12

Rebus estaba sentado en el despacho del jefe. Eran las nueve y cuarto y aquella noche apenas había dormido una hora, había pasado la noche en el hospital porque habían operado a Sammy de un coágulo o algo así. Seguía inconsciente y en estado «crítico».

Llamó a Rhona a Londres, y le dijo que tomaría el primer tren que pudiera y él le dio el número del móvil para que le avisara en cuanto llegase. Rhona empezó a balbucear una pregunta…, pero se le quebró la voz y tuvo que colgar, y Rebus no sintió nada: Withered and Died[2] de Richard y Linda Thompson.

Llamó a Mickey, quien le dijo que pasaría por el hospital aquel mismo día. Y eso era todo en cuanto a la familia. Otras personas a las que podía llamar: Patience, por ejemplo, su examante y casera de Sammy hasta hacía poco. Pero no lo hizo. Por la mañana llamaría al trabajo de Sammy —lo anotó para no olvidarlo— y después, al piso de Sammy para dar la noticia a Ned Farlowe.

Farlowe fue el único que le preguntó:

—¿Y usted qué tal está? ¿Se encuentra bien?

—No precisamente —respondió Rebus mirando el pasillo del hospital.

—Voy para allá.

Pasaron un par de horas juntos casi sin hablar al principio. Farlowe fumaba y Rebus le ayudó a terminar el paquete. No pudo ofrecerle whisky a cambio porque no quedaba nada en la botella, pero le invitó a varios cafés, ya que el joven se había gastado casi todas sus reservas en el taxi desde Shandon.

—John, despierte.

El jefe le zarandeaba suavemente. Rebus parpadeó y se enderezó en la silla.

—Perdone, señor.

El subjefe de policía Watson fue a sentarse a su mesa.

—Siento muchísimo lo de Sammy. No tengo palabras, pero le diré que la tengo presente en mis oraciones.

—Gracias, señor.

—¿Quiere tomar un café?

El café de Watson tenía mala fama en la comisaría pero Rebus aceptó encantado la invitación.

—Bien, ¿cómo está su hija?

—Sigue inconsciente.

—¿Han localizado el coche?

—Aún no, que yo sepa.

—¿Quién lleva el caso?

—Bill Pryde inició las primeras pesquisas anoche, pero no sé quién lo llevará ahora.

—Vamos a averiguarlo.

Watson hizo una llamada interna mientras Rebus le miraba por encima de la taza. Era un hombre grande, imponente, sentado a la mesa. Cubría sus mejillas una red de venillas rojas y el poco pelo le envolvía el cráneo como los surcos de un terreno bien arado. Tenía sobre el escritorio unas fotos de sus nietos en un jardín, con un columpio al fondo y uno de ellos con un osito de peluche. Sintió un nudo en la garganta y tragó saliva.

Watson colgó.

—Sigue llevándolo Bill —dijo—. Pensó que si continuaba él se resolvería antes.

—Es de agradecer.

—Escuche, le informaremos en cuanto sepamos algo. Entretanto, seguramente querrá irse a casa…

—No, señor.

—O estar en el hospital.

Rebus negó despacio con la cabeza. Sí, claro, el hospital, pero no ahora. Primero tenía que hablar con Bill Pryde.

—Mientras tanto asignaré sus casos a otro —dijo Watson comenzado a escribir—. Tiene ese de los crímenes de guerra y está de servicio de enlace en el de Telford. ¿Investiga algo más?

—Señor, preferiría que… Vamos, que quiero seguir trabajando.

Watson le miró y se reclinó en el sillón columpiando el bolígrafo entre los dedos.

—¿Por qué?

Rebus se encogió de hombros.

—Quiero estar ocupado.

Sí, eso exactamente. Y no quería que nadie se encargara de su trabajo. Era suyo, le pertenecía y se debía a él.

—Mire, John, es evidente que necesitará unos días de permiso.

—Me las arreglaré, señor —replicó cruzando la mirada con Watson—. Por favor.

En el Departamento de Investigación Criminal saludó con la cabeza a quienes se acercaron a manifestarle su pesar; uno de ellos no se apartó de la mesa. Era Bill Pryde, precisamente con quien él quería hablar.

—Buenos días, Bill.

Pryde le saludó con una inclinación de cabeza. Se habían visto de madrugada en el hospital cuando Ned Farlowe cabeceaba en un sillón, y salieron al pasillo a hablar. Pryde parecía ahora más cansado, llevaba el traje arrugado y se había desabrochado el primer botón de la camisa.

—Gracias por continuar con la investigación —dijo Rebus acercando una silla y pensando que él hubiera preferido que la llevase otro, alguien con más garra.

—No tiene importancia.

—¿Hay algo nuevo?

—Un par de buenos testigos oculares que aguardaban el cambio de luz del semáforo.

—¿Qué versión han dado?

Pryde se lo pensó antes de contestar puesto que, además de con el policía, hablaba con el padre de la atropellada.

—Ella se disponía a cruzar en dirección a Minto Street, quizás hacia la parada del autobús.

Rebus negó con la cabeza.

—No, Bill, se marchó con idea de ir paseando hasta casa de una amiga en Gilmour Road.

Es lo que le había dicho mientras comían la pizza, excusándose por no quedarse más rato. Con que sólo hubiese tomado otro café… Otro café y no se habría encontrado en aquel lugar en ese momento. O si hubiese dejado que la llevase él en coche… Piensa uno en la vida imaginándola como períodos de tiempo, cuando en realidad está compuesta por una serie de momentos relacionados entre sí y cualquiera de ellos puede cambiarlo todo.

—El coche iba en dirección sur —continuó Bill Pryde— y por lo que parece se saltó un semáforo en rojo. Eso es lo que dijeron los automovilistas que había más atrás aguardando a que cambiara el semáforo.

—¿Se sabe si iba borracho?

Pryde asintió con la cabeza.

—Por la forma de conducir. Bueno, podría haber perdido el control del coche, pero en ese caso, ¿por qué huyó?

—¿Tenemos alguna descripción?

Pryde negó con la cabeza.

—Consta que era un coche oscuro, de tipo deportivo, pero nadie anotó la matrícula.

—Es una calle muy transitada y coches no faltarían.

—Ha habido un par de llamadas —añadió Pryde mirando sus notas— que no aportan nada en concreto, pero voy a hablar con esas personas a ver si recuerdan algún detalle.

—¿No sería un coche robado? Quizá por eso iba tan rápido.

—Lo comprobaré.

—Te ayudaré.

—¿Lo dices en serio? —replicó Pryde pensativo.

—No podrás impedírmelo, Bill.

—No hay huellas de frenazo. Ni antes ni después del impacto.

Estaban en el cruce de Minto Street y Newington Road. Las bocacalles eran Salisbury Place y Salisbury Road. Coches, camionetas y autobuses se apiñaban en el semáforo mientras cruzaban los peatones.

Podría haberle tocado a cualquiera de estos, pensó Rebus. Podría haber estado cualquier otro en el puesto de Sammy…

—Iba por aquí más o menos —prosiguió Pryde señalando en un punto más allá del paso de peatones junto a la raya del carril del autobús en la ancha calzada.

Le debió de dar pereza cruzar por el semáforo y habría seguido caminando hasta Minto Street para cruzar en diagonal. De niña le habían enseñado a cruzar la calle. Seguridad Vial y todo eso, haciendo que se lo aprendiera a fuerza de repetírselo. Rebus miró a un lado y otro. En la esquina de arriba de Minto Street había casas particulares y habitaciones para dormir con derecho a desayuno. Otra esquina la ocupaba un banco y en la opuesta había una sucursal de Remnant Kings y, justo al lado, un pequeño puesto de pinchos morunos.

—La tienda estaría abierta —dijo Rebus señalando hacia ella. En la cuarta esquina había un Spar—. Y ese comercio también. ¿Por dónde dices que iba?

—Cerca del carril del autobús. —Había cruzado los otros tres y se encontraba ya a un metro o dos del bordillo—. Los testigos aseguran que estaba muy cerca de la acera cuando la embistió el coche. Para mí que iba borracho y perdió el control. Desde ahí llamaron los que lo vieron —añadió Pryde señalando dos cabinas telefónicas enfrente del banco con un cartel publicitario que mostraba un individuo al volante con cara de chalado y la frase «Muchos peatones y poco tiempo» anunciando un juego de ordenador…

—No le habría sido tan difícil esquivarla —dijo Rebus con voz desmayada.

—¿Seguro que te encuentras bien?

—Estoy bien, Bill —replicó mirando a su alrededor y lanzando un profundo suspiro—. Creo que hay oficinas detrás del Spar, aunque supongo que a esa hora no habría nadie. Pero encima de Remnant Kings y del banco hay pisos.

—¿Quieres que preguntemos?

—Y preguntaremos también en el Spar y en la tienda de pinchos morunos. Ve tú a las habitaciones de alquiler y a los pisos y nos encontramos aquí dentro de media hora.

Rebus anduvo preguntando de un lado a otro. En el Spar había entrado otro turno, pero el gerente le dio los números de teléfono de los empleados y habló con los del turno de noche. No habían visto ni oído nada; sólo se enteraron del accidente cuando vieron los destellos de las luces de la ambulancia. La tienda de pinchos morunos estaba cerrada, pero Rebus aporreó la puerta y del interior salió una mujer secándose las manos con un paño. Le enseñó la placa por el cristal para que abriera. La mujer dijo que había tenido muchos clientes por la noche y que no había visto el accidente. «El accidente»: eso era en realidad, pero Rebus no había asimilado la palabra hasta oírsela pronunciar a la mujer. Accidents Will Happen de Elvis Costello. ¿Cómo seguía la letra… «Sólo un atropello»?

—No —dijo la mujer—, sólo me di cuenta al ver que se arremolinaba gente. Bueno, tres o cuatro personas; pero sí vi que miraban algo en el suelo mientras llegaba la ambulancia. ¿Está fuera de peligro?

Rebus conocía aquella clase de mirada casi como anhelando que la víctima hubiese muerto para poder contarlo.

—Está en el hospital —contestó incapaz de seguir mirando a aquella mujer.

—Ya, pero el periódico decía que en coma.

—¿Qué periódico?

La mujer fue a buscar el Evening News, en cuyas páginas interiores había una simple gacetilla con el título de: «Mujer atropellada en estado de coma. El conductor se da a la fuga».

No estaba en coma. Sólo inconsciente. Pero a Rebus le alegraba que lo publicasen así pues quizás alguien que lo leyera se sentiría impulsado a facilitarles alguna información. Quién sabe si el conductor sentía remordimientos o si iba con alguien… Los secretos son difíciles de guardar y suelen revelarse a alguien.

Probó en Remnant Kings, pero le dijeron que a aquella hora estaba cerrado, claro. Subió a los pisos y en el primero no había nadie; escribió una nota en el reverso de su tarjeta, la echó al buzón y apuntó el apellido. Si no llamaban llamaría él. En la segunda puerta le abrió un joven que no tendría aún veinte años, echándose hacia atrás el tupé que le tapaba los ojos. Llevaba gafas Buddy Holly y tenía señales de acné en la cara. Rebus se presentó y el joven volvió a apartarse el pelo volviendo la cabeza hacia atrás mirando al apartamento.

—¿Vives aquí? —preguntó Rebus.

—Sí. Bueno, no soy el propietario. Lo alquilamos.

En la puerta no había ningún nombre.

—¿Hay alguien más en este momento?

—No.

—¿Sois estudiantes?

El joven asintió con la cabeza y Rebus le preguntó cómo se llamaba.

—Rob. Robert Renton. ¿Qué sucede?

—Anoche hubo un accidente, Rob, y el conductor se dio a la fuga.

Se había visto muchas veces en la misma situación dando sobre un tercero una noticia irrelevante para él pero que cambia la vida del que la recibe. Hacía ya una hora que había llamado al hospital donde al final se limitaron a tomar nota del número de su móvil y decirle que era preferible que llamaran ellos si había alguna novedad. Preferible, para ellos, para él no.

—Ah, sí —dijo Renton—. Lo vi.

—¿Lo viste? —preguntó Rebus sin salir de su asombro.

Renton asentía con la cabeza con el pelo bailándole delante de los ojos.

—Lo vi por la ventana. Me disponía a cambiar un disco y…

—¿Te importa que pase un minuto? Quiero ver desde dónde exactamente.

Renton dio un resoplido y lanzó un suspiro.

—Bueno, pase…

Dicho y hecho.

Había bastante orden en el cuarto de estar. Renton le precedió y se dirigió a un aparato de alta fidelidad situado entre dos ventanas.

—Yo estaba cambiando el disco y miré por la ventana, pues se domina la parada del autobús y pensé que a lo mejor veía a Jane bajando. —Hizo una pausa—. Jane es la novia de Eric.

Rebus sentía resbalarle las palabras mientras miraba la calle por donde había pasado Sammy.

—Dime qué viste.

—La chica cruzaba. Era guapa… Bueno, es lo que pensé. Bien, el coche se saltó el semáforo, dio un golpe de volante y la atropello.

Rebus cerró los ojos un segundo.

—Debió de levantarla al menos tres metros del suelo, rebotó en el seto, volvió a caer y ya no se movió.

Rebus abrió los ojos. Estaba delante de la ventana con el muchacho detrás. Abajo, la gente cruzaba la calle pisando el sitio en que habían atropellado a Sammy y el lugar en que había aterrizado, tirando la ceniza de sus cigarrillos.

—Supongo que no verías al conductor.

—No se puede ver desde aquí.

—¿Iba alguien a su lado?

—No lo sé.

«Usa gafas», pensó Rebus. ¿Hasta qué extremo es fiable?

—¿Y no bajaste al verlo?

—Yo no soy estudiante de medicina ni nada por el estilo —respondió señalando con la cabeza el caballete que había en un rincón, junto al cual Rebus vio una estantería con pinturas y pinceles—. Vi que la gente echaba a correr hacia la cabina telefónica y pensé que no tardaría en llegar ayuda.

Rebus asintió con la cabeza.

—¿Lo vio alguien más del piso?

—Los demás estaban en la cocina. —Hizo una pausa—. Sé lo que está pensando. —Rebus lo dudaba—. Cree que como llevo gafas no lo vería bien. Pero estoy seguro de que dio un golpe de volante… aposta, vamos… O sea, con intención de atropellada —añadió asintiendo repetidas veces con la cabeza.

—¿Con intención?

Renton hizo un gesto con la mano imitando a un coche que se desvía de su trayectoria.

—Dirigió el volante hacia ella.

—¿No sería que perdió el control?

—Habría sido una pasada, ¿no?

—¿De qué color era el coche?

—Verde oscuro.

—¿De qué marca?

Renton se encogió de hombros.

—Soy una nulidad en coches. Pero una cosa…

—¿Qué?

El muchacho se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas.

—¿Quiere que pruebe a dibujarlo?

Acercó el caballete a la ventana y se puso manos a la obra mientras Rebus salía al pasillo a llamar al hospital. El que cogió el teléfono le atendió con absoluta displicencia.

—Me temo que sigue igual. Ahora hay dos personas con ella.

Mickey y Rhona. Cortó la comunicación y llamó al móvil de Pryde.

—Estoy en los pisos, encima de Remnant Kings y hay un testigo ocular.

—¿Ah, sí?

—Es un estudiante de Bellas Artes que lo vio todo.

—No me digas.

—Venga, Bill, no querrás que te lo dibuje yo.

Se hizo un silencio al final del cual Pryde exclamó:

—Ah.