Prólogo

Decidí escribir El pie de Jaipur a raíz de un encuentro con un joven llamado Christophe Roux, que en 1982 se había desnucado al zambullirse en el mar. Le habían augurado una esperanza de vida corta y constante peligro de muerte. Tenía veinte años. Los médicos le dijeron que cualquier esperanza que le ofreciesen de recuperar la movilidad, de ganar autonomía, serían falsas promesas. Hoy, Christophe conduce su coche, vive con su pareja y es feliz. Su historia es la de una resurrección. Es también la historia de su novia, que no quiso abandonarle; la de sus padres, que supieron guiarle por el sendero de la recuperación, y la de su compañero de cuarto, un camboyano superviviente de la época de los Jemeres Rojos, llamado Song Tak, que le abrió los ojos al mundo.

Reconstruir la vida de ambos me llevó de Montpellier a Phnom Pehn, piando por París, Nueva York, Jaipur y Barcelona. Conocí a gente excepcional dedicada a reparar lo que los caprichos del destino o la locura de los hombres destruyen; a médicos como el audaz doctor Allieu, que realizó las primeras operaciones de trasplante muscular hechas en Europa; o al doctor Seit, un idealista que inventó el «Pie de Jaipur», la prótesis más utilizada en el mundo. En Camboya, un país donde millones de minas provocan la mayor tasa de mutilados del planeta, conocí a un puñado de antiguos oficiales norteamericanos que se ocupan de hacer caminar de nuevo a las víctimas de esa guerra interminable y silenciosa. Saben que se enfrentan a un problema. Pero están allí, en el terreno. Han encontrado un sentido a la vida.

No seré dueño de mi destino,

pero soy el capitán de mi alma.

PHILIF BRICKMAN,

psicólogo