«EN EL JARDÍN COLGANTE / NADIE DUERME»»
Vacaciones en la playa: aparcamiento de remolques, largos paseos y castillos de arena. Él estaba sentado en una tumbona tratando de leer. Soplaba un viento frío a pesar del sol y Rhona untaba a Sammy con crema bronceadura, diciendo que nunca estaba de más, sin dejar de advertirle que no la perdiera de vista mientras ella iba al remolque a por el libro que estaba leyendo. La niña se entretenía enterrando los pies de su padre.
Rebus intentaba leer, pero no dejaba de pensar en el trabajo. Iba todos los días a una cabina telefónica a llamar a la comisaría a pesar de que siempre le decían que se despreocupase, que lo pasara bien y se olvidase de todo. Llevaba leída media novela de espías, pero ya se había perdido en la trama.
Rhona se estaba comportando bien, a decir verdad. Ella habría preferido una playa en el extranjero, algo que, sol aparte, tuviese cierto atractivo y mejor clima. Pero quien subvenía a la economía familiar era él y allí estaban, en la costa de Fife, donde se habían conocido. ¿Abrigaba él cierta esperanza en revivir el recuerdo? Allí también habla veraneado él con sus padres y jugado con Mickey y con otros chicos que no volvería a ver.
Volvió a enfrascarse en la novela de espionaje, pero se le cruzó un caso real de investigación. Y en aquel momento una sombra cayó sobre él.
—¿Y la niña?
—¿Qué?
Miró a sus pies y sólo vio un montón de arena, pero ni rastro de Sammy. ¿Cuánto hacía que no estaba? Se levantó, miró hacia el mar y sólo vio unos cuantos bañistas poco decididos que se remojaban los pies en la orilla.
—¡Por Dios, John! ¿Dónde está?
Dio media vuelta y dirigió la vista hacia las dunas más alejadas.
—¿Las dunas…?
Se lo habían advertido a la pequeña. La arena en las dunas formaba huecos que parecían madrigueras, muy atractivas para los críos, sí, pero podían hundirse. Al principio de la temporada, un matrimonio presa del pánico había desenterrado a su hijo de diez años al borde de la asfixia…
Echaron a correr hacia ellas. Había dunas y hierbas, pero a la niña no se la veía por ninguna parte.
—¡Sammy!
—A ver si está en el agua…
—¡Tú tenías que haberla vigilado!
—Lo siento, es que…
—¡Sammy!
Por una de las madrigueras apareció una criatura a gatas. Rhona estiró el brazo para sacarla y apretarla en sus brazos.
—¡Cariño, te dijimos que no entraras ahí!
—Era un conejito.
Rebus miró la precaria bóveda de arena con un entramado de raíces y hierbas. Al darle un puñetazo se desmoronó. Rhona le miraba enfurecida.
Aquello fue el final de las vacaciones.