Marc me estrecha contra su pecho mientras sollozo convulsivamente. Me levanta el rostro y me besa dos veces, en la frente y en la boca. Mi boca salada por las lágrimas. Habla.
—Cuando regresé a Rhoguda, al castillo…
—Marc…
—La chica, Françoise, me dijo que habías ido a Plati por esa terrible carretera secundaria. Sola.
—Tenía que hacerlo…
—Y pensé lo peor. —Me besa—. Pensé que a lo mejor te habías salido de la carretera y te habías matado. Luego… —Vuelve a besarme, dos veces, con urgencia, con desesperación—. Luego pensé… si consigue llegar a Plati, ¿qué hará? ¿Qué dirá? Podrían haberte… Podría haberte ocurrido cualquier cosa… cualquier cosa. Envié a alguien a buscarte a la carretera secundaria y Giuseppe y yo tomamos esta para llegar a Plati lo antes posible.
Me levanta el mentón y pregunta:
—¿Qué ha ocurrido?
Los sollozos están amainando. Me limpio la cara con el dorso de la mano, desparramando el agua y la sal. Giuseppe se acerca con un pañuelo de papel y me lo tiende.
—Grazie —murmuro.
Me seco las lágrimas como es debido. Giuseppe me abre la portezuela del coche. Respirando profundamente, haciendo un gran esfuerzo por calmarme, me instalo en el asiento del copiloto. Marc se sienta frente al volante mientras Giuseppe se dirige al Land Rover. Huimos en dirección al sur, al mar Jónico.
—Marc, vi a Enzo Paselli. Me habló… del Carnicero, de lo que hiciste.
Conduce en silencio. Tiene el perfil tenso, pensativo. No se vuelve hacia mí cuando finalmente pregunta:
—¿Y?
Le acaricio el brazo.
—Llévame lejos de aquí, Marc. Adonde sea, pero lejos.
Se vuelve hacia mí. Su mano se posa en mi muslo, pero de una forma suave, calmante. Estoy conteniendo las lágrimas. Demasiadas emociones juntas.
El tráfico es fluido en las estrechas carreteras calabresas, las feas poblaciones pasan borrosas frente a mis ojos. Finalmente salgo de mi extraño aturdimiento.
—¿Adónde vamos?
—Al aeropuerto. Volaremos a Tirol del Sur.
—¿A Tirol?
—Giuseppe regresará a Nápoles. Nosotros podemos tomar un vuelo directo a Verona y regresar a Nápoles en coche. Me gustaría alejarme del sur unos días.
—Vale… Vale. Tirol. Tienes una casa allí, un Schloss.
Lo recuerdo: Tirol del Sur. Cómo iba a olvidar ese vino embriagador. El moscato rosa.
—Es un lugar tranquilo y muy bonito —dice mientras contempla por la ventanilla un edificio con media fachada derruida—. Además de seguro y remoto. Y luego —se vuelve hacia mí— iremos a Venecia.