08 El capitalismo

Para Francis Fukuyama fue el momento que marcó el «fin de la historia». Para millones de personas en Europa oriental fue el anuncio de una libertad y prosperidad mayores que las que nunca habían tenido. Para David Hasselhoff fue la coronación de su breve carrera musical. La caída del Muro de Berlín significó muchísimas cosas para muchísima gente.

Sin embargo, lo más importante fue lo que ese momento dijo acerca de la forma en que las economías se estructuran y se dirigen. Para la mayoría de los observadores, la caída de la Unión Soviética demostró de manera incontrovertible que la economía de mercado era la mejor forma de dirigir un país, de hacerlo próspero y de mantener a sus ciudadanos contentos. Fue una victoria del capitalismo.

El capitalismo ha sido objeto quizá de más críticas que cualquier otro modelo económico. De hecho, su nombre fue originalmente un término despectivo concebido por los socialistas y marxistas en el siglo XIX para referirse a los aspectos más desagradables de la vida económica moderna: la explotación, la desigualdad y la represión, por mencionar sólo tres. En sus comienzos, el modelo fue blanco de los ataques de la Iglesia, pues se consideraba que la prioridad que otorgaba al lucro y al dinero era una amenaza para las enseñanzas religiosas. Las críticas más duraderas son las que afirman que genera desigualdad, fomenta el desempleo y la inestabilidad, y tiende a los auges y las crisis cíclicas. Otros advierten que no tiene en cuenta sus efectos sobre el medioambiente (véase el capítulo 46).

Un sistema híbrido. El capitalismo es el sistema en el que el capital (las compañías, equipos y estructuras empleados para producir bienes y servicios) no son propiedad del Estado sino de individuos particulares. Esto significa que es el público el que posee las compañías (adquiriendo participaciones en ellas a través de la compra de acciones o prestándoles dinero a cambio de bonos). Algunas veces, las personas hacen esto de forma directa, pero es más común que sean otros los que inviertan en su nombre a través de los fondos de inversión. Casi todos los ciudadanos de una economía importante poseen sin proponérselo acciones de sus principales compañías a través de su fondo de inversión, lo que significa que en teoría a todos les conviene que las empresas prosperen.

La mayoría de los manuales de economía ni siquiera se molestan en definir el capitalismo. Esto quizá sea comprensible. A diferencia de sistemas económicos puros, relativamente unidimensionales, como el comunismo, el capitalismo es un híbrido. Complejo y polifacético, aprovecha elementos de muchos otros sistemas y resulta extremadamente difícil reducirlo a una definición precisa. Además, tratándose del sistema económico vigente en la mayoría de países del mundo, con frecuencia parece innecesario intentar definirlo.

Monopolios y otros problemas

Los críticos del capitalismo han advertido de que éste a menudo tiende a fomentar el surgimiento de monopolios (cuando una compañía asume el control exclusivo de una industria) y oligarquías (cuando las economías están dirigidas por grupos pequeños de personas poderosas). Esto es contrario a una situación de competencia perfecta, en la que los consumidores siempre tienen una abundancia de productos alternativos entre los cuales elegir y las compañías tienen que competir entre sí para ganar una clientela.

Los monopolios son uno de los mayores obstáculos para que exista una economía plenamente saludable, y los gobiernos tienen que gastar mucho tiempo intentando asegurarse de que las compañías no formen cárteles ni se vuelvan tan grandes como para dominar una industria por completo. El problema es que los monopolios están en condiciones de cobrar a sus clientes más de lo que podrían si hubiera competencia. Esto les disuade de tomar decisiones difíciles para reducir costes y volverse más eficaces, lo que a su vez socava la ley de la destrucción creativa (véase el capítulo 36).

Dado que es la gente en lugar de los gobiernos la que domina la economía, el capitalismo por lo general va de la mano con el libre mercado. Sin embargo, más allá de esto, una economía capitalista puede adoptar muchas apariencias diferentes.

En la práctica, lo que en la actualidad solemos llamar economías capitalistas (como las de Estados Unidos, Gran Bretaña y el resto de Europa y muchos de los países en vías de desarrollo) son en realidad «economías mixtas» que combinan el libre mercado con la intervención gubernamental. Las economías completamente libres, las llamadas economías del laissez faire (del francés, «dejad hacer»), nunca han existido. De hecho, la mayoría de las naciones más importantes son en realidad mercados ligeramente menos libres de lo que eran hace unos pocos siglos, como muestra la historia de las ideas.

La evolución del capitalismo El capitalismo, en su forma más temprana, evolucionó a partir del sistema feudal de la Europa medieval, en el que los campesinos trabajaban para beneficio de la nobleza terrateniente. A finales del siglo XVI, este sistema dio paso al mercantilismo, un precursor reconocible, aunque burdo, del capitalismo, alimentado por el comercio entre las distintas naciones y el descubrimiento por parte de los europeos de los lucrativos recursos de las Américas. Los empresarios que manejaban estas rutas comerciales se volvieron extremadamente ricos, y por primera vez en la historia personas normales y corrientes empezaron a ganar dinero por derecho propio, en lugar de depender del patrocinio de un monarca o un aristócrata ricos.

«El vicio inherente del capitalismo es el reparto desigual de las bendiciones; la virtud inherente del socialismo es el reparto equitativo de las miserias.»

Winston Churchill

Ésta fue una revelación crucial, y aunque Adam Smith realizó abundantes críticas a los puntos más delicados del mercantilismo, su fuerza motriz, a saber, que los individuos pueden beneficiarse al comerciar los unos con los otros, fue uno de los preceptos clave del capitalismo que abrazó en La riqueza de las naciones. Entonces el Estado mimaba más a los comerciantes que en la actualidad, les permitía operar en monopolios y les ayudaba imponiendo aranceles a las importaciones. Sin embargo, las estructuras legales que evolucionaron a lo largo de un período de doscientos años (la propiedad privada, las sociedades comanditarias por acciones) y los preceptos económicos del lucro y la competencia se convirtieron en los cimientos del capitalismo de la era moderna.

En el siglo XIX, los industriales y los propietarios de las fábricas reemplazaron a los comerciantes en lo que, para muchos, fue una edad de oro del libre mercado. En comparación con la situación actual, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido el comercio y los mercados tenían pocas limitaciones, y la intervención de los gobiernos era menor. Sin embargo, la tendencia de ciertas industrias a generar monopolios y el trauma social y económico que supuso la Gran Depresión en la década de 1930 (a la que siguió la segunda guerra mundial) incitaron a los gobiernos a intervenir más en sus economías, nacionalizar ciertos sectores y crear un estado del bienestar para sus ciudadanos. Justo antes de la quiebra de Wall Street en 1929, el gasto del gobierno estadounidense equivalía a menos de una décima parte del producto del país. Cuarenta años después era cerca de un tercio. Hoy ronda el 36 por 100, y todo indica que esa proporción seguirá aumentando con rapidez. Para entender con precisión por qué se produjo un salto semejante, no hay que ir muy lejos, basta pasar al siguiente capítulo de este libro, que se ocupa del keynesianismo. La historia del capitalismo a lo largo del último siglo ha girado básicamente alrededor de la cuestión de qué tanto deben los gobiernos gastar e intervenir en las economías.

Capitalismo y democracia El sistema capitalista tiene importantes implicaciones para la política y la libertad. El capitalismo es inherentemente democrático. Al dejar actuar a la mano invisible, al animar a los empresarios a trabajar con ahínco y superarse a sí mismos, al priorizar el interés propio de los individuos sobre las decisiones del Estado acerca de lo que es mejor para la población y al permitir a los accionistas controlar las compañías, el capitalismo consagra la democracia individual y el derecho al voto en una sociedad de una forma que, sencillamente, no está al alcance de otros sistemas verticales. No es coincidencia que las sociedades no capitalistas tiendan a ser de manera casi exclusiva dictaduras no elegidas. En el caso de la China moderna, muchos predicen que la adopción de los valores del libre mercado en el país finalmente se traducirá en un movimiento hacia la democracia.

«La historia sugiere que el capitalismo es una condición necesaria de la libertad política.»

Milton Friedman

Al igual que existe una tensión constante en las sociedades democráticas entre la intervención del Estado y los derechos individuales, existe un importante debate incesante acerca de en qué medida el capitalismo trata a ciertos ciudadanos de forma injusta al tiempo que permite a otros prosperar de forma desmesurada. Sin embargo, es difícil encontrar un economista que esté en desacuerdo con la afirmación de que, bajo los sistemas capitalistas, las economías se han hecho más ricas y saludables, se han desarrollado más rápido, creado tecnologías más sofisticadas y, por lo general, llevado existencias políticas más serenas que bajo los sistemas alternativos. Cuando el Muro de Berlín y la Unión Soviética cayeron, resultó claro para todo el mundo que el capitalismo había dejado a las economías occidentales en una posición muchísimo mejor que las de aquellos países hasta entonces dominados por el comunismo. Por consiguiente, los economistas han concluido, uno detrás de otro, que a pesar de sus muchos defectos el capitalismo sigue siendo el mejor medio que hemos descubierto para manejar una economía moderna y próspera.

La idea en síntesis: El capitalismo es la forma menos mala de manejar la economía