29

La sorpresa de Abernethy nada más entrar fue mayúscula. En el espacio destinado a la investigación del caso —el cuarto de Hogan— veía ahora tres personas enfrascadas en un ritmo de trabajo endiablado.

Hogan estaba al teléfono consultando con un bibliotecario una lista de libros y de artículos sobre la Ruta de Ratas, Rebus revisaba y ordenaba papeles, tomando notas y haciendo dos montones. Y allí estaba también Siobhan Clarke hablando por teléfono con una organización judía para que le enviasen una lista de criminales de guerra. Rebus saludó a Abernethy con una inclinación de cabeza sin dejar de trabajar.

—Pero ¿qué pasa aquí? —preguntó Abernethy quitándose la gabardina.

—Estamos echando una mano a Bobby porque tiene muchas pistas que aclarar… —dijo Rebus—. Y, además, hay interés por parte de la Brigada Criminal —añadió señalando a Siobhan con la cabeza.

—¿Desde cuándo?

—El caso puede ser más grave de lo que pensamos —comentó Rebus esgrimiendo un papel.

Abernethy miró a un lado y otro con deseo de hablar con Hogan, pero este no soltaba el teléfono. El único interlocutor posible era Rebus.

Tal como había planeado el propio Rebus.

A Siobhan le había explicado el plan en apenas cinco minutos, pero ella era una actriz consumada, sobre todo en mantener por teléfono una conversación ficticia. Además, a Hogan, el inexistente bibliotecario le hacía en aquel momento preguntas cruciales y Abernethy se quedó de piedra.

—¿En qué sentido?

—En realidad —dijo Rebus soltando una carpeta—, podrías ayudarnos.

—¿De qué manera?

—Siendo de la Brigada Especial tendrás acceso a los servicios secretos. —Hizo una pausa—. ¿No?

Abernethy se pasó la lengua por los labios y se encogió de hombros.

—Mira —prosiguió Rebus—, sospechamos que podrían existir varios móviles en el asesinato de Joseph Lintz, pero uno que prácticamente habíamos desechado (a sugerencia de Abernethy, según Hogan) tal vez sea la clave. Me refiero a la Ruta de Ratas. ¿Y si la muerte de Lintz estuviera directamente relacionada con eso?

—¿En qué sentido?

Rebus se encogió de hombros.

—Por eso necesitamos tu ayuda. Habría que examinar toda la información existente sobre la Ruta de Ratas.

—Eso nunca existió.

—Qué raro, hay muchos libros en que se afirma lo contrario.

—Erróneamente.

—Además, están los supervivientes… Bueno, estaban antes de los suicidios, accidentes de automóvil, caídas por la ventana, etcétera. Lintz no es más que uno en una larga lista de muertos en extrañas circunstancias.

Siobhan Clarke y Bobby Hogan ya habían acabado de hablar por teléfono y escuchaban.

—Trepas al árbol que no es —dijo Abernethy.

—Bueno, si estás perdido en medio del bosque, cualquier árbol te permite una visión más clara.

—Esa Ruta de Ratas no existe.

—¿Habla el experto?

—Yo he recogido…

—Sí, sí, todo cuanto hay investigado. ¿Y a qué conclusión has llegado? ¿Van a procesar a alguien?

—Es pronto para poder decir…

—Y pronto será demasiado tarde porque los pocos que quedan no van a rejuvenecer precisamente. Es lo mismo que sucede en toda Europa: con tanta demora en los procesos los acusados llegan a la edad de palmarla o de volverse lelos, con el resultado de que no se celebra juicio.

—Oye, eso no tiene nada que ver con…

—¿Por qué estás tú aquí, Abernethy? ¿Por qué viniste a hablar con Lintz?

—Mira, Rebus, no es…

—Si no puedes decírnoslo, habla con tu jefe. Que lo diga él. Si no, tal como va la investigación, es posible que más tarde o más temprano encontremos algo feo.

Abernethy retrocedió un paso.

—Me parece que lo entiendo —dijo, y en su rostro se dibujó una sonrisa—. Lo que queréis es darme puerta. Eso es —añadió mirando a Hogan.

—En absoluto —replicó Rebus—. Lo que he dicho es que vamos a redoblar esfuerzos y a fisgar en donde sea preciso: la Ruta de Ratas, el Vaticano, la metamorfosis de exnazis en espías de los Aliados durante la Guerra Fría…, todo puede servir de prueba. Tendremos que hablar con los demás sospechosos de tu lista para comprobar si conocieron a Joseph Lintz. Quién sabe si no coincidieron con él en la red secreta de evasión.

Abernethy meneó la cabeza de un lado a otro.

—No lo consentiré.

—¿Vas a entorpecer la investigación?

—No he dicho tal cosa.

—No, pero es lo que estás haciendo. —Rebus hizo una pausa—. Si crees que trepamos al árbol que no es y que nos vamos por las ramas, demuéstralo. Danos todos los datos que haya sobre el pasado de Lintz.

Abernethy le miró furioso.

—Si no, seguiremos rebuscando y husmeando —dijo Rebus abriendo otra carpeta y cogiendo el primer folio.

Hogan volvió al teléfono para hacer otra llamada y Siobhan Garlee miró una lista y comenzó a marcar otro número.

—Oiga, ¿Sinagoga Central? —preguntaba Hogan—. Aquí el inspector Hogan de la comisaría de Leith. ¿No tendrían ustedes información sobre un tal Joseph Lintz?

Abernethy cogió su gabardina y tomó el portante. Aguardaron medio minuto y Hogan colgó el teléfono.

—Parecía muy fastidiado.

—Una petición mía a los Reyes Magos —dijo Siobhan Clarke.

—Gracias por ayudarnos, Siobhan —dijo Rebus.

—Lo he hecho encantada. ¿Por qué me llamasteis?

—Porque él sabe que tú eres de la Brigada Criminal y me propuse hacerle creer que aumentaba el interés por el caso, y dado que la última vez tú y él no hicisteis muy buenas migas… La hostilidad puede ser una palanca.

—¿Qué hemos logrado? —preguntó Bobby Hogan recogiendo archivadores y carpetas, pertenecientes casi todos a otros casos.

—Hacerle la pascua —dijo Rebus—. Él no está aquí por su cara bonita, sino porque la Brigada Especial de Londres le ha encomendado averiguar cómo iba la investigación, lo que me hace pensar que se temen algo.

—¿La Ruta de Ratas?

—Yo diría que sí. Abernethy es el encargado del seguimiento de todos los casos que van saliendo a la luz en Inglaterra. En Londres debe de haber algunos bastante nerviosos.

—¿Nerviosos por la vinculación de la Ruta de Ratas con el asesinato de Lintz?

—No estoy seguro de que llegue a tanto —dijo Rebus.

—¿Es decir?

Rebus miró a Clarke.

—Es decir, que no estoy seguro de que llegue a tanto.

—Bueno, yo creo que de momento me lo he quitado de encima; lo cual os agradezco —dijo Hogan levantándose—. ¿Alguien quiere un café?

—Vale —dijo Siobhan Clarke consultando su reloj.

Rebus esperó a que Hogan saliese y volvió a darle las gracias.

—No estaba seguro de que pudieras venir.

—De momento hemos reducido al máximo los contactos con Jack Morton —dijo ella—. Ahora sólo cabe esperar mordiéndose las uñas. ¿Y tú, qué haces?

—¿Yo? Procuro andar con cuidado.

—Ya me lo imagino —comentó ella sonriendo.

Volvió Hogan con los tres cafés.

—Leche en polvo, lo siento.

Clarke arrugó la nariz.

—Bueno, yo me tengo que ir —dijo levantándose y poniéndose el abrigo.

—Te debo un favor —dijo Hogan al darle la mano.

—Tenlo muy en cuenta —replicó ella—. Hasta luego —añadió volviéndose hacia Rebus.

—Adiós, Siobhan.

Hogan juntó el vaso de ella al suyo.

—Bien, nos hemos quitado a Abernethy de encima, pero ¿qué más hemos conseguido?

—Paciencia, Bobby. No he tenido tiempo de urdir un plan.

Sonó el teléfono en el momento en que Hogan daba un sorbo al café ardiendo, y Rebus lo cogió.

—Diga.

—¿Eres tú, John?

Por la música country de fondo supo que era Claverhouse.

—Siobhan acaba de marcharse —dijo Rebus.

—No es con Clarke con quien quería hablar; sino contigo.

—Ah.

—He pensado que te interesaría saber algo que nos ha llegado del SNIC. —Oyó que Claverhouse removía papeles—. Sakiji Shoda…, no sé si se pronuncia así…, llegó ayer en vuelo de Kansai a Heathrow según un comunicado recibido en la Brigada Criminal del sudeste.

—Estupendo.

—Tomó inmediatamente un vuelo de conexión a Inverness, pasó la noche en un hotel y ahora me dicen que está en Edimburgo.

Rebus miró por la ventana.

—El tiempo que hace no es el más indicado para jugar al golf.

—No creo que venga a jugar al golf. Según el informe, el señor Shoda es un miembro importante de la… No se lee bien en el fax: Soka… no sé qué.

—¿Sokaiya? —dijo Rebus sentándose.

—Sí, debe de ser eso.

—¿Dónde está ahora?

—He llamado a un par de hoteles y he averiguado que se aloja en el Caly. ¿Qué es la Sokaiya?

—Los mandos superiores de la Yakuza.

—¿Qué piensas de esto?

—Iba a decirte que pensaba que era el suplente de Matsumoto, pero me da la impresión de que es de rango superior.

—¿Un jefe de Matsumoto?

—Lo que significa que seguramente ha venido a averiguar qué le pasó a su muchacho —dijo Rebus dándose golpecitos en los dientes con un bolígrafo, mientras Hogan escuchaba la conversación sin entender nada—. ¿Por qué habrá venido a través de Inverness en vez de en vuelo directo a Edimburgo?

—Es lo mismo que he pensado yo —respondió Claverhouse estornudando—. Estará muy cabreado, ¿no?

—De «regular» a «mucho». Pero lo que más nos interesa es ver cómo reaccionan Telford y el señor Ojos Rosa.

—¿Crees que Telford dará marcha atrás en lo de Maclean’s?

—Al contrario. Creo que tratará de demostrar al señor Shoda que sabe hacer bien ciertas cosas —respondió Rebus pensando en algo que había dicho Claverhouse—. ¿Dijiste que era un comunicado a la Brigada Criminal del sudeste?

—Sí.

—¿Por qué no a Scotland Yard?

—¿No viene a ser lo mismo?

—Tal vez. ¿Tienes algún número de teléfono de contacto?

Claverhouse se lo dio.

—¿Hablarás esta noche con Jack Morton? —preguntó Rebus.

—Sí.

—Infórmale de esto.

—Volveré a llamarte.

Rebus colgó pero cogió otra vez el receptor para pedir línea y hacer una llamada. Cuando contestaron explicó el asunto y preguntó si podía atenderle alguien. Le dijeron que no se retirase.

—¿Es algo relacionado con Telford? —preguntó Hogan.

Rebus asintió con la cabeza.

—Oye, Bobby, ¿volviste a hablar con él?

—Un par de veces, pero se obstina en que debió de tratarse de un error de número.

—¿Y los empleados dicen lo mismo?

Hogan asintió con la cabeza y sonrió.

—¿Sabes una cosa graciosa? Entré en el despacho de Telford y al ver que había alguien sentado de espaldas a la puerta me excusé y dije que aguardaba fuera hasta que terminase de hablar con la señora… Y la «señora» volvió la cabeza hecha una furia…

—¿Era El Guapito?

Hogan asintió con la cabeza.

—Y más cabreado que una mona —añadió con una carcajada.

—Le paso —le anunciaron desde la centralita.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó una voz con acento gales.

—Soy el inspector Rebus de la Brigada Criminal escocesa —dijo, haciendo un guiño a Hogan por la mentira que decía para darse más importancia.

—Diga, inspector.

—¿Quién está al habla?

—El inspector Morgan.

—Le llamo en relación con el informe que hemos recibido esta mañana…

—Diga.

—Un informe sobre Sakiji Shoda.

—Lo habrá enviado mi jefe.

—No acabo de explicarme en qué sentido puede interesarles.

—Inspector, soy especialista en vory v zakone.

—Ah, clarísimo.

Morgan contuvo la risa.

—Ladrones en lenguaje cifrado, es decir la mafiya.

—¿La mafia rusa?

—Eso es.

—A ver si me lo explica. ¿Qué tiene eso que ver con…?

—¿Por qué quiere saberlo?

Rebus dio un sorbo al café.

—Es que aquí tenemos un problemita con la Yakuza. De momento, hay una víctima y me da la impresión de que Shoda es el jefe del muerto.

—¿Y ha venido para algún tipo de cometido oficioso?

—En Escocia aún no hemos entrado en esa fase, inspector Morgan.

—Bueno, perdone por haber anticipado acontecimientos.

—El caso es que tenemos también un gángster ruso. Bueno, a decir verdad, checheno.

—¿Jake Tarawicz?

—Ah, ¿lo conoce?

—Es mi trabajo, hijo.

—Bien, con la Yakuza y los chechenos en la ciudad…

—La tragedia está servida. Entiendo. Escuche… ¿Me da su número de teléfono y le llamo dentro de cinco minutos? Tengo que recabar unos datos.

Rebus le dio el número y aguardó los cinco minutos.

—Ha estado comprobando mi identidad —comentó Rebus al gales nada más descolgar.

—Hay que ser precavido. Ha sido una pillería por su parte decirme que era de la Brigada Criminal.

—Bueno, pongamos que estoy en el escalafón previo. ¿Puede darme algún dato?

Morgan lanzó un hondo suspiro.

—Nosotros descubrimos mucho dinero negro por todo el mundo.

Rebus no encontraba un papel para anotar y Hogan le pasó un bloc.

—Tenemos, por poner un ejemplo —continuó Morgan—, la antigua Asia soviética, el mayor proveedor actual de opio puro. Y donde hay droga hay dinero para blanquear.

—¿Y ese dinero viene a parar a Inglaterra?

—Camino de otro lugar. Hay empresas en Londres, bancos privados en Guernsey… El dinero va filtrándose y el blanqueo va en aumento. Con los rusos todos quieren hacer negocio.

—¿Por qué?

—Porque allí hay ganancias por el dinero que entra de todas partes. Rusia es un inmenso bazar gigantesco donde se compran armas, géneros de imitación, dinero, pasaportes falsos, cirugía plástica… En Rusia se encuentra de todo y es un país con muchas fronteras y numerosos aeropuertos… Es ideal.

—Para el gansterismo internacional.

—Exacto. Y la mafiya ha establecido contacto con sus hermanos sicilianos, con la Camorra, con los calabreses… La lista sería interminable. Los delincuentes ingleses van allí de compras. Todos cortejan a los rusos.

—¿Y ahora los tenemos aquí?

—Eso es. Se dedican a la extorsión, a la trata de blancas, al tráfico de drogas…

Prostitución y drogas: el área del señor Ojos Rosa y de Telford.

—¿Hay pruebas de alguna conexión con la Yakuza?

—No que yo sepa.

—¿Pero si ahora comienzan a venir a Inglaterra…?

—Será para asegurarse el control de las drogas y de la prostitución y para blanquear dinero.

Y la manera de hacerlo era a través de negocios legales como clubs de campo y similares, cambiando el dinero negro por fichas de juego en un casino como el Morvena.

Rebus sabía que la Yakuza se dedicaba a introducir obras de arte de contrabando en Japón y que el señor Ojos Rosa había ganado su primer dinero precisamente sacando de contrabando iconos de Rusia. Cuestión de atar cabos y relacionarlos con Tommy Telford.

¿Necesitaban el golpe de Maclean’s? A él no se lo parecía. Entonces, ¿por qué Tommy Telford persistía en darlo? Dos posibles razones: por alardear o porque se lo habían ordenado a modo de una especie de rito iniciático… Si quería jugar con los grandes tenía que demostrar su valía. Le exigían que borrara a Cafferty del mapa y que llevase a cabo lo que pasaría a ser el mayor atraco en la historia de Escocia.

Pero Rebus tuvo una súbita inspiración.

Lo planeado no era que Telford tuviera éxito, sino que fracasara.

Tarawicz y la Yakuza le estaban tendiendo una trampa porque tenía algo que ellos ambicionaban: una red fija para el suministro de drogas, un imperio que se disponían arrebatarle. Miriam Kenworthy había comentado que corría el rumor de que la droga iba a parar al sur de Escocia. Lo que significaba que Telford tenía la mercancía…, algo que nadie sabía.

Con Cafferty fuera de juego se deshacían de la competencia y la Yakuza dispondría en Inglaterra de una base sólida, respetable, fiable. La fábrica de componentes electrónicos sería la tapadera ideal para la operación de blanqueo. Lo mirara como lo mirara, Telford era prescindible en todo aquel plan, un simple cero a la izquierda.

Precisamente lo que Rebus quería… pero no al precio que le pedían.

—Gracias por la información —dijo y colgó; advirtió que Hogan ya no escuchaba y estaba ausente—. Perdona que te haya aburrido.

—No, ni mucho menos —replicó Hogan parpadeando—. Es que estaba pensando algo.

—¿Qué?

—Que confundí a El Guapito con una mujer…

—No creas que habrás sido el único.

—Precisamente por eso.

—No acabo de entenderte…

—Esa mujer joven del restaurante… que acompañaba a Lintz —añadió Hogan encogiéndose de hombros—. Es mucho suponer, desde luego.

Rebus captó la idea.

—¿Irían allí a hablar de negocios?

Hogan asintió con la cabeza.

—El Guapito dirige la red de prostitución de Telford.

—Y casi en persona el negocio de las azafatas más caras. Vale la pena comprobarlo, Bobby.

—¿Qué te parece si le hacemos comparecer para interrogarle?

—Desde luego. Exagera en lo del restaurante, dile que disponemos de una identificación inequívoca. A ver cómo reacciona.

—¿Igual que hicimos con Colquhoun? El Guapito lo negará.

—Pero con ello no queda descartado el hecho de que fuera él —dijo Rebus dando una palmadita a Hogan en el hombro.

—¿Y tu llamada?

—¿Mi llamada? —Rebus miró lo que había anotado. Gángsteres dispuestos a repartirse Escocia—. No es la peor noticia que recibo en mi vida.

—¿Y te sirve de mucho la información?

—Me temo que no, Bobby —respondió Rebus poniéndose la chaqueta—. Me temo que no.