Epílogo

En 1991, un avezado productor de cine de Bombay consiguió un éxito arrollador en toda la India al llevar a la pantalla la historia de una niña prodigio, la bailarina Sudha Chankra. Gran promesa del baile clásico indio, la joven estrella había perdido un pie en un accidente de tráfico. Decidida a volver a los escenarios a pesar de los malos pronósticos de médicos y familiares, recorrió varios hospitales y centros de rehabilitación en busca de una solución. Acabó en Jaipur, donde el doctor Sethi le colocó una prótesis y la niña, emprendedora y voluntariosa, volvió a tomar clases de danza. Dos años después de su accidente debutaba en los escenarios de Bombay, ante un público que no supo adivinar cuál de las bailarinas principales calzaba un Pie de Jaipur. «No bailó de nuevo por la prótesis —precisaría Sethi—, sino porque tenía una voluntad de hierro, porque Sudha Chankra es un pequeño genio». El caso es que la historia salió en la prensa, lanzando a la fama al doctor Sethi y, algo único en la historia, a un modelo de pie artificial.

A sus casi setenta años, el doctor Sethi sigue trabajando de manera incansable para mejorar su sistema de prótesis, y sobre todo para difundir sus ideales de participación comunitaria. «Nosotros, los científicos y los tecnócratas debemos generar nuevas opciones para nuestros pobres, que sean accesibles y modernas —repite en sus conferencias y entrevistas—. Únicamente lo lograremos si les consideramos con afecto, aunque esto suene romántico. Sin un sistema de valores, la ciencia y la tecnología tienden a ser amorales, injustas y violentas».

En los últimos años, organizaciones humanitarias han abierto centros de distribución de su sistema en países como Indonesia, Kenia, Tailandia, Bangladesh y Nicaragua. Pero la proliferación de la demanda viene sobre todo de naciones asoladas por guerras civiles, insurgencias y terrorismo, ya sea en Europa, Asia, África o América Central. La tragedia de las amputaciones se ha convertido en un problema global. El número de mutilados que surge de esos conflictos es enorme. Y sigue creciendo.

Unos treinta países aparentemente en paz no consiguen librarse de los efectos de la guerra, aún muchos años después de que los ejércitos hayan silenciado sus armas. En 1994, veinte millones de minas fabricadas por veinticinco países permanecían activas después de las guerras de Afganistán, Irak y Camboya. Si una mina de tierra cuesta una media de tres dólares, a Naciones Unidas le cuesta unos mil dólares desactivarla. Bob Muller y Ed Miles llegaron a la conclusión que de poco sirve el trabajo de Kien Klang o de los otros talleres de las demás organizaciones, si los países productores siguen vendiendo sus minas a países en guerra. No basta con colocar prótesis, pensaron, hay que remontarse a la raíz del problema: abolir la fabricación de minas antipersonal. Los dos veteranos cuyos cuerpos estragados eran la demostración palpable de la locura de los hombres emprendieron una acción política de envergadura internacional. A su campaña se adhirieron otras organizaciones como Handicap International, Greenpeace y Médicos sin Fronteras. La iniciativa de Bob Muller y Ed Miles consiguió que el gobierno norteamericano firmase unilateralmente una moratoria para prohibir la exportación de minas. Poco tiempo después Handicap International obtuvo del gobierno francés la firma de la moratoria, a la que se adhirieron otros catorce países.

El hospital Raymond Poincaré de Garches recuperó el retraso que padecían sus instalaciones. A mediados de los años ochenta, todos los departamentos fueron sometidos a un proceso de modernización total, que incluyó obras generales y la adopción de los últimos adelantos en técnicas de rehabilitación, así como un colegio especial para 250 niños discapacitados, equipado con lo último en informática. Ya no existen los boxes, reemplazados por habitaciones agradables. Hoy en día Garches está al nivel de cualquier centro puntero, en todos los aspectos.

La clínica Propara sigue trabajando en colaboración con el IRME (Instituto de Investigación de la Médula Espinal) para acercar cada vez más la ciencia a una solución de la parálisis. En el laboratorio de Alain Privat se ha conseguido injertar células embrionarias en un animal lesionado y por primera vez estas células han crecido en la dirección correcta. Es decir que han restablecido su función original. Hasta hace poco los intentos de injertos de médula no permitían recuperar una función precisa, por ejemplo una contracción muscular. Apenas si eran capaces de provocar algunas señales eléctricas, como los injertos supuestamente «milagrosos» que realizaba el doctor Kao en Francia. El experimento del doctor Privat modificó conceptos muy rígidos sobre la reproducción de las neuronas y aunque todavía no se explica el fenómeno, este descubrimiento permite esperar que en un futuro no demasiado lejano se puedan reproducir células nerviosas en el hombre, primer paso para la curación de la parálisis. Otro de los laboratorios del IRME elaboró una terapia que permite actuar sobre el corazón mismo de las células de la médula. Modificando genéticamente células de cultivo, se les dio capacidad de transmitir órdenes destinadas a los músculos. Luego fueron injertadas en la lesión medular para conseguir una recuperación de las funciones motrices. Es de esperar que a medio plazo esta técnica, alternativa y complementaria a los injertos de neuronas experimentadas en animales, pueda utilizarse en el hombre.

En la actualidad la atención se centra en cómo proteger la médula espinal inmediatamente después del accidente. Para paliar la cascada química que provocará la muerte de la célula nerviosa en las horas siguientes al trauma, los laboratorios del IRME han puesto a punto unas moléculas que combaten las sustancias tóxicas producidas por la lesión medular, siempre y cuando sean inyectadas menos de dos horas después del accidente. El producto, llamado GK 11, está en la actualidad en fase de experimentación en el hombre. Por ahora supone la única esperanza de reducir el alcance de una lesión medular.