13 Economía de la oferta
El gobierno aumenta los impuestos, pero en lugar de recaudar más dinero para sus arcas lo que consigue en realidad es reducir sus ingresos. Y, por el contrario, al bajar los impuestos logra ingresar más dinero. La lógica económica está patas arriba. Sin embargo, no se trata de magia negra; en lugar de ello estamos ante la tesis principal de la economía de la oferta.
La economía de la oferta es una de las teorías económicas más polémicas que se conocen. El debate a propósito de sus tesis resume el conflicto entre quienes son partidarios de una mayor distribución de la riqueza por parte del gobierno y quienes creen, por encima de todo, en la libertad individual y el libre mercado.
«Cuando se reducen los tipos impositivos a los contribuyentes de rentas más altas, el gobierno obtiene más dinero de ellos.»
Arthur Laffer
La etiqueta no sólo se aplica a la discusión sobre los tipos impositivos. En términos más generales, la economía de la oferta alude a la reforma del lado de la oferta de la economía, esto es, las instituciones y compañías que producen los bienes que las personas consumen. En este sentido tradicional, los partidarios de la economía de la oferta son aquellos que querrían que estas compañías fueran más libres y eficaces; apoyan la privatización de los servicios públicos (como las empresas de agua y energía), la reducción de los subsidios a los sectores en dificultades (como la agricultura y la minería) y la supresión de los monopolios (como las compañías de telecomunicaciones), objetivos con los que, en realidad, pocos economistas estarían en desacuerdo.
Sin embargo, desde la década de 1980, la expresión «economía de la oferta» ha tendido a designar de forma específica los argumentos a favor de la rebaja de los tipos impositivos más altos, una idea cuyo abanderado más notable es el economista estadounidense Arthur Laffer, que la propuso a finales de la década de 1970. Cuanto más tenga que pagar la gente en impuestos, sostuvo, más incentivos tendrá para evitar pagarlos o para trabajar con menos tesón.
La curva de Laffer. Laffer argumentaba que si un gobierno no imponía gravámenes de ningún tipo, su recaudación (lógicamente) sería inexistente; no obstante, el resultado sería el mismo si estableciera un impuesto del 100 por 100 (porque nadie tendría incentivos para trabajar). A partir de esta idea, bosquejó (según la leyenda en el reverso de una servilleta) una curva en forma de campana que mostraba que, en algún lugar entre el 0 y el 100 por 100, había un punto en el que la recaudación del gobierno era la máxima posible. La tesis de que unos impuestos más bajos podían aumentar los ingresos del gobierno encontró dos admiradores en Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Tipo único
La apoteosis de la economía de la oferta es el tipo único, es decir, todas las personas pagan el mismo tipo impositivo. Éste es un sistema que han adoptado de forma particularmente enérgica algunas de las antiguas repúblicas comunistas, incluidas Letonia y Estonia. Estos países han comprobado que la medida ha hecho aumentar el número de personas que pagan sus impuestos, lo que ha elevado la recaudación a pesar del recorte de la escala de tipos impositivos.
La teoría se centra en particular en el tipo impositivo marginal, el tipo que pagamos por cada hora extra de trabajo que realizamos. Muchas de las economías más grandes del mundo, incluidas las de Estados Unidos y el Reino Unido, tienen tipos marginales de alrededor del 70 por 100. Dado que los trabajadores sólo se llevan a casa el 30 por 100 de cada dólar o libra extra que ganan, resulta claro que esto afecta los incentivos que la gente tiene para trabajar más horas.
Encontramos un ejemplo reciente de esto en lo ocurrido en 2008, cuando el Tesoro británico se propuso, por primera vez desde la década de 1970, elevar el tipo impositivo más alto. Se dispuso que el tipo impositivo para cualquier renta por encima de ciento cincuenta mil libras esterlinas fuera del 45 por 100, en lugar del 40 por 100 como había sido hasta entonces. Sin embargo, destacados expertos fiscales calcularon que esto no produciría en absoluto ninguna recaudación extra para el Estado, pues el incremento disuadiría a la gente de trabajar más horas. Los mismos expertos advirtieron de que una medida semejante podía, de hecho, reducir con facilidad la recaudación.
Positivamente negativo
Otra idea radical provino de Milton Friedman (véase el capítulo 10), que propuso la creación de un impuesto negativo sobre la renta. Su argumento era que el Estado ya tiene que redistribuir dinero a las familias más pobres en forma de seguridad social y prestaciones por desempleo. Si en lugar de ello existiera un sistema de impuesto negativo sobre la renta, quienes tienen rentas por encima de cierta cantidad seguirían pagando sus impuestos como hacían normalmente, mientras que quienes ganan menos recibirían en realidad impuestos negativos (en otras palabras, una desgravación instantánea) del fisco. La idea es que esto permitiría eliminar la costosa y engorrosa infraestructura de la seguridad social y de las prestaciones para los desempleados.
El problema no es sólo que la gente buscará (y encontrará) formas de evitar pagar impuestos más cuantiosos, por ejemplo, marchándose a paraísos fiscales como Mónaco o las Islas Caimán, sino que unos tipos impositivos marginales elevados pueden perjudicar la economía en general. Al desalentar a los trabajadores que generan más dinero (normalmente, aquéllos con salarios más altos), se los impulsa a dejar el país o abandonar sus empleos, lo que reduce la creación de riqueza de la economía en general. Si esto ocurre, es una señal de que el gobierno nacional debe considerar la posibilidad de reducir los impuestos o encontrar otros incentivos que animen a las empresas a permanecer en el país.
En cambio, cuando los tipos impositivos son bajos, la gente tiene un incentivo para trabajar más tiempo, aunque lo que el gobierno obtiene por cada dólar extra generado se reduce. La curva de Laffer demuestra que el gobierno debe hallar un equilibrio entre los dos factores, con lo que da expresión científica a la verdad contenida en la famosa sentencia del ministro de Finanzas de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert, según la cual la tributación era el arte de «desplumar al ganso consiguiendo la mayor cantidad de plumas con el menor número de graznidos».
¿Cuánto es lo que se supone demasiado alto? Dado que la curva de Laffer indica que superado cierto punto los impuestos generan cada vez menos ingresos, la pregunta clave es dónde se encuentra ese límite. Ciertamente no en los tipos marginales del 90 por 100 que algunos pagaban en la década de 1960, ni en una tasa del 15 por 100, con la que el gobierno no estaría en condiciones de financiar su estado del bienestar ni su gasto social.
El debate sigue siendo encendido en la actualidad, cuando muchos economistas de izquierdas proponen que el tope debe estar por encima del 50 por 100, mientras que los ubicados al otro extremo del espectro político sostienen que debe ser inferior al 40 por 100.
A lo largo y ancho del mundo, el consenso ha tendido a favorecer los tipos marginales bajos. El número de países con un tipo máximo del 60 por 100 o superior ha pasado de cuarenta y nueve en 1980 a apenas tres a comienzos del nuevo milenio: Bélgica, Camerún y la República Democrática del Congo.
Los problemas de Laffer. Aunque resulta difícil discutir la elegante lógica de la hipótesis de Laffer, existen importantes cuestionamientos acerca de si realmente funciona en la práctica. De hecho, los recortes fiscales realizados por Reagan a comienzos de la década de 1980 fueron ridiculizados por George H. W. Bush refiriéndose a ellos como «economía vudú». Según el profesor de la Universidad de Harvard Jeffrey Frankel, aunque la idea es «teóricamente posible en ciertas condiciones, no funciona con los tipos del impuesto sobre la renta en Estados Unidos: Un recorte de esos tipos reduce la recaudación, precisamente como diría el sentido común».
«Cuanto más se quede el gobierno en concepto de impuestos, menos incentivos tendrá la gente para trabajar. ¿Qué minero de carbón o qué obrero en una cadena de montaje aprovechará la oportunidad de hacer horas extras cuando sabe que el Tío Sam va a quedarse con un 60 por 100 o más de su paga extra?»
Ronald Reagan
De hecho, las pruebas demuestran que tanto las rebajas fiscales de Reagan como las de George W. Bush en 2001-2003 redujeron los ingresos del gobierno y contribuyeron a aumentar todavía más el déficit presupuestario. Los partidarios de la economía de la oferta sostienen que el error del gobierno no estuvo en la decisión de reducir la carga fiscal en general, sino en la elección de qué impuestos particulares recortar.
Aunque la hipótesis sigue siendo enormemente popular en la actualidad, un estudio tras otro han demostrado su ineficacia. Los recortes fiscales sólo se traducen en mayores ingresos en casos extremos (por ejemplo, cuando los tipos impositivos son extremadamente altos).
Dicho esto, es importante señalar que hay pocas dudas de que unos impuestos excesivamente altos pueden frenar el crecimiento económico. Al subrayar este argumento, los partidarios de la economía de la oferta han sido responsables de una revisión completa de la forma en la que se perciben e interpretan los impuestos en todo el mundo.
La idea en síntesis: unos impuestos más altos significan un menor crecimiento