31 El ciclo económico
No mucho después de haber ocupado el cargo de ministro de Hacienda, Gordon Brown sostuvo en varios discursos que su intención era liberar a Gran Bretaña del viejo ciclo de «auge y crisis». Sus palabras fueron música para todos los británicos. El país había sufrido una desagradable serie de recesiones causadas por el recalentamiento de la economía y los ciudadanos estaban dispuestos a renunciar a un poco de auge si ello significaba ahorrarse la crisis.
Poco más de una década después, Gordon Brown, convertido ahora en primer ministro, había dejado de repetir el mantra. La economía se deslizaba hacia una nueva recesión y la peor crisis inmobiliaria que se recuerda, si no de la historia. Lo más embarazoso era que la recesión prometía ser todavía más grave que la creada por sus rivales políticos, los Conservadores, cuando estaban en el poder. Aparte del sonrojo de Brown, una cosa resultó clara: el anuncio de la muerte del ciclo económico había sido demasiado prematuro.
Las economías son, por su misma naturaleza, propensas a los ciclos de auge y crisis: los mercados oscilan de la confianza al pesimismo y los consumidores de la codicia al miedo. Qué controla estas variables es algo que seguimos sin entender del todo pues están sometidas a los caprichos de la naturaleza humana. Y como demuestra la experiencia de Brown, los intentos de domar el ciclo han tendido a fracasar de forma lamentable.
En teoría, debería existir un nivel óptimo de actividad económica en el que un país podría permanecer de manera indefinida. En ocasiones, se describe esta situación ideal en términos de pleno empleo; todos los elementos de producción de la economía se utilizarían a su capacidad ideal, la inflación no aumentaría y la economía podría crecer a un ritmo constante.
En la práctica, sin embargo, este nivel óptimo nunca se ha conseguido y a lo largo de la historia la humanidad ha conocido ciclos de varios tipos. En la Biblia, por ejemplo, se mencionan períodos de abundancia seguidos por años de hambrunas. Y otro tanto podría decirse de las economías del siglo XXI, pese a su complejidad y su elevado grado de tecnificación.
Todas las grandes economías del mundo, incluida la estadounidense, sufren estos importantes vaivenes de la actividad económica, que Arthur Burns y Wesley Mitchell documentaron por primera vez de forma oficial en 1946.
«El ciclo económico está acabado, gracias principalmente al gobierno.»
Paul Samuelson, economista estadounidense
La tendencia de crecimiento. Toda economía tiene una tasa de «tendencia» de crecimiento, esto es, la velocidad a la que ha tendido a crecer a lo largo de las últimas décadas. Para el caso de Estados Unidos, en años recientes esa tendencia ha sido de alrededor del 3 por 100, mientras que en el Reino Unido y buena parte de Europa ha sido ligeramente menor, alrededor del 2,5 por 100, lo que significa que se han expandido a un ritmo más lento. El ciclo económico (o ciclo de negocio, como también se le conoce) es sencillamente una fluctuación de la actividad económica por encima o por debajo de esa tasa de crecimiento. La diferencia entre una y otra se denomina brecha de producción. Un ciclo económico abarca el tiempo que tarda la economía en pasar por el auge y la crisis y regresar a la tendencia.
En su punto máximo, una economía puede crecer realmente muy rápido, pero a menudo esta expansión es efímera y cede el paso a una caída en territorio negativo, es decir, a una contracción económica. Si la economía se contrae durante dos trimestres consecutivos se encuentra, técnicamente, en recesión, lo que viene acompañado del aumento del desempleo y la caída de los beneficios de las compañías.
¿A qué se debe el ciclo? Hay varias explicaciones para la existencia de los ciclos, aunque ninguna es tan convincente como el hecho básico de que los seres humanos somos criaturas emocionales y podemos pasar con gran rapidez del optimismo al pesimismo y viceversa. Una explicación apela a la política monetaria: las variaciones en los tipos de interés, por parte de los bancos privados o de los bancos centrales, producen como efecto secundario la aceleración o ralentización del crecimiento económico, así como el aumento o la disminución de la inflación y el desempleo. Otra explicación técnica gira alrededor del ritmo al que las compañías acumulan inventario (su reserva de productos sin vender). Cuando el crecimiento económico es sólido, las empresas tienden a almacenar demasiadas existencias, pues esperan que el auge continúe; en cambio, cuando la economía se contrae, tienden a deshacerse de ellas. En ambos casos, lo que se consigue es que el giro resulte más violento de lo que debería ser.
Los ciclos económicos
Diferentes partes de la economía sufren ciclos de auge y crisis en su momento y los economistas han diseñado diversas clasificaciones a partir de ello:
• El ciclo Kitchin (3-5 años). Se refiere al ritmo al que las empresas acumulan inventarios de existencias, lo que a su vez puede acelerar o desacelerar la economía de un país.
• El ciclo Juglar (7-11 años). Se relaciona con los vaivenes del monto que las compañías invierten en sus fábricas y servicios, y por lo general dura aproximadamente el doble que un ciclo de Kitchin. Cuando los economistas hablan de ciclos económicos usualmente se refieren al ciclo de Juglar.
• El ciclo Kuznets (12-25 años). Es el tiempo que hay entre dos auges de gasto público o privado en inversión en infraestructuras, como carreteras o ferrocarriles.
• El ciclo o curva Kondratiev (45-60 años). También conocido como un «superciclo», se refiere de forma más general a las fases del capitalismo. La idea es que cada cuarenta y cinco o sesenta años se produce una crisis en el sistema capitalista que lleva a la gente a cuestionarse la forma en que la economía está estructurada y la manera en que funciona.
La experiencia humana también es un factor importante. Hay quien dice que las semillas de una crisis financiera se siembran el año en que se jubila el último de los banqueros que vivieron la anterior. En otras palabras, cuanto más se olvidan las graves consecuencias de una recesión, mayores probabilidades hay de que se cometan de nuevo errores similares y se genere una nueva burbuja.
Además, los acontecimientos inesperados hacen que la economía se tambalee de un ciclo a otro. Resulta claro que pocas personas esperaban la crisis crediticia que empezó en 2007 ni la caída de los precios del petróleo que tuvo lugar un año después, dos sucesos convirtieron una contracción en una recesión global. Quizá la economía se comportaría de forma más predecible si no existieran tales sacudidas.
Otros sospechan que la culpa corresponde en parte a los políticos, pues en ocasiones permiten que los auges se salgan de control con el fin de capitalizar la sensación de bienestar colectivo que generan, por ejemplo, el crecimiento vertiginoso de los beneficios, el aumento de precio de las propiedades inmobiliarias y las altas tasas de empleo. Esto los lleva a seguir políticas procíclicas (que inyectan más aire dentro de la burbuja) en lugar de adoptar medidas anticíclicas con el fin de desinflar con suavidad la burbuja antes de que explote.
Predecir el rumbo. La importancia del ciclo económico es evidente. Tener alguna idea de cuándo una economía está cerca de estancarse es crucial, y los gobiernos emplean equipos de economistas para intentar diagnosticarlo a tiempo. En Estados Unidos los principales expertos se encuentran en la Oficina Nacional de Investigación Económica; en Gran Bretaña, en el Tesoro. Ambas instituciones se han esforzado en el pasado por conseguir este objetivo, y es frecuente que redefinan sus cálculos sobre el comienzo y final de un ciclo dado años (o incluso décadas) después de que éste ha tenido lugar.
El problema es que la duración de los ciclos puede variar enormemente (véase el recuadro de la página opuesta), de modo que incluso si el punto de partida se ha identificado de forma correcta, es fácil errar el cálculo de cuándo terminará.
Muchas personas, entre ellas George Soros, el gestor de fondos de cobertura más famoso del mundo, han dicho que lo que desencadenó la crisis de comienzos del siglo XXI fue el final de un «superciclo» en el que, de forma gradual, la gente acumuló más y más deuda durante décadas. Lo que vendría a continuación, añadió, sería un descenso igualmente prolongado en el que la gente tendría que pagar todo ello.
Lo que más frustra a los economistas es que los ciclos económicos echan a perder los complejos modelos que utilizan para predecir el rumbo de la economía. Estos modelos informáticos, en los que introducen todos los datos que tienen a su disposición acerca del empleo, los precios, el crecimiento, etc., normalmente dan por sentado que la economía avanza por una línea más o menos recta que se prolonga indefinidamente. La experiencia, sin embargo, demuestra que eso sencillamente no es así.
La idea en síntesis: los auges y las crisis son inevitables