21 Los impuestos

«En este mundo no hay nada seguro salvo la muerte y los impuestos», dijo Benjamin Franklin en 1789. Sin duda no era la primera persona que se quejaba de los impuestos. Prácticamente desde que empezaron a existir, los gobiernos han estado ideando formas ingeniosas de recaudar dinero. Según el relato bíblico, cuando José y María viajaron a Belén, lo hicieron por razones fiscales: tenían que empadronarse; Guillermo el Conquistador ordenó en 1086 la encuesta que daría lugar al registro que hoy conocemos como Domesday Book, en gran medida con el objetivo de establecer a quién podía gravar; y los ciudadanos chinos ya pagaban un impuesto sobre la renta en el año 10 d. C.

Incluso hoy, los impuestos continúan siendo una de las cuestiones que suscitan más polémicas políticas. Al presidente George H. W. Bush se le recuerda aún por la promesa electoral que hiciera en 1988: «Lean mis labios: no más impuestos». Por desgracia para él, el estado de las finanzas públicas estaba en su contra, como lo estarían los votantes cuatro años y varios aumentos de impuestos después.

«Lo más difícil de entender en el mundo es el impuesto sobre la renta.»

Albert Einstein

Desde los albores de la civilización, los pueblos han sentido gran aversión a que se les quite el dinero que han ganado con esfuerzo, y con frecuencia tenían buenas razones para ello. En el pasado los recaudadores de impuestos eran bastante más brutales que en la actualidad. Antiguamente, los campesinos y los trabajadores en general podían verse obligados a vender a su esposa o su hija como esclavas en caso de no ser capaces de pagar sus impuestos. Las quejas motivadas por tener que pagar impuestos sin tener a cambio derecho a influir en las decisiones políticas (a través del voto, por ejemplo) desencadenaron la firma de la Carta Magna en Inglaterra en 1215, la Revolución Francesa y, por supuesto, el motín del té de Boston (1773) y la guerra de independencia estadounidense.

Sin embargo, en casi todos estos casos, los gravámenes eran minúsculos en comparación con los que pagan en la actualidad los ciudadanos de la mayoría de los países. A menudo no superaban el 10 por 100, y había exacciones ocasionales para hacer frente a los costes de las guerras, algo que no ocurría todos los años. Hoy en día, incluso Suiza, que no participa en ninguna guerra, cobra al trabajador medio cerca de un 30 por 100 de su salario en concepto de impuestos.

El arte de la tributación. ¿Qué ha cambiado? Principalmente el advenimiento del estado del bienestar y los sistemas de seguridad social en la segunda mitad del siglo XX. Al haberse comprometido a pagar por los servicios sanitarios, la educación, el bienestar de los desempleados y los ancianos y la seguridad pública, los estados modernos tienen que gastar hoy una cantidad significativamente mayor que antes, y para ello necesitan recaudar dinero. Los impuestos son la respuesta.

Y no sólo impuestos sobre la renta (que se deducen de los salarios de los trabajadores). En la actualidad, los gobiernos tienen a su disposición todo un menú tributario del cual elegir; entre las opciones se encuentran: los impuestos sobre las ventas (también conocidos como impuestos ad valorem; gravan en el momento de la compra e incluyen los impuestos indirectos sobre el consumo que se cobran sobre ciertos productos como los carburantes); los impuestos sobre las rentas del capital (sobre los beneficios de la venta de una inversión que ha aumentado de valor); los impuestos de sociedades (sobre los beneficios de las compañías); los impuestos de sucesiones (sobre el patrimonio heredado); los impuestos de transmisión de propiedades (sobre las transacciones de bienes inmuebles); los impuestos de importación y exportación (también conocidos como aranceles); los impuestos ecológicos (sobre las emisiones contaminantes); y los impuestos sobre el patrimonio (con base en el valor de los activos de las personas físicas).

En la mayoría de los países, tienen poder para imponer gravámenes tanto el gobierno central como los gobiernos locales. Los gobiernos locales tienden a depender más de los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria; los gobiernos centrales de los impuestos sobre la renta.

Desde mediados del siglo XX, los sistemas tributarios han tenido una doble función: financiar las instituciones que protegen a los ciudadanos (el ejército, la policía y los servicios de emergencia, los tribunales y los políticos) y redistribuir la riqueza de aquellos que tienen de sobra a los necesitados. Y, por regla general, a medida que un país se hace más rico los impuestos que cobra a sus ciudadanos se incrementan.

Las reglas de tributación de Smith. En La riqueza de las naciones Adam Smith propuso cuatro reglas para el sistema tributario:

  1. Las personas deben contribuir en proporción a su renta. Esto significa que quienes ganan más deben pagar más impuestos. La mayoría de los países cuentan con un sistema tributario progresivo en el que los contribuyentes con mayores rentas pagan en impuestos una proporción más grande de sus ingresos que los más pobres. No sólo pagan más impuestos sino que tienen tipos impositivos más altos. Los impuestos también pueden ser proporcionales (como los impuestos indirectos sobre el consumo, que gravan a todos los ciudadanos al mismo tipo) o regresivos (cuando los ricos pagan menos por sus ingresos o patrimonio). Por regla general, los sistemas tributarios progresivos empleados en la actualidad prevén un mínimo exento de cargas fiscales a partir del cual los contribuyentes empiezan a pagar cierto porcentaje hasta cierto nivel, luego una proporción más alta hasta el siguiente tramo y así sucesivamente.
  2. Los impuestos deben ser ciertos, no arbitrarios, y el momento y la forma de pago deben ser claros para todos.
  3. Los impuestos deben llegar en el momento oportuno. Por ejemplo, los impuestos sobre los alquileres deben poderse pagar cuando éstos se devengan.
  4. Los impuestos no deben costar más de lo necesario, tanto para el ciudadano como para el Estado. En otras palabras, deben interferir tan poco como sea posible en las decisiones que los contribuyentes toman en sus vidas cotidianas: por ejemplo, resulta muy fácil disuadir a la gente de que trabaje más horas aumentando el tipo impositivo marginal (esto es, el tipo que tendría que pagar alguien por trabajar una hora más de lo que trabaja actualmente). No obstante, ésta es una cuestión debatida intensamente, pues algunos argumentan que el sistema tributario debería emplearse como una herramienta para animar a los ciudadanos a hacer ciertas cosas «buenas» y desalentarlos a que hagan otras. Por ejemplo, la mayoría de los gobiernos gravan con impuestos muy altos el tabaco y el alcohol por razones de salud pública.

La equivalencia ricardiana

La teoría de la «equivalencia ricardiana» (llamada así por David Ricardo, el padre de la ventaja comparativa, véase el capítulo 7) sugiere que los gobiernos no deberían financiar los recortes fiscales con dinero prestado.

Se suele considerar que reducir los impuestos es una buena forma de impulsar la economía: deja a la gente con más dinero en el bolsillo, dinero que, en teoría, debería salir y gastar. Sin embargo, algunos economistas sostienen que si el gobierno financia los recortes fiscales endeudándose, éstos tendrán un efecto limitado, pues la rebaja sólo podrá ser temporal: en algún momento, habrá que pagar la deuda ya sea subiendo los impuestos o reduciendo el gasto público. Aunque esta ley socava los argumentos en favor de las rebajas de impuestos «sin financiación», rara vez ha conseguido impedir que los políticos las acometan.

«El arte de la tributación consiste en desplumar al ganso consiguiendo la mayor cantidad de plumas con el menor número de graznidos. »

Jean-Baptiste Colbert, ministro de Finanzas francés (1665-1683)

Los límites de la tributación. Cuanto más altos son los impuestos, mayores incentivos tienen las personas para evitarlos. Ésta fue la experiencia de muchos gobiernos del mundo durante las décadas de 1970 y 1980, cuando algunos trabajadores se toparon con tipos impositivos marginales (en otras palabras, el tipo impositivo a pagar por cada dólar o libra adicional que ganaran) del 70 por 100 o más. En lugar de trabajar más tiempo, estos ciudadanos tendían a trabajar menos o evitaban pagar al fisco poniendo sus ganancias extra en sus pensiones o, incluso, trasladando su dinero a paraísos fiscales en el extranjero. En una era en la que el dinero puede transferirse a cualquier lugar del mundo con sólo presionar un botón, impedir esto último resulta cada vez más difícil, por lo que la mayoría de los gobiernos poco pueden hacer más allá de mantener sus impuestos lo más competitivos posible.

Sin embargo, con el paso del tiempo los impuestos tienden a acumularse y crecer gradualmente, lo que hace que el sistema se vuelva más complejo e intransigente año a año. En este sentido es muy revelador que en 1798, cuando William Pitt, el joven, introdujo el primer impuesto sobre la renta que se cobró en Gran Bretaña, se insistió en que se trataba sólo de una medida temporal para pagar las guerras napoleónicas. Y es posible que en ese momento de verdad creyera que iba a ser así.

La idea en síntesis: los impuestos, inevitables como la muerte