11

—Hombre de paja —dijo Morris Gerald Cafferty al entrar en el locutorio escoltado por dos guardianes.

A principios de año Rebus le había prometido meter entre rejas a un gángster de Glasgow llamado tío Joe Toal, pero había fracasado pese a sus esfuerzos porque Toal presentó recurso alegando edad avanzada y enfermedad y quedó en libertad, como los criminales de guerra exonerados por senectos. Desde entonces Cafferty consideraba que Rebus tenía una deuda pendiente con él.

Cafferty se sentó y se aflojó el cuello de la camisa.

—¿Y bien? —dijo.

Rebus hizo una señal con la cabeza a los guardianes para que les dejasen a solas y esperó a que salieran. Tras lo cual sacó del bolsillo una botella de Bell’s.

—Quédesela —dijo Cafferty—. A juzgar por su aspecto la necesita más que yo.

Rebus volvió a guardársela en el bolsillo.

—Te traigo un recado de Newcastle.

—¿De Jake Tarawicz? —preguntó Cafferty cruzándose de brazos.

Rebus asintió con la cabeza.

—Quiere que dejes en paz a Tommy Telford.

—¿A qué se refiere?

—Vamos, Cafferty. El gorila apuñalado, el traficante herido… Es la guerra.

—Yo no lo he hecho —replicó Cafferty mirándole a los ojos.

Rebus lanzó un bufido, pero por el modo de mirarle Cafferty empezaba a creerle.

—¿Quién, entonces? —insistió sin darle tregua.

—Yo qué sé.

—En cualquier caso, ha estallado una guerra.

—Puede ser. ¿Ya Tarawicz qué más le da?

—Tiene negocios con Tommy.

—¿Y para protegerlos me envía un aviso con un poli? —dijo Cafferty meneando la cabeza—. ¿Usted se lo ha creído?

—No lo sé —dijo Rebus.

—La manera de poner fin a esto —dijo Cafferty e hizo una pausa— es poner a Telford fuera de juego. —Vio el gesto de Rebus—. No me refiero a liquidarlo, sino a ponerlo a la sombra. Es de lo que tiene que encargarse, Hombre de paja.

—Yo he venido solamente a traerte un recado.

—¿Y qué gana? ¿Algo de Newcastle?

—Quizá.

—¿Ahora es un hombre de Tarawicz?

—Tú me conoces de sobra.

—¿Yo? —replicó Cafferty recostándose en la silla y estirando las piernas—. A veces me lo pregunto. Vamos, no me quita el sueño, pero pensarlo lo pienso.

Rebus se inclinó hacia él.

—Debes de tener lo tuyo ahorrado. ¿Por qué quieres más?

Cafferty se echó a reír. Se mascaba la tensión y parecían ser los únicos seres en el mundo.

—¿Qué quiere, que me retire?

—Un buen boxeador sabe cuándo ha llegado su momento.

—Ninguno de los dos seríamos en el ring gran cosa. ¿Usted piensa retirarse, Hombre de paja?

Rebus sonrió a su pesar.

—No creo —añadió Cafferty—. ¿Tengo que contestar a Tarawicz?

—No hemos convenido nada —respondió Rebus negando con la cabeza.

—Bueno, si le pregunta, dígale que suscriba un seguro de vida con prima para los beneficiarios.

Rebus se le quedó mirando. La prisión le había ablandado sólo físicamente.

—Sería feliz si alguien quitase a Telford de en medio —prosiguió Cafferty—. ¿Me entiende, Hombre de paja? Para mí sería un premio.

Rebus se puso en pie.

—No hay trato —dijo—. A mí me alegraría que despachases a otro. Daría saltos de gozo junto al ring.

—¿Sabe lo que sucede al lado del ring? —dijo Cafferty frotándose las sienes—. Que suele salpicar sangre.

—Mientras sea ajena…

Cafferty soltó una carcajada espontánea.

—Usted no es un simple espectador, Hombre de paja. No tiene madera para ello.

—¿Y tú qué eres, psicólogo?

—Pues tal vez no, pero sé lo que le encanta a la gente —replicó Cafferty.