34 Las burbujas
Exuberancia irracional: dos palabras ordinarias, pero cuando se las pone una al lado de la otra tienen fuerza suficiente para hacer que los mercados del mundo entero caigan en picado. Cuando en 1996, Alan Greenspan, entonces presidente de la Reserva Federal, advirtió de que era posible que esto fuera lo que los mercados estaban experimentando, causó un descenso considerable de los precios de las acciones pues obligó a los inversores a cuestionarse si estaban atrapados en una burbuja.
Greenspan había comprendido que los precios de las acciones de las empresas tecnológicas estaban aumentando mucho más rápido de lo que cabría esperar. Las personas se estaban dejando llevar y permitiendo que la excitación en torno al auge de Internet las empujara a comprar acciones por bastante más de lo que razonablemente valían. El resultado, en los primeros días de la burbuja punto com, fue que el precio de las acciones se disparó. La advertencia de Greenspan hizo que el índice Dow Jones cayera ciento cuarenta y cinco puntos, pero luego los inversores recuperaron la confianza y la mantuvieron hasta la llegada del nuevo milenio.
Este episodio de «exuberancia irracional» ilustra dos aspectos clave acerca de los mercados financieros y las burbujas: primero, es extremadamente difícil identificar una burbuja, y más difícil todavía calcular cuán cerca está de estallar; segundo, no siempre es sencillo poner bajo control una burbuja.
Identificar burbujas. Las burbujas económicas se producen cuando el entusiasmo de los especuladores y los inversores acerca de un valor en particular hace que su precio aumente más de lo que debería. Por supuesto, el precio «correcto» sigue siendo una cuestión subjetiva, y ello explica el problema. Incluso en 2000, cuando el precio de las acciones de las empresas vinculadas a Internet había alcanzado alturas de vértigo, eran muchos los analistas y expertos que aseguraban que su valor era justo. Lo mismo puede decirse de los precios de la vivienda en Estados Unidos y el Reino Unido en 2006, antes de que empezaran a venirse abajo durante la crisis económica posterior.
«Sólo podemos tomar nuestras [decisiones de inversión] impulsados por el estado anímico, un afán espontáneo de actuar en lugar de permanecer inactivos.»
John Maynard Keynes
Las burbujas no son en absoluto un fenómeno nuevo. Se han producido desde los orígenes de los mercados: desde la Holanda del siglo XVII, cuando los inversores se lanzaron sin pensar a comprar tulipanes, y las burbujas de las Compañía de los Mares del Sur y la Compañía del Mississippi del siglo XVIII (relacionadas con los beneficios que podían obtenerse de las colonias europeas), hasta las varias fiebres inmobiliarias del siglo XX.
Ahora bien, aunque a posteriori resultaba evidente que se trataba de burbujas, identificarlas con antelación era difícil. Los precios pueden subir por lo que los economistas denominan razones «fundamentales». Los precios de la vivienda, por ejemplo, pueden aumentar porque más personas quieren vivir en cierto país o región (en otras palabras, porque hay un incremento de la demanda) o porque la cantidad de viviendas de nueva construcción se reduce (en otras palabras, porque hay una limitación de la oferta).
Ir contracorriente. Muchos economistas expertos, incluido Alan Greenspan, han sostenido que los políticos y legisladores no deberían intentar contener las burbujas («ir contracorriente» con medidas obvias como el aumento de los tipos de interés o la aprobación de nuevas regulaciones) sino concentrarse en limpiar el estropicio que dejan cuando por fin explotan. Las razones que sustentan esta recomendación son dos. En primer lugar, es difícil determinar si el aumento de los precios es un síntoma de una burbuja o una manifestación benigna de crecimiento económico. En segundo lugar, es probable que el uso de herramientas económicas contundentes como los tipos de interés y las regulaciones produzcan daños colaterales en otras partes de la economía.
Bucles de retroalimentación
Tanto el crecimiento como el estallido de una burbuja afectan a la economía en su conjunto a través de, respectivamente, un círculo virtuoso o vicioso o, en términos económicos, un bucle de retroalimentación positiva o negativa. A medida que los precios aumentan, la gente se siente más rica, lo que hace que gaste más, lo que a su vez fomenta el avance de la economía. En cambio, cuando los precios caen, la gente gasta menos, lo que hace que los precios caigan aún más y los bancos presten menos dinero. Durante la crisis financiera de 2008, se desarrolló un proceso de retroalimentación negativa en el que los bancos dejaron de prestar libremente a sus clientes, lo que hizo que la gente recortara su gasto, lo que sólo sirvió para reforzar la renuencia de los bancos a conceder créditos. Estos bucles son el fenómeno económico más peligroso de todos, pues una vez que empiezan resulta muy difícil detenerlos tanto para los bancos centrales como para los políticos.
De hecho, hay quienes afirman que las burbujas constituyen una parte integral de una economía que funcione bien, pues fomentan una inversión a gran escala que no se produciría sin ellas. Por ejemplo, el auge de las empresas punto com a finales de la década de 1990 desencadenó una carrera por tender cables de fibra óptica por todo el mundo. El resultado fue una red internacional de mucha mayor capacidad que la que se necesitaba en ese momento. Muchas de las firmas involucradas quebraron, pero el aumento del ancho de banda fue en parte responsable del crecimiento económico en los años posteriores al estallido de la burbuja, pues redujo el precio de las comunicaciones internacionales. De forma similar, algunos argumentan que la explosión de una burbuja permite a la economía deshacerse de sus negocios menos prósperos a través de un proceso de destrucción creativa (véase el capítulo 36).
El daño hecho. Sin embargo, tales argumentos pueden parecer cuestionables cuando una economía acaba de sufrir el estallido de una burbuja. La recesión que se produce a continuación puede ser enormemente dañina. Cuando los bancos empiezan a racionar el crédito, por ejemplo, incluso transacciones financieras sencillas pueden volverse mucho más costosas (véase el capítulo 35). Basta mirar lo que ocurrió durante la Gran Depresión después de la quiebra de Wall Street en 1929 para comprender cuán graves pueden ser a largo plazo las implicaciones económicas del estallido de una burbuja.
Algunos aseguran que con el cebo del dinero fácil las burbujas económicas distraen a la gente de aquello en lo que deberían estar invirtiendo. En términos económicos, fomentan una distribución equivocada de recursos que estarían mejor empleados en otro lugar. Por ejemplo, los inversores pueden comprar viviendas en la creencia de que su valor se incrementará, en lugar de gastar su dinero en acciones o depósitos de ahorro.
Mitigar el ciclo. Hay varias formas por las que quienes están a cargo de una economía pueden prevenir el desarrollo de burbujas. La primera herramienta a su disposición es sencillamente señalar, a través de un discurso o alguna otra forma de anuncio público, que existe la preocupación de que se esté formando una burbuja (en lo posible indicando también qué medidas se adoptarán para prevenirla). Sin embargo, como demostró el descalabro de las punto com, esto no garantiza que la burbuja no siga hinchándose. La segunda opción es subir los tipos de interés, lo que puede frenar el crecimiento de la burbuja, pero a costa de desacelerar el crecimiento de otras partes de la economía. Una tercera idea es regular a los bancos de forma más rigurosa, con el fin de garantizar que no presten efectivo con demasiada generosidad en los buenos tiempos y que luego, tras el estallido de la burbuja, no cierren el grifo. Tales medidas se conocen como anticíclicas, pues su meta es prevenir que la economía vaya del auge a la crisis (y son lo contrario, por tanto, de las políticas procíclicas, que fomentan las burbujas y las dolorosas recesiones que las siguen).
Tras la crisis de 2008, los bancos centrales se comprometieron a hacer más para «ir contracorriente» y prevenir el surgimiento de nuevas burbujas inmobiliarias, como había ocurrido con consecuencias tan desastrosas durante esa década. Sin embargo, los economistas están cada vez más convencidos de que las burbujas son un aspecto inevitable del crecimiento económico. Dado que los seres humanos difícilmente dejaremos de ser criaturas irracionales e impredecibles, es probable que las burbujas sean un elemento permanente de la vida económica.
La idea en síntesis: los seres humanos son adictos a las burbujas