29 Acciones y valores
Desde que ha existido dinero en el mundo han existido aquéllos con deseo de invertirlo. En los comienzos de la inversión financiera, desde la Italia del Renacimiento hasta el siglo XVII, el destino principal de ese dinero eran los bonos del gobierno, pero todo ello cambió con el nacimiento de las primeras corporaciones. Estas grandes empresas dieron origen a un mundo de acciones, de especulación, de millones ganados y millones perdidos y, por supuesto, a las primeras quiebras del mercado de valores.
Cada día los inversores compran y venden acciones por valor de miles de millones de dólares en los mercados de valores desde Londres y París hasta Nueva York y Tokio. El precio de las acciones de una compañía puede determinar si sobrevive como entidad independiente, si pasa a ser controlada por otra o si quiebra. Los precios de las acciones pueden hacer a alguien rico y, con la misma facilidad, arruinarlo.
Sin embargo, el mercado de valores no es un casino. El dinero que las personas invierten directamente contribuye al crecimiento de una compañía y, por extensión, de la economía en general. Un mercado de valores floreciente es con mucha frecuencia prueba de una economía próspera que crece velozmente. Esto ha sido cierto desde que se crearon las primeras compañías (o sociedades en comandita por acciones) para aprovechar la rápida expansión de los imperios coloniales europeos.
Las corporaciones originales. Aunque la primera compañía reconocible como tal fue la Compañía de Virginia, fundada para financiar el comercio con los colonos americanos, la primera de las grandes corporaciones fue la Compañía de la Indias Orientales británica, que disfrutaba de un monopolio sobre el comercio con los territorios británicos en Asia concedido por el gobierno. La Compañía de las Indias Orientales holandesa se fundaría poco después en Ámsterdam.
Estas primeras compañías se distinguían de sus predecesoras (los gremios, las sociedades y las empresas estatales) en los siguientes aspectos:
Como propietarios de la compañía, los accionistas tienen derecho a compartir sus beneficios. Por lo general, si la compañía obtiene un superávit de efectivo después de haber cubierto sus costes de mantenimiento y planes de inversión, los accionistas reciben un dividendo anual. Asimismo, pueden beneficiarse cuando el valor de las acciones se incrementa, pero igualmente pueden perder su inversión si éstas se deprecian. Si una compañía quiebra, los accionistas están por detrás de los propietarios de bonos a la hora de cobrar, por lo que las acciones se consideran por lo general una inversión más arriesgada que la deuda.
«La mayor parte del tiempo las acciones ordinarias están sometidas a fluctuaciones de precio irracionales y excesivas en ambas direcciones como consecuencia de la arraigada tendencia de la mayoría de las personas a especular o apostar… »
Benjamin Graham, economista estadounidense
Quiénes mueven los hilos del mercado
La creación de mercados de valores en los que los inversores pudieran comprar y vender sus acciones fue uno de los momentos cruciales de la historia del capitalismo. Desde entonces, la importancia de las acciones ha crecido exponencialmente, y para finales de 2008 su valor total en los mercados de valores del mundo era de alrededor de treinta y siete billones de dólares (37.000.000.000.000). Toda economía importante del mundo tiene un mercado de valores local, normalmente en su capital, en el que se comercian las acciones del país.
El funcionamiento de estos mercados por lo general se mide a través de un índice que agrupa las acciones de las compañías más grandes. En Nueva York tenemos el índice industrial Dow Jones o el S&P 500 (este último más amplio que el primero); en Londres, el FTSE 100; en Tokio, el Nikkei; en Fráncfort, el DAX; en París, el CAC 40; en España, el IBEX 35; y en Shanghái, el SSE Composite.
En términos muy amplios, las compañías pueden dividirse en dos tipos. Por un lado, están aquellas que son privadas o no cotizadas, cuyas acciones no se encuentran en el mercado abierto. Éstas son por lo general compañías más pequeñas, cuyas acciones normalmente son propiedad de sus directores y quizá de la familia del fundador o fundadores, los bancos y los inversores originales. Por otro, están las compañías que cotizan en el mercado de valores.
El mercado de valores. La imagen tradicional de un mercado de valores es la de un parqué bullicioso y caótico en el que unos agresivos corredores de bolsa gritan todo el tiempo «compro» o «vendo» tan alto como pueden. Sin embargo, lo cierto es que en la actualidad cada vez hay menos mercados de corros en el mundo (entre los más importantes se encuentran la Bolsa de Metales de Londres y la Bolsa Mercantil de Chicago) y que los parqués ajetreados han sido reemplazados por sistemas informáticos que permiten a los inversores negociar directamente desde cualquier parte del mundo.
A quienes creen que el mercado va a subir se les conoce como bulls (toros) mientras que a quienes opinan que va a caer se les conoce como bears (osos). Cuando las perspectivas de una compañía particular consiguen excitar a los inversores, éstos corren en tropel a comprar sus acciones, lo que hace que el precio aumente. Por otro lado, si una compañía atraviesa por dificultades, los inversores normalmente optarán por vender sus acciones y el precio, en consecuencia, caerá.
En masa, los inversores actúan animados por una mezcla de miedo y codicia. En ocasiones, la codicia supera al miedo, y provoca una burbuja del mercado de valores (los precios están sobrevalorados); y en ocasiones, el miedo supera a la codicia, lo que conduce a una caída inevitable de las acciones. En los últimos cien años, los mercados de valores de Nueva York, Londres y cualquier otra parte, han alimentado importantes burbujas. Aunque la más tristemente famosa sigue siendo la quiebra de Wall Street en 1929, los precios de las acciones cayeron en picado todavía más el «lunes negro» de 1987, cuando el Dow Jones se desplomó un 22,6 por 100 en un solo día. Los mercados del mundo entero sufrieron importantes caídas tras el estallido de la burbuja punto com entre 2000 y 2002, así como en la crisis financiera de 2008.
Los grandes inversores. En el mercado de valores se encuentran los inversores particulares, como las economías domésticas que tienen una cartera de acciones, y los inversores institucionales, entre los que se incluyen los fondos de pensiones, los grupos aseguradores, los gestores de fondos, los bancos y otras instituciones. Dado que los fondos de pensiones y de seguros tienen una participación tan importante del mercado de valores, los cambios en los precios de las acciones afectan indirectamente a casi todos los ciudadanos.
Entre los más calumniados del resto de los inversores se encuentran los fondos de cobertura (hedge funds) que no sólo compran acciones sino que las venden «en corto», lo que significa que han apostado a que su valor caerá (implica pedir prestadas acciones a otro inversor cuando éstas tienen un precio determinado, cien dólares, por decir algo, venderlas en el mercado a ese precio, esperar a que la acción caiga hasta, por ejemplo, ochenta dólares, recomprarlas a ese precio y devolverlas al inversor tras haber hecho una ganancia de veinte dólares). Otro tipo de inversor son las empresas de capital-riesgo, cuyo propósito es adquirir y renovar negocios en dificultades o infravalorados.
Muchos han terminado viendo a estos nuevos tipos de inversores como una amenaza para el mercado, pues son dados al secretismo y existe la opinión de que lo que hacen es chantajear a las compañías. Sin embargo, ellos argumentan en su defensa que cumplen con una función invaluable al comprar compañías infravaloradas o que rinden menos de lo esperado y ponerlas a punto. Después de todo, los mercados de valores, donde el público puede comprar cualquier compañía, son instituciones inherentemente democráticas.
La idea en síntesis: los mercados de valores son un elemento central del sistema capitalista