44 La economía del desarrollo
La caída del Muro de Berlín y el derrumbe del comunismo en los países que formaban el bloque soviético fue indudablemente uno de los acontecimientos que favorecieron el crecimiento económico en todo el mundo. Entonces resultó claro que la economía dirigida de la Unión Soviética había reprimido el crecimiento, empobrecido a millones y dejado a muchos rusos hambrientos y desamparados. Después de que los antiguos Estados comunistas abrazaran el libre mercado, sus economías despegaron con rapidez y, si bien algunos se quedaron atrás, millones se volvieron muchísimo más ricos de lo que eran.
Sin embargo, esta historia feliz tiene también otra cara. Uno de los subproductos de la guerra fría fue que ambos bandos no tuvieron otra elección que tratar con amabilidad a las naciones pobres del Tercer Mundo (los llamados países en vías de desarrollo). Por temor a perder su respaldo, ambos bloques rociaron su riqueza sobre ellos. Tanto en el caso de la Unión Soviética como en el de las potencias occidentales, esto se tradujo con demasiada frecuencia en el apoyo a dictadores corruptos como el presidente Mobutu en Zaire o Augusto Pinochet en Chile, y la competencia ideológica mantuvo el dinero fluyendo hacia esos países.
Un nuevo mundo. Ese flujo se agotó de repente con la caída del telón de acero y muchos países cuyas economías hasta entonces se habían beneficiado de la ayuda exterior (incluso cuando buena parte de esa ayuda se desviaba a las cuentas que tenían los dictadores en los bancos suizos) se hundieron aún más en la pobreza. Con todo, esto no ocurrió en todas partes. De hecho, liberarse de los controles socialistas o comunistas estrictos ayudó a las economías de China y gran parte del Este asiático a crecer con rapidez y sacar a millones de personas de la pobreza. El mapa del mundo sufrió un gran cambio.
La economía mundial dejó de estar dividida en una quinta parte de países ricos y cuatro quintas partes de países pobres. El nuevo mundo se compone de una quinta parte de economías ricas, otra quinta parte de economías pobres y tres quintas partes de países emergentes que están industrializándose y avanzando con rapidez. La economía del desarrollo se ocupa en gran medida de la situación de esa quinta parte de países que continúan en la pobreza o, en palabras de Paul Collier, uno de los mayores expertos del mundo en este campo, los «mil millones más pobres».
¿Qué hace rico a un país? Hay abundantes teorías sobre por qué ciertos países pueden superar la pobreza con tanta facilidad mientras que otros permanecen atrapados en la miseria. Algunas se centran en el clima y la topografía del país, dos factores que pueden dificultar las cosechas y el desarrollo agrícola; otras tienen en cuenta factores culturales como su interpretación de los derechos de propiedad; y otras más en el éxito o fracaso de las instituciones políticas y sociales. Para algunos, la riqueza o pobreza de un país es un accidente histórico; para otros, es una cuestión de destino. También se ha propuesto considerar unos cuantos factores menos obvios. El biólogo y antropólogo Jared Diamond, por ejemplo, cree que la resistencia a ciertas enfermedades tuvo una importancia decisiva en el desarrollo de las civilizaciones, mientras que el economista Gregory Clark asegura que la propagación de la cultura, o los genes, de la clase media trabajadora por toda la sociedad es un factor clave.
Los objetivos de desarrollo del milenio
Los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) son un conjunto de ocho metas para mejorar la situación de quienes viven en las naciones en vías de desarrollo. Fueron establecidos por las Naciones Unidas en 2001 con el propósito de haberlos alcanzado en 2015. Sin embargo, en 2009, cuando se ha superado ya más de la mitad del plazo previsto, los impulsores de la campaña advirtieron que el progreso estaba siendo demasiado lento.
«Antes [del fin de la guerra fría] existía el desafío de Rusia, de modo que era mejor tratar razonablemente bien a los países en vías de desarrollo, pues en caso contrario podían pasarse al otro bando: en este sentido, había competencia.»
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y ex economista jefe del Banco Mundial
En cualquier caso, el hecho es que en la Edad Media la diferencia en términos de riqueza entre lo que hoy llamamos países desarrollados y países en vías de desarrollo era escasamente significativa. Entre ese momento y la era moderna, se abrió el abismo gigantesco que hoy conocemos, y en el corazón de ese abismo se encuentra África. En términos económicos, el continente sigue anclado en tiempos medievales, con tasas de mortalidad en muchos casos peores que las de Europa antes de la Reforma. En los últimos años, la situación se ha agravado debido a la propagación del sida a lo largo y ancho del continente, con lo que la esperanza media de vida entre los mil millones más pobres es de apenas cincuenta años y uno de cada siete niños muere antes de cumplir los cinco años de edad.
Las trampas. Según Collier, los países pobres pueden caer en cuatro trampas de las cuales resulta increíblemente difícil salir:
¿Qué hay que hacer? Desde la guerra fría, ha surgido un aparato gigantesco formado por un gran número de instituciones con el objetivo de sacar de la pobreza a los países en vías de desarrollo. Esto incluye organismos de todo tipo, desde ministerios para el desarrollo en los países ricos e instituciones multilaterales como el Banco Mundial y Naciones Unidas (véase el capítulo 41) hasta organizaciones no gubernamentales (ONG) como Oxfam y Christian Aid.
El enfoque adoptado para enfrentar el problema ha cambiado con el paso del tiempo. En el pasado, los países y los individuos ricos tendían a realizar donaciones directas a los países en dificultades, pero los dictadores con frecuencia desviaban ilícitamente ese dinero a sus propias cuentas en lugar de invertirlo en salud y educación. En la actualidad, las organizaciones de ayuda gastan el dinero directamente «en el terreno» o ligan los donativos a ciertas condiciones que estipulan su empleo en proyectos particulares, desde proveer a las familias de mosquiteros y textos escolares hasta construir escuelas, carreteras y puentes.
Sin embargo, el problema que enfrentan las instituciones dedicadas a promover el desarrollo, en opinión del economista estadounidense William Easterly, es que estas donaciones poco hacen para equipar a las naciones para el paso de la pobreza a la industrialización. China fue durante muchos años receptora de ayuda internacional, pero ésta tuvo poca relación (si es que la tuvo) con el crecimiento fenomenal del país desde la década de 1990.
Una solución para la pobreza de los países africanos es permitirles comerciar con las naciones ricas sin tener que pagar aranceles sobre sus exportaciones. Otra es permitirles levantar barreras temporales a las importaciones para garantizar que sus industrias manufactureras no sean arrolladas por las de China y otras naciones.
Por irónico que pueda parecer, parte de la respuesta a la crisis de los países en vías de desarrollo puede encontrarse, precisamente, en China, pues tras haberse enriquecido con tantísimo éxito en los primeros años del nuevo milenio, las donaciones del gigante asiático a las naciones de África han crecido con enorme rapidez. Otra cuestión es si las condiciones a que las liga ese dinero pueden de verdad ayudar a los países con mayores dificultades a escapar de la trampa de la pobreza.
La idea en síntesis: la meta es sacar de la miseria a los mil millones más pobres