36 La destrucción creativa

Es de sobra conocido que la teoría de la evolución de Charles Darwin fue un hallazgo revolucionario de enorme importancia científica que se sitúa al nivel del descubrimiento de la gravedad y las leyes de la mecánica de Newton o el heliocentrismo de Copérnico. Pocos saben, en cambio, que Darwin nunca hubiera alcanzado esta comprensión de no ser por la economía.

En 1838, Darwin, inspirado por los escritos de Thomas Malthus (véase el capítulo 3), imaginó un mundo en el que los ejemplares más aptos sobrevivían y podían evolucionar en especies nuevas, más sofisticadas y mejores. «Tenía por fin», escribió, «una teoría por la cual trabajar.» Y cuando se las observa con atención, las fuerzas que dan forma al mundo natural y a la economía del libre mercado se revelan asombrosamente similares.

La ley de la selva económica. Como la naturaleza, los mercados libres pueden ser desagradables, y en ocasiones hacen fracasar a individuos por lo demás talentosos y meritorios. Para empezar, son inclementes: una buena idea que no triunfa puede conducirnos a la bancarrota; hacer una mala inversión puede hacernos perder todo. Sin embargo, de acuerdo con la ley de la destrucción creativa, tales fallos pueden, en última instancia, estar al servicio de la construcción de compañías más sólidas, economías más fuertes y sociedades más ricas porque eliminan lo viejo, ineficaz y poco competitivo para favorecer lo nuevo, lo vibrante y lo fuerte.

Propuesta por un grupo de economistas austriacos en el siglo XX, la ley de la destrucción creativa es una extensión de las reglas de la oferta y la demanda expuestas por Adam Smith, pero va un paso más allá. Afirma que una recesión o una contracción económica, en la que el desempleo aumenta y los beneficios de las compañías caen, puede, por paradójico que parezca, ser positiva para la economía a largo plazo.

Quien con más vigor defendió esta tesis fue Joseph Schumpeter, un economista austriaco que emigró a Estados Unidos para escapar de la persecución nazi. Su afirmación de que no había que evitar las recesiones fue tan polémica en su época como lo es en la actualidad. La doctrina que defendía la mayoría de los economistas en ese tiempo (y la mayoría de los políticos hasta hoy) era que los gobiernos debían hacer todo lo que fuera posible para evitar las recesiones y, en particular, las depresiones. John Maynard Keynes, en especial, sostenía que éstas causaban daños colaterales tan significativos en términos de desempleo y pérdida de la confianza que había que atacarlas con todos los medios a disposición del gobierno, desde el recorte de los tipos de interés hasta el uso de fondos públicos para estimular la economía.

La mayoría de los economistas, por regla general, confía en complejos modelos informáticos que dan por sentado que la competencia es perfecta y la oferta y la demanda se mantienen más o menos estáticas a lo largo del tiempo. Schumpeter, sin embargo, sostenía que esos modelos guardaban escasa similitud con las condiciones volátiles en las que las sociedades se forjaban.

Lejos de haber sido invalidada, la tesis de Schumpeter ha mantenido su fortaleza. De hecho, según los destacados economistas Brad DeLong y Larry Summers, es posible que de la misma forma que Keynes fue el economista más importante del siglo XX, Schumpeter se revele como el más importante del siglo XXI.

Renacer a través de la recesión. En lugar de avanzar a un ritmo constante, las economías tienden a sufrir ciclos de auge y crisis (véase el capítulo 31). Durante un período de auge, en el que los consumidores gastan más de lo habitual y, con frecuencia, solicitan más créditos, hacer dinero resulta comparativamente fácil para las empresas. Schumpeter sostuvo que un resultado de esto es la aparición de empresas ineficientes que en tiempos menos favorables ni siquiera habrían podido crearse.

«El proceso de mutación industrial […] revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo sin cesar la vieja y creando sin cesar una nueva […] Este proceso de destrucción creativa es el hecho esencial del capitalismo.»

Joseph Schumpeter

JOSEPH SCHUMPETER (1883-1950)
Schumpeter era originario de lo que en la actualidad es la República Checa, pero se trasladó a Viena cuando su madre volvió a casarse. En la capital austriaca, su aristocrático padrastro le ayudó a ingresar en los colegios de la élite, donde pronto destacó como un estudiante brillante. De hecho, no mucho después emprendió una carrera particularmente ilustre: primero como profesor de economía y gobierno en varias universidades, y luego, tras la primera guerra mundial, como ministro de Finanzas de Austria, para finalmente convertirse en presidente del Banco Biederman en 1920. Sin embargo, la quiebra del banco en 1924 dejó a Schumpeter en la bancarrota y le obligó a volver a la academia. El ascenso del nazismo en la década de 1930 lo llevó a trasladarse a Estados Unidos, donde se le reconoció con rapidez como un intelectual de primer nivel. Pasó el resto de su carrera en Harvard, donde se convirtió en una especie de figura de culto para estudiantes y profesores por igual. En la década de 1940 se había convertido en uno de los economistas más reconocidos del país y en 1948 fue nombrado presidente de la Asociación Económica Americana.

Por el contrario, cuando la economía se contrae y la gente gasta menos, las compañías ineficientes van a la quiebra. Aunque esto es doloroso a corto plazo, también obliga a los inversores a poner su dinero en otras partes de la economía, más atractivas. Esto, a su vez, estimula la tasa de crecimiento potencial de la economía en los años por venir. Schumpeter y su colega austriaco Friedrich Hayek (véase el capítulo 12) argumentaron entonces que los gobiernos no debían realizar grandes recortes de los tipos de interés para prevenir las recesiones. En lugar de ello, sostuvieron que quienes habían hecho inversiones improductivas durante el período de auge debían sufrir las consecuencias, pues de no ser así los mismos errores volverían a cometerse invariablemente en el futuro.

Esta lógica se aplica tanto a industrias enteras como a las empresas consideradas de forma individual. Por ejemplo, en años recientes, la difícil situación provocada por la competencia extranjera ha obligado a la industria manufacturera de Estados Unidos y Europa a contraerse y modernizarse, al tiempo que ha eliminado a las empresas ineficientes.

La supervivencia del más apto. La teoría se puso en práctica durante la Gran Depresión de la década de 1930, cuando las autoridades estadounidenses permitieron que miles de bancos se derrumbaran con la esperanza de asistir a una recuperación catártica. El secretario de Tesoro de la época, Andrew Mellon, instó a los inversores a «liquidar mano de obra, liquidar acciones, liquidar agricultores y liquidar propiedades inmobiliarias. Eso purgará el sistema de toda podredumbre». En los años siguientes, la economía perdió una tercera parte de su riqueza y la plena recuperación tardó decenios. Resulta difícil ver en ello una destrucción de tipo creativo y la idea, en consecuencia, perdió el favor del que gozaba, lo que no es para nada sorprendente. El escepticismo acerca de la propuesta se ha visto reforzado recientemente debido a los estudios que demuestran que las empresas tienden a reestructurarse y modernizarse más durante un período de auge que en tiempos de crisis.

No obstante, Schumpeter y Hayek argumentaron que hay una importante diferencia entre una recesión superficial y una depresión completa, un fenómeno que dura años y causa daños irreparables. Además, para que la regla de la destrucción creativa funcione, las economías deben ser lo bastante flexibles para poder hacer frente a los altibajos causados por las recesiones. En muchas economías europeas con mercados laborales de regulación estricta y las empresas con dificultades para contratar y despedir, aquellos que han perdido sus empleos durante una recesión pueden tener más dificultades de las normales para encontrar de nuevo empleo. En tales casos, las recesiones pueden tener un coste permanente que sobrepase los beneficios a largo plazo que promete la teoría de la destrucción creativa.

«En la sociedad capitalista el progreso económico significa agitación.»

Joseph Schumpeter

El mensaje que ha perdurado es que de las cenizas de una crisis económica puede surgir una economía más fuerte y saludable. De las que en 1912 eran las cien compañías más grandes del mundo, sólo diecinueve permanecían en la lista en 1995, y prácticamente la mitad han desaparecido, quebrado o sido absorbidas. Sin embargo, es precisamente debido a la destrucción creativa que la economía ha crecido de forma tan próspera en ese período. Las investigaciones demuestran que la mayoría de las recesiones de la historia de Estados Unidos han tendido más a mejorar la productividad que a reducirla. Por tanto, de la misma forma que la evolución con el tiempo deja a las especies mejor equipadas para adaptarse a su entorno, la destrucción creativa ha creado economías con un mejor funcionamiento.

La idea en síntesis: las compañías deben adaptarse o morir