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Las puertas del vehículo se abrieron en un espacio subterráneo parecido a un aparcamiento, y los hicieron pasar por un túnel de plástico. A Gideon, que sabía que su exposición a la radiación había sido secundaria y tirando a escasa, aquello le pareció una exageración pensada para cumplir con un protocolo más que otra cosa.

Los llevaron a una sala de espera que tenía un aspecto ultramoderno, toda cromados, loza y acero inoxidable, donde parpadeaban un montón de ordenadores y monitores de última tecnología. Todo parecía nuevo y saltaba a la vista que nunca había sido usado. Los separaron por sexo, los desnudaron, los ducharon tres veces, los examinaron a conciencia, les hicieron análisis de sangre, les pusieron varias inyecciones, les entregaron ropa limpia, los examinaron de nuevo y por fin los trasladaron a una segunda sala de espera.

Era una instalación subterránea impresionante, completamente nueva y equipada con lo último, sin duda construida tras el 11 de septiembre para hacer frente a un posible atentado terrorista contra la ciudad con armas nucleares. Gideon reconoció distintos aparatos de medición de radiaciones y equipos de descontaminación aún más avanzados que los que tenían en Los Álamos. Sin embargo, por extraordinario que fuera, aquel lugar no le sorprendía: Nueva York necesitaba un gran centro de descontaminación como aquel.

Un científico vestido con una bata blanca normal entró en la sala. Era la primera persona con la que trataban que no iba enfundada en un traje anticontaminación. Lo acompañaba un individuo menudo y de aire sombrío, vestido con un traje oscuro, cuya baja estatura no se correspondía con su aire de mando. Gideon lo reconoció en el acto. Era Myron Dart, el que había sido subdirector de Los Álamos cuando él empezó a trabajar allí. Dart había dejado el cargo para ocupar un puesto en el gobierno. Gideon no había tenido oportunidad de conocerlo bien, pero siempre le había parecido un individuo competente y justo. Se preguntó cómo gestionaría aquella emergencia.

El jovial científico fue el primero en hablar.

—Buenos días, soy el doctor Berk y me complace anunciarles que están todos limpios —dijo, muy sonriente, como si todos ellos hubieran aprobado un importante examen—. Ahora vamos a prestarles asesoramiento individual y después serán libres para reanudar sus vidas con toda normalidad.

—¿La exposición ha sido grave? —quiso saber Hammersmith.

—Ha sido muy leve. Los asesores le explicarán a cada uno de ustedes el resultado de sus respectivas lecturas. Estamos seguros de que el secuestrador se vio expuesto a la radiación en otra parte. Además, la exposición a la radiación no es como la gripe, no se transmite de una persona a otra.

Dart se adelantó. Era más viejo de lo que Gideon recordaba. Tenía un rostro enjuto y los hombros caídos. Como de costumbre iba elegantemente vestido con un traje de raya diplomática y corte impecable y una corbata color lavanda que le daba un aire a la moda pero incongruente. Todo él irradiaba confianza en sí mismo.

—Soy el doctor Myron Dart y estoy al mando del Grupo de Apoyo de Emergencias Nucleares. Hay algo muy importante que deseo que todos ustedes recuerden. —Cruzó las manos en la espalda mientras sus ojos grises recorrían lentamente a los miembros del grupo, como si fuera a hablar con cada uno de ellos individualmente—. Hasta ahora no se ha filtrado la noticia de que ha habido un incidente radioactivo. Pueden imaginar fácilmente el pánico que se desencadenaría si tal cosa llegara a saberse. Todos y cada uno de ustedes deben mantener en el más estricto secreto lo ocurrido hoy. Solo hay dos palabras que necesitan saber: «Sin comentarios». Eso incluye a todos los que les preguntarán qué ha sucedido, desde periodistas a familiares, y pueden estar seguros de que lo harán.

Hizo una pausa antes de proseguir.

—Todos ustedes deberán firmar un contrato de confidencialidad antes de que puedan marcharse, y me temo que no los dejarán irse si no lo hacen. Cualquier violación de dicha confidencialidad supondrá la aplicación de sanciones tanto civiles como penales. Lo lamento, pero las cosas no pueden funcionar de otra manera. Estoy seguro de que lo comprenderán.

Nadie hizo el menor comentario. Dart había empleado un tono amable, pero algo en su voz indicó a Gideon que no bromeaba.

—Les pido disculpas por el mal rato y el miedo que han pasado —añadió Dart—. Afortunadamente la exposición que han sufrido ha sido muy leve. Ahora los dejo en las competentes manos del doctor Berk. Que tengan un buen día.

Dicho lo cual se fue.

Berk consultó sus papeles.

—Veamos —dijo como si fuera el director de un campamento de verano—, vamos a proceder por orden alfabético. Si el sargento Adair y el agente Corley hacen el favor de acompañarme…

Gideon miró en derredor. El miembro de los SWAT que se había dejado llevar por el pánico en el camión ya no estaba con ellos, pero le pareció oír débilmente que alguien gritaba y amenazaba en las profundidades de aquella imponente instalación.

De repente se abrió la puerta y Dart volvió a entrar acompañado de Manuel Garza. El jefe del GAEN parecía seriamente contrariado.

—¿El señor Crew? —preguntó.

Sus ojos se fijaron en Gideon, y este tuvo la impresión de que Dart lo reconocía.

Se levantó.

Garza fue hasta él.

—Nos vamos.

—Pero…

—No hay pero que valga.

Garza echó a andar a paso vivo hacia la puerta, y Gideon tuvo que apresurarse para seguirlo. Cuando pasó ante Dart, este le sonrió fríamente y le dijo:

—Tiene usted unos amigos muy interesantes, doctor Crew.