Existen dos trabajos realizados por profesores norteamericanos que han estado en países subdesarrollados. En ellos se demuestra que esta sensación de falta abismal de sentido también campa a sus anchas en el Tercer Mundo, especialmente entre la juventud académica, porque, simplemente, está desarraigada, alienada. ¿Por qué? Pues porque a los países subdesarrollados sólo les hemos vendido tecnología y ciencia. Si lee a Schrödinger o a Einstein, verá que la ciencia no puede dar ningún sentido ni ningún objetivo. La ciencia no puede hacerlo por principio. ¿Y qué es lo que ha hecho la técnica? La técnica nunca podrá dar un propósito. Al contrario, sólo puede poner en nuestras manos los medios para alcanzar el propósito. Y por eso la gente retrocede ante el racionalismo, la técnica o la ciencia. La razón es, necesariamente, la base de la técnica y de la ciencia. Han retrocedido, han huido y se han desviado hacia el irracionalismo. Pero lo que hace falta es ir más allá de la razón, un «transracionalismo», diríamos.

Kreuzer: Profesor Frankl, hemos exportado la alienación, definida con suficiente claridad en nuestro entorno como un problema propio que todavía no hemos solucionado. Pero cuando usted recomienda ahora, de un modo general, que este problema mundial debería solucionarse dando un sentido a la vida, volvemos a un problema de escala mucho menor: ¿qué hace el logoterapeuta con su paciente? Mi pregunta anterior era: ¿debe buscar, para y con el paciente, el sentido que yace en su interior, o bien debe darle, imponerle un sentido? Este es nuestro problema para con el Tercer Mundo: no podemos darles ni llevarles ningún sentido…

Frankl: No, lo tienen que encontrar ellos mismos, y lo encontrarán. Lo encontrarán si, junto con la técnica y la ciencia, les proporcionamos también el factor transracional, es decir, si les dejamos claro de una vez por todas que la ciencia y la técnica no son ni pueden serlo todo. Sin embargo, el envoltorio de la ciencia en el ámbito académico es actualmente reduccionista en todos sus aspectos. No sólo vendemos a la gente biología, psicología y sociología, sino también biologismo, psicologismo y sociologismo. Es decir, les repetimos hasta la saciedad que el hombre no es más que un ordenador, el resultado de una mutación, un mero producto de una herencia y un ambiente, un producto de su entorno, de las condiciones socioeconómicas. Haced esto y aquello, arreglad vuestra situación económica, y seréis felices. Y así lo han hecho. La gente es más infeliz en la sociedad del Estado del bienestar. Este es el trasfondo sociológico del vacío existencial, del sentimiento de falta de sentido: la sociedad actual aspira a satisfacer sus necesidades, e incluso a crearlas. Pero hay una necesidad, que, además, es la principal necesidad humana, que queda frustrada, que queda obviada por la sociedad: la necesidad de sentido. Dicho con otras palabras: el relativo bienestar material está acompañado de un empobrecimiento existencial.

En nuestra imagen actual del llamado hombre científico, que es puramente racional y sólo reconoce lo ponderable y lo cuantificable, esta voluntad de sentido, este esfuerzo por ir más allá no se tiene en cuenta porque no le conviene, porque no se deja encajar en los esquemas según los cuales el hombre es un ser que reacciona frente a los estímulos o un ser que descarga sus pulsiones (abreacción). Sugerimos a nuestros pacientes que son un mecanismo, un aparato, hasta tal punto que, al final, se lo creen, y entonces se sumen en una neurosis incurable. Llegan a la consulta con una aritmomanía sin importancia o una agorafobia banal, y a los pocos años de adoctrinamiento por parte del psicoterapeuta acaban con un ego todavía más limitado. Sin embargo, la esencia de la existencia humana es la autotrascendencia, la cual no consiste en observarse, ni en espiarse, ni en cuestionarse continuamente, exceptuando aquellas situaciones críticas que hacen necesario un análisis también crítico. El hombre no descarga sus pulsiones ni reacciona a los estímulos, sino que actúa para intervenir en un mundo. Un mundo de deberes que anhela cumplir, un mundo de cónyuges que podría amar, pero no un mundo de gente lo suficientemente buena como para descargar en ella las pulsiones sexuales, o de cosas lo suficientemente buenas como para descargar en ellas sus pulsiones agresivas. O si no, piense en los miembros de la resistencia contra Hitler. Imagínese que la gente los calificara de chiflados que, en vez de calmar sus pulsiones agresivas en una cámara de agresiones o un partido de fútbol, fueron tan estúpidos que las descargaron en Hitler y en el nacionalsocialismo. ¡Esto sería un error! Se trataba de personas objetivas que actuaron para intervenir en el mundo, pero que interiormente no deseaban descargar ningún tipo de potencial agresivo.

Kreuzer: Ha hablado de la autotrascendencia. Deberíamos traducir su significado: traspasar el propio yo, las fronteras del propio yo…

Frankl: Mire, señor Kreuzer, hay un modo muy sencillo de interpretar lo que yo entiendo por autotrascendencia y de mostrar lo poco que tiene que ver con la trascendencia de Jaspers o la religiosa. La autotrascendencia son nuestros ojos. Es decir, la capacidad de mi ojo de cumplir con su función, que es la de percibir ópticamente el mundo exterior, depende totalmente de la incapacidad de percibirse a sí mismo, excepción hecha de los espejismos. Mi ojo estará enfermo en el momento en que note o vea algo de sí mismo. Si ve nubes, serán cataratas, mi cristalino se opaca; si ve aureolas de arcos iris alrededor de los focos de luz, será glaucoma, un aumento de la presión en el glóbulo ocular. Un ojo sano no se ve a sí mismo. Lo mismo ocurre con el hecho de ser hombre. Autotrascendencia significa que el hombre sea sólo él mismo y, justamente, tanto más hombre será cuanto que se olvide y se pase por alto, se deje a sí mismo atrás, al servicio de algo, de la consecución de su sentido, consagrándose a un deber o a otra persona, un cónyuge; entonces será él mismo. Esta orientación hacia un sentido es la que, como catalizadores, tenemos que incitar, evocar, provocar. Aquí es donde es útil la logoteoría; pero no la logoterapia, porque aquí no nos estamos refiriendo a neuróticos. Una teoría como esta se hace muy necesaria. Y no carece de fundamento, sino que se basa en lo que he venido a llamar, y no se me asuste, «autocomprensión ontológica prerreflexiva».

Kreuzer: Ahora sí que tenemos que traducir rápidamente: ontológica, prerreflexiva…

Frankl: «Autocomprensión» significa qué opinión tengo de mí como persona, qué creo que significa finalmente ser un hombre. «Ontológica» quiere decir que se refiere a la existencia humana. Y «prerreflexiva» significa que antes de tener alguna idea de lo que es la filosofía, la psicología o la psiquiatría, ya sé de antemano lo que es la vida. Minuto a minuto, me enfrento a situaciones que me hacen un llamamiento: tienes que hacer esto, lo puedes hacer, tienes que cambiar el mundo, tienes que cambiar la situación. Tienes que ayudarte, tienes que ayudar a los demás, tienes que sacar algo de ella, tienes que darle la mejor forma que puedas; esta posibilidad de sentido yace detrás de cualquier situación. Hay una veintena de trabajos de alumnos míos que, a partir de diez mil casos, han podido demostrar empírica y estadísticamente que el descubrimiento de un sentido en la vida está abierto fundamentalmente a todas las personas, con independencia del coeficiente de inteligencia, del nivel de educación, del sexo o la edad, con independencia incluso de si se es religioso o no. Y si se es religioso, con independencia de si se profesa esta o aquella confesión.

Kreuzer: Pero entonces, esto significa que el «sentido» no es algo sobrehumano, sino profundamente humano y, en parte —en tanto que pertenece al vasto campo del psicoanálisis—, incluso algo inconsciente que hay que descubrir y extraer.

Frankl: Exacto, porque la percepción del sentido es inconsciente en toda su magnitud y sólo debe hacerse consciente allí donde hace falta; allí donde el hombre se sumerge en una crisis, donde dice que «la vida ya no tiene sentido» porque se ha frustrado su voluntad de sentido; allí donde no se da cuenta del sentido que lo está esperando. Está demostrado que un sentido no sólo se puede encontrar en el trabajo, a través de un acto que llevamos a cabo, de algo que llevamos al mundo o de una obra que creamos, sino también en la experimentación, al hacer nuestro algo del mundo, de la naturaleza, de la cultura, también al experimentar, no algo, sino a alguien. Experimentar a alguien en toda su singularidad significa querer a alguien. Es decir, nos realizamos en el amor y en el trabajo, y realizamos también nuestro sentido. Pero también nos realizamos allí donde ya no podemos cambiar la situación: hasta el último momento cabe la posibilidad de cambiarnos a nosotros mismos, o sea, de cambiar nuestra posición frente a las cosas. Y haciéndolo, podemos crecer interiormente y más allá de nosotros, podemos madurar interiormente, incluso hasta el último suspiro. De este modo, la posibilidad de encontrar un sentido la tenemos latente hasta el final. A la gente que pregunta: «¿Es necesario sufrir para satisfacer un sentido?», yo le respondo: «¡De ningún modo! No es necesario sufrir para satisfacer un sentido». Lo que realmente quiero decir es que el sentido también es posible a pesar del sufrimiento, exactamente a través del sufrimiento. Mientras podamos remediar o aparcar un sufrimiento, lo único razonable es hacerlo, ya se trate de un sufrimiento de origen biológico, psicológico o político. Todo lo demás sería masoquismo y no heroísmo. Sólo allí donde justamente seamos incapaces de cambiar la situación, nos sentiremos llamados a modificarnos, a cambiar nuestra propia posición y a dar testimonio con este cambio de aquello de lo que el hombre es capaz: transformar una tragedia personal en un triunfo humano. Incluso se puede verificar empíricamente que la vida está potencialmente llena de sentido hasta el final.

Kreuzer: Creo, profesor Frankl, que al mencionar la confirmación empírica de la logoterapia ha aportado un concepto clave muy importante. No es obligatorio reclamar una confirmación empírica a una terapia o a un método curativo. Pongamos el caso de un médico acupuntor exitoso. No será obligatorio ratificar antes la acupuntura desde todos los puntos de vista de nuestra ciencia tradicional antes de que el acupuntor la aplique: el éxito cuenta. Sin embargo, resulta interesante —y usted lo ha hecho— preguntar por la confirmación empírica. Reflexionando al respecto desde la crítica, me viene a la cabeza una comedia teatral que seguramente conocerá: Harvey, la entrañable obra de Mary Chase, representada desde hace décadas y traducida al alemán por Alfred Polgar. En Viena hemos podido ver a Heinz Rühmann, y antes a Oskar Karlweis, interpretando al protagonista, y más tarde a James Stewart en la película. Ya conoce el argumento: el protagonista tiene un conejo de su mismo tamaño, un metro setenta, al que quiere y necesita, y que siempre lleva consigo. Pero el conejo no existe en realidad. La comedia es tan ingeniosa que no podemos reducirla a una mero retrato de la esquizofrenia. En realidad explica lo inteligente que llega a ser el protagonista, que es capaz de mantener ante la sociedad a un conejo inexistente porque lo necesita.

Frankl: E incluso se muestra superior a la sociedad, por lo que puedo recordar.

Kreuzer: Así es. Y ahora yo le pregunto: ¿hasta qué punto podemos equipar a Harvey, el conejo de esta inteligente comedia, con el sentido del que usted nos habla? Aunque usted no invente el sentido, sí lo descubre para el paciente, se lo proporciona, se lo prescribe como si fuera una receta de la seguridad social, porque lo necesita. Y esto enlaza con la pregunta científica: ¿existe este sentido? ¿Cómo deberíamos clasificar al conejo Harvey en la zoología?

Frankl: Mire, desde el punto de vista de la logoterapia —y subrayo la palabra «terapia»—, tendríamos el derecho a resolver este problema de forma pragmática, por no decir utilitaria. Es decir: lo verdadero es lo que da resultado. Entonces, se puede decir —y creo que usted así lo da a entender— que podríamos trasladar a la logoterapia la filosofía del «como-si» de Hans Vaihinger: hagamos como si hubiera un sentido.

Kreuzer: Y si no lo hubiera, deberíamos inventarlo…

Frankl: Exactamente. En aras de la curación. A mi parecer, creo que hay algo de falsedad, incluso de imposibilidad. Porque si trato de comprender la situación de un paciente al que, por así decirlo, trato de persuadir de que «hay un sentido, pero no me hable de él, haga como si lo hubiera», entonces me diría: «Tengo que hacerlo para curarme, ¿verdad, doctor?». «Sí». «¿Y por qué tengo que curarme?»… Hace poco leí un trabajo de una alumna mía que dirige una importante consulta logoterapéutica en Munich. Ha realizado su tesis doctoral aquí, en Viena, en el Instituto de Psicología Experimental, y en su trabajo escribe lo siguiente: si pensamos que una paciente recibe instrucciones de los terapeutas conductistas para olvidarse de su depresión mediante esta o aquella estrategia —porque actualmente ya no se habla de técnica, sino de estrategia— haciendo esto o aquello, la paciente se preguntará: «Sí, pero ¿por qué me tengo que curar?». Mientras no esté encaminada de forma real y sincera hacia un sentido, todo el proceso de curación vendrá a menos y se desplomará por sí solo. Vemos otra vez, señor Kreuzer, que la pregunta sobre el sentido de la vida que de veras importa es la primera o la última que nos hacemos.

Kreuzer: O sea que si decimos que el sentido debe tener un sentido, es que también tiene que existir.

Frankl: También tiene que existir. Hay pruebas que lo demuestran. En la hermosa novela de Franz Werfel Der Veruntreuten Himmel, llevada también a la pantalla, aparece esta frase: «La sed es la prueba más clara de la existencia de algo parecido al agua». Habría que preguntarse cómo es que estamos tan persuadidos por una voluntad de sentido tan profundamente arraigada; cómo es que se puede demostrar empíricamente que cualquier persona, cualquier sujeto de experimentación, busca inmediatamente un sentido, una forma de sentido, en todas las situaciones a las que se enfrenta. Diría que algo debe haberse imaginado la naturaleza cuando ha depositado esta voluntad de sentido tan profunda en el hombre.

Kreuzer: O, como escribió primero Goethe y citó después Lorenz: «Si el ojo no huyera del sol, nunca podría verlo». Es decir, esta necesidad de sentido, este sentido que reside dentro de nosotros debe corresponderse con algo allí fuera, en el mundo exterior, que a nosotros nos puede parecer inaccesible.

Frankl: Debe corresponderse con una realidad, o quizá habría que decir una potencialidad. Porque esta es, precisamente, la diferencia entre la percepción tradicional de las formas y la percepción de los sentidos, la cual concibo precisamente como percepción de formas; esta es la diferencia. Nos han enseñado que, en la percepción de formas, hay una figura, «gafas», que se destaca de un fondo, «tablero de mesa». Sin embargo, en la percepción del sentido, lo que salta a la vista es una posibilidad sobre el fondo de la realidad. Es decir, una posibilidad de transformar la realidad. Como dirían los ingleses, to do something about it, ¿entiende?, algo que te sirva para asirte a una oportunidad.

Kreuzer: Profesor Frankl, si abrimos todo el abanico de respuestas posibles, la primera y más sencilla es, naturalmente, y a pesar de todo, la de la religión. Si dejamos a un lado el problema científico y decimos que el sentido quizá no es científicamente demostrable, el sentido es religión. Aunque usted ya lo haya insinuado antes, le preguntaré sobre ello. ¿Qué es lo que diferencia realmente la logoterapia, la logoteoría en este caso, de los preceptos de la religión, la cual puede, sin duda, obtener el mismo efecto terapéutico?

Frankl: La religión tiene un efecto psicoterapéutico pero no se plantea ningún objetivo psicoterapéutico.

Y viceversa, la psicoterapia puede y se permite no plantearse ningún objetivo religioso, pero, en determinadas circunstancias, se produce una transformación o profundización religiosa con efectos secundarios inesperados. Es decir, en el transcurso de una terapia vemos una y otra vez cómo algunas personas se encuentran con unas raíces u orígenes religiosos en su inconsciente a pesar de que la terapia no haya tenido nada que ver con la religión ni se haya discutido cuestión religiosa alguna. Sin embargo, el planteamiento de objetivos es harto distinto. Digamos que la religión quiere salvar o curar el alma y la logoterapia, y también la logoteoría, quiere curar la mente. Pero ocurre que, en la terapia de neurosis referidas al sentido de la vida, entra en juego la religión. Tenemos que excluir aquí el 80% de fobias y neurosis obsesivas y referirnos únicamente al 20% de neurosis condicionadas por la frustración en la búsqueda de sentido, a las que llamo neurosis noógenas; no se trata de neurosis provocadas por conflictos entre el yo, el ello, y el superyó, sino de neurosis resultantes de un sentimiento de falta de sentido (desesperación, depresión). Así que, si nos ceñimos a este 20% de neurosis condicionadas por la falta de sentido, sin saber cómo, se nos plantará delante la problemática religiosa. Por regla general, una persona religiosa puede encontrar un sentido antes o, digamos, más fácilmente que una no religiosa. Antes he apuntado, y está empíricamente demostrado, que, en principio, cualquiera puede encontrar su sentido. No obstante, Küng dice en uno de sus libros que, en determinadas circunstancias, la Iglesia, más que curar, puede provocar crisis de sentido.

Kreuzer: En este orden de cosas me viene a la cabeza la reinterpretación del sacramento administrado al morir como una unción de aceite al enfermo, la extremaunción. Ahora se están buscando nuevos métodos «profanos» para la eutanasia.

Frankl: Y no sólo eso. Existe la llamada «neurosis eclesiógena» —no me gusta la palabra, jamás la he utilizado; la acuñó Schätzing, un ginecólogo berlinés que se ha dedicado durante mucho tiempo a la psicoterapia—, es decir, una neurosis provocada por una educación religiosa… Los religiosos dirían, naturalmente, una educación religiosa desacertada. Aunque me gustaría decir al respecto que si hablamos de neurosis «eclesiógenas», también deberíamos hablar de neurosis «psicoanaliticógenas» o «psicoterapeutógenas»…

Kreuzer: Para ser honestos, habría que decir que allí donde la religión puede ayudar —y no cabe duda de que puede hacerlo ampliamente— no es necesaria la logoterapia. La persona religiosa sabe cuál es el sentido de su vida, no necesita venir a su consulta para encontrarlo.

Frankl: No estoy del todo de acuerdo. En uno de mis libros describo el caso de una monja carmelita que padecía una depresión, una grave depresión endógena, que no se había originado por ninguna duda acerca del sentido. Sin embargo, en el cuadro patológico se detectaron dudas acerca del sentido de la vida y dudas sobre la autoestima. Las consecuencias: depresión aguda e, incluso, peligro de suicidio, por imposible que parezca en una carmelita. La monja salió de esta depresión de origen somático mediante un tratamiento farmacológico, pero su confesor no cejó en el empeño de convencerla de que una verdadera cristiana no podía padecer depresiones. No estoy de acuerdo. Los cristianos de verdad, los profundamente religiosos, también pueden caer víctimas de una neurosis, hasta de una psicosis. Pero tampoco se puede generalizar. En realidad, la religiosidad no es ninguna garantía frente a una dolencia neurótica o incluso psicótica. Y viceversa: la ausencia de neurosis tampoco garantiza la existencia de religiosidad. Este ha sido el error de determinados círculos eclesiásticos que, para dar una educación psicoanalítica a sus seminaristas, les hicieron un análisis didáctico, con el resultado de que, en vez de didáctico, fue todo lo contrario y al final el 90% de los sacerdotes colgaba los hábitos. Buscad primero el Reino de Freud y Skinner, y todas esas cosas se os darán por añadidura, creían. Es decir: dejaos primero liberar de vuestros complejos por el psicoanálisis o la terapia conductista, o a través de la psicología individual desde mí, y os convertiréis al instante en verdaderos religiosos. Lo uno no tiene absolutamente nada que ver con lo otro.

Kreuzer: Entonces, dado el caso, la religión no sólo no puede sustituir a la logoterapia —ni a ninguna otra psicoterapia relevante—, sino que incluso puede llegar a originar neurosis. Aunque es cierto que, en el terreno de la ausencia de neurosis, la religión puede impedir la aparición de crisis de sentido. Pero volvamos de nuevo a la pregunta. ¿Existe realmente el sentido? Hemos hablado de religión; seguro que la religión tiene una posible respuesta: el sentido viene de Dios. Usted no necesita esta explicación, pues está claro que busca el sentido en el ámbito de la ciencia. Aquí hay otra vía importante para encontrar una respuesta: creo que usted mismo ha hablado del metasentido, de ese sentido del cual hay que aceptar que se encuentra detrás del sentido y a través del cual el sentido se hace razonable y comprensible.

Frankl: A este respecto se podría decir que el sentido del que se ocupa instantáneamente la logoterapia es un sentido particular, un sentido que está aquí y ahora. Se trata de un deber que una persona concreta debe cumplir aquí y ahora, y que debe divisar a través de la función catalítica del psicoterapeuta o del logoterapeuta. Y además hay un sentido general; debe, o debería haber, un sentido general, un sentido último. Un metasentido, tal como yo lo llamo, que, por supuesto, no tiene absolutamente nada que ver con lo metafísico. Es un metasentido porque va más allá de nuestra capacidad de aprehensión puramente racional. Ya he aludido antes a ello con el factor transracional. Mire, este sentido no es científicamente aprehensible; se sustrae al acceso de toda ciencia. Y esto nos devuelve a las tesis de Schrödinger y Einstein, en virtud de las cuales el sentido o, tal como querría llamarlo ahora, el sentido último no se refleja en el plano de la ciencia. Pero esto no significa que tengamos permiso para afirmar que no existe tal sentido.

Si nos imaginamos que esto es el plano de la ciencia, con esta superficie de aquí, veremos que aquí, aquí y aquí, por ejemplo, hay una serie de puntos completamente independientes que no presentan ninguna relación coherente entre sí. Sin embargo, nadie puede admitir que yo, como científico que debe ser tomado en serio, diga que sólo existe este plano, el plano de la biología y de la teoría de la evolución, donde se producen mutaciones inconexas, fruto del azar. Tal como dijo Monod: el azar lo es todo, el azar y la necesidad. ¿Quién me dice que no hay otro plano perpendicular a este? Así, inclinado a noventa grados. Entonces podría ser que estos puntos estuvieran íntimamente relacionados y formaran, por ejemplo, una curva sinusoide.

Lo único que se puede encerrar en este plano biológico, lo que se refleja en él, son los puntos de intersección por donde la curva corta el plano principal. Pero ningún científico tiene el derecho —y sería indigno de él— a estipular que no existan más planos de proyección. Por lo tanto, la clave está en el plano de proyección. Y entonces, como biólogos, diremos que no conocemos este plano perpendicular, pero que podría existir. Tenemos que estar abiertos a la posibilidad de que existan otros planos de proyección, otros cortes transversales que atraviesan la realidad. No podemos usurpar la sacrosanta posición de que sólo el biólogo, el teórico de la evolución o el biólogo molecular tienen el derecho a entrometerse cuando se trata del sentido último. Y entonces vamos pasando a las otras ciencias la antorcha del «aunque no lo sé», o sea, del «me figuro que», o bien tenemos que restituirla a esta autocomprensión profundamente arraigada en el hombre y que también guía al habitante del Tercer Mundo, puesto que la conoce desde hace mucho tiempo.

Kreuzer: Profesor Frankl, como he leído esta metáfora en sus obras, he traído un libro muy interesante al respecto: Jenseits der Erkenntnis: Die Gnostiker von Princeton. Lo menciono porque en Estados Unidos se está extendiendo una corriente de pensamiento en los círculos de investigadores empíricos, quienes, utilizando otra metáfora —por supuesto, son sólo metáforas de lo que no se puede representar científicamente—, admiten la existencia de una «cara exterior» y una «cara interior» del mundo. Algo así como la diferencia que hay entre una esfera vista desde el exterior —equivalente a la ciencia empírica— y una esfera vista desde el interior, que también es una esfera, pero muy distinta de la que se observa desde fuera. Los gnósticos consideran que el mundo tiene una cara interior, aprehensible sin más con nuestros sentidos y también con nuestros dispositivos de pensamiento, que se diferencia de la cara exterior del mundo como el anverso y el reverso de una tela brillante. ¿Esta forma de pensar converge con la suya?

Frankl: Absolutamente. Pero no es del todo nueva. De buenas a primeras —improviso mi respuesta a su pregunta improvisada—, diría que ya la anticipó Gustav Theodor Fechner, el hombre que desarrolló la teoría de la psicofísica en el siglo XIX. Habla de las caras «diurna» y «nocturna» de la realidad y opina exactamente lo mismo. Y esto, naturalmente, tiene mucho que ver con nuestro tema. Y sería de gran importancia que, ya en la educación secundaria, se enseñara a los alumnos que la ciencia no tiene nunca la última palabra en relación a «qué es real y qué no lo es». Todas estas cosas también las destacó Paul Watzlawick en su teoría de la comunicación. Lo que vengo a decir es que, como científicos, nos hemos vuelto más discretos. Pero querría añadir que yo, como terapeuta, me he vuelto más exigente. Pero aunque no pienso que la ciencia tenga la última palabra y la última opinión autorizada sobre qué es real o irreal, sí creo que, con referencia a las cuestiones más íntimas de la existencia humana, como es el caso del sentido de la vida, también debemos ver que lo que hemos aprendido de forma intuitiva y aplicamos como directriz de nuestro tratamiento en los enfermos, lo colocamos asimismo sobre un fundamento científico. Y aquí la investigación empírica es muy importante. Actualmente hay 73 tesis doctorales sobre logoterapia que constituyen, prácticamente todas, validaciones y verificaciones empíricas.

Kreuzer: Sentido fundamentado en la religión, metasentido entendido como comprensión de un sentido en una dimensión superior… Quizá habría que incluir aquí también la concepción de Wittgenstein, quien excluye del dominio científico cualquier cuestión referida a valores éticos, estéticos y hasta religiosos cuando dice que la temática del sentido no pertenece al mundo sobre el que podemos decir algo, sino a aquel sobre el que debemos permanecer en silencio. El sentido no pertenece al mundo, sino que «se manifiesta». El sentido está más allá de los límites del mundo empírico, al igual que el yo, la muerte o Dios. Por lo tanto, la ciencia no puede solucionar los problemas de la vida.

Frankl: Desde joven me relacioné con el Círculo de Viena. Edgar Zilsel, que pertenecía a ese círculo, fue mi primer profesor en la universidad popular. Allí hice una exposición a los quince años sobre el «sentido de la vida». En ella expliqué, y lo sigo suscribiendo, que el hombre no está autorizado a preguntar cuál es el sentido de su vida, sino que es a la propia vida, que le plantea continuamente preguntas, a la que debe responder. Él es el que responde o el que debe responder. No responde con palabras, sino con sus acciones, con acciones responsables. Es decir, el hombre es el interrogado y cualquier situación de la vida es una pregunta. El hombre apenas reflexiona en el día a día, en las situaciones cotidianas. Él sabe que «ahora me toca hacer esto». El mundo que hay más allá, o mejor dicho, a este lado de todas las teorías, es el que arremete directamente contra nosotros y nos asalta como lo hace una forma cuando la percibimos. «El mundo a este lado de todas las teorías» es prácticamente idéntico al a priori, no sólo en el sentido de Kant, sino también en el de Lorenz. Al fin y al cabo, nosotros somos nuestros valores; en el trabajo que publiqué en 1925 con Adler ya hablo de ello. Al fin y al cabo, apenas podemos hacer otra cosa que adoptar estos o aquellos valores; así está determinado en nuestra condition humaine. Sin embargo, imagínese que un enfermo le diera lástima. Usted se apiada de él, siente compasión por él y quiere ayudarlo. Entonces actuará para deshacerse de una sensación de falta de sentido o, simplemente, porque es su obligación, es decir, porque usted es precisamente la compasión por el enfermo y, por lo tanto, es el valor denominado ayudar a los demás. Esto es un anclaje existencial de valores. Al fin y al cabo, en la psicoterapia también tenemos que ir retrocediendo hasta estas fuentes, hasta estos primeros orígenes.

Kreuzer: Podríamos pensar aquí en el Fausto de Goethe, cuando el protagonista intenta sustituir la frase bíblica «En el principio era la Palabra» con «En el principio era el Sentido», hasta dejarla finalmente como «En el principio era la Acción». Esta transposición sería completamente innecesaria, porque «En el principio era el Sentido» y «En el principio era la Acción» significan lo mismo.

Frankl: Se podría decir: «En el principio era el Sentido, y el Sentido era la Acción». No respondemos a la vida con palabras, sino con acciones. Eso sí, acciones de las que nos hacemos responsables.

Kreuzer: Ya que ha mencionado a Paul Watzlawick —por otro lado, también austríaco—, en el abanico de las posibles respuestas a la pregunta de si existe objetivamente un sentido, él aporta otra posibilidad. Básicamente, la tesis de Watzlawick es la renuncia a esta búsqueda de un sentido último, absoluto y palpable, y la resignación ante el mundo como un fenómeno de engaños complejos. La realidad se nos impone, precisamente, a través de nuestra realidad social, a través de la comunicación. Como dice la frase, si no tenemos más remedio que vivir en la sala de espejos de los engaños, sólo tenemos que colocar bien estos espejos. Si tenemos los espejos bien dirigidos hacia nosotros, de manera que nos sintamos a gusto en nuestro entorno comunicativo, nos podremos dar por satisfechos.

Frankl: Creo que él puede darse así por satisfecho, y en cierta manera, según las circunstancias, yo mismo podría darme también por satisfecho. Pero nuestros pacientes y las personas que nos esperan, que esperan una palabra de nosotros, no tendrían suficiente. Ello se debe, precisamente, a que el hombre, en su búsqueda del sentido, así como en su búsqueda de la verdad objetiva, está dirigido por algo parecido a un sentido o a una realidad. Imagínese que me quiero ir a Tahití. Nunca me daría por satisfecho si, en vez de viajar hasta allí, tapara la ventana de mi casa con un enorme cartel publicitario de una isla paradisíaca y lo mirara cada mañana al despertar. Mire, este es el error fundamental que han cometido las terapias anteriores con la imagen del hombre en la que se han basado: toman al hombre por una mónada, no son psicologías sino monadologías, creen que el hombre es un sistema cerrado, una mónada sin puertas ni ventanas. En realidad, lo esencial de la condición humana es el hecho de autotrascenderse, el que haya algo más en mi vida que no sea yo mismo… Algo o alguien, una cosa u otra persona distinta que yo. Y esto se olvida. Por eso, no me daría por satisfecho si me tuviera que limitar a desengancharme de las exigencias de la sociedad de consumo, descargar mis instintos, en el sentido psicodinámico, o reaccionar a los estímulos, en el sentido conductista. Al contrario. Quiero hacer algo en el mundo exterior, nada de reacción o abreacción, sino acción, quiero transformar algo en el mundo, no dejar que me canten ninguna nana. Y este es el error fundamental, digamos existencial, o quizá epistemológico, de la drogadicción. La gente, a partir de una falta de sentido en la vida, se crea en su interior una sensación de sentido meramente subjetiva. Pero afuera esperan las obligaciones y la gente pasa por delante, exactamente igual que los ratones de Olds y Milner en California, a los que les introdujeron unos electrodos en el cerebro con los que, apretando un botón, podían crearse orgasmos y satisfacer su apetito. ¿Qué sucedió? Los ratones aprendieron a autosatisfacer sus instintos alimenticios y sexuales hasta 50. 000 veces al día apretando una tecla. ¿Cuál fue el resultado? Cuando les ofrecían comida real o compañeros sexuales reales, hacían caso omiso de ellos y preferían autosatisfacerse. Esto son mónadas, pero también artefactos, pues ningún animal normal reaccionaría así, tal como demostró Konrad Lorenz. Y ninguna persona normal que no esté deformada se dará por satisfecha si se le hace creer en un espejismo. Desea tener un sentido real. Y puede encontrar su sentido particular. Y que la búsqueda del sentido último no acabe siempre con su descubrimiento, al menos en las personas no religiosas, eso forma parte de la condición humana. Nuestra vida, por supuesto, también tiene su parte de resignación.

Kreuzer: Para abrir un poco más el abanico de las respuestas a la pregunta del sentido de la vida: profesor Frankl, usted ha mencionado a Lorenz. Esta escuela austríaca de biólogos consagrados enteramente a las ciencias naturales, personificada hoy por el profesor Riedl, se esfuerza con ahínco —sin intentar traspasar la esfera científica, exclusivamente dentro de los límites de la ciencia— por encontrar una respuesta a la pregunta del sentido de la vida. Hubo un último intento: partiendo de los conocimientos de Einstein, y remontándose a Kant, se puso de relieve que no podemos pensar las tres categorías fundamentales de nuestro conocimiento —espacio, tiempo y causalidad— tal y como se corresponden con la realidad exterior, pero que, sin embargo, debe existir una correlación de estas categorías en el mundo exterior.

Frankl: Que Lorenz ya denominó en los años cuarenta como a priori biológico

Kreuzer: Y ahora se sigue reflexionando, especialmente hacia la causalidad, intentando interpretarla como algo más complejo, de manera que incluya también la finalidad como una variación de la causalidad. Está claro que nuestra estructura cerebral se muestra insuficiente, porque el complicado entramado de motivos que se nos manifiesta en parte como fines no lo podemos percibir tal como es afuera, en la realidad real. Esta teoría sostiene que, posiblemente, a partir del conocimiento real de la causalidad, la cual incluye la finalidad, se podría llegar también a una respuesta al más complejo de este conjunto de fines, o sea, al sentido. En términos evolucionistas, esto significa —cito textualmente— que las fuerzas que atraen «desde abajo», que hasta ahora se nos manifestaban como las únicas científicamente demostrables, se complementan con unas fuerzas aparentes —aparentes para nuestros sentidos— ligadas a un fin que atraen «desde arriba». Quizá algo así como —usted es alpinista—, como un escalador que asciende por una pared vertical impulsándose no sólo desde abajo con los pies, sino también clavando un gancho por encima de él y tirando hacia arriba con una cuerda. Así, si consideramos este gancho como la meta, como lo que está relacionado con el fin o el sentido en la evolución de nuestro ser, habremos encontrado una explicación absolutamente real: hay algo que nos atrae hacia arriba, pero es un gancho que nosotros mismos hemos clavado, una cuerda de la que nosotros mismos podemos tirar.

Frankl: Y que hemos llevado con nosotros desde abajo, ¿verdad?

Kreuzer: Esta es una orientación que usted todavía no está obligado a reconocer, pero ¿converge del todo con sus propias ideas, a pesar de que pertenezca absolutamente a las ciencias naturales?

Frankl: En cualquier caso, es una orientación paralela. Pero estoy convencido de que, si observamos detenidamente, o bien esperamos a que tarde o temprano así se produzca, ambas orientaciones convergerán bastante en lo que respecta a su sentido. Y creo que estamos a las puertas de un enorme conocimiento, un conocimiento fulgurante, muy en el sentido de un desarrollo o una evolución de la ciencia o del saber, en el sentido de Konrad Lorenz, quien ya acuñó el término fulguración para referirse a ello, a la aparición fulminante de algo nuevo. Igual que en cada nueva dimensión se pasa por un umbral, de la materia a la vida, de la vida a la psique, de la psique a lo específicamente humano, dentro de la ciencia también se produciría un salto cuántico, justamente una fulguración, porque el relámpago de la fulguración debería llevar consigo un efecto esclarecedor del conocimiento, si interpretamos bien a Konrad Lorenz.

Kreuzer: Y si intentamos comprender aquí a Lorenz, podríamos decir que, en cualquier nivel, tanto en la evolución de la naturaleza como en la evolución de la mente, la fulguración sería como la exposición «fulgurante» a la que se somete una película fotográfica y que sólo después podrá ser revelada[1]. La pregunta es: ¿cómo aparece la imagen? Según esto, la imagen deberá estar preformada en lo más hondo de la bioquímica. Y aun así siempre hay investigadores que intentan descubrir en los albores de la evolución, cuando se formaron las moléculas complejas, las fuerzas primigenias de esta autoorganización de la materia, como por ejemplo, el hiperciclo de Manfred Eigen.

Frankl: Esta es también la idea de la isomorfia. Sin duda, el isomorfismo también ocupa un lugar en la teoría de la forma. La forma debe tener una correspondencia objetiva en la realidad, no puede ser sólo una aparición en nuestro cerebro o en nuestra psique. En cierto modo es como un puente que salva el abismo sujeto-objeto, y que no fue predicado por primera vez por la teoría del conocimiento o por las cátedras filosóficas, sino que ha ido creciendo desde abajo, en la biología y especialmente en la teoría de la evolución, o en la biología molecular, para ser más exactos.

Kreuzer: ¿Significa esto, profesor Frankl, ya para resumir, que a pesar de haber desarrollado su teoría, su enseñanza o su método curativo de forma completamente independiente y autónoma, no exento de interrupciones en su intercambio de información con el entorno de investigación empírica que lo rodea, también asume que se podrían producir avances en la investigación natural empírica que confirmarían su teoría y convergerían con ella de algún modo?

Frankl: Como mínimo deberíamos esperarlos ansiosamente. Y creo que al resto de colegas les resultará harto interesante ver que alguien que desde un principio no ha colaborado con ellos, haya obtenido unos resultados análogos. A este respecto, siempre me viene a la memoria una bella y sabia frase de mi gran maestro, con el que, desgraciadamente, nunca llegué a tener trato personal, pero que fue entre todos el que más influyó en mí, Max Scheler, quien dijo una vez que mirando al faro nos orientaremos. Es decir, que el navegante que zarpa del puerto y se adentra en mar abierto siempre echa la vista atrás y se orienta por el faro. La dirección en la que navega es opuesta a la del faro, pero la mirada hacia atrás le indica si lleva o no el rumbo correcto. Y por eso hay que mirar siempre hacia donde están los demás: ¿dónde se han quedado?, ¿qué rumbo han tomado? Y entonces podrás juzgar si, en líneas generales, sigues las pistas correctas, las huellas correctas, en este caso, hacia el sentido de la vida.

Kreuzer: Muchas gracias, profesor Frankl.

Entrevista emitida el 11 de enero de 1980