—Entonces, ¿Tirol del Sur es bonito?
—Es precioso, realmente espectacular. Las Dolomitas son sencillamente impresionantes. Le Corbusier dijo que parecía que alguien las hubiera diseñado, y tiene razón.
—¿Le Creuset? ¿El fabricante de cacerolas? ¿A quién le importa lo que piense él de las Dolomitas?
Sospecho que Jess está bromeando.
—Le Creuset no, Le Corbusier. El arquitecto suizo.
—Ah.
—Son alucinantes, Jess. Tienen unos prados increíblemente verdes con flores silvestres y lagos de aguas tibias a mil doscientos metros de altitud, y unos picos inmensos de un gris rosado que semejan catedrales, un desfile de catedrales góticas.
—¿De veras?
—De veras.
—Bah, montañas. ¿Quién las necesita? Están sobrevaloradas.
Sonrío. Jess ríe en la pantalla de mi portátil. Estamos hablando por Skype. Ella está en su cuarto de Nápoles con el irónico calendario de Mussolini detrás. Yo estoy en una habitación espaciosa situada en la segunda planta de un palazzo alquilado frente al Gran Canal. Y estoy en Venecia. Hemos llegado esta mañana en coche desde la casa tirolesa de la familia de Marc. Dejamos el coche en Mestre y tomamos el barco que cruza la laguna.
¡Venecia!
—¿Entonces te alojaste en su famoso Schloss y comiste Kartoffelsalat?
—Ja. Es schmeckt gut.
—¿Y ya estás completamente recuperada de tus… hum… heridas?
—Completamente, gracias por preguntar.
—Me preocupa tu trasero, X, eso es todo. ¿Debo suponer que está recibiendo muchos castigos?
A Jess le fastidia un poco que no le cuente más cosas sobre los Misterios. Quiere detalles, cuanto más morbosos mejor. Pero, como es lógico, no puedo decirle mucho.
—Créeme, estoy bien. Todos estamos bien.
Pone los ojos en blanco y ríe.
—¿Y cómo es el Schloss?
—Grande… e imponente. Y he conocido a su madre y su hermana.
—¿En serio? ¿A lady Perfecta? ¿Y?
Me mira con cara de expectación.
—Me las imaginaba diferentes, la verdad. La hermana es encantadora, muy inglesa y algo reservada, y divertida. La madre es más teutónica.
—¿Sí?
—Rubia y nórdica como una reina normanda. Leonor de Aquitania. ¿Aquitania está en Normandía?
—Lo más seguro. Pero pensaba que la mamma era de Nápoles. Una napolitana de sangre azul.
—Y lo es, por eso digo que me la imaginaba diferente. Y tiene un aire algo triste. —Miro por encima de mi hombro. Puedo oír el murmullo de un vaporetto veneciano subiendo por el canal. Y a turistas que se dirigen al Rialto. O a la piazza San Marco.
Estoy deseando salir, verlo todo, porque nunca he estado en Venecia. Hemos llegado justo a tiempo para el Cuarto Misterio, que tendrá lugar esta noche.
¡Venecia!
Me vuelvo hacia el portátil y tropiezo con la cara sonriente, bonita, divertida, respingona y británica de Jess. Mi amiga. La echo de menos. Hace tres semanas que salí de Nápoles. Tres semanas desde que Marc me llevó a Calabria y de ahí al Tirol.
Todavía me estremezco al recordar las emociones vividas esos días. Marc Roscarrick me ha llegado al fondo del alma. Ya no puedo prescindir de él.
Vuelvo al presente y miro a Jess, que está leyendo un SMS en su teléfono. Y sonriendo.
—¿Qué tal en Santa Lucia?
Levanta la vista y se encoge de hombros.
—Muy bien.
—¿Las clases?
Tuerce el gesto, pero con buen humor. Con una media sonrisa. Hum. Presiento que ocultan un secreto. Jess tiene algo que contarme. Pero también preguntas que hacerme.
—X… hace tiempo que quiero preguntarte algo. ¿Qué tal… aquello?
—¿Aquello?
Baja la voz una octava y varios decibelios.
—Sí, aquello, aquello, lo que sucedió en Plati. ¿Lo has superado? —Se acerca a la cámara afilando la mirada—. ¿Lo llevas bien?
Le he contado la historia en un correo electrónico que le envié hace dos semanas. En él se lo explicaba todo: que Marc mató a un hombre a sangre fría y los motivos. Quizá no debí hacerlo, pero Jess es mi mejor amiga y necesitaba compartirlo con alguien: era demasiado fuerte para retenerlo dentro. Tenía que diluir la información y distribuir la carga.
Su reacción por email fue de sorpresa y conmoción, sin el más mínimo asomo de ese sarcasmo o humor cínico que la caracterizan. Lo que solo hizo que subrayar la gravedad de los hechos que le estaba relatando.
Así y todo, también expresó su preocupación por mí, como estaba haciendo ahora.
—Creo que estoy bien —digo intentando tranquilizarla—, porque si piensas en el contexto, lo que hizo fue… —¿Cuál es la palabra? ¿Aceptable? No. ¿Comprensible? No exactamente. Justificable. Sí. Fue justificable. Justicia bruta y personal impuesta en una tierra sin ley.
Tal como lo veo ahora, Marc no tenía elección. De lo contario, el Carnicero, el asesino psicópata, habría seguido matando, literalmente descuartizando, a hombres y mujeres. Sea como sea, este es como lo he razonado, como sobrellevo la información.
Vuelvo a explicárselo. Jess asiente con gravedad.
—Podrías sostener que lo que hizo fue un acto heroico —reflexiona—. Como también podrías sostener que sigue siendo un asesino.
—Jess.
—Oye, no me malinterpretes, no lo estoy criticando.
—Ya.
—En realidad estoy de acuerdo contigo, X, porque el sur, el Mezzogiorno, es otro mundo. No estamos en las urbanizaciones apacibles de New Hampshire. Aquí tienen sus propias leyes. —Frunce el entrecejo—. De hecho, el otro día mismo estaba pensando en ello, y me dije: ¿quién eres tú para juzgar a Marc? Podría haberme casado con un piloto de la Fuerza Aérea británica que se dedica a lanzar bombas a niños en Oriente Próximo en alguna guerra absurda. ¿Sería eso diferente? ¿Sería mejor? Sin embargo, nadie pensaría mal de mí, ¿no es cierto? Nadie me preguntaría, ¿cómo puedes estar con él sabiendo lo que hizo?
Asiento y guardo silencio. Es un planteamiento interesante. Probablemente un buen planteamiento, un planteamiento que me hace sentir mejor. Pero no un planteamiento que quiera analizar ahora, porque puedo oír a Marc abajo, hablando con la criada que viene con nuestro apartamento alquilado. Pronto tendremos que arreglarnos. Por lo visto, algunas siervas se personarán aquí a fin de prepararme para el Cuarto Misterio. Imagino que el atuendo será, por tanto, bastante elaborado.
Pero antes de irme quiero conocer el secreto de Jess. Sé que hay algo.
—Jessica, tengo que dejarte.
Asiente y consulta la hora en su móvil.
—Sí, ya son las seis. Será mejor que me ponga las pilas. Esta noche voy a Vomero…
—¿Vomero?
—Ajá.
Ahí está otra vez. Esa sonrisa enigmática. Y creo que ya sé por qué. Hay un hombre. He visto esa sonrisa otras veces y por lo general significa que hay un cuerpo nuevo en la cama de Jessica.
—¿Con quién vas a Vomero?
Se encoge de hombros.
—Con un amigo.
—¿Un ligue nuevo?
Niega con la cabeza. Luego ríe. Finalmente asiente.
—Sí, un ligue nuevo.
—¡Oh! —aúllo—. ¿A qué esperas? ¡Ya estás contándomelo todo!
—Es que… es un poco… —Desvía la mirada de la cámara—. Es un poco peliagudo. No…
Qué extraño. No es propio de Jessica Rushton mostrarse cohibida o reservada con su vida amorosa. Por lo general me cuenta hasta el último detalle. Hasta el último milímetro de cada detalle. Con deleite. Y luego exige lo mismo de mí. Le encanta cotillear sobre hombres y sexo. Yo no soy muy distinta. Esta fascinación que compartimos por las complejidades del amor es una de las razones de que congeniemos tanto.
Entonces, ¿a qué tanto remilgo?
—¿Jessica?
Mira directamente a la cámara, suspira y dice:
—Estoy saliendo con Giuseppe.
¿Qué?
—¿Estás saliendo con Giuseppe? ¿El Giuseppe de Marc?
—Sí.
Aplaudo. Estoy realmente contenta. Sabía que Giuseppe le gustaba. Tiobuenosaurus Rex. Además, es un tío simpático y encantador. ¡Qué bien!
—¡Es fantástico! —digo.
Me mira unos instantes y luego sonríe.
—¿Estás segura? ¿Estás del todo segura? ¿Estás segura de que no te importa? ¿No piensas que estoy invadiendo tu terreno?
—Jessica Rushton, no seas burra. Desde luego que no. Solo significa que nos veremos más.
Asiente.
—¡Y que lo digas! Giuseppe tiene que volar a Venecia mañana. Órdenes de Marc. Y quiere que le acompañe, pero antes de aceptar quería hablarlo contigo.
—¡Acepta! ¡Vuela con él! Tienes que venir a Venecia. Beberemos bellinis en Harry’s Bar. ¡Esto es genial!
—De acuerdo. —Esboza una gran sonrisa—. Y no te preocupes, no voy a hacer los extraños Misterios, claro que tampoco he sido invitada. Te veré mañana en Venecia.
—Muy bien. ¡Adiós!
Me despido con la mano. Jess se despide a su vez y añade:
—No te caigas a ningún canal.
Y la pantalla se cierra. Me reclino en la silla. Estoy feliz. Estoy realmente feliz. El mundo vuelve a ser perfecto.
O casi perfecto. Solo me queda esta duda insistente, esta diminuta serpiente en este paraíso por lo demás prístino: la duda sobre la esposa de Marc. No puedo olvidar lo que Enzo Paselli dijo en aquel restaurante de Plati. Sus palabras sobre la muerte repentina de lady Roscarrick, lo que significó que su dinero fue a parar a Marc…
Una desgracia.
Pero no quiero pensar en ello. Quiero ser feliz. Así que soy feliz. Y esta noche seré Alexandra IV.