10 El monetarismo

John Maynard Keynes contra Milton Friedman: el combate económico del siglo. La cuestión no es simplemente que estamos ante una pareja de polemistas increíblemente inteligentes y con frecuencia cáusticos, procedentes de dos contextos muy diferentes, un inglés educado en Eton y un hijo de inmigrantes húngaros de Brooklyn, sino que ambos representan doctrinas radicalmente opuestas. Se trata de la batalla ideológica fundamental de la economía de los últimos cincuenta años.

Mientras que Keynes prestaba más atención al desempleo que a la inflación y advertía que cierta medida de intervención estatal podía mejorar la economía, Friedman sostuvo que había que dejar que las personas se las arreglaran por su cuenta y que la principal función del gobierno era vigilar y controlar la cantidad de dinero que circulaba en la economía. En su obra seminal, Una historia monetaria de Estados Unidos, 1867-1960, escrita en colaboración con Anna Schwartz, expuso las teorías del monetarismo.

Combatir la inflación siempre. «La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario», decía Friedman. En pocas palabras, al inyectar dinero extra en el sistema (como tendían a hacer los keynesianos) los gobiernos hacían crecer la inflación, con lo que corrían el riesgo de causar un daño mayor a la economía. Friedman creía que si se encargaba a los bancos centrales el control de los precios, la mayoría de los demás aspectos de la economía (desempleo, crecimiento, productividad) se resolverían más o menos solos.

Aunque Keynes había afirmado que era en extremo difícil convencer a los trabajadores para que aceptaran salarios más bajos, la teoría monetarista clásica afirmaba lo contrario: que ante el aumento de la inflación unos salarios más bajos para los trabajadores y unos precios más bajos para las empresas resultaban aceptables. La tasa de crecimiento de una economía, argumentó Friedman, podía determinarse controlando la cantidad de dinero que imprimían los bancos centrales. Cuanto más dinero se imprime, más gasta la gente, y viceversa. Esto era lo menos parecido posible al keynesianismo, que minimizaba la importancia del dinero. Y en términos de política económica la diferencia también era radical: mientras que Keynes sostenía que los gobiernos debían intentar controlar la economía a través de la política fiscal, Friedman defendía que fueran los bancos centrales independientes los que controlaran la economía mediante los tipos de interés (si bien con unas reglas estrictas).

MILTON FRIEDMAN (1912-2006)

Milton Friedman fue uno de los pensadores más influyentes en la economía moderna. Hijo de una familia pobre de judíos húngaros que habían emigrado a Estados Unidos, nació en Brooklyn, Nueva York, y pronto dio pruebas de ser un estudiante brillante. Después de graduarse en la Universidad Rutgers, inició estudios de posgrado en la Universidad de Chicago, que, bajo su influencia, se convirtió con rapidez en uno de los principales foros académicos de economía del mundo. Durante la segunda guerra mundial trabajó para el gobierno federal, y en algún momento defendió políticas de gasto público de corte keynesiano. Fue en la década de 1960 cuando sus ideas sobre el monetarismo adquirieron auténtica prominencia, y en 1976 se le otorgó el premio Nobel de Economía.

En una recesión, decía, los bancos centrales deben prevenir la deflación inyectando más dinero en el sistema. Con base en este razonamiento, Friedman sostuvo que en el período que antecedió a la Gran Depresión, la Reserva Federal cometió el error de ser en exceso severa con los bancos estadounidenses y haber permitido que muchos de ellos quebraran, lo que contribuyó a hacer que el desplome de la economía fuera todavía más doloroso. De hecho, Friedman culpaba a la Reserva Federal de haber convertido lo que habría sido una recesión menor en la depresión que finalmente tuvo lugar.

Una idea cuyo momento había llegado. En un principio, la clase dirigente prestó poca atención a las tesis de Friedman, que éste había presentado junto a todo un popurrí de propuestas radicales a favor del libre mercado y entre las que se incluía hacer voluntario el servicio militar, permitir que las tasas de cambio fluctuaran libremente, introducir el cheque escolar, privatizar la seguridad social y establecer un impuesto negativo sobre la renta. A fin de cuentas, durante la década de 1960 el keynesianismo parecía estar funcionando bien: el crecimiento era constante, la inflación era baja y el desempleo estaba controlado. ¿Quién era ese joven economista que sostenía que las políticas vigentes podían en determinado momento fomentar la inflación y el desempleo, algo que la curva de Phillips decía que era casi imposible (véase el capítulo 22)?

«El marco monetario de Friedman ha sido tan influyente que, al menos en sus líneas generales, se ha convertido prácticamente en sinónimo de la teoría monetaria moderna.»

Ben Bernanke

Luego llegaron la crisis del petróleo y la confusión económica de la década de 1970. El mundo occidental se enfrentó a la estanflación: el crecimiento económico se redujo, la inflación iba en aumento y el paro crecía. La economía keynesiana no parecía tener una respuesta para una situación semejante, lo que allanó el camino a la teoría de Friedman, que había predicho que ese resultado era posible. La solución propuesta por Friedman fue combatir la inflación, no el desempleo. A ambos lados del Atlántico, los políticos empezaron lentamente a abrazar la doctrina. En la década de 1980, Paul Volcker, el presidente de la Reserva Federal, condujo a Estados Unidos a través de una recesión dolorosa y traumática con el fin de poner de nuevo los precios bajo control. En el Reino Unido, la primera ministra entrante, Margaret Thatcher, acogió el mensaje monetarista. En Alemania, el Bundesbank también empezó a prestar atención específica a la velocidad con que se estaba imprimiendo el dinero.

Inconvenientes del monetarismo. El problema es que, tuviera o no Friedman razón, resulta tan difícil encontrar una forma de medir de manera apropiada el crecimiento monetario (la cantidad de dinero que circula en la economía) que poner en práctica su doctrina se ha revelado como todo un desafío. Es posible que la inflación sea un fenómeno monetario, pero la cantidad de dinero en circulación con frecuencia aumenta y disminuye por razones que no tienen relación alguna con la inflación. Por ejemplo, cuando en la City londinense o en Wall Street los expertos conciben un nuevo tipo de instrumento financiero, a menudo esto causa un aumento de la cantidad de dinero en el sistema. Sin embargo, es difícil, si no imposible, determinar qué está impulsando el incremento hasta que no ha pasado un buen tiempo, pero para entonces los bancos centrales ya habrán tenido que tomar decisiones acerca de los tipos de interés. Esto significa que, en la práctica, todos los bancos centrales, con excepción del Banco Central Europeo, que sigue fijándose una meta de inflación, han dejado de intentar controlar la cantidad de dinero en circulación.

Pese a ser un partidario declarado del libre mercado y a tener un gran respeto por el monetarismo, el sucesor de Volcker al frente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, tuvo que optar también por ignorar las estadísticas monetarias, hasta el punto de que hace unos cuantos años la institución dejó de publicar cifras de crecimiento monetario.

Monetarismo contra keynesianismo: el desenlace. El resultado final de la contienda entre Friedman y Keynes es, como sucede con frecuencia en los enfrentamientos entre gigantes, un empate. Al momento de decidir sus políticas, los bancos centrales modernos tienden a concentrarse hoy tanto en los indicadores monetarios como en otros más tradicionales. Aunque el interés por las cuestiones monetarias decayó a finales de la década de 1990 y en los primeros años del siglo XXI, éstas han vuelto a un primer plano recientemente, pues algunos economistas aseguran que el desplome del crecimiento monetario contribuye a explicar la recesión que siguió a la crisis crediticia de 2008.

Por otro lado, hay un creciente consenso en que el tipo de políticas propuestas por Friedman y abanderadas por Thatcher y Reagan en la década de 1980 (liberalización de los mercados financieros, contención de la inflación y el crecimiento monetario, mayor libertad empresarial tanto para pedir préstamos como para contratar y despedir personal) fueron en parte las causantes del aumento de la deuda que desencadenó la crisis financiera. Como señaló el comentarista económico Martin Wolf poco antes de que el Reino Unido y Estados Unidos se hundieran en la recesión: «Del mismo modo que en las décadas de 1950, 1960 y 1970 se pusieron a prueba las ideas de Keynes hasta acabar con ellas, las tesis de Milton Friedman pueden haber sufrido un destino similar en las décadas de 1980, 1990 y 2000. Todos los dioses fracasan cuando se cree demasiado en ellos».

En lo que respecta a los dos hombres detrás de las doctrinas, lo cierto es que nunca se encontraron cara a cara. La única vez que llegaron a estar en contacto fue en la década de 1930, cuando Friedman presentó un ensayo al Economic Journal en la época en que Keynes dirigía la publicación. El trabajo era un ataque bastante cáustico contra el profesor de economía A. C. Pigou, que entonces era compañero de Keynes en la Universidad de Cambridge. Keynes mostró el ensayo a Pigou, que discrepó de las críticas que se le planteaban, de modo que Keynes escribió a Friedman para comunicarle que había decidido no publicarlo. «Ésa fue una de las dos únicas cartas que recibí de Keynes en toda mi vida», recordaría después el economista estadounidense; «la otra también era una carta de rechazo.»

La idea en síntesis: hay que controlar el crecimiento monetario