39 La desigualdad
Si camina por la playa en Río de Janeiro, por delante de Ipanema y Leblon, se topará con algunas de las mansiones más refinadas de Brasil. Estos fastuosos palacios multimillonarios cuentan con una gran cantidad de instalaciones de lujo: salas de cine completamente equipadas, pistas de tenis, piscinas, jacuzzi y habitaciones para el servicio. No obstante, a apenas unos metros de distancia se encuentra una de las favelas más grandes y anárquicas del mundo. ¿Cómo es posible que exista una pobreza tan extrema al lado de semejante abundancia?
La desigualdad no es nada nuevo. En la Inglaterra victoriana era particularmente grave, los industriales ricos amasaban fortunas sin precedentes mientras que la familia trabajadora media se veía obligada a soportar enormes privaciones trabajando en las fábricas o las minas y viviendo en casas no muy diferentes de las chabolas brasileñas.
A pesar de los esfuerzos continuados de los políticos por reducir la brecha entre los ricos y los pobres, la división sigue siendo enorme e inmanejable. De hecho, en los últimos veinticinco años, los niveles de desigualdad se han ampliado significativamente en casi todos los países desarrollados del mundo. Aunque la brecha se redujo en Francia, Grecia y España, la separación entre ricos y pobres se agravó significativamente en el Reino Unido, y hacia finales de la primera década del nuevo milenio, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, la desigualdad alcanzó niveles desconocidos desde la década de 1930.
Brechas de riqueza. Dado que el capitalismo es un sistema que recompensa el trabajo duro y la iniciativa individuales, que algunas personas sean más ricas que otras difícilmente resulta sorprendente (a fin de cuentas, ¿qué incentivo habría para trabajar con ahínco si hacerlo no ofreciera algún tipo de recompensa?). Sin embargo, lo que ha comenzado a resultar alarmante son las dimensiones de esa disparidad. En Estados Unidos, el 10 por 100 más rico de la población tiene ingresos dieciséis veces más grandes que el 10 por 100 más pobre, mientras que en México, donde existen chabolas tan miserables como las de Río, la diferencia entre unos y otros se multiplica por veinticinco.
Entre tanto, en los países nórdicos como Dinamarca, Suecia y Finlandia, la separación es mucho menor, y los más ricos apenas ganan cinco veces la cantidad que ganan los más pobres. Estas brechas de riqueza se calculan usando un indicador denominado el «coeficiente de Gini», que compara los ingresos de quienes más ganan con los de quienes ganan menos.
La disparidad es más amplia todavía cuando se comparan los niveles de riqueza en diferentes países. Según casi todas las medidas, el 20 por 100 más pobre de la población mundial (que en su mayoría vive en el África subsahariana) vive aún en el equivalente económico de la Edad Media, al punto de que incluso los británicos y estadounidenses más pobres son incomparablemente más ricos y saludables.
«Una sociedad que coloca la igualdad por delante de la libertad no conseguirá ni la una ni la otra. Una sociedad que coloca la libertad por delante de la igualdad conseguirá un grado elevado de ambas.»
Milton Friedman
El dividendo de la redistribución. Existen algunas explicaciones claras para estas disparidades. Los países nórdicos (y muchos de los de Europa septentrional) tienden a gravar con impuestos más altos a sus ciudadanos con el fin de redistribuir el dinero a los pobres a través de sistemas de bienestar social y rebajas fiscales. Éste es uno de los principales objetivos de los sistemas impositivos de las democracias modernas: promover la equidad y ayudar al sostenimiento de aquellos ciudadanos que se encuentran en situación de necesidad.
Los niveles de desigualdad se redujeron significativamente tras la segunda posguerra, a medida que, por todo el mundo, los países ricos desarrollaron sus respectivos sistemas de bienestar social. Al ofrecer a todas las familias un acceso similar a la educación y la atención sanitaria, muchos países, y en particular los nórdicos, consiguieron cierta igualdad de oportunidades para sus ciudadanos. Esto es lo que con frecuencia se conoce como el «modelo sueco» para la dirección de un país.
Los beneficios de la desigualdad
Algunos economistas sostienen que, dado que las personas somos por naturaleza diferentes en términos de habilidades y capacidades, cierto nivel de desigualdad es inevitable en una economía importante. De hecho, quienes son partidarios de la libertad de mercado argumentan que los intentos de redistribuir la riqueza tienen consecuencias imprevistas perversas. Unos impuestos muy altos pueden provocar la emigración de los miembros más productivos de una sociedad, o desalentar el trabajo duro, lo que reduce la cantidad de riqueza total generada por la sociedad en cuestión.
Sin embargo, aumentar los impuestos que pagan los ricos con el fin de dar más a los pobres no es suficiente por sí solo. En el Reino Unido, el gobierno laborista elegido en 1997 hizo esto precisamente, de modo que la familia monoparental media vio aumentar sus ingresos un 11 por 100 a lo largo de sus primeros diez años en el poder. Al mismo tiempo, sin embargo, la desigualdad creció hasta alcanzar niveles desconocidos en décadas. Peor aún, un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) halló que los ingresos de los hijos estaban estrechamente ligados a los de sus padres, lo que implica que los jóvenes tenían pocas oportunidades de escapar de la pobreza.
Un motor de la diferencia. El mundo se encuentra en medio de un cambio importante de su estructura económica, en el que las compañías han empezado a capitalizar nuevas tecnologías como Internet y los avances en la informática y las telecomunicaciones. Cuando se producen cambios de este tipo, es frecuente que la desigualdad aumente, pues mientras quienes estaban preparados para el cambio se hacen ricos, quienes no lo estaban (por ejemplo un trabajador de la industria automotriz en Detroit) descubren que se han quedado atrás. Esto fue lo que ocurrió en la Revolución Industrial y es lo que está ocurriendo actualmente.
Otra explicación es que una cantidad muy reducida de personas han conseguido volverse extremadamente ricas. En el Reino Unido, por ejemplo, mientras los tres millones de personas que conforman el 10 por 100 más rico de los trabajadores ganan una media de ciento cinco mil libras antes de impuestos, el 0,1 por 100 más rico (treinta mil personas) ganan una media de un millón cien mil libras al año. Además, estos súper ricos a menudo consiguen evitar pagar grandes cantidades de impuestos trasladando su riqueza a paraísos fiscales en el extranjero, lo que significa que el dinero que se redistribuye es menos del que debería. Por otro lado, estas familias acaudaladas pueden contribuir a la economía a través del pago de impuestos indirectos, cuando gastan de forma extravagante en artículos de lujo, y la contratación de trabajadores locales, desde el personal de limpieza y las doncellas hasta los estilistas y abogados. A esto se le conoce con frecuencia como el efecto «goteo».
Las consecuencias de la desigualdad. No existen pruebas claras de que un nivel elevado de desigualdad impida a un país, considerado en su conjunto, hacerse más rico con el paso del tiempo. De hecho, el destacado economista Robert Barro encontró que aunque la desigualdad parece reducir el crecimiento en los países en vías de desarrollo, en el mundo desarrollado en realidad lo fomenta.
Con todo, una brecha creciente entre ricos y pobres puede perjudicar a un país de otras maneras. La principal preocupación es el descontento social que promueve. Los estudios han demostrado que en los países y áreas donde la desigualdad de los ingresos es reducida, las personas tienden a confiar más entre sí, lo que resulta lógico, ya que en estas circunstancias la gente por lo general tiene menos razones para envidiar a sus semejantes. La violencia y los delitos graves también son muchísimo menos frecuentes. Por ejemplo, en Estados Unidos se ha detectado una fuerte correlación entre una división importante entre ricos y pobres y una tasa elevada de homicidios en los distintos estados del país.
Por otro lado, hay una estrecha relación entre un nivel de ingresos bajo y una mala salud. En Glasgow, Escocia, donde la división entre ricos y pobres es particularmente pronunciada, la esperanza de vida media de los varones es peor que en gran parte de los países en vías de desarrollo, incluidos Argelia, Egipto, Turquía y Vietnam.
El problema de la desigualdad no es simplemente una cuestión económica. Los seres humanos derivamos nuestro sentido de autoestima, el cual alimenta nuestra productividad personal, en gran medida a partir de la comparación con otros. Cuando las personas son conscientes de su déficit de ingresos en relación con otros, tienden a sentirse menos satisfechas y a perder capacidad de esfuerzo.
Un estudio halló que los actores de Hollywood que ganaban un premio de la Academia vivían por término medio cuatro años más que sus colegas no galardonados, y que quienes habían ganado dos Oscar vivían en promedio seis años más. Ser recompensado por el trabajo duro realmente marca una diferencia. Ya sea que nos afecte en el orgullo o en el bolsillo, la desigualdad sin duda importa.
La idea en síntesis: la brecha entre ricos y pobres desestabilizará las naciones