Blaine se detuvo en seco al ver el cañón del Python contra su visor. Gideon aprovechó el efecto sorpresa y rápidamente alargó la mano y la metió en el compartimiento de bioseguridad del traje del escritor. Sus dedos se cerraron alrededor del frío cilindro. Lo sacó con cuidado y se lo guardó en el bolsillo. Luego, sin dejar de apuntar a Blaine, se abrió la capucha del traje y se la quitó para poder ver y respirar mejor.
—¡Gideon! —fue lo único que Blaine logró farfullar con un entrecortado susurro.
—¡Túmbese en el suelo junto al capitán y extienda las manos por encima de la cabeza! —dijo Gideon en tono determinante.
—Gideon, por favor, escúcheme… —añadió Blaine. Su voz sonaba amortiguada por la capucha.
Gideon amartilló el Colt.
—Haga lo que le digo.
Intentaba controlar el temblor de sus manos. La idea de tener que matar al padre de Alida se le antojaba horripilante, pero sabía que la situación era demasiado crítica para que pudiera mostrar la menor debilidad.
Observó cómo el escritor se estiraba en el suelo con los brazos extendidos. Tanto él como el capitán seguían llevando el traje de seguridad y las armas debajo. Quitárselas no iba a ser tarea fácil, y el militar parecía un adversario especialmente peligroso. Gideon cogió el móvil y sin dejar de apuntarlos llamó a Fordyce.
Al cabo de unos cuantos pitidos saltó el contestador.
Dejó el móvil. Fordyce debía de estar en alguna parte donde no había cobertura. Eso explicaba por qué no había recibido su aviso. Iba a tener que hacerlo todo sin su ayuda.
—Capitán —dijo—, quítese la capucha con una sola mano y mantenga la otra donde yo pueda verla constantemente. Si intenta algo dispararé a matar.
Gurulé obedeció.
—Y ahora usted, Blaine.
El escritor empezó a hablar nada más quitarse la capucha.
—Gideon, por favor, quiero que oiga lo que tengo que decirle…
—¡Cállese! —gritó Gideon. Se sentía mareado e intentaba controlar el temblor de sus manos. Se volvió hacia el capitán—. Quiero que se levante muy despacio. Luego quítese el traje con su mano izquierda y mantenga la derecha siempre a la vista. Si alguno de los dos hace el menor movimiento en falso los mataré aquí mismo.
El capitán obedeció y, haciendo honor a su inteligencia, no intentó nada. Gideon había hablado muy en serio al decir que los mataría, y ellos sin duda se habían dado cuenta.
Cuando Gurulé se hubo quitado el traje Gideon lo obligó a tumbarse nuevamente en el suelo. Acto seguido lo cacheó, le arrebató la 9 milímetros y un cuchillo y lo maniató con un trozo de tubo quirúrgico que encontró en una mesa cercana.
—Y ahora usted —dijo volviéndose hacia Blaine—. Quítese el traje igual que lo ha hecho el capitán.
—Por el bien de Alida, escuche…
—Una palabra más y lo mato. —Gideon sintió que la indignación se apoderaba de él. Había intentado apartar de su mente la terrible cuestión de Alida, pero allí estaba su padre, jugando esa carta ante sus narices, el muy cabrón.
Blaine guardó silencio.
Cuando se hubo quitado el traje Gideon lo cacheó también; le quitó el arma que llevaba —un precioso Colt Peacemaker del calibre 45 antiguo, con las cachas de cuerno de ciervo— y se la guardó en el cinturón en la espalda.
—Al suelo.
Blaine obedeció, y Gideon lo maniató con otro trozo de tubo.
Se preguntó qué iba a hacer a continuación. Necesitaba a Fordyce. Sin duda el agente debía de estar de camino después de haber visto entrar a Blaine y al capitán. ¿Por qué no había aparecido? ¿Acaso el capitán y Blaine se habían topado con él al llegar? No, imposible. Cuando habían entrado los dos parecían tranquilos y no sospechar nada. ¿Y si alguien lo había detenido?
No importaba demasiado. Necesitaba ayuda. Era hora de llamar a Glinn.
Justo cuando se disponía a sacar el móvil oyó ruido en el pasillo del otro lado, ruido de pesadas botas corriendo. Dio un paso atrás y en ese momento la puerta se abrió bruscamente. Un grupo de soldados irrumpió en la antecámara con las armas a punto.
—¡Que nadie se mueva! —gritó el que iba en cabeza—. ¡Usted, suelte el arma!
Gideon se vio rápidamente superado en número y encañonado por seis armas automáticas. «¡Dios mío, por eso Fordyce no ha aparecido! —pensó—. Han debido de vernos por los monitores de control y han enviado un pelotón de intervención». Se quedó muy quieto, con el Colt y la 9 milímetros en alto.
Un segundo después entró Dart. Miró a su alrededor y sopesó la situación.
—Está bien —dijo—, ahora nosotros nos haremos cargo.
—¿Dónde está Fordyce? —quiso saber Gideon.
—Esperando en el helicóptero. Me llamó sin que usted lo supiera y me lo contó todo, me explicó que usted quería hacerlo por su cuenta. Veo que se las ha arreglado bastante bien, pero estamos aquí para relevarlo.
Gideon lo miró fijamente.
—No se preocupe —prosiguió Dart—, lo sé todo. Sé lo del borrador para la novela y el plan con la viruela. Todo ha acabado, puede marcharse.
Así pues, Fordyce había hecho su llamada después de todo. Y Dart se había convencido hasta el punto de ir personalmente. Increíble. Gideon sintió que lo invadía una sensación de alivio. La pesadilla había concluido.
—¿Quién tiene el virus? —preguntó Dart mirando alrededor.
—Yo —contestó Gideon.
—Haga el favor de entregármelo.
Gideon vaciló sin saber exactamente por qué.
Dart alargó la mano.
—¿Quiere dármelo, por favor?
—Cuando se haya hecho cargo de estos dos y se los haya llevado de aquí —repuso Gideon—. Además me parece que el virus tiene que volver a la cámara de seguridad.
Se hizo un largo silencio. Luego Dart sonrió.
—Confíe en mí, volverá a donde tiene que estar.
Gideon no lograba decidirse.
—Yo mismo lo devolveré a su sitio —dijo al fin.
A pesar de su sonrisa, Dart parecía haber perdido su anterior expresión de simpatía.
—¿Hay algún problema, Gideon?
Gideon no supo qué contestar. Había algo que no encajaba, un vago sentimiento de que Dart estaba siendo demasiado simpático y había cambiado de opinión con respecto a él con mucha facilidad.
—Ninguno. Es solo que me sentiré más seguro si vuelve a la cámara de seguridad.
—Eso se puede arreglar, pero si va a entrar en el laboratorio tiene que dejar las armas. Ya sabe, el detector de metales…
Gideon dio un paso atrás.
—El capitán ha entrado sin problemas con su 9 milímetros. No hay ningún detector de metales.
Notó que de repente el corazón le latía con fuerza. ¿Qué tontería era esa? ¿Acaso le estaban mintiendo?
Dart se volvió hacia los soldados.
—Desarmen a este hombre —ordenó.
Los rifles volvieron a apuntar a Gideon, que no hizo el menor movimiento.
Un oficial se adelantó, desenfundó su pistola y la apoyó en la sien de Gideon.
—Ya lo ha oído. Voy a contar hasta cinco. Uno… dos… tres…
Gideon le entregó la 9 milímetros, el Peacemaker y el Python.
—Y ahora el virus.
Recorrió con la mirada a Dart y a los soldados. La expresión de sus severos rostros era más que hostil. Lo observaban como si el enemigo fuera él. ¿Acaso seguían creyendo que era un terrorista? No podía ser.
Sin embargo algo no iba nada bien.
—Llame al director del USAMRIID. Debe de andar por alguna parte. Solo se lo entregaré a él.
—Me lo dará a mí —dijo Dart.
Gideon lo miró, y después a los soldados. Estaba desarmado y no tenía alternativa.
—De acuerdo, diga al oficial que se retire. No pienso dárselo teniendo una pistola en la sien.
Dart hizo un gesto, y el teniente dio unos pasos atrás sin dejar de apuntar con su arma.
Gideon metió la mano en el bolsillo de su traje, y sus dedos se cerraron alrededor del cilindro. Lo sacó lentamente.
—Con cuidado —dijo Dart.
Gideon se lo tendió. Dart dio un paso y alargó ambas manos para cogerlo.
—Mátenlo —ordenó.