Stone Fordyce oyó el helicóptero antes de poder verlo: un UH-60 Black Hawk que llegaba volando bajo desde el este. Había ido hasta el extremo más alejado del aparcamiento, cerca de la verja del parque móvil, y se protegió de las turbulencias de las aspas tras un Humvee sin ruedas. El Black Hawk aminoró, dio una vuelta y tomó tierra en medio del aparcamiento casi desierto. Fordyce esperó a que el aparato se inmovilizara. Los rotores todavía seguían girando cuando las puertas se abrieron y seis miembros de un equipo de los SWAT saltaron a tierra vestidos con chalecos antibalas y armados con fusiles M4. Segundos después apareció un civil. Fordyce se sorprendió agradablemente al ver que era Dart en persona. Una prueba más de que llamarlo había sido acertado.
Observó a los hombres reagruparse ante la puerta del edificio y salió de detrás del Humvee para dejarse ver. Dart se dio cuenta de su presencia y le hizo un gesto para que se acercara.
Fordyce corrió hacia él. Los soldados que escoltaban a Dart —un teniente, un suboficial y cuatro especialistas— se desplegaron en semicírculo al ver que se aproximaba.
—¿Siguen dentro? —preguntó Dart adelantándose.
Fordyce asintió.
—¿Y Crew? ¿Dónde está?
—Por lo que sé sigue en el nivel cuatro. Tal como usted me dijo, he cortado todo contacto.
—¿Ninguna señal de actividad? ¿Ningún enfrentamiento?
—No.
—¿Alguna medida de seguridad como alertas o sirenas?
—Nada que yo haya oído. Todo ha estado tan silencioso como una tumba.
—Bien. —Dart comprobó su reloj—. Según mis cálculos llevan dentro unos cuarenta minutos. —Frunció el entrecejo—. Escuche, agente Fordyce, ha hecho un gran trabajo, pero ahora ha terminado. No quiero que nada, nada en absoluto salga mal, de modo que a partir de este momento vamos a dejar que esto lo resuelvan profesionales. —Alargó la mano—. Entrégueme su arma, por favor.
Fordyce desenfundó la pistola y se la entregó cogiéndola por el cañón. No protestó, pero estaba sorprendido.
—¿Para qué la quiere? —preguntó.
Dart cogió la automática, la examinó, la amartilló y apuntó al pecho del agente del FBI.
—Para dispararle con ella.
Un ruido seco y fuerte, una nubecilla de humo y Fordyce salió despedido hacia atrás. Cayó de espaldas en el asfalto. La bala le había dado de lleno en el esternón. Nunca en su vida se había sentido tan sorprendido. Contempló el cielo azul del verano con los ojos muy abiertos, sin comprender lo que le había ocurrido mientras su vida se apagaba y el azul se convertía en negro.