14 La revolución marginalista

En 2007, David Beckham fue noticia en el mundo entero al dejar el Real Madrid por la liga estadounidense, la MLS, y firmar un contrato de cinco años con Los Angeles Galaxy. Lo que generó más interés fue el monto del acuerdo: doscientos cincuenta millones de dólares, según se dijo. Es posible que el inglés fuera un gran jugador y, también, que tuviera un atractivo enorme en términos de marketing tanto para su nuevo club como para la MLS, que se esfuerza por competir con la NBA, la NFL y otros deportes. Pero, en serio… ¿vale un hombre doscientos cincuenta millones de dólares?

Pues bien, pese a lo antieconómico que pueda sonar, parece ser que el precio convenido era en realidad el apropiado. El club no habría aprobado un acuerdo semejante si no hubiera tenido expectativas de que éste le permitiría generar unos buenos beneficios. Eso significa que, indirectamente, es el público el que considera que Beckham, y los jugadores de fútbol de su categoría, valen ese tipo de cantidades. Es el público el que está dispuesto a pagar por productos relacionados con la estrella, desde las camisetas con su nombre hasta las prendas y maquinillas de afeitar que promociona.

El margen. ¿Por qué atribuimos muchísimo más valor a un ser humano que a otro? Los grandes atletas pueden ser muy buenos en su especialidad deportiva, pero ¿por qué tienen que ganar tantísimo más que incluso profesionales que realizan trabajos esenciales para nuestro bienestar como, por ejemplo, los maestros y los médicos? La respuesta se halla en lo que los economistas denominan el margen.

Hace unos trescientos años, Adam Smith mencionó una paradoja no muy distinta de la de Beckham en La riqueza de las naciones. ¿Por qué, se preguntaba, había una diferencia tan grande entre el precio del agua y el de los diamantes? A diferencia del agua, los diamantes no son esenciales para la existencia humana; son sólo fragmentos de carbono cristalizado, aunque se trata de unos fragmentos especialmente atractivos. Smith razonó que lo que justificaba la diferencia era el hecho de que se necesita más trabajo para producir un diamante (hay que extraerlo, cortarlo, pulirlo, etc.) que para obtener agua. Los diamantes, además, son un bien escaso, mientras que el agua es abundante para la mayoría de quienes vivimos en el mundo occidental.

De la misma forma, el número de personas que tienen la habilidad de David Beckham para hacer que el balón supere la barrera y marque un gol en un tiro libre es muy reducido. La escasez hace que los precios aumenten. Sin embargo, esto sólo es la mitad de la explicación. A fin de cuentas, la cantidad de tiradores de esgrima de gran talento es igualmente reducida, pero es muy improbable que cualquiera de ellos gane en muchos años de trabajo tanto como Beckham en una semana.

«Es con la mirada puesta en el margen, y no en la imagen completa, que tomamos decisiones económicas.»

Eugen von Böhm-Bawerk, economista austriaco

Los economistas (entre ellos Carl Menger, de la escuela austriaca; véase el capítulo 12) hallaron una respuesta a esta paradoja a finales del siglo XIX, cuando concluyeron que el valor de una cosa determinada, trátese de David Beckham, un diamante o un vaso de agua, es subjetivo, esto es, depende por completo de cómo las personas la valoran en un momento dado. La idea suena sencilla, pero lo cierto es que resultó ser revolucionaria. Antes de la revolución marginalista, se daba por sentado que las cosas tenían un valor inherente; después, pasó a ser claro que las cosas tienen valor sólo en la medida en que la gente las quiere.

La utilidad marginal. Volvamos a nuestro vaso de agua. Para alguien que ha padecido sed durante días en un desierto, un vaso de agua tiene un valor incalculable; probablemente pagaría cualquier cantidad de dinero por él, e incluso un diamante, si lo tuviera. Pero cuantos más vasos de agua tenga esa persona a su disposición, menos será lo que esté dispuesta a pagar por uno. Lo que necesitamos determinar no es el valor de toda el agua del mundo, sino el valor de cada vaso de agua particular. La satisfacción que nos proporciona cada ración adicional de agua es lo que los economistas llaman su utilidad marginal. Y en este caso, la utilidad marginal es decreciente, pues se reduce vaso a vaso.

Hay numerosos ejemplos de precios que han crecido o disminuido debido al aumento o caída de la utilidad marginal del bien en cuestión. A comienzos del siglo XXI, el precio del petróleo rondaba los veinte dólares por barril, pero apenas unos años más tarde había aumentado hasta superar los cien, e incluso había alcanzado en algún momento los ciento cuarenta. Los temores acerca del suministro, exacerbados por la demanda de las economías que estaban experimentando un rápido crecimiento, hicieron que la gente estuviera dispuesta a pagar precios más altos. Luego, en apenas unos meses, el precio cayó en picado hasta situarse por debajo de los cuarenta dólares el barril debido a la recesión económica mundial.

La noción de utilidad marginal se desarrolló gracias a otro gran economista británico, Alfred Marshall (1842-1924), que propuso la idea de que los consumidores toman decisiones con base en consideraciones marginalistas. Hasta ese momento, la atención de los economistas se había centrado más en la oferta que en la demanda, pero Marshall sostuvo que este enfoque unilateral era comparable a intentar cortar un trozo de papel (el papel hacía en su ejemplo las veces del precio) con sólo una de las hojas de un par de tijeras. En lugar de considerar que algo, un vaso de agua, por ejemplo, posee un precio particular, determinado por los costes que tiene para su proveedor obtener el líquido y embotellarlo, Marshall subrayó que también debían tenerse en cuenta los deseos de los consumidores. Los consumidores, argumentó, sólo compraban un producto si: (1) les resulta atractivo; (2) era asequible; y (3) tenía un precio razonable en comparación con otras mercancías. Cada una de estas consideraciones incide en el precio marginal, ya sea de un vaso de agua o de un jugador de fútbol de fama mundial.

Todo lo que pueda comer

La mayoría de las personas en algún momento nos hemos dejado tentar por uno de esos restaurantes en los que, por el precio del cubierto, el cliente puede comer todo lo que quiera de un bufé. El cliente paga por adelantado, digamos 10,99 dólares, y empieza a comer. En términos económicos, aunque el coste global de la comida sigue siendo el mismo (10,99 dólares), el coste marginal, esto es, el coste de cada porción adicional, es cero, porque eso es lo que tenemos que pagar por ella: nada. Sin embargo, la cantidad de disfrute y satisfacción que la comida nos proporciona (lo que los economistas denominan «utilidad») decrece con cada porción a medida que nos vamos sintiendo cada vez más llenos y, acaso, más y más enfermos.

Por tanto, mientras que el coste marginal de cada porción adicional es cero, la utilidad marginal se reduce con rapidez. Éste es un principio económico universal. Tendemos a derivar más placer de nuestro primer consumo de un bien particular que de consumos posteriores: para un filatelista la adquisición de su primer «penique negro», el primer sello postal de la historia, resulta más satisfactoria que la de su segundo, tercero o cuarto peniques negros.

Pensar en el margen. Marshall hizo hincapié en lo marginal: las personas sólo hacen algo, ya sea fabricar bombillas o preparar un examen, mientras ese trabajo o estudio extra valgan la pena. En determinado momento, dormir pasará a ser una opción más sensata que seguir estudiando hasta que amanezca; de igual forma, las ganancias derivadas de la fabricación de una nueva bombilla pasarán a ser menores que el coste de producción. En este sentido, todos pensamos en términos marginales: es una forma práctica de actuar. Las economías, por tanto, avanzan mediante incrementos graduales, no mediante grandes saltos. La revolución marginal arrojó nueva luz sobre la verdadera naturaleza de la evolución económica.

Aunque todos los seres humanos seamos marginalistas por naturaleza, fue necesaria la llegada de Marshall para que la noción de utilidad marginal entrara a formar parte de los principios fundamentales de la economía. En la actualidad, estas ideas informan los planes de negocio de las empresas de todo el mundo y ocupan un lugar central en el comercio.

Ahora bien, la parábola de Beckham no termina con su llegada a la MLS. Dos años después de su traslado a Los Ángeles, el jugador estuvo involucrado en un tira y afloja entre su nuevo equipo y el AC Milan. El incidente subraya de nuevo la importancia de tener en cuenta la utilidad marginal. Los italianos consideraban que un desembolso único por el jugador era suficiente para hacerse con sus servicios. Pero Tim Leiweke, el presidente de Los Angeles Galaxy, dijo: «Lo que el Milan no entiende es que detrás de esta historia hay aficionados que están renunciando a sus abonos y patrocinadores que quieren indemnizaciones». Éste es un ejemplo clásico de pensamiento marginalista.

La idea en síntesis: las personas racionales piensan en términos marginalistas