42 El proteccionismo

En la década de 1980, cuando el dominio creciente de Japón en el comercio mundial había empezado a inquietar a los ciudadanos estadounidenses, algunos miembros del Congreso convocaron una rueda de prensa en las escaleras del Senado y, en un gesto simbólico, hicieron añicos una radio Toshiba. Unos pocos años más tarde, ya en la década de 1990, ciertos políticos advirtieron del «atronador sonido de succión» que podía oírse a medida que los empleos de los estadounidenses se iban al sur tras la eliminación de las barreras comerciales con México. Y una década después, el Congreso bloqueó la compra de una compañía petrolera estadounidense por parte de una empresa china y la adquisición por parte de capitales de Oriente Medio de la rama estadounidense de un grupo portuario. ¿Por qué el proteccionismo (el hermano feo de la globalización) sigue siendo tan tentador en el mundo moderno?

El proteccionismo (que normalmente significa imposición de barreras y aranceles a los bienes importados del extranjero y medidas para prevenir que las empresas nacionales puedan ser absorbidas por compañías foráneas) es tan viejo como el comercio mismo. Uno de los primeros métodos para recaudar dinero que los gobernantes encontraron fue la imposición de aranceles al comercio.

En nuestros días, las formas de proteger una economía incluyen: límites a la cantidad o el valor de los bienes que se importan; subsidios para los productores (un ejemplo tristemente célebre es la Política Agraria Común de la Unión Europea, que proporciona ayudas a los agricultores); subsidios para los exportadores; manipulación del tipo de cambio para mantener la moneda local baja y hacer que las exportaciones sean más atractivas que las importaciones; y más burocracia. Otro tipo de proteccionismo consiste en hacer que los bancos sólo presten a compañías de su propio país. En 2009, el primer ministro británico Gordon Brown llamó a este fenómeno «mercantilismo financiero», un pecado del que él también era culpable, pues había instado a los bancos del Reino Unido a preferir, a la hora de conceder préstamos, a sus clientes británicos.

Pros y contras. Casi todos los economistas aborrecen el proteccionismo y son partidarios del libre comercio, y advierten que la erección de barreras comerciales nos empobrece a todos a largo plazo, causa graves fricciones políticas y puede incluso desencadenar guerras. Es, señalan, la más perjudicial de todas las políticas económicas.

La teoría de la ventaja comparativa (véase el capítulo 7) respalda estos argumentos, pues muestra cómo, a través de la especialización en ciertos productos y el comercio con otros países, cada nación puede volverse más próspera incluso a pesar de ser menos eficiente que sus vecinos a la hora de producir bienes y servicios.

Sin embargo, desde un punto de vista político la cuestión es bastante más compleja. Supongamos, por ejemplo, que una fábrica estadounidense se enfrenta a un posible cierre debido a que sus competidores extranjeros pueden producir cierta mercancía a precios mucho más baratos. Un economista argumentaría que el mercado está lanzando una señal clara: la fábrica estadounidense no está en condiciones de competir y debe cerrar. Un proteccionista, en cambio, recomendaría aumentar los aranceles sobre las mercancías en cuestión y quizá otorgar algunos subsidios al sector con el fin de salvar empleos. Es muy probable que esta propuesta tenga mucho más apoyo popular (e indudablemente lo tendrá entre los trabajadores). No obstante, la economía demuestra que eso sólo servirá para enmascarar el problema, que inevitablemente volverá a manifestarse al cabo de un tiempo. Lo mejor, diría el economista, es que los trabajadores despedidos busquen nuevos empleo en otra industria, más competitiva.

De ronda en ronda

La Organización Mundial del Comercio (OMC) es la institución encargada de encabezar la lucha contra el proteccionismo. La función primordial de la organización (que evolucionó a partir del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio alcanzado tras la segunda guerra mundial) es reunir a los países para debatir cómo pueden eliminarse los aranceles y las barreras comerciales. Estas conversaciones deben ser multilaterales, pues la única forma de que la eliminación de los aranceles beneficie a todos los países es que ésta sea una medida de común acuerdo.

A comienzos de la década de 1990, la OMC cerró la Ronda Uruguay de conversaciones multilaterales, que consiguió desmantelar importantes barreras comerciales en el mundo entero y a la que se atribuye el mérito de haber contribuido a impulsar el crecimiento económico del decenio siguiente. No obstante, la Ronda de Doha, que empezó en 2001, ha sufrido varios reveses debido a los desacuerdos entre los países sobre sus respectivas contribuciones. En el verano de 2008, las conversaciones se suspendieron después de que Estados Unidos chocara con China, la India y Brasil a propósito del alcance de los recortes que aquél estaba dispuesto hacer en sus subsidios agrícolas. Aunque algunos tienen la esperanza de que las conversaciones puedan retomarse, muchos advierten de que prácticamente están muertas.

El proteccionismo no sólo es una política más fácil de vender a los votantes, sino que, además, puede ofrecer señales superficiales de éxito. Si un gobierno impone aranceles a las importaciones, la recaudación quizá aumente debido al dinero extra que ingresa por este concepto, y es probable que las compañías locales experimenten cierto auge. El proteccionismo aparentemente puede garantizar la independencia del país, ya sea en la producción de energía, acero, coches, ordenadores, etc. Asimismo, aprovecha la tendencia innata a creer que un país se vuelve más pobre cuando una de sus empresas nacionales es absorbida por un rival internacional.

El problema, sin embargo, es que tales argumentos son en gran medida engañosos. Un estudio tras otro ha demostrado que, a largo plazo, el proteccionismo empobrece a los países, tanto a la nación que impone los aranceles como a las que comercian con ella.

Las lecciones de la historia. El ejemplo más potente de hacia dónde puede conducirnos el proteccionismo lo encontramos en la década de 1930, cuando, en medio de la Gran Depresión, países de todo el mundo, incluido Estados Unidos, levantaron importantes barreras comerciales en la creencia de que de esa forma se salvaguardaban empleos y se ayudaba a la economía a recuperarse más rápido. Estas medidas se conocieron como políticas de «empobrecer al vecino», pues dejaron en un terrible aprieto a muchos países que hasta entonces habían dependido del comercio con socios extranjeros. A medida que un país tras otro respondía erigiendo sus propios aranceles, el comercio mundial fue paralizándose, lo que empeoró las tensiones políticas y contribuyó a la descomposición de las relaciones, que favorecería el estallido de una nueva guerra mundial.

«Cuando las mercancías no pueden atravesar las fronteras, lo hacen los ejércitos.»

Frédéric Bastiat, economista francés del siglo XIX

La ventaja comparativa únicamente volvería a un primer plano cuando estas barreras empezaron a derribarse después de terminada la segunda guerra mundial, y lo hizo para fomentar un período vertiginoso de crecimiento global a lo largo de las décadas de 1950 y 1960 en el que cada economía se especializó en la producción de ciertos bienes. El comercio fue entonces más libre que nunca antes.

Otro ejemplo es China, que en el siglo XV fue víctima de una política comercial destructiva. En esa época, China era una de las economías más avanzadas y ricas del mundo, pero sus gobernantes se embarcaron en una política de autarquía (autosuficiencia económica) y cortaron la mayoría de sus lazos económicos y culturales con el resto del mundo, lo que llevo al país a perder con rapidez su preeminencia. China no volvería a hacer efectivo su inmenso potencial económico hasta finales del siglo XX, cuando acabó con muchos de sus aranceles y barreras comerciales.

«Si existiera un credo de los economistas, éste sin duda contendría las afirmaciones “creo en el principio de la ventaja comparativa” y “creo en el libre comercio”.»

Paul Krugman, premio Nobel de Economía y experto en comercio

¿Proteger los empleos? A pesar de los temores de algunas personas, no es necesariamente cierto que derribar las barreras comerciales implique la pérdida de empleos en una economía en beneficio de otra. Una de las fábricas de coches más grandes y eficientes de Gran Bretaña la dirige un fabricante de automóviles japonés: Nissan. La compañía emplea a miles de trabajadores en el noreste de Inglaterra, un área con altos niveles de desempleo.

Proteger a las empresas nacionales de sus competidores extranjeros hace a una economía menos competitiva, pues no se la incentiva a reducir costes y mejorar su eficiencia.

¿Una recaída en el proteccionismo? En un momento en el que todos los países se esfuerzan por reparar sus economías tras la crisis financiera de 2008, algunos temen que lo ocurrido fomente una nueva oleada de medidas proteccionistas por todo el planeta. De hecho, muchos expertos consideran que ésta, más que el riesgo de la depresión y la deflación ligada al sobreendeudamiento, seguirá siendo la principal amenaza para la economía mundial durante el próximo decenio. Como demuestra la historia, es demasiado fácil caer en una espiral proteccionista, algo que tiene consecuencias horripilantes para la paz y la estabilidad mundial.

La idea en síntesis: el proteccionismo es la mayor amenaza para la paz y la prosperidad mundiales