—Ya está allí —dijo Claverhouse cuando Rebus le llamó para preguntarle por Jack Morton—. Le encontramos un apartamentucho en Polwarth, le tomaron medidas para el uniforme y se ha incorporado ya a la plantilla de guardianes de seguridad.
—¿Lo sabe alguien más?
—Sólo el gran jefe. Se llama Livingstone; anoche tuvimos una larga sesión con él.
—¿No les parecerá un poco raro a los otros guardianes que entre en plantilla uno de fuera?
—Es tarea de Jack saber ganarse su confianza. Él dijo que no sería difícil.
—¿Cuál es su tapadera?
—Que es bebedor, jugador y que su matrimonio se ha ido al garete.
—Él no bebe.
—Me lo ha dicho. Pero no importa con tal de que los demás lo crean.
—¿Qué cometido tiene?
—A eso iba. Hará doble turno para poder salir más a la tienda, sobre todo por la tarde que hay menos gente y existe mayor posibilidad de intimar con Ken y Dec. Durante el día no tendremos contacto con él y sólo nos informará por la noche por teléfono cuando vuelva a casa. No podemos arriesgarnos mucho a vernos.
—¿Crees que le vigilarán?
—Si son cuidadosos sí, y más si «pican».
—¿Hablaste con Marty Jones?
—Irá mañana con un par de matones; pero a Jack le sacudirán poco.
—¿No es correr demasiado?
—No podemos perder tiempo. Tal vez hayan pensado ya en alguien.
—Es mucho exigirle a Jack.
—Fue idea tuya.
—Lo sé.
—¿Crees que no está a la altura?
—No es eso… sino que se va ver implicado en la guerra.
—Pues consigue el alto el fuego.
—Ya está conseguido.
—No es lo que a mí me consta…
Y fue lo que comprobó Rebus nada más colgar. Llamó a la puerta del despacho de Watson y al entrar comprobó que el jefe estaba de conferencia con Gill Templer.
—¿Habló con él? —le preguntó Watson.
—Aceptó un alto el fuego —respondió Rebus—. ¿Y tú qué? —preguntó a Templer.
Ella lanzó un profundo suspiro.
—Hablé con el señor Telford en presencia de su abogado y le repetí varias veces lo que queríamos mientras el picapleitos no cesaba de insistir en que manchábamos el nombre de su cliente.
—¿Y Telford?
—No hizo más que escuchar sentado sin dejar de sonreír mirando a la pared. Creo que ni puso los ojos en mi persona —añadió ruborizándose.
—¿Pero tú se lo dijiste bien claro?
—Sí.
—¿Y que Cafferty aceptaba?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Pues qué diablos sucede?
—No podemos dejar que esto se nos vaya de las manos —comentó Watson.
—Me parece que ya ha sucedido.
La última noticia era que a dos hombres de Cafferty les habían destrozado la cara.
—Suerte que siguen con vida —prosiguió Watson.
—¿Sabe lo que sucede? —dijo Rebus—. El problema es Tarawicz. Tommy está alardeando ante él.
—En casos así sería ventajoso tener independencia jurisdiccional para poder extraditar a ese tipo —añadió Watson.
—¿Por qué no probamos? —dijo Rebus—. Se le comunica que aquí es persona non grata.
—¿Y si no se va?
—Lo seguimos a sol y a sombra descaradamente y le hacemos la vida imposible.
—¿Tú crees que serviría de algo? —dijo Gill Templer escéptica.
—Probablemente no —asintió Rebus dejándose caer en una silla.
—La situación se nos va de las manos —dijo Watson mirando su reloj—. Y eso no le va a gustar al director con quien tengo una cita en su despacho dentro de media hora. —Cogió el teléfono, pidió un coche y se levantó—. A ver si entre los dos dan con una solución.
Rebus y Templer cruzaron una mirada.
—Volveré dentro de un par de horas —añadió Watson mirando a un lado y otro como desamparado—. Cierren la puerta al marcharse.
Les dirigió un saludo con la mano y salió del despacho, que quedó en silencio.
—Él cierra el despacho con llave para que nadie le robe el secreto de su horrendo café —dijo Rebus.
—La verdad es que últimamente ha mejorado.
—¿No será degeneración de tus papilas gustativas? Bien, inspectora jefe… ¿buscamos esa solución? —añadió Rebus mirándola.
—Watson cree que se le va de las manos —dijo ella sonriendo.
—¿Se ha marchado convencido de que van a echarle la bronca?
—Probablemente.
—¿Y nosotros tenemos que sacarle las castañas del fuego?
—La verdad, no creo que seamos el Dúo Dinámico.
—Pues no.
—Y por otro lado, subsiste una parte de tu ser que dice: déjalos que se destrocen. Siempre que los tiros no alcancen a los civiles.
Rebus pensó en Sammy y en Candice.
—Lo que sucede es que siempre los alcanzan.
—¿Qué tal te va a ti? —preguntó ella mirándole.
—Como siempre.
—¿Tan mal?
—Es mi sino.
—Lo de Lintz está cerrado, ¿no?
Rebus negó con la cabeza.
—Existe una posibilidad de que haya una relación con Telford.
—¿Sigues pensando que el inductor del atropello es Telford?
—Telford o Cafferty.
—¿Cafferty?
—Con el propósito de que detengan a Telford igual que trataron de hacer conmigo con el atropello de Matsumoto.
—¿Sabes que aún no has quedado libre de sospechas?
—¿Van a iniciar una investigación interna los jefazos? —preguntó él mirándola y ella asintió con la cabeza—. Que la hagan y se unan a la fiesta —añadió frotándose las sienes—, que no se la pierdan.
—¿Qué fiesta?
—Esta que tengo en la cabeza y que no para —respondió inclinándose hacia la mesa para coger el teléfono que sonaba en aquel momento—. No, no está. ¿Quiere dejar algún recado? Soy el inspector Rebus. —Hizo una pausa y miró a Gill Templer—. Sí, llevo ese caso —añadió cogiendo lápiz y papel; hizo una anotación—. Hummm, ya veo. Sí, puede ser. Se lo diré cuando vuelva. —Miró otra vez fijamente a Gill Templer—. ¿Cuántos muertos habías dicho?
Uno solo. El otro huyó sujetándose el brazo como un colgajo para acabar poco después en un hospital, donde lo llevaron inmediatamente al quirófano para hacerle una copiosa transfusión de sangre con carácter de urgencia.
Todo a plena luz del día, no en Edimburgo: en Paisley, ciudad natal de Telford y su plaza fuerte. Cuatro hombres con uniforme del Ayuntamiento, como si fueran obreros de un turno; pero en lugar de picos y palas llevaban machetes y revólveres de gran calibre. Persiguieron a dos hasta unas viviendas donde había niños en triciclo, jugando a la pelota y mujeres asomadas a la ventana. El herido siguió corriendo después de recibir un machetazo descomunal mientras el otro intentaba saltar una valla. Cinco centímetros más y lo habría logrado, pero tropezó con la punta del pie y cayó al suelo, y al incorporarse sintió en la nuca el cañón del revólver: dos disparos y un borbotón de sangre y masa encefálica. Los niños interrumpieron su juego y las mujeres les gritaron que salieran corriendo. Pero aquellos dos disparos fueron como el colofón de la caza y los cuatro hombres giraron sobre sus talones y echaron a correr hacia una furgoneta que les aguardaba en la calle.
Una ejecución pública en pleno territorio de Tommy Telford.
Las dos víctimas eran conocidos prestamistas. El ingresado en el hospital era Stevie Murray, alias «Pequeñín», de veintidós años, y el que acabó en el depósito, Donny Draper, conocido desde niño por «Cortinas». Ya estarían haciéndose chistes al respecto. A El Cortinas le faltaban quince días para cumplir veinticinco años. Rebus le deseaba que hubiera disfrutado al máximo durante su breve paso por el planeta.
La policía de Paisley estaba al corriente del traslado de Telford a Edimburgo y sabía que allí tenían problemas, por eso llamaron al subdirector Watson a quien informaron de que se trataba de dos de los mejores hombres de Telford, que la descripción de los agresores era algo imprecisa y que los niños no hablaban porque se lo impedían sus padres por temor a represalias. Bueno, a la policía no le explicarían nada, pero Rebus dudaba mucho que no soltasen la lengua cuando Tommy Telford les preguntara con argumentos convincentes.
Malo. Aquello iba en aumento. Las bombas incendiarias y las palizas tenían remedio, pero llegar al asesinato era elevar considerablemente el listón de la revancha.
—¿Vale la pena que volvamos a hablar con ellos? —preguntó Gill Templer.
Estaban en la cantina y tenían delante unos sandwiches sin tocar.
—¿Tú qué crees?
Rebus sabía lo que pensaba y que únicamente hacía la pregunta por considerar que era mejor que nada. Habría podido decirle que no gastara saliva.
—Han utilizado un machete —dijo él.
—El mismo instrumento con que le abrieron la cabeza a Danny Simpson. —Rebus asintió—. Estaba pensando… —añadió ella.
—¿Qué?
—En lo que dijiste… sobre Lintz.
Rebus apuró el resto de café frío.
—¿Quieres otro?
—John…
—Lintz quería ocultar ciertas llamadas telefónicas —dijo él mirándola—. Una de ellas a la oficina de Tommy Telford en Flint Street. No sabemos la relación, pero sí debe haber alguna.
—¿Qué podían tener en común Lintz y Telford?
—A lo mejor Lintz le pidió ayuda. O Telford le facilitaba prostitutas. Ya te digo que no lo sabemos. Por eso no lo hemos revelado.
—¿Sientes auténtico odio por Telford, verdad?
Él la miró pensativo.
—No tanto como antes. Ha desmerecido mucho.
—¿Y por Cafferty también?
—Y por Tarawicz… y por la Yakuza… y todos los que les ayudan.
Ella asintió con la cabeza.
—Esa es la fiesta a que te referías, ¿no?
Él se dio unos golpecitos en la cabeza.
—Los tengo aquí dentro, Gill. Intento echarlos pero no se van.
—¿Y si probaras a no escuchar la música?
—Pues es una idea —dijo él sonriendo con desgana—. ¿Qué sugieres, Emerson, Lake y Palmer, The Enid? ¿O el triple elepé de Yes?
—Esa es tu especialidad, no la mía.
—No sabes lo que te pierdes.
—Sí que lo sé. He pasado por ello.
Un antiguo refrán escocés dice que a quien le pegan le gusta pegar a otro. Ese fue el motivo de que Watson volviera a llamarle al despacho. Al jefe aún no se le habían ido los colores de su entrevista con el director general. Rebus fue a sentarse, pero Watson le ordenó seguir de pie.
—Siéntese cuando yo se lo diga.
—Gracias, señor.
—¿Qué demonios está pasando, John?
—¿Cómo dice, señor?
Watson miró la nota que Rebus le había dejado.
—¿Esto qué es?
—Un muerto y un herido grave en Paisley, señor; son hombres de Telford. Cafferty está pegando donde duele. Probablemente se ha dado cuenta de que Telford quiere abarcar más territorio del que puede y eso le permite atacar en las brechas.
—Paisley. No es nuestro problema —dijo Watson guardando el papel en el cajón.
—Lo será, señor. Porque cuando Telford replique lo hará aquí.
—Olvídese de eso, inspector. Hablemos de Productos Farmacéuticos Maclean’s.
Rebus puso cara de sorpresa y, acto seguido, de resignación.
—Iba a decírselo, señor.
—Pero he tenido que saberlo yo directamente por boca del director.
—No por culpa mía, señor. Es un asunto de la Brigada Criminal.
—Pero ¿quién ideó ese asunto?
—Iba a decírselo, señor.
—¿Sabe cómo he quedado yendo a Fettes ignorando cosas de las que están al corriente mis subalternos? Como un imbécil.
—Perdone, señor, pero no creo que sea así.
—¡Como un imbécil! —repitió Watson dando un golpe en la mesa con la palma de las manos—. Y además no es la primera vez. Sabe perfectamente que yo siempre he procurado su bien.
—Sí, señor.
—Siempre me he portado como es debido.
—Ni que decir tiene, señor.
—Y mire cómo me lo paga.
—No volverá a suceder, señor.
Watson le miró fijamente y Rebus le sostuvo la mirada.
—Eso espero —dijo Watson recostándose en el sillón y calmándose por efecto de la terapia abroncadora a un semejante—. Ya que está aquí, ¿tiene algo más que decirme?
—No, señor. Salvo que… no sé…
—Adelante —dijo Watson irguiéndose de nuevo.
—Señor, creo que el que vive encima de mi piso podría ser lord Lucan.