20 Deuda y deflación
A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, la deflación (cuando los precios en lugar de aumentar se reducen cada año) no siempre se consideró una amenaza. Durante unos doscientos años, hasta el comienzo del siglo XX, las economías prósperas experimentaron con frecuencia rachas sostenidas de este fenómeno. De hecho, Milton Friedman aseguró que, en teoría, los gobiernos debían proponerse mantener un nivel moderado de deflación.
Cuando los precios de los artículos en las tiendas de las principales calles experimentan una ligera caída, aumenta el valor de cada libra, dólar o euro que tengamos en el bolsillo. En esta situación, nuestro poder adquisitivo aumenta incluso aunque nuestros ingresos no lo hagan cada año. Por tanto, no hay necesidad de preocuparse por la posibilidad de que el dinero pierda su valor al cabo de unos pocos años, como podría ocurrir en una economía con un alto nivel de inflación.
Definiciones
Deflación. Implica que los precios de los bienes y servicios caen, por lo general en términos anuales.
Desinflación. Es el fenómeno por el que la tasa de inflación se reduce pero sigue siendo positiva.
Deflación y depresión. Sin embargo, en el siglo XX la deflación benigna vino a ser eclipsada por caídas de precios mucho más dolorosas, ninguna peor que la que se produjo durante la Gran Depresión en la década de 1930. La depresión llegó tras un aumento muy considerable de los precios de las acciones a lo largo de la década de 1920, un período en el que gran parte de esos valores se compraron no con ahorros sino con dinero prestado. Cuando los inversores se dieron cuenta en 1929 de que las ganancias espectaculares que habían conseguido (el índice industrial Dow Jones se había quintuplicado a lo largo de los seis años anteriores) se fundaban no en hechos reales sino en la esperanza y la especulación, el mercado se vino abajo.
Lo que siguió a continuación fue el período más negro que ha experimentado la economía de Estados Unidos (y la de muchas otras naciones de todo el mundo) en su historia. Los bancos, incapaces de hacer frente a sus deudas, quebraron; los precios de la vivienda cayeron; las empresas cerraron y millones de trabajadores perdieron sus empleos. Uno de los problemas fundamentales de la crisis fue la deflación.
Los precios empezaron a caer cuando la gente comprendió que su veloz aumento había sido un fenómeno artificial, alimentado por la codicia y la manía que habían dominado la economía en «los felices años veinte». Sin embargo, aunque los precios de las acciones y de la vivienda cayeron, el valor de las deudas que la gente había contraído para adquirirlos se mantuvo inalterado. Así, con los precios cayendo un 10 por 100 anual, cien dólares de deuda se convertían (en términos de lo que podía comprarse efectivamente con semejante suma) en ciento diez. Millones de hogares que no habían sucumbido inmediatamente después de la quiebra de Wall Street fueron luego víctimas de la deflación a medida que el valor de sus deudas aumentaba de forma arbitraria.
Una espiral más dura. Las deflaciones no sólo afectan a quienes tienen deudas sino a la economía en su conjunto. Cuando los precios caen en picado, la gente tiende a acumular efectivo, pues es consciente de que en apenas unos cuantos meses las cosas serán más baratas. Y su renuencia a gastar hace que los precios caigan todavía más. Paralelamente, dado que los salarios de los trabajadores por lo general se estipulan en contratos de cumplimiento obligatorio, las empresas se encuentran de repente con que el monto de sus nóminas ha crecido, pues lo que antes era una nómina de mil dólares ahora cuesta el equivalente a mil cien dólares. Esto es un desastre para el empleador, que tiene que vender bienes y servicios a precios más bajos sin que sus costes laborales hayan experimentado un descenso similar. Y aunque a primera vista esto pueda parecer una buena noticia para los empleados, en la práctica significa que la compañía tendrá que despedir a más trabajadores para conseguir mantenerse a flote. El caso de los bancos es similar: aunque algunos de sus clientes pagarán más por sus créditos hipotecarios (en relación con los demás precios de la economía, que están cayendo) otros no estarán en condiciones de pagarlos en absoluto.
«Yo haría hincapié en un importante corolario de la teoría del aumento del endeudamiento por efecto de la deflación (debt-deflation), a saber, que las grandes depresiones pueden curarse y prevenirse a través de la reflación y la estabilización.»
Irving Fisher, economista estadounidense
Muchos de estos síntomas son muy similares a los experimentados en un período de elevada inflación. De hecho, ambos fenómenos implican que el precio de ciertas cosas aumenta en términos reales a un ritmo imposible de controlar. Sin embargo, mientras que el efecto de la inflación es hacer que los precios en las tiendas sean más altos, la deflación aumenta el coste de la deuda y otras obligaciones.
El mayor riesgo de la deflación es que los precios caen a un ritmo cada vez más veloz a medida que las compañías recortan sus gastos y ven cómo sus pérdidas se acumulan, lo que hace que los precios bajen todavía más. Es posible sostener que de esta situación es mucho más difícil escapar que de una espiral inflacionaria (lo que en gran medida se debe a que las economías modernas han desarrollado ciertos mecanismos para lidiar de forma más eficaz con estas últimas; véase el capítulo 18).
Diagnósticos y soluciones. La explicación económica de la deflación es que la cantidad de dinero presente en el sistema cae o la oferta de bienes y servicios se incrementa. Por tanto, si la inflación implica que hay demasiado dinero para muy pocos bienes, la deflación es lo contrario. En el caso de la Gran Depresión y la experiencia de Japón en las últimas dos décadas, la causa fue una contracción del dinero en circulación (asociada con la burbuja de la deuda: la gente ahorraba más y gastaba menos después de años de excesos viviendo más allá de sus posibilidades); la deflación benigna del siglo XIX fue, en cambio, consecuencia sobre todo del incremento de la oferta de bienes de consumo debido al aumento de la productividad.
Por regla general, la principal herramienta que tienen los bancos centrales para controlar la inflación son los tipos de interés. Sin embargo, éstos no pueden reducirse por debajo de cero, de modo que cuando los precios caen poco puede hacerse salvo recurrir a herramientas menos convencionales, la mayoría de las cuales se reducen, como señaló el actual presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, a encender la máquina de imprimir billetes. En otras palabras, a diferencia de lo que ocurre en un caso de inflación, cuando los bancos centrales intentan que la cantidad de dinero en la economía se mantenga constante, de lo que se trata es de inyectar más efectivo en la economía. Esto es algo que puede hacerse de varias maneras (por ejemplo, comprando directamente activos como bonos o acciones, o aumentando la cantidad de efectivo que los bancos comerciales guardan en sus cámaras acorazadas), pero a todas se las conoce en conjunto como «expansión monetaria cuantitativa» (quantitative easing).
La deflación y la década perdida
Aunque la Gran Depresión se considera la peor espiral deflacionaria que ha tenido lugar en tiempos modernos (en Estados unidos, por ejemplo, el desempleo llegó a afectar a una cuarta parte de la población activa y el PIB se redujo en un tercio), existen ocurrencias más recientes del fenómeno. La más notable fue la que tuvo lugar en Japón en la década de 1990, cuando los precios se hundieron en territorio negativo y el Banco de Japón se vio obligado a reducir los tipos de interés a cero. La espiral contribuyó a la que se conoce como la «década perdida», un período de crecimiento anémico y desplome de los precios del que el país no conseguía escapar.
Medidas de este tipo fueron las que emplearon los japoneses a comienzos del nuevo milenio, y la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra recurrirían a ellas tras la crisis financiera de 2008, en un intento de resolver los problemas causados por la falta de crédito. Está por verse si sus esfuerzos tendrán el efecto deseado.
La idea en síntesis: la caída de los precios puede paralizar una economía