21

—Tenemos unas cinco horas de viaje por las montañas —dice Marc. Se inclina para acariciarme la rodilla, pero no de una manera sexual, sino tranquilizadora—. Aunque no lo dirías por el mapa.

—No entiendo.

Estamos saliendo del aeropuerto de Reggio Calabria en un maltrecho todoterreno de cinco años de antigüedad. Un viejo Land Rover de alquiler. Marc se ha popularizado.

—Necesitamos este coche —explica con una mueca de dolor cuando la marcha le chirría— porque las carreteras son terribles allí arriba. Se puede tardar una hora en recorrer unos pocos kilómetros.

Mientras espera un hueco en el tráfico de la rotonda, señala con la cabeza una montañas a lo lejos, no especialmente altas o imponentes, pero con un aspecto decididamente lúgubre e inquietante. Sombrías, frondosas, desalentadoras. Es el Aspromonte, las Montañas Abruptas.

Como un comentario aparte y señalando el destartalado salpicadero, añade:

—Además, Calabria es un buen lugar para pasar desapercibido. Digamos que no es Ferrarilandia.

Finalmente se suma al desfile de Fiats y camiones agrícolas y emprendemos nuestro largo viaje hacia el norte y el este, hacia el corazón del Aspromonte. El avance es lento, el tráfico denso y las carreteras estrechas. Bajo la ventanilla y observo el paisaje con cierta estupefacción. Está claro que es la primera vez que visito Calabria.

Nos encontramos en la mismísima puntera de Italia, donde la gran bota clava un puntapié a Sicilia en dirección a España, de regreso a su pasado español y borbónico. Y Calabria es muy diferente de cómo la imaginaba.

Pero ¿cómo la imaginaba? Supongo que esperaba cierto parecido con Nápoles. Algo viejo y caótico pero encantador e italiano y antiguo, con palmeras y deliciosos gelati y puede que algún que otro barrio periférico espantoso y algún que otro yonqui receloso para recordarte la criminalidad que esconden sus pueblos.

Pero aquí la criminalidad no se esconde, la criminalidad brilla. Se muestra abiertamente. La región al completo irradia un aire de maldad desesperada e impotente. En lugar de algún que otro barrio periférico horrible, se suceden las ciudades donde reina el abandono y la decadencia. Aquí son los bellos edificios históricos los que constituyen la excepción. Puede que no haya tanto grafiti como en Nápoles, pero eso es porque la mitad de las casas han sido derribadas. O construidas solo a medias. O simplemente abandonadas a su suerte.

Es de una fealdad insólita. Es la primera vez que veo una Italia realmente fea.

Cuando el tráfico nos obliga a reducir la velocidad, Marc señala a nuestra izquierda un bloque de pisos especialmente desvencijado.

—Es horrible, ¿verdad? Cuesta creer que estemos en Europa. Tienes más la sensación de estar en Túnez, o en Egipto, o en algún lugar peor…

Es cierto. Contemplo, espeluznada, el edificio: la planta baja está revestida de azulejos toscos y agrietados; las plantas superiores no están enyesadas; la azotea acoge siete lavadoras herrumbrosas. Inexplicable.

El siguiente edificio solo contiene escombros: pilares de cemento y ladrillos rotos. Le sigue un solar convertido en vertedero. Luego un colmado mustio y otra parcela desolada. Nos detenemos en un semáforo.

—¿Por qué están los pueblos en ese estado? ¿Es por la ‘Ndrangheta?

—Por supuesto, pero también por los terremotos. Cada diez años aproximadamente esta región sufre terribles terremotos que destruyen pueblos enteros… Es la región más pobre de Italia. Probablemente sea la región más pobre de Europa occidental.

Marc tiene un brazo fuera de la ventanilla, en ese calor límpido, y el otro sobre el volante, el cual maneja desde arriba con la base de la muñeca. Viste vaqueros oscuros y una camisa azul fuerte con los puños dobles desabrochados, por lo que puedo ver sus musculosos y bronceados antebrazos.

Es una pose elegante y masculina, incluso clásica. Puedo imaginármelo en un cuadro del Renacimiento: Lord Roscarrick en su Land Rover alquilado, atribuido a la escuela de Rafael, 1615. Marc habría estado fantástico en un retrato del siglo XVII. Pero también estaba fantástico ahora. Le lanzo una mirada feliz. Satisfecha. Nostálgica.

Anoche mantuvimos un sexo espectacular. Ha desarrollado un juego que consiste en practicarme un sexo oral entregado y generoso durante veinte minutos o más, aumentando lentamente mi excitación, y justo cuando ya estoy acercándome al clímax, a la cumbre, al acantilado, a la precipitación súbita en un gozo glorioso, frota su sexy barba de dos días en el punto donde un momento antes me estaba lamiendo. El contraste inesperado entre la suavidad lasciva de su lengua y el cosquilleo picante de su barba me hace estallar en un orgasmo violento. Anoche tuve literalmente que agarrar la almohada y taparme la cara mientras gritaba de pura dicha y placer.

Y aun así Jessica me oyó. Esta mañana temprano, cuando nos levantamos para tomar nuestro vuelo a Reggio, dijo:

—Por Dios, X, ¿por qué has elegido un lobo como mascota? Seguro que más de un vecino se quejará.

Observo de nuevo a Marc mientras pienso en el delicioso desconcierto que provoca en mí. Porque no siempre es un amante generoso y atento. A veces me coge y me folla sin miramientos. Como cuando salimos de la capilla de Sansevero. Subimos al coche, fuimos a su palazzo y aparcamos en la entrada de atrás, que estaba a oscuras. Al bajar del coche me agarró bruscamente, me dio la vuelta y me arrojó contra el capó del coche. Me subió el vestido y me bajó las bragas —rompiendo la goma— y me folló por detrás sobre su precioso Mercedes deportivo. El polvo duró tres minutos. Tres minutos repentinos e inesperados.

Fue impactante, intimidante y sumamente sexy. Quizá no debería encontrarlo excitante, pero lo encontré, y lo encuentro, excitante. Cuando hubo terminado se subió la cremallera y, silbando una melodía napolitana, entró conmigo en Il Palazzo Roscarrick como si nada hubiera pasado, como si hubiéramos salido a tomar un prosecco. Me permitió ir a su dormitorio para coger del cajón unas bragas nuevas y aproveché el momento para meterme en ese fabuloso cuarto de baño y masturbarme mientras revivía el breve y violento polvo sobre el coche. Me corrí en cuestión de segundos.

¿Cuántos orgasmos soy capaz de tener? ¿Se pueden tener demasiados orgasmos?

Marc puede ser cruel, puede ser dulce, y me gusta no saber a qué atenerme con él.

Pero no me gusta no saber nada del Tercer Misterio. ¿Por qué se celebra en Calabria? ¿Por qué aquí, en esta región sumida en la ignorancia?

Salgo de mi ensimismamiento y miro por la ventanilla. Ahora puedo divisar el mar, el Mediterráneo. Hasta este ofrece un aspecto decadente y lóbrego pese al fuerte sol que brilla esta agradable mañana de principios de julio. Hace diez semanas que conocí a Marc. Diez semanas que lo han cambiado todo.

—Marc… —Me vuelvo hacia él—. Cuéntame lo que sabes de la ‘Ndrangheta. Para mi tesis. Ya que tenemos por delante un trayecto interminable, por lo menos podría aprender algo.

Tuerce ligeramente el gesto.

—Sé lo mismo que el resto de la gente, cara mia. La ‘Ndrangheta es la más cruel de las bandas del crimen organizado y actualmente la más rica y poderosa. Se calcula que controla el tres por ciento del PIB de Italia, mucho más que lo que el país invierte en defensa.

—Caray.

—Lo sé. Y tiene controlada toda Calabria. —Señala otro pueblo tullido y un restaurante plantado inexplicablemente en medio de un campo de hierbajos—. Hay quien asegura que si Calabria fuera independiente, que en ciertos aspectos ya lo es, sería declarada estado fallido por la ONU. Como Somalia.

—¿Cómo consigue la ‘Ndrangheta eso? ¿Cómo puede la Mafia controlar una provincia entera?

—Existen varios clanes antiguos e impenetrables. Son extremadamente hostiles con la gente de fuera y extremadamente leales entre sí, y la pertenencia a la ‘Ndrang es hereditaria. Por tanto, no es posible perjudicarla como han hecho últimamente con la Mafia y la Camorra los pentiti, gángsteres arrepentidos que solicitan clemencia.

—Las casas… los pueblos…

—La ‘Ndrang abre hoteles y comercios para blanquear dinero. Los precios que cobran son tan bajos que llevan a todos los demás negocios a la ruina. De ese modo consiguen que la economía local se hunda y que los únicos negocios que queden sean negocios de la ‘Ndrang. Por consiguiente, todos los habitantes de Calabria dependen de ellos, se endeudan con ellos, son contratados por ellos y esclavizados por ellos. Es casi un sistema feudal. También aceptan dinero de la Unión Europa para construir fábricas y carreteras, pero lo que hacen es comenzar las obras para asegurarse de recibir las subvenciones y luego pararlas. Las carreteras están a medio construir, las fábricas están a medio construir, de ahí esa absoluta sensación de anarquía y abandono. —Gira bruscamente hacia la izquierda; ahora nos estamos alejando del mar y adentrándonos en las montañas—. En Calabria también hay un impuesto sobre la vivienda, pero solo es aplicable a las casas terminadas. Por eso todas las casas están a medio hacer y sin pintar, para evitar ese impuesto.

Decido que debería tomar apuntes. Esta información es fascinante. Saco el bolígrafo y la libreta.

Marc ríe.

—Admiro tu diligencia, Alexandra Beckmann.

—Los hay que tenemos que trabajar, lord Roscarrick. No podemos estar delante de un portátil, pulsando unas cuantas teclas y ganando sesenta mil pavos por minuto.

—Antes no era tan fácil —dice, y el tono de su voz se ensombrece.

De hecho, todo se ensombrece: las nubes están congregándose y el terreno está empeorando. La carretera, una franja de asfalto estrecha pero transitable, se ha convertido ahora en un camino prácticamente de tierra. El Land Rover traquetea sobre surcos. Pasamos junto a grandes chalets de cemento sin pintar con enormes coches estacionados fuera y perros ladrando.

—He aquí algo que podría interesarte. —Marc tose para expulsar el polvo de su garganta—. Cada septiembre, no lejos de aquí, los capos de las bandas de la ‘Ndrangheta, los jefes de los clanes, se reúnen en un santuario monástico perdido en las profundidades de estas montañas. El Santuario de Nuestra Señora de Polsi.

Estoy anotándolo como mejor puedo. Los bandazos del coche no me lo ponen fácil.

—Continúa.

—Lo interesante de esa reunión es que hace cientos de años que se celebra. Y hasta hace unas décadas era un encuentro —hace una pausa para buscar las palabras justas— bastante extraño y carnal. Los jefes de las familias criminales eran conocidos como los «garrotes». Los garrotes encabezaban la procesión desde el pueblo más cercano hasta el remoto Santuario de Polsi, seguidos de una vasta multitud. La procesión duraba por lo menos dos días y tenían que caminar treinta kilómetros. Los gángsteres eran seguidos por mujeres jóvenes y ancianas que lloraban y aullaban, a veces con una corona de espinas en la cabeza y sangre resbalando por el rostro. Muchas hacían el camino descalzas. Pero también bebían vino áspero y se daban un festín de cabrito asado, y cantaban a voz en cuello viejos cánticos y bailaban frenéticas tarantelas al ritmo de gaitas y panderetas. Se pasaban la noche bebiendo, comiendo y fornicando entre el laurel y el orégano. Borrachos y enloquecidos.

—¿Significa eso que era una reunión… dionisíaca? —pregunto.

—Quizá. El dios griego Dionisos tendría sentido en este contexto. Calabria era, en la antigüedad, la Magna Grecia. Fue aquí donde los griegos crearon su principal colonia. Platón vivía por aquí, y también Pitágoras. —Marc me mira y esboza una sonrisa distante, atractiva, astuta. Como si supiera algo que yo no sé. Claro que él siempre sabe algo que yo no sé—. ¿Es suficiente para tu tesis por el momento?

Estoy escribiendo como una loca.

—Sí, Marc. Es fascinante. Alucinante.

—Me alegro, porque ahora necesitamos pensar. No estoy seguro de dónde estamos… El lugar está por aquí, en la carretera secundaria de Plati.

Está reduciendo la velocidad y escudriñando un letrero. Yo también lo miro. Y me encojo de hombros. No entiendo por qué se molesta. Tiene tantos balazos que es imposible leer nada.

¿Balazos?

Marc mira el letrero y, a continuación, el mapa de su iPad. Suspira y menea la cabeza.

Algo preocupada, digo:

—Seguro que conoces el camino. Tú has estado antes en los Misterios.

Sin mirarme, replica.

—Solo conozco Calabria porque he trabajado aquí, ¿recuerdas? Importando a Reggio y Crotone.

—¿Y…?

Su respuesta es enérgica.

—Ya te lo he dicho, los Misterios tienen lugar en toda Italia, y también en Inglaterra, Francia y España. Cada verano se celebran varios al mismo tiempo. La gente viene y va. Puedes conocer a alguien en el Segundo Misterio que comenzó su iniciación en Londres y volver a encontrártelo en el Cuarto Misterio sin saber dónde representó el Tercero. Todo eso contribuye a aumentar el misterio.

Lo miro boquiabierta. Es la primera vez que soy consciente de la magnitud de estos Misterios. ¿Quién organiza todo esto?

—¿Por qué has elegido acudir a este Tercer Misterio en la horrible Calabria?

—Porque sentía curiosidad. Y he de atender un asunto.

—¿Qué asunto?

—Nada importante. —Marc consulta su iPad—. Creo que nuestro destino se halla a veinte kilómetros del próximo pueblo. Podemos preguntar allí. No es una buena idea perderse en el Aspromonte.

Conducimos unos minutos más por el pedregoso camino y luego subimos por una empinada montaña llena de curvas muy cerradas. En lo alto de la montaña hay un pueblo adorable pese a ser calabrés. Una venerable iglesia de piedra corona una abigarrada cúpula de casas antiguas. Las calles son de adoquines y los ancianos están sentados en los bancos bajo un sol abrasador.

Italia, tal como debería ser.

Pero cuando bajamos del coche me invade una sensación muy extraña. Hay niños en la calle gritando a balones de fútbol, madres jóvenes vociferando en ventanas enmarcadas por buganvillas y fruteros inclinados sobre sus productos y discutiendo afablemente con alguna anciana.

Pero están hablando en griego, no en italiano.

Marc sonríe al ver mi estupefacción.

—Es el grico, el griego antiguo, de los tiempos de los pobladores helénicos. Esta lengua no ha muerto del todo en estos valles recónditos.

He aquí una americana empequeñecida por la antigüedad de Europa. Estoy escuchando la lengua de Platón y Pitágoras hablada por los mismísimos descendientes de Platón y Pitágoras.

Marc está gesticulando y hablando en italiano con algunos lugareños. De modo que son bilingües. Tiene sentido.

Dejando que Marc se las apañe solo, camino hasta un banco y tomo asiento. Y bostezo. Ha sido un viaje largo y duro. Estoy cansada y me duelen las piernas. El anciano sentado a mi lado se vuelve hacia mí y me sonríe. Y me habla en griego antiguo.

Asiento. Y sonrío también. A este hijo de Sócrates y sus incomprensibles palabras.

Ah, Italia. Ah, Europa.

—Todo arreglado —dice Marc regresando al coche. Abre la portezuela y sube mientras me hace señas para que haga otro tanto. Parece animado—. Tenía razón —dice poniendo en marcha el motor—. Solo quedan veinte kilómetros por la carretera secundaria de Plati. —Señala un valle oscuro inmerso en unas montañas tenebrosas. Cómo no, tenía que ser por ahí: la dirección más siniestra.

Me recuesto en mi asiento. E intento tranquilizarme.

Pero me cuesta. Serán solo veinte kilómetros, pero la última etapa del viaje dura otras dos horas durante las cuales pasamos frente a derrumbamientos, atravesamos tramos inundados y abordamos horribles subidas sin asfaltar. Finalmente, al girar por la siguiente curva vertiginosa, flanqueada de pinos y hayas, diviso un pueblo.

Cuando entramos en el «pueblo», el alma se me cae a los pies. Todas las casas, antiguas y modernas, están abandonadas. Todas son carcasas truculentas, con las ventanas agrietadas y las puertas cruelmente retorcidas o simplemente atravesadas de una patada.

—Dios mío —digo—. Es un pueblo fantasma.

Marc asiente.

—Rhoguda, finalmente abandonado en la década de 1950. Demasiados terremotos. Y demasiadas brujas.

—Pero…

—El Misterio tendrá lugar en el castillo de Bourbon, en lo alto de esa colina.

Me protejo los ojos del sol para ver mejor: un edificio inmenso y austero, con pinta de convento, situado sobre el pueblo, a medio kilómetro de distancia.

Me vuelvo hacia Marc. Al fin he comprendido.

—Es aquí donde van a flagelarme, ¿verdad? Es aquí donde seré azotada.

Sin decir una palabra, pone rumbo hacia el castillo.