«TAPAN MI ROSTRO CUANDO LLORAN LOS ANIMALES»»
Corría por el hospital, parándose a preguntar a las enfermeras, sudando y con la corbata floja, dando vueltas a derecha e izquierda, mirando los rótulos y sin dejar de pensar en quién tenía la culpa. No había recibido el recado a tiempo porque tenía un servicio de vigilancia; porque no había mantenido contacto por radio; porque en la comisaría no sabían lo importante que era.
Y ahora corría sin aliento y sin parar desde el aparcamiento a través de los pasillos de los dos pisos. A medianoche el edificio estaba tranquilo.
«¡Maternidad!», vociferó a un enfermero que empujaba una camilla y este le señaló unas puertas que cruzó sin detenerse basta un cubículo acristalado en donde había tres enfermeras y del que salió una a preguntarle qué quería.
«Soy John Rebus. Mi esposa…»
Ella le dirigió una mirada reprobatoria. «Tercera cama», dijo… Rodeaban la tercera cama unas cortinas que descorrió y vio a Rhona acostada, con la cara aún congestionada y el pelo pegado a la frente. A su lado, acurrucada contra su cuerpo, había una cosita con mechones de color castaño y ojos negros que miraban sin ver.
Le tocó la naricilla y le pasó un dedo por la curva de una oreja y su carita le devolvió una mueca. Se inclinó para besar a su esposa.
«Rhona… lo siento mucho. Hasta hace diez minutos no me dieron el recado. ¿Qué tal…? ¿Cómo…? Es precioso.»
«Preciosa. Es niña», dijo ella volviéndole la espalda.