09 El keynesianismo

La idea de que la política fiscal (los impuestos y el gasto público) debe usarse como una herramienta para controlar la economía forma parte del núcleo de la economía keynesiana. La teoría debe su nombre a uno de los mayores pensadores del siglo XX, el economista británico John Maynard Keynes, cuyas ideas contribuyeron a crear el mundo económico moderno y siguen aplicándose y gozando de un gran respeto en nuestros días.

La obra maestra de Keynes, La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), fue una respuesta directa a la Gran Depresión. En ella sostuvo que los gobiernos tenían un deber, uno que hasta entonces habían soslayado: ayudar a mantener la economía a flote en tiempos de crisis. Asimismo, refutó la idea, expuesta por el francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), de que en una economía considerada en su conjunto «la oferta crea su propia demanda», esto es, que la simple producción de bienes de consumo ocasiona la demanda de éstos.

Estimular la economía Hasta la Gran Depresión se daba por sentado que la economía se autorregulaba en gran medida, es decir, que la mano invisible (véase el capítulo 1), por sus propios medios, automáticamente aumentaría el empleo y la producción hasta sus niveles óptimos. Keynes estaba firmemente en desacuerdo con ello. Durante una recesión, dijo, la caída de la demanda de bienes puede causar una depresión grave, lo que hace que la economía se contraiga y el desempleo crezca. Es responsabilidad del gobierno estimular la economía pidiendo prestado dinero y gastándolo en la creación de empleos en el sector público y la construcción de infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, hospitales y escuelas, por ejemplo). La reducción de las tasas de interés puede contribuir a impulsar de nuevo la economía (véase el capítulo 18), pero está lejos de ser la respuesta completa.

Según Keynes, el dinero extra que los gobiernos gastaran se filtraría por toda la economía. Por ejemplo, la construcción de una nueva autopista crea trabajo para las empresas de construcción, cuyos empleados invierten sus salarios en la compra de alimentos, mercancías y servicios, lo que a su vez ayuda a la economía en general a mantenerse en funcionamiento. Un aspecto clave de su argumentación era la idea del multiplicador.

JOHN MAYNARD KEYNES (1883-1946)

John Maynard Keynes (sus amigos le llamaban Maynard) fue uno de esos raros economistas que han tenido la oportunidad de poner sus teorías en práctica. Una celebridad intelectual en su época, perteneció al grupo de Bloomsbury, del que también formaban parte Virginia Woolf y E. M. Forster. Aunque ya en la primera guerra mundial trabajó como asesor del ministro de Hacienda británico, fue en realidad después del conflicto cuando se hizo un nombre. Con cierta presciencia, advirtió que los severos términos del Tratado de Versalles podrían conducir a una hiperinflación en Alemania y, potencialmente, a otra gran guerra. La historia, por supuesto, le dio la razón.

Keynes ganó una fortuna en el mercado de valores, pero perdió buena parte de ella en el «gran crash» de 1929, y tuvo una suerte variada especulando con divisas.

Antes de su muerte, que tuvo lugar justo después de la segunda guerra mundial, Keynes negoció un importante préstamo de los Estados Unidos y ayudó a diseñar tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial, las dos grandes instituciones económicas internacionales que modelarían el mundo económico en las décadas siguientes.

Supongamos que el gobierno de Estados Unidos ordena un portaaviones de diez mil millones de dólares a la compañía Northrop Grumman. Uno podría dar por sentado que el efecto de esto no va más allá de la inyección de diez mil millones en la economía. Sin embargo, según el argumento del multiplicador, el efecto real es mucho más grande. Northrop Grumman contrata más empleados y genera más beneficios; sus empleados gastan más en bienes de consumo. Dependiendo de la «propensión al consumo» del consumidor medio, esto podría elevar la producción económica total mucho más allá de la cantidad de dinero público inyectada inicialmente.

«Ahora sí que todos somos keynesianos. Una parte enorme de lo que los macroeconomistas modernos hacen se deriva directamente de La teoría general; el marco que Keynes introdujo sigue siendo muy válido en nuestros días.»

Paul Krugman, economista estadounidense

Si la inyección de diez mil millones de dólares hace que el total de la producción económica estadounidense aumente en cinco mil millones, el multiplicador será 0,5; si el aumento es de quince mil millones, el multiplicador será 1,5.

Los seis principios fundamentales Según el ex consejero presidencial Alan Blinder, el keynesianismo se sostiene en seis principios básicos:

  1. Los keynesianos creen que en el funcionamiento de una economía influyen tanto las decisiones públicas como las privadas y que en ocasiones se comporta de forma errática.
  2. El corto plazo importa (y algunas veces incluso más que el largo plazo). Un aumento del desempleo a corto plazo puede causar todavía más daño a largo plazo pues es posible que ocasione un deterioro permanente a la economía de un país. Como dice una famosa frase del propio Keynes: «A largo plazo, todos muertos».
  3. Los precios y, en especial, los salarios responden con lentitud a los cambios en la oferta y la demanda, lo que a su vez implica que el desempleo con frecuencia es más alto o más bajo de lo que debería ser de acuerdo a la fortaleza de la economía.
  4. El desempleo es a menudo demasiado alto y volátil, mientras que las recesiones y las depresiones son enfermedades económicas (y no, como sostendría la teoría de la mano invisible, respuestas eficaces del mercado a oportunidades poco atractivas).
  5. El ciclo natural de auge y crisis de la economía es un problema que los gobiernos deben intentar equilibrar de forma activa.
  6. Los keynesianos tienden a preocuparse más por combatir el desempleo que por controlar la inflación.

Una teoría polémica El keynesianismo siempre ha sido polémico. ¿Con qué base, preguntan muchos de sus críticos, debemos dar por sentado que los gobiernos saben mejor cómo dirigir la economía? ¿Es la volatilidad económica realmente una faceta tan peligrosa? A pesar de esto, en la década de 1930 los argumentos de Keynes parecían ofrecer una solución a la Gran Depresión, y el New Deal de Franklin D. Roosevelt (presentado en respuesta a la crisis) se considera un ejemplo clásico de cómo un gobierno puede «calentar los motores» de su economía gastando miles de millones en medio de una recesión. Aunque sigue discutiéndose si lo que puso fin a la Gran Depresión fue el New Deal o la segunda guerra mundial, el mensaje potente fue que el gasto del gobierno estadounidense funcionó.

Tras la aparición de La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, gobiernos de todo el mundo aumentaron sus niveles de gasto público, en parte por razones sociales (para crear estados de bienestar que se ocuparan de las consecuencias de los altos niveles de desempleo) y en parte porque la economía keynesiana subraya la importancia de que los gobiernos tengan el control de porciones significativas de la economía.

Durante un tiempo considerable esto pareció funcionar, con la inflación y el desempleo en niveles relativamente bajos y una fuerte expansión económica, pero en la década de 1970 las políticas keynesianas se convirtieron en blanco de las críticas, en particular por parte de los monetaristas (véase el capítulo 10). Uno de sus principales argumentos era que los gobiernos no pueden «poner a punto» una economía ajustando con regularidad las políticas fiscales y monetarias para mantener un alto nivel de empleo. Sencillamente existe un desfase demasiado largo entre el momento en que se advierte la necesidad de una política de este tipo (un recorte de impuestos, por ejemplo) y el momento en que su adopción tiene un efecto real. Para el momento en que los recortes impositivos empiezan de verdad a tener efecto, el problema que se pretendía resolver con ellos puede haber empeorado (o desaparecido).

Irónicamente, las ideas de Keynes regresaron a escena con fuerza tras la crisis financiera de 2008. Cuando resultó claro que el recorte de los tipos de interés no iba a ser suficiente para impedir que las economías de Estados Unidos, el Reino Unido y otros países entraran en recesión, los economistas señalaron que los gobiernos debían pedir prestado dinero con el fin de reducir los impuestos y estimular el gasto. Y eso es precisamente lo que hicieron, lo que se consideró en todas partes una ruptura seria con la política de los últimos veinticinco años. Contra todos los pronósticos, Keynes estaba de vuelta.

La idea en síntesis: los gobiernos deben gastar para impedir que las recesiones sean profundas