43 Las revoluciones tecnológicas

Pese a nuestra tendencia a idealizarla, la vida en la Inglaterra del siglo XVIII no era precisamente arcaica. La mayoría de las familias vivían atrapadas en una economía de subsistencia y apenas ganaban lo suficiente para sobrevivir. Tres de cada cuatro niños que nacían en Londres morían antes de cumplir los cinco años de edad. Sin embargo, entre 1750 y las primeras décadas del siglo XIX, aproximadamente, todo cambió de forma radical. La esperanza de vida se disparó, así como la población y su riqueza. Pocos períodos económicos han sido más trascendentales que la Revolución Industrial.

Detrás de esta transformación estaba una nueva tecnología. La invención de la máquina de vapor y el aprovechamiento de combustibles fósiles como el carbón cambiaron de forma repentina la forma en que la gente vivía y reconfiguraron los horizontes sociales y artísticos. Ésta fue la era de Wordsworth y Turner, una época de, al mismo tiempo, horror y deleite artístico ante los profundos cambios que estaban teniendo lugar; y un período de inseguridad política que coincidió con la Revolución Francesa y la consecución de la independencia estadounidense.

Sin embargo, esta célebre transformación radical no ha sido la única revolución económica de la historia. A lo largo de los siglos, la humanidad ha avanzado a pasos agigantados gracias a la invención de nuevas tecnologías. A menudo esos saltos han sido por completo inesperados, pero desencadenan cambios radicales en la forma en que los seres humanos prosperan e interactúan.

Los historiadores económicos consideran que desde el siglo XVIII no ha habido una sino tres revoluciones industriales, a las que identifican como cambios estructurales en lugar de cíclicos; en otras palabras, estas revoluciones no fueron altibajos rutinarios, sino acontecimientos que alteraron los cimientos mismos de la economía.

La primera revolución industrial. La primera revolución industrial tuvo lugar de mediados del siglo XVIII (y la invención de la máquina de vapor) hasta comienzos del siglo XIX. Antes de este período, la humanidad dependía para su supervivencia de la energía que le proporcionaba naturaleza: la fuerza del viento, del agua o de animales como los caballos y los bueyes. Luego, en cambio, pudo aprovechar el carbón para mover sus máquinas y eso aumentó la productividad. Los seres humanos dominaron la creación de máquinas de metal, lo que dio origen a las primeras fábricas propiamente dichas: la espléndida encarnación de la división del trabajo de Adam Smith (véase el capítulo 6). La revolución se produjo inicialmente en Inglaterra, pero pronto se difundió por toda Europa y más tarde por el continente americano.

Los efectos de la revolución fueron profundos. El producto interior bruto per cápita del Reino Unido (una medida de la creación de riqueza; véase el capítulo 17), que hasta entonces se había mantenido inalterado desde la Edad Media, se disparó repentinamente hasta niveles espectaculares. A ojos de algunos economistas, fue entonces cuando las economías occidentales escaparon de la trampa maltusiana (véase el capítulo 3) que las condenaba al estancamiento del crecimiento debido a la limitada población que podían sustentar. Al igual que la riqueza y la esperanza de vida, el tamaño de la familia media también aumentó, y la población de Inglaterra y Gales pasó de los cerca de seis millones de habitantes en el siglo XVIII a más de treinta millones a finales del siglo XIX.

«El impulso fundamental que pone en marcha el motor del capitalismo proviene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o de transporte, los nuevos mercados y las nuevas formas de organización industrial que crea la iniciativa capitalista. »

Joseph Schumpeter

Salto de rana tecnológico

Entre los hitos indudables del progreso, si no exactamente entre las revoluciones, se encuentran lo que se conoce como tecnologías «salto de rana». La prosperidad de muchas zonas del mundo dependió en un principio del desarrollo de costosas obras de infraestructura (vías férreas para los trenes, redes de alta tensión para la energía eléctrica, etc.). En cambio, ciertas partes del planeta, que carecían de un legado de infraestructuras y no tenían capacidad de desarrollarlas, sencillamente no pudieron avanzar con igual rapidez. No obstante, el teléfono móvil ha llevado la telefonía a grandes extensiones de África donde previamente habría sido poco económico construir una red. Y las plantas de energía solar de pequeñas dimensiones prometen hacer algo similar al proveer de energía eléctrica a comunidades que nunca antes habían podido beneficiarse de ella. Aunque está por ver si esto de verdad se traduce, como algunos sospechan, en un avance gradual hacia un mundo de ciudades y comunidades menos centralizadas, los defensores del medioambiente creen que ésta quizá sea una respuesta a la contaminación y al cambio climático (véase el capítulo 45).

La segunda revolución industrial. La segunda revolución industrial, a la que en ocasiones se conoce como la revolución eléctrica o técnica, fue testigo del desarrollo de la metalurgia (elaboración de acero y otros metales), el dominio de la electricidad y el aprovechamiento del petróleo crudo para la producción de petróleo refinado. Fue esta era (una extensión de la primera revolución) la que trajo al mundo el coche a motor y el avión, así como las corporaciones internacionales y los teléfonos. También fue en esta era cuando Gran Bretaña empezó a perder su influencia mundial, mientras que Estados Unidos y Alemania se alzaban con rapidez para posicionarse como superpotencias económicas en ciernes.

La tercera revolución industrial: la era de los ordenadores. Tantos han sido los avances tecnológicos recientes que muchos economistas hablan de una tercera revolución industrial, que habría empezado hacia finales de la década de 1980, una revolución provocada por el desarrollo del ordenador y de Internet, dos fenómenos de igual importancia que han cambiado por completo las comunicaciones y el comercio globales. En el siglo XXI es posible transferir enormes cantidades de capital (riqueza y activos) de un extremo a otro del mundo con sólo presionar un botón. Las compañías pueden trasladar divisiones enteras de su negocio a la India, China y otros países gracias a los avances en comunicaciones de banda ancha, lo que les permite ahorrar miles de millones y aumentar sus beneficios.

Como ocurrió en las anteriores revoluciones, este salto tecnológico ha coincidido con el ascenso de las que pueden convertirse en las próximas superpotencias económicas del planeta, China y la India. En los diez años anteriores a 2006, la revolución tecnológica y la emergencia de estas dos naciones deseosas de aprovechar el cambio contribuyeron al período de crecimiento global más prolongado del que tenemos noticias. Aunque la economía mundial se hundió luego en la recesión, la mayoría de los economistas creen que la tercera revolución industrial continuará dando sus frutos en las décadas venideras.

Ahora bien, aunque sin duda se trató de un salto tecnológico, algunos dudan de que la nueva economía de Internet represente un cambio tan significativo como los vistos en las anteriores revoluciones. De acuerdo con el economista Robert Gordon, de la Northwestern University, pese a lo profundos que han sido estos recientes cambios, ninguno ha tenido tanto impacto en la vida de las personas como innovaciones anteriores como la electricidad, el transporte masivo, el cine, la radio y las instalaciones de fontanería domésticas.

Revoluciones futuras. La era de los ordenadores quizá sea sólo el anuncio de una revolución que transformará a los mismísimos seres humanos. Hay bastantes pruebas que sugieren que la reciente decodificación del genoma humano puede conducirnos a un gran avance de las capacidades del hombre. En esa futura revolución biotecnológica, la humanidad quizá pueda pronto controlar su propia configuración genética, y aunque ciertas actividades como la clonación de personas continúan siendo enormemente polémicas, algunos sospechan que es posible que en el futuro éste sea un ámbito de oportunidades de progreso económico.

Pocas personas previeron las capacidades revolucionarias de los ordenadores o cuán radicalmente iba a cambiar Internet la economía mundial. Es muy probable que los avances tecnológicos posteriores hagan el mundo de mañana un lugar casi completamente irreconocible.

La idea en síntesis: la tecnología es un carburante para la economía