03 La trampa maltusiana
Es paradójico que una de las teorías económicas más populares, potentes y perdurables se haya revelado errónea generación tras generación. No obstante, hay pocas ideas más cautivadoras que la que sostiene que la raza humana está creciendo y explotando los recursos del planeta con tanta rapidez que se dirige a su autodestrucción inevitable. Contemplad la trampa maltusiana.
Es probable que sus clases de biología le hayan familiarizado con esas imágenes microscópicas del proceso de multiplicación celular. Se empieza con un par de células, cada una de las cuales se divide para formar otro par; las células se multiplican con rapidez, segundo a segundo, y se esparcen hacia el límite de la placa de Petri hasta que, finalmente, ya no queda espacio libre. ¿Qué ocurre entonces?
Pensemos ahora en los seres humanos. La humanidad también se reproduce exponencialmente. ¿Es posible que estemos multiplicándonos demasiado rápido para ser capaces de mantenernos? Hace dos siglos, el economista inglés Thomas Malthus estaba convencido de que así era. Según calculó, la humanidad crecía mucho más deprisa que sus recursos alimenticios. En términos más específicos, consideró que la población humana crecía geométricamente (esto es, por multiplicación: 2, 4, 8, 16, 32…) mientras que los alimentos disponibles lo hacían aritméticamente (esto es, por adición: 2, 4, 6, 8, 10…).
Como dijo el mismo Malthus en su obra de 1798 Ensayo sobre el principio de la población, el hombre necesita comida para sobrevivir y se multiplica con rapidez. Su conclusión era la siguiente:
Sostengo que el poder de la población es indefinidamente más grande que el poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre. La población, cuando no se la controla, crece en proporción geométrica. Las subsistencias sólo aumentan de forma aritmética. Un conocimiento mínimo de los números permite apreciar la inmensidad del primer poder en comparación con el segundo.
Desde su punto de vista, la raza humana se encaminaba a una crisis inevitable. A menos que redujera voluntariamente su tasa de natalidad (lo que le parecía inconcebible), la población se enfrentaría a uno de los tres frenos impuestos por la naturaleza para mantenerla dentro de unos límites sostenibles: el hambre, la enfermedad o la guerra. Los pueblos no tendrían qué comer, sucumbirían a una peste u otra, o lucharían entre sí por unos recursos cada vez más escasos.
Es comprensible que la trampa maltusiana se conozca a menudo como la catástrofe o el dilema maltusianos. Distintos expertos siguen en la actualidad usando este problema para defender la necesidad de controlar el tamaño de la población mundial, y muchos movimientos de defensa del medioambiente lo han adoptado para ilustrar la insostenibilidad de la raza humana.
«Malthus ha sido enterrado muchas veces, y con él la escasez maltusiana. Pero como Garrett Hardin señaló, alguien al que es necesario volver a enterrar con tanta frecuencia no puede estar completamente muerto.»
Herman E. Daly, economista estadounidense
Problemas de la teoría. Malthus, sin embargo, se equivocaba. Desde la aparición de su obra, la población mundial, que en su opinión se aproximaba ya a su máximo natural, ha pasado de novecientos ochenta millones a seis mil quinientos millones. Se calcula que para 2050 superará con creces los nueve mil millones. No obstante, la mayoría de las personas del planeta están mejor alimentadas, son más saludables y tienen vidas más largas que nunca antes en la historia. Malthus se equivocó en dos cuestiones:
THOMAS ROBERT MALTHUS (1766-1834)
A pesar de sus ideas, que fueron las que llevaron a Thomas Carlyle a etiquetar la economía de «ciencia lúgubre», Thomas Malthus era en realidad una persona bastante popular, divertida y sociable, que gozaba de muy buena consideración. Nacido en el seno de una familia adinerada con inclinaciones intelectuales (de hecho, su padre se había relacionado con los filósofos David Hume y Jean-Jacques Rousseau), pasó la mayor parte de su vida dedicado al estudio o la enseñanza, salvo un período como coadjutor anglicano. La economía era considerada entonces un asunto tan proteico que la mayoría de las universidades no la reconocían como disciplina, de modo que Malthus empezó estudiando y enseñando matemáticas en el Jesus College de Cambridge. Sin embargo, a comienzos del siglo XIX se convirtió en el primer profesor de economía de la historia al encargarse de la materia en el Colegio de la Compañía de las Indias Orientales (el actual Haileybury), un testimonio de la popularidad creciente de la disciplina. Su nombramiento como miembro de la Royal Society en 1818 en reconocimiento a su trabajo pionero en economía sería una señal todavía más clara de la importancia del campo.
En su polémico libro A Farewell to Alms (Adiós a la limosna), el historiador económico Gregory Clark sostiene que hasta 1790 los seres humanos estaban realmente atascados en una trampa maltusiana, pero que Inglaterra logró escapar de ésta debido a una combinación de factores que se dieron después, entre ellos, la muerte de los más pobres a causa de las enfermedades, la necesidad de reemplazarlos con hijos de las clases medias y altas («movilidad social descendente») y la propensión de estas clases a trabajar con más ahínco. Clark afirma que muchas partes del mundo que no han padecido una experiencia de este tipo siguen estancadas en la trampa.
Ahora bien, lo que ciertamente no estaba equivocado era la teoría que había detrás del maltusianismo: la ley de los rendimientos decrecientes. Esta teoría tiene lecciones importantes para las empresas. Pensemos, por ejemplo, en una granja o una fábrica pequeñas. El gerente decide sumar cada semana un trabajador adicional a la plantilla de personal. En un comienzo, cada nuevo empleado contratado se traduce en un aumento importante de la producción. Sin embargo, algunas semanas más tarde, llegará un momento en el que el aporte de cada nuevo trabajador será menor que el del anterior. Cuando el número de campo o máquinas en las que se puede trabajar es finito, la diferencia que puede suponer un par de brazos adicionales es limitada.
El apocalipsis, ¿dónde? La forma en que la mayor parte de lo que hoy llamamos el mundo occidental (Europa, Estados Unidos, Japón y un puñado de economías avanzadas más) salió de la trampa maltusiana fue aumentando la productividad agrícola, al tiempo que la población tenía menos hijos a medida que se hacía más rica. Esto, junto con la invención de nuevas tecnologías, ayudó a lanzar la Revolución Industrial, y finalmente catapultó los niveles de riqueza y de salud todavía más arriba. Por desgracia, otras partes del mundo siguen atascadas en la trampa.
En muchos países del África subsahariana, la tierra produce tan poca comida que una gran mayoría de la población tiene que dedicarse a la agricultura de subsistencia. Cuando el uso de nuevas tecnologías de cultivo aumenta la producción agrícola, la población de estos países se dispara, pero las hambrunas que a menudo siguen a las malas cosechas impiden que el crecimiento se mantenga y la población se enriquezca en los años siguientes.
El apocalipsis, ¿cuándo? Los neomaltusianos sostienen que aunque el ingenio humano ha conseguido retrasar la catástrofe un par de siglos, estamos nuevamente al borde de otra crisis. En este sentido, afirman que si bien los argumentos de Malthus giraban alrededor de la comida, hoy podemos hablar del petróleo y las fuentes de energía como los principales «medios de sustento del hombre». Estando cerca de alcanzar el «cénit del petróleo», o habiéndolo superado ya, la población mundial pronto llegará a niveles insostenibles. Queda por ver si resultan de nuevo válidos los avances tecnológicos y los controles de población que antes impidieron que las tesis de Malthus se hicieran realidad.
La idea en síntesis: cuidado con el aumento de población descontrolado